Literatura argentina, medios y economía política // Juan Manuel Sodo

 

1. Alguien, algún amigo o amiga, podría hacer una historia reciente de la literatura argentina. La historia de las transformaciones en los modos de leer, de escribir, editar, reseñar, publicar, premiar, en, supongamos, los últimos treinta años. Entendiendo que esos modos son en sí mismos construcciones dinámicas, conflictivas, ¿cómo han ido alterándose en sincronía con series tales como la precarización del periodismo cultural, el aumento del precio del papel, el alisado de las ciudades, los cambios de signo partidario en la gestión del estado o la pantallización creciente de la vida? En Ficciones culturales -compilación de inminente aparición- he hecho algo de esto, proponiendo una forma de la crítica literaria desde la parodia. No obstante, necesitamos a alguien con vocación investigativa y rigor analítico posta. Capaz de preguntarse, por ejemplo, si en la reducción del lenguaje a medio de comunicación no hay también una financierización; o de indagar relaciones entre parcelización temática de la realidad y economía neo-extractiva.

2. En la contratapa de La última esperanza negra, primera y reciente novela de Pedro Yagüe, publicada por Cordero Editor -historia de una piba pasada de insomnio, una ex trabajadora sexual, un investigador de Conicet y un encargado, vecinos todos del mismo edificio- se postula a la narrativa “como un espacio en el que indagar el modo en que se articulan los discursos y los afectos contemporáneos”. Más allá del proyecto literario en sí, lo interesante es el ejercicio que pareciera proponer el autor: reescribir Vivir afuera, emblemática novela de Fogwill de los noventa, tres décadas después, en clave de encierro. En esa línea, ¿cómo sería, ya que estamos, reescribir los Diarios de Emilio Renzi, aquella Buenos Aires de Piglia de los sesenta y los setenta? Visualizo dos grandes cambios. Uno, considerando el precio de los alquileres, es que el narrador errante ya no podría mudarse tan seguido. El otro, referido a las fuerzas contra las que disputar el espacio público: no tanto las de la represión estatal como las de homogeneización del mercado.

3. Entrecruzo una cosa con otra y pienso en la relación mediática que veníamos tejiendo con la ciudad previa a la pandemia. Reducida a eso que está en el medio del punto en el que estoy y el punto al que voy, prefiguraba ya, tal vez, su actual mediatización. En el último tiempo quedaban cada vez menos lugares de encuentro que no sean o estatales o privados. La ciudad era un espacio para producir y circular, no para estar. Los parques eran gimnasios a cielo abierto. Había la sensación de desposesión, de territorio tomado. En ese punto, a la historia de la literatura argentina que arengaba más arriba le cabría también hacer foco en las estéticas materiales urbanas y sus correspondencias simbólico-culturales. Esa interfaz entre salvajismo cebado y semiótica naif que se expresa, sin ir más lejos, en los uniformes de las policías locales, ¿encuentra su correlato en las formas de la conversación pública, en ciertas maneras cínicas de hablar?

4. Hay una literatura que, por los temas de agenda que toca, pareciera ser casi una rama del periodismo. Otra que por sus tramas eficientes se vuelve una deriva del guión audiovisual. Y otra que, mezclada con sociología a lo Didier Eribon, continuaría a las ciencias sociales por otros medios. La vida sin espectáculo, relatos de Leonardo Novak, o Big Rip, novela de Ricardo Romero, libros editados últimamente por Paradiso y Alfaguara, serían, por morosidad, espesor de prosa y cantidad de páginas a contramano, por suerte, dos economías anti-series. Dicho esto, me corrijo: ¿no hay algo esencializante en la tipología de las ramas, demasiado purismo? En todo caso, si hay una autonomía en cuestión, esa no sería la del campo sino antes bien la del lenguaje literario frente al borramiento de conflictividad que supone la lengua acotada a hashtag y slogan. Sería, claro, otra punta para historizar: cómo el algoritmo en redes o el freelancismo precario ávido de dinero a cambio de contenidos, van planteando una tensión entre escribir y emitir signos.

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