La historia de la pandemia ha sido la historia de lo que no podemos hacer. Desde aquel 13 de marzo de 2020, hemos pasado horas entre recuerdos, lamentos y duelos. ¿Qué pasa con las cosas que sí estamos haciendo? ¿Qué vemos al quitar el foco de lo cancelado y reenfocar en todo aquello que sí está sucediendo, que sí está formando cuerpos?
Escribo desde la experiencia de docencia virtual durante la pandemia y de diálogos con otros docentes sobre las suyas. Escribo entendiendo que educaciones hay tantas como educadores y contextos, pero también que algunos trazos gordos de esta virtualidad pandémica nos atraviesan a muchos, y estamos empezando a poder nombrarlos.
LO QUE SÍ
No nos enseñaron a vivir en circunstancias no elegidas, porque nos educaron para creer que queremos las circunstancias en las que vivimos. Pero la pandemia y la crisis hacen ese amor insostenible. Quizá de ahí viene esta sensación de tedio, un mal entendimiento de la impotencia, una decodificación errada de la tristeza. A veces confundimos im-potencia con aburrimiento. Pero el deseo y la urgencia de que esto se termine no podrá salvarnos de experimentarla. Esto no nos está pasando: somos esto que sucede. De esto aprendemos (aun sin quererlo) y en este aprendizaje nos transformamos, de modo que, para siempre, seremos un poco pandemia.
Mientras creemos no entender nada, procesamos informaciones. Transitamos como podemos, no sin un enorme gasto energético. Energía para sobrellevarla, energía para superar cada día el miedo, energía para activar redes colectivas, para duelar a la gente que muere. ¿No se sienten cansados últimamente?
Estar frente a la computadora consume muchísima energía. Todo un cuerpo organizado para sostener una cara frente a un monitor. Venimos acarreando una muletilla:esta vida virtual es una vida sin cuerpo. Pero hay peores noticias: hay un cuerpo y está ahí, siendo y haciendo vida y materia en un on-offline intermitente. Es que, antes que nada, atrás de todo, hay un cuerpo.
La experiencia deja viejos el problema del oculocentrismo y la educación bancaria. Inauguramos la era ojo-y-culo-céntrica: posición que los cuerpos conocen –y aguantan– cada vez más. A la centralidad de la visión como sentido reinante en un mundo de imágenes se acopla un centro quieto, atornillado, interactuando con el mundo desde una perspectiva única.
Ver sin ser vistas y ser vistas sin ver. Las posibilidades son muchas, pero la posición es la misma. El ojo-y-culo-centrismo diseña un cuerpo frontal, estacado, en el que pelvis y cabeza están organizados en relación con un cuerpo plano e interactivo. Participo sabiendo que no seré tocada y, aun así, me siento extremadamente vulnerable: atrapada.
APRENDER SIN QUERERLO
La percepción no es un aparato biológico o maquínico sin aprendizaje, al que llevamos de acá para allá como una cámara de filmar. La percepción aprende y crea mundos y pensamientos.
Salgo de dar clase, entro a una reunión gremial y me mudo a un ensayo abierto vía streaming sin cambiar ni un centímetro de posición, de entorno ni de software. Extraño el tiempo que lleva ir a un lugar. Algunos hablan de «plataformización de la educación»; creo que el término aplica a uniformización de las relaciones sociales. Coordenadas claves de nuestra percepción e interacción se transforman radicalmente y aún sin ser claro qué, es imposible que no estemos aprendiendo.
Siento agobio. Sin embargo, aburrido es el adjetivo más lejano a este tiempo. La libertad de movimiento y de reunión está limitada y eso mengua los encuentros y, junto con ellos, la energía que da la convivencia social. Pero, a su vez, la vida está enormemente intensificada. La mera cercanía de la muerte basta para intensificarla, resignificando cada bocanada.
El mundo entero está experimentando la muerte. El acontecimiento permite ver las muy diferentes relaciones que, con la muerte y con el duelo, están entablando diferentes culturas y regiones del planeta. También quedan a la vista los modos desiguales en que lo global afecta a unos y otros. A algunos los agarra con demasiados siglos de entierros continuados, otros miran con espanto mientras firman cheques para intentar salvarse. Algunos educan para saber duelar; otros, para evadir la muerte con fe, obediencia e indiferencia. La muerte despliega una pedagogía a través de los cuerpos: es imposible de interpretar y, por eso, el animal que habla no sabe qué hacer con ella.
JUNTOS Y SOLOS
La virtualidad redujo espacios de convivencia y eso afecta algo fundamental: el encuentro entre pares. La formación y colaboración colectivas no pueden ser, solamente, eso que pasa cuando alguien a cargo dictamina, en un espacio normativizado como una clase, que así será. El entre pares necesita encuentros, sucede en los pasillos, fuera de los espacios formales, en gestos y complicidades que a veces ni llegan a ser palabras.
En la virtualidad, el codo a codo se vuelve cara a cara. La esfericidad de las rondas, una cuadrícula de rostros intermitentes. La frontalidad refuerza el imaginario de la competencia y la vigilancia: principios del poder. Como el pequeño empresario, los navegadores de a pie tenemos que poder sobrevivir y aprender rápido en este medio. Cuando nos encontramos nos con-frontamos, sosteniendo el mínimo de encuentro necesario para dar por válido que estamos ahí.
Paradójicamente, en Zoom, el panóptico docente –por el cual desde el pupitre se ve a todos– se revierte: la docente es la más expuesta. Y no todos tienen datos para poder «aparecer». La dificultad en las conectividades y el acceso real a la educación virtual reproduce (aún más) las desigualdades sociales. Como docente dudo: ¿dónde termina la autonomía del estudiante (como parte de una pedagogía emancipatoria) y empieza la soledad neoliberal (trasplantada a la educación como forma de contribuir a la naturalización del capitalismo)?
Cuanto más solas pensamos, más solas pensamos que podemos estar.
¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?
¿Cómo se relaciona la despersonalización que implica el tapabocas y el distanciamiento social con los procesos de despersonalización que tanto la sociedad industrial como la sociedad de masas neoliberal producen y reproducen? En el mundo precarizado del trabajo y en el fragmentado mundo social, la otra cara de la despersonalización neoliberal es la pérdida del derecho a la intimidad o al anonimato. ¿Qué diferencia la legalidad del tapabocas de la ilegalidad del pasamontañas?
La situación confunde: por un lado, se ve una despersonalización de la educación y una homogeneización de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Por otro lado, la virtualidad y el aula en casa operan en el sentido contrario. En la clase en casa, la casa se cuela por la ventana, trae los mundos afectivos e íntimos de los estudiantes y entornos –y los propios–, trae situaciones y relaciones que, demasiadas veces, no tenemos herramientas para acompañar ni recursos para resolver.
Abrir la educación virtual no solo implica cierres, sino aperturas. No se puede abrir sin querer dejar entrar, y la virtualidad trae muchos mundos a la educación, así como lleva la educación a mundos a los que está poco habituada. En el entramado social también se dan combinaciones raras que indican que las formas de aparecer y desaparecer de los sujetos son complejas y en permanente disputa.
El monitoreo es clave para los mecanismos de control. Nunca sabemos cuándo la vigilancia está ahí, y, entonces, la tenemos en cuenta todo el tiempo, hasta interiorizarla. Y si no la interiorizamos, si tenemos vidas no tradicionales y pensamos que podemos salir del armario porque vivimos en una sociedad abierta, con leyes que protegen lo diverso, en seguida la fuerza represiva estará ahí para vigilar y castigar, para decirnos que, en todo caso, mejor nos ocultemos.1 Si no podemos ser vistas haciendo algunas cosas, quedan dos opciones: hacerlas anónimamente (lo que igual intentará ser criminalizado) o no hacerlas. No todas podemos afrontar las consecuencias de algunos actos, incluso legales.
Por su lado, las redes sociales desbordan de aparente personalización; sin embargo, sus efectos implican, para la gran mayoría de los usuarios, una enorme despersonalización. La croata Dubravka Ugresic dice que vivimos en la cultura karaoke: quien performa es, generalmente, un anónimo que quiere ser reconocido en la voz de otro. Según ella, hoy día el yo se volvió tedioso: las posibilidades de teletransporte y metamorfosis prometen más que quedarse excavando en su polvareda. La cultura del narcisismo mutó en la cultura karaoke o es, quizás, su consecuencia.2
Recorro las redes en las que los influencers y seguidores no paran de crear contenidos increíbles. La vida contemporánea es una enorme escuela de actuación. La conciencia performativa de estar actuando y siendo vistos desde la misma pantalla donde vemos series e ídolos de cine y reguetón, la presencia de la cámara, el erotismo de su dominio hacen de todo esto un gran intensivo de artes escénicas. Las redes crean expertos en coreografía, actuación ante cámaras y edición. Dentro y fuera de línea, no paramos de aprender sobre la performatividad de las relaciones sociales. Y de actuarlas.
Quizá la educación está, al fin, sintonizada con lo que pasa en la sociedad. Quienes se están formando en estos años entenderán mejor que nosotros los efectos de estos cambios. Ellos son los que experimentan la escuela o la universidad desde el mismo dispositivo con el que se enamoran, charlan con amigues o compran cosas.
SALIR DEL ESTADIO
Quizá no todo es tan Peñarol y Nacional, víctimas y culpables, elegir o acatar, suspender o continuar, presencial o virtual. Las dicotomías tientan más en momentos de crisis, pero la crisis pide desarmarlas para darnos de bomba con todo lo que no entra en ellas. Fuera del dualismo hay mucho que hacer. Todo está mucho más inestable de lo que parece y eso nos involucra. No entendemos y, sin embargo, estos fenómenos no existen sin nosotres, igual que las capitales no existirían sin las periferias.
Con la vida como centro,3 nuestras vidas pueden dejar de ser medios para la continuación a cualquier costo de la máquina sistémica. En este momento, una pedagogía radical puede resultar revolucionaria y una disciplinante puede resultar brutalmente embrutecedora. Que no podamos todo no significa que no podamos nada. Los actos de pedagogía radical no tienen por qué ser grandes actos, no tienen por qué ser heroicos ni tener las respuestas a todas las preguntas. No tienen por qué ser entretenidos ni captar atención, porque van donde la atención está para, como dice Val Flores, «considerar productivamente la vulnerabilidad y el poder de nuestra lengua, la incomodidad como una poética del hacer pedagógico».4
Estos actos ni siquiera deben tener el éxito garantizado, porque ellos enseñan sobre todo a intentarlo, fracasar y volver a intentarlo. Podemos transformar la continuidad de la educación a cualquier costo, humano y pedagógico, en una educación que (nos) enseñe lo más humano: dejarnos afectar por las intensidades que nos atraviesan. El cómo está por inventarnos. 5
2. Dubravka Ugresic, 2011, citada en «Quando o lugar da fala se transforma na fala do lugar», de Helena Katz, en Ágora, Modos de ser em dança. Vol. II, Gilsamara Moura y Douglas de Camargo (orgs.), San Pablo, Aluminio, 2019.
3. En ocasión de este 3J Ni Una Menos, se publicaron textos y manifiestos que plantean preguntas y necesidades urgentes y cruciales en el contexto de prácticas docentes y pandemia desde una perspectiva feminista. En este texto resuenan muchos de ellos. Véase por ejemplo: https://zur.uy/la-educacion-en-pandemia/
4. Pedagogías transgresoras II, varios autores, Santa Fe, Bocavulvaria Ediciones, 2018.
5. Algunas de las reflexiones contenidas en este texto fueron compartidas en el XIII Coloquio Internacional de Teatro, FHCE, Mayo 2021.
Desde Uruguay para Brecha
[…] a Tejer sentidos para una tecnología co-responsable desde el feminismo y los territorios, Mientras del otro lado siga habiendo cuerpos. Aunque este texto versa un poco más sobre un aspecto en particular y se conecta con la […]