Líneas erráticas // Peter Pál Pelbart

Fernand Deligny extrajo de su convivencia de décadas con los autistas una reflexión aguda sobre un modo de existencia anónimo, a-subjetivo, no subjetivado y refractario a toda domesticación simbólica. Buscaba una lengua sin sujeto, o una existencia sin lenguaje, apoyada en el cuerpo, en el gesto, en el rastro. Llevó al extremo una meditación sobre lo que es un mundo previo al lenguaje o al sujeto, no en el sentido de una anterioridad cronológica, pero sí de una existencia regida por otra cosa que no es aquello que el lenguaje supone, acarrea e implica: la voluntad y el objetivo, el rendimiento y el sentido. El hombre- que- somos descendería menos de los monos que de las arañas: la gestualidad primera que consiste en tejer una red, o trazarla a través de una mano que no pertenece a quien parece poseerla, es de una gratuidad que no se inscribe en la dialéctica de la comunicación o de la finalidad. Deligny contrapone actuar y hacer. Hacer es fruto de la voluntad dirigida a una finalidad, por ejemplo, hacer obra, hacer sentido, hacer comunicación, mientras que actuar, en el sentido particular que le atribuye el autor, es un gesto desinteresado, el movimiento no representacional, sin intencionalidad, que consiste eventualmente en tejer, trazar, pintar, sin límites, hasta mismo en escribir, en un mundo donde el balanceo de una piedra y el ruido del agua no son menos relevantes que el murmullo de los hombres…[1] En ese mundo, el lenguaje “todavía no está”, ese que nos permite hablar en el lugar de los otros, pensar por ellos, hacer que sean o que desaparezcan, decidir su destino. De ahí la necesidad de hablar contra las palabras, suspender el privilegio del proyecto pensado, colocarse en la posición de no querer a fin de dar lugar al intervalo, a lo tácito, a lo extravagante, a la “desubjetivación”. Ninguna pasividad ni omisión, al contrario, es preciso “limpiar el terreno” constantemente, liberarlo de lo que recorta el mundo en sujeto/objeto, vivo/inanimado, humano/animal, consciente/inconsciente. Sólo así es posible trazar las líneas de errancia[2], establecer lugares. De la araña interesa no sólo el tejer incesante, sin finalidad (pues Deligny duda de que la finalidad de la tela sea atrapar a la mosca), sino que importa la propia tela arácnida, esto es, la red.

 

La red

Cuando Deligny describe, en su libro Lo arácnido, su concepción de red, extraída de las telas de arañas, el dice: “Los azares de la existencia me hicieron vivir más en red que de otro modo (…) la red es un modo de ser (…) la red me espera en todas las curvas. Esta de aquí, que ya tiene quince años de edad (…) En estos días me he preguntado si ese proyecto no es un pretexto, siendo el proyecto verídico de la red en sí, que es un modo de ser”. (Deligny, 2015). E indaga si es posible decir que la araña tiene el proyecto de tejer su tela. “Mejor decir que la tela tiene el proyecto de ser tejida (…) En cuanto a lo que me concierne, y en cuanto a retroceder en el curso de la creación, me detengo en la araña, al mismo tiempo que muchos no van más allá del propio abuelo”. Contra la insistencia de algunos en leer lo humano bajo el signo de las estructuras de parentesco, Deligny tiene la paciencia de querer hacerlo a la luz de la “estructura de la red”, por así decir, y él la descubre por todas partes, desde su infancia, en la adyacencia precisamente de espacios prohibidos o interceptados o vagos. En todo caso, los trayectos hacen una red, y esa red no tiene otro objetivo que aprehender las ocasiones que el azar ofrece, pero ocasiones que solo aparecerían una vez que, en el vagar, algo fuese encontrado. Por lo tanto, no se trata de encontrar lo que ya existe, ni tampoco lo que se busca, pero sí de crear a través de ese vagar aquello que se encuentra -es una pesca que crea el pescado, por así decir. Es una pesca de red, allí donde no había nada. Vagar es un infinitivo que debe permanecer en tanto tal, para preservar, dice Deligny, su extrema riqueza, y sólo se lo consigue en la medida en que el espacio permanece vago, todavía no está “ocupado”, o debe ser “desocupado”.

El mérito de la dimensión arácnida, según Deligny, consiste en estar fuera de la voluntad, de lo consciente o inconsciente, más cerca de lo innato, de algo del orden de una era, de una época, no geológica, pero humana- inhumana, un estrato humano- inhumano que se habría eclipsado con todos los sedimentos que hacen de nosotros los hombres-que-somos. Si la analogía con la araña tiene sus límites, es por ser la tela la obra de una sola araña, mientras que precisamente la red es obra de muchos, y, en el caso humano, por ejemplo, no necesita de un maestro de obras, un autor que tuviese su diseño previamente en la cabeza. Cuando hay un claro diseño previo buscado, presente en la cabeza del autor, es ahí que desaparece la dimensión de “actuar”, de “vagar”, en favor del “hacer”, por lo tanto ya finalizado, con lo que desaparece el carácter de red. Pues, “la red (…) está desprovista de todo para; todo exceso de para reduce la red a andrajos en el momento exacto en que la sobrecarga del proyecto es en ella depositada.” (Deligny, 2015) Por lo tanto, el proyecto puede ser la muerte de la red, cuando se lo toma por razón de ser de la red, la red es sin razón, o mejor, es de especie. Pero difícilmente el hombre-que-somos admitiría no ser el maestro. Algo en la naturaleza de los desastres hace que los seres se aproximen y se consideren indispensables unos a los otros, y nutran unos por los otros una simpatía particular. Deligny recuerda cómo se formó una red durante la guerra, cómo se escondieron en una gruta, y cómo la red se disolvió cuando fue recibida la noticia del armisticio. Por lo tanto, de la guerra hasta el asilo la lógica era la misma: la red se convirtió en el modo de ser de Deligny, de sobrevivir, de super-vivir. Modo de ser no propiamente disidente, antes refractario, como dice él, y refractario no sólo a la guerra, pero (sí) al propio hombre capaz de ella… Como si justamente ahí se debiese buscar lo que él llama de humano, de ser humano, que nosotros llamaríamos de humano- inhumano, porque justamente contraría todo aquello que entendemos por humano, consciencia, voluntad, deseo, inconsciente, etc. Es en ese espíritu y contexto que Deligny constituyó la red con los autistas, y la pregunta que regresa a veces en la pluma del autor, que está lejos de ser un filósofo, es: ¿qué significa lo humano? Y la respuesta que le viene, aún menos filosófica, es: nada. Humano es el nombre de una especie, siendo la especie aquello que desapareció para que el hombre, tal como él se toma, pudiese aparecer. Hay un elogio de esa característica de la araña o del castor de estar “entregados a lo innato que los anima”, sin que tengan que “hacer como”, esto es, imitar, “como padremadre”[3]… La red es como una necesidad vital. Cuatro o cinco adolescentes inertes, solitarios, bestificados, de repente se vigorizan- efecto de red… Mismo que el “proyecto” común fuese matar a una vieja en la casa de quien uno de ellos trabajaba algunos años antes. ¿Pero será que lo que los vigoriza es la idea misma de asesinar a la vieja? ¿O, antes, el modo de ser que, en el medio del tedio asilar, hace el acontecimiento? Sería preciso leer Los Demonios, de Dostoievski, a la luz de esa extraña teoría de la red….

En vez de ser de razón, el humano es ser de red (non pas être de raison, être de réseau). Donde la frase escandalosa: “Respetar al ser autista no es respetar el ser que el sería en la condición de otro; es hacer lo necesario para que la red se trame” (Deligny, 2015: 109) Por lo tanto, nada peor que aislarlo de la red para focalizarlo como una “persona”, un “sujeto”, a quien le faltaría, por ejemplo, el lenguaje… La red, a su vez, es más que un accidente social, es necesidad vital, escapatoria, intervalo, deserción, disidencia, guerrilla, común. Si, como lo dice Deligny, todo hombre, en cualquier lugar y época, es ser de red, esto no significa una universalidad de lo colectivo, ni siquiera de comunidad, en el sentido de un circuito cerrado, pero (sí) la necesidad de una “salida”. El territorio común que Deligny creó con los autistas, es una red, una salida, una disidencia, un abrigo, pero también un afuera, una exterioridad, lejos de cualquier comunitarismo auto referido. Significa que toda red está vuelta hacia afuera, para su exterior -ella no es un circuito cerrado. Ni socialización, ni inclusión, ni cura, pero distancia de aquello que sofoca, lugar y evasión. Siempre que “el espacio se torna concentracionario, la formación de una red crea una especie de afuera que permite a lo humano sobrevivir” (Deligny, 2015: 18). Pero, justamente para que ese humano sobreviva, debe desprenderse de la imagen unitaria que el impregna, centrada en torno del sujeto. He aquí una antropología reversa, que tal vez fuera capaz de leer nuestra saturación de sentido y de intenciones, de subjetividad y de palabras, de arrogancia humanista, en suma, a partir de la dimensión que Deligny llamaría innata o humana.

 

Hilos del alma

Lo que importa, al final, para Deligny y para el autista que lo acompaña o que él acompaña, ese ser que entra en pánico cuando algo sale de lugar, son las referencias, animadas o inanimadas -una roca, una cuerda, una cierta fuente… Pues son los puntos a partir de los cuales puede tejerse una tela, son las referencias que despiertan un apego extremo, donde la cosa y el lugar de la cosa son lo mismo, y a partir de las cuales se pueden extender hilos, invisibles para nosotros, pero que deberíamos conseguir imaginar, o suponer, en todo caso respetar, pues es con esos hilos invisibles extendidos en medio de un espacio que se constituyó una tela, una red en la cual la vida es posible y cuya destrucción puede desencadenar un desastre, igual y sobre todo cuando alguien pisa en los hilos con sus zuecos profesionales… ¿Qué es lo que ligan, esos hilos? Sí, referencias, más tales como las detectadas por los autistas, en medio de la errancia, de los trayectos de errancia o de los trayectos costumbreros. Detectar esos puntos o esas referencias es algo como una operación vital de la especie, es su “aparato psíquico” primario.

Por lo tanto, errar, detectar, urdir los hilos. Esos hilos extendidos entre las referencias, dice Deligny, son para el autista como su alma, que el no quiere perder, así como nosotros no queremos perder la conciencia, mismo cuando nos perdemos… Actuar, pues, en el sentido estricto que le da Deligny, es también evitar la ruptura de esos hilos, o cuidar para que ellos estén bien tensionados.

 

Tentativa

De ahí todo el trabajo de urdir, con ellos, lo que Deligny llama una tentativa -no es un proyecto, no es una institución, no es un programa, no es una doctrina, no es una utopía- pero una tentativa, dice él, frágil y persistente como un hongo en el reino vegetal…Una tentativa esquiva las ideologías, los imperativos morales, las normas. Una tentativa sólo sobrevive si no se fija un objetivo, incluso cuando inevitablemente es llamada a realizarlo. Porque están los hilos, la tela, esa manera de protegerlas, y al mismo tiempo las innumerables tácticas de esquivar, esquivar todo lo que pide, todo lo que incluye, que obliga, que amarra, esquivar todo aquello que implica una interacción intersubjetiva, o que él llama de un semblabiliser “semejantizar”, esa identificación incesante por la cual nos constituimos, esa monada aún más cuando ella es “amorosa” en exceso, esto es, aprisionante como sólo el amor consigue ser. Por lo tanto, nada de “reciprocar”, pero otra cosa, dice él, “costumbrear”, lo “costumbrero”, el permitir. Costumbrear implica lo más al ras de la tierra, hacer pan, cortar leña, lavar la loza, comer, vestirse, esto que exige la existencia, y que, sin embargo, es algo distinto del mero hábito, pues es en medio de esa repetición colectiva que cada instante puede ser ocasión para un desvío, una interrupción, una iniciativa. Se trata, pues, no de una repetición mecánica, aunque hay un componente de repetición, no costumbrear, pero (sí) de permitir, para usar un léxico más filosófico, que de la repetición se extraiga la mínima diferencia, aquel desvío mínimo donde se dé un acontecimiento, lo inadvertido.

            Una tentativa es comparable a la balsa. Pedazos de madera ligados entre sí de manera bastante suelta para que, cuando vengan las olas del mar, el agua atraviese los vanos entre los troncos y la balsa consiga continuar flotando. Es apenas así, con esa estructura rudimentaria, que quien está sobre la balsa puede flotar y sostenerse. Por lo tanto, “cuando las preguntas se abaten, nosotros no cerramos las filas, no juntamos los troncos- para construir una plataforma concertada. Al contrario. No mantenemos sino aquello del proyecto que nos liga.” De ahí la importancia de los lazos y del modo de ligazón, y de la distancia misma que los troncos puede tomar entre ellos. “Es preciso que el lazo sea lo suficientemente flojo y que no se desate” (Œuvres, 2007: p.1128) Yo diría, abusando de la fórmula, que es preciso que el lazo sea suficientemente suelto para que no se suelte. La balsa, también dice Deligny, no es una barricada. Pero “con lo que quedó de las barricadas, podrían construirse balsas…”                                                           

 

Se

Ahora bien, el autista es definido por la vacancia del lenguaje y, a los ojos de algunos, es eso que le falta por razones que las diversas corrientes del psicoanálisis o de la psiquiatría habrán de explica a su modo – nada de eso interesa a Deligny, sorprendentemente. Para él, todo el problema es cómo evitar que el lenguaje mate – solo de decir “ese chico” ya se produce una identidad, y que no decir de todo nuestro andamiaje nosográfico… Y la pregunta que le viene es: ¿cómo permitir al individuo existir sin imponerle el Él, el Sujeto, el Se, o Se ve, toda esa serie que le imputamos, bajo un modo privativo? Pues Deligny está convencido de que él no Se ve, pues no hay justamente El que pudiese Se. Donde ese pasaje, que en francés está así formulado: non pas Se voir, mais ce voir. No Se ve, pero ese ver, un verdadero neutro o indefinido, que no implica precisamente un centro subjetivo. Es un individuo en ruptura de sujeto. Nosotros somos siempre impedidos de señalar, de emitir signos, y con eso construimos un Adentro de la comunicación, de señales, de signos o de lenguaje, e incluimos a los autistas en ese espacio nuestro del Adentro, del cual forzosamente ellos se sienten excluidos. Deligny, al contrario, sustenta que ellos no están Adentro de ese circuito, y no nos cabe incluir-los, pero están expuestos, expuestos al Afuera, detectado a veces aquello que de Nosotros escapa, aquello justamente que no vemos porque hablamos, y que ellos ven porque no hablan…Por lo tanto, contra los signos, las referencias. Contra el sofisticado aparato que es el lenguaje, el “aparato de reparar”, tan complejo y sutil como el otro, pero con su propia lógica, que consiste en detectar las marcas o las referencias como un “infinito primordial”. Algunos dirán que hay todo un preconcepto de Deligny en relación al lenguaje como portador de sentido, finalidad, proyecto, rendimiento (Beckett tenía de eso la mejor conciencia poética), y que el autismo rechaza (así como la obra de Beckett erosiona), permitiendo concebir al lenguaje a partir de ese silencio, como eventualmente por venir, y habitar un régimen otro, evacuado precisamente de la finalidad…Así como el arte es para nada, y la política hace proyecto, aquí estaríamos ante el arte colocarse en el nivel de “para nada”, del acontecimiento infimo (para nosotros) que justamente contrasta con lo que se esperaría de una ansiedad totalizadora. Pues lo que está siempre en cuestión, para Deligny, no es el Todo, pero el resto… El Poder quiere el Todo, se exaspera, hace el inventario del ser y del tener, del si y del no, mientras Deligny piensa por lo esquivo, por donde brota lo a-consciente, donde esas distinciones no tienen importancia.

 

Lo a- consciente

Pascal Sévérac reconoce que Deligny opera una desvalorización de las facultades ordinarias del espíritu: el entendimiento, la conciencia, la conciencia de sí, la voluntad, la actividad finalizada, etc. La actividad del autista no debe ser pensada en función de una intencionalidad, pero como una “normatividad” instaurada por él, en el sentido que le daría Canguilhem: la capacidad de la vida de instaurar normas, de cambiarlas, de jugar con ellas. Po lo tanto, desvalorizar la normatividad espiritual del intelecto significa sustituirlo por una normatividad natural, “innata”, anterior al lenguaje. “Nada es más difícil que dejar a la naturaleza actuar”, dice Deligny. En contra de su tiempo tan político, él evoca una “naturaleza” o lo “innato”, la capacidad de actuar del ser a- consciente, pre- lógico o pre- lingüístico. El actuar es intransitivo, no significante, sin finalidad, para nada, arácnido. Sólo cuando la conciencia se eclipsa ese innato activo aparece, como naturaleza, en infinitivo, como natura naturans como “potencia del común”. No cabe sobrecargar la tela o la red de intención o sentido bajo pena de no dejar de afirmar la red como etnia singular. En el fondo, no hay necesidad de querer para actuar. “El actuar en lugar de el espíritu”, que Deligny defiende, recuerda Sévérac, está muy cerca de Spinoza. Al anunciar que “no sabemos todavía lo que puede un cuerpo”, Spinoza evoca la figura del sonámbulo. En la Ética III, el sonámbulo aparece como dotado de una potencia efectiva, real, incluso sin tener conciencia de actuar. Un suplemento de alma en ese caso podría inhibir su acción, tan desenvuelta, tan maquinal. De hecho, nadie sabe lo que puede un cuerpo por las leyes de la naturaleza, pues nadie conoce tan bien su estructura al punto de poder explicar sus funciones. Los sonámbulos hacen un gran número de cosas que ellos no osarían hacer en estado de vigilia, lo que muestra que el cuerpo tiene, el mismo, sus leyes, que pueden suscitar el espanto o la admiración de su espíritu. He aquí el spinozismo de Deligny: más fundamental que el espíritu consciente y hablante, hay un automatismo físico, una actividad corporal que no precisa del pensamiento para producir sus efectos. Lo propio de la naturaleza es naturar, dice Sévérac, que insiste que nada conviene mejor a Deligny que ese infinitivo, el que se considera un autor en infinitivo, un infinitivo que dice la primacía antropológica y ontológica del actuar -es esa máquina de actuar que se descubre para el espíritu, entendido como voluntad o consciencia. Un modo de ser maquinal, un automatismo de espíritu o autómata espiritual.

Pero Sévérac agrega que “actuar en el lugar del espíritu” no significa que el “actuar” reemplaza el espíritu, pero el actuar es el lugar mismo del espíritu, un espíritu pensado como no intencional, a-consciente. Así, el autor puede concluir que las líneas de errancia son los lugares mismos del espíritu, y lo trazado, que no quiere decir nada, es un actuar sin sujeto ni objeto.

 

 Líneas

            ¿Qué son, entonces, las líneas de errancia? Son el trazado, sobre hojas de papel transparente, del equipo de adultos que acompañan a los niños, a partir de los trayectos hechos por ellos a lo largo de un día, una jornada. En general, bajo la hoja transparente hay otra hoja, como un mapa físico del terreno recorrido. Entonces, se trata de trazar los trayectos de los niños autistas, de los adultos, en diferentes colores o modos: los trayectos de los autistas a veces en tinta china, con todos sus desvíos sutiles, giros, escapadas, recurrencias. Con otros medios o colores, el trayecto llamado costumbrero, línea flexible para el trayecto de errancia, y línea de fuga para los desvíos, las escapadas -todo eso, grosso modo. Pero, al final, ¿para qué trazar las líneas, hacer tales mapas? El mapa sustituye el hablar. Es una manera de evitar el exceso de comprensión que tornaría invivible la existencia del autista, y también aliviar al adulto de ese desafío, sobre todo para aquel operario, por ejemplo, que viene de una fábrica de camiones y que “no sabe” lo que es el autismo -no es “especialista”, y es esto lo que lo salva y salva al autista.

En vez de querer comprender, y eventualmente significar, interpretar, hay que trazar, cartografiar, diría Guattari, seguir el curso de las cosas, como se dice, seguir el curso de un río, y no fijarse en las supuestas intenciones siempre proyectadas, presupuestas… Seguir los gestos, y en eso percibir lo que todo eso, esa trashumancia -cabras, adultos, autistas, en desplazamiento, pero repasando a través de las referencias-, permite aquello que Deligny llamaría iniciativas. No interpelar, pero permitir. Fue preciso entonces crear un espacio para eso, esto es, para el resto, o sea, para aquello que es refractario a la comprensión, para ese dominio que un signo no cubre. Cuando lo venían a visitar, Deligny decía: venga a ver los acontecimientos a partir de mi ventana. Pero agregaba: ahora, si cada uno ve los acontecimientos a partir de su ventana, puede ser que el autista no tenga ventana. Pero él traza. Se trata, pues, de seguir ese trazado…[4]

 

Ahí

            Diez años después de iniciada esa experiencia por donde pasaron sesenta niños, pues ellos venían por uno, dos meses, a veces más, traídos por las familias, sobre todo durante las vacaciones de las instituciones que frecuentaban, con excepción de aquellos pocos que vivían allí todo el tiempo. Deligny relata lo que allí importaba, yo hablo de esa práctica de inscribir, sobre hojas transparentes, los trayectos de unos y otros, líneas de errancia, y de mirarlas, y elogiaba el hecho de que, acumuladas, ya no se sabía bien de quién eran, así que no importa el quién, y en ese olvido barajado era posible ver la superposición de los “restos” y la reiteración de lo refractario a toda comprensión. En vez del abrazo comprensivo o del emprendedurismo del monitor, o del maternaje o de cualquier guion de familiarismo que infantilizase, en vez de eso, el respeto -pero de qué? – de los encastres (chevêtres), las vigas madres de las ligaduras, son los ahí, puntos en que las líneas se cruzan en el espacio y en el tiempo, puntos que a veces son comunes en diferentes mapas. Hay, por ejemplo, en esas líneas de errancia, lugares de atracción, por ejemplo, la fuente de agua, o mismo una corriente de agua otrora objeto de culto, ya cubierta, que sólo los autistas detectan. El autista que Deligny adopta en 1967, y que convive por años, rebautizado Janmari, se curva delante del agua, hace como una reverencia, y pasa mucho tiempo oyendo y contemplando, su cuerpo en total vibración, exultación… el agua, como dice Deligny, no es para él un objeto pues él no es un sujeto…el agua, sin ninguna utilidad, ningún provecho, ninguna finalidad, no tiene nada que ver con la sed del animal, pues la atracción por el agua viene antes de la sed y es inagotable. Es una ligadura que no debería ser rebatida sobre lo discursivo[5].

 

El mínimo gesto

            Por un lado tendríamos el perorar (hablar con afectación, llevar un discurso hasta el final), que es lo que nos es común a todos, y, por otro lado, el detectar, el reparar, ese ver que es lo esencial en los niños privados de perorar…. Ellos no miran, ellos ven, ven sin mirar, videntes[6]….Ese ver (ce voir), y no verse (Se voir), de modo que, entre nuestro punto de vista y el “punto de ver” del autista, hay una fisura. Y en el área de estancia donde se da la convivencia, en general un claro en un terreno amplio, accidentado, lleno de piedras y reentradas, como las Cevenas, esa fisura aparece, sin impedir que se componga lo común… En los mapas, también aparece la ranura entre el Verse y ese ver, inclusive por las líneas diseñadas diferentes, y no se trata de llenarla de lo que Deligny llama la memoria étnica, lenguajera, consciente o inconsciente, sustituyéndose la memoria específica, a- consciente. La imagen del bonhomme, del hombrecito[7], no debería sobreponerse al trayecto -y todo el peligro, es que el trayecto sea “humanizado”. En los primeros mapas no se transcribía lo que se “hacía”, aunque con el tiempo se fueron agregando pequeños signos, o palabras, tales como “estibar”, “carga”, “cáscara”, “lavado”, y, con la multiplicación de esas palabras, se depositó como una sobrecarga de haceres, a contramano de aquello que desde el inicio estaba colocado, el actuar contrapuesto al hacer, el actuar que abre a la iniciativa, a los gestos inadvertidos, sin finalidad… Como en el film El menor gesto, con Yves, persona con deficiencia mental que, cuando llegó a Deligny, conseguía mal bajar una escalera, tan restringido en sus gestos y movimientos y que, en el film, es lanzado en el espacio abierto de las Cevenas, donde, frente a la cámara, para sorpresa general, encuentra las circunstancias propicias para alargar sus gestos, que se multiplican, varían, se inventan, ampliando su campo de posibilidades. Esa habría sido la intención de José Manenti al realizar con Deligny El menor gesto: no hacer un film, pero favorecer la ampliación del gesto de Yves en un espacio abierto.

   

El revés del nihilismo. Cartografías del agotamiento. N-1 Ediciones. (2017)

Autor: Peter Pál Pelbart

Traducción: Ana Laura García

Con la colaboración de Marlon Miguel

 

        

[1] Esa distinción puede ser remitida a Artistóteles, que diferencia una poiesis, un hacer que tiene por objetivo un producto fuera de si (hacer obra), y la praxis, que es un actuar cuyo sentido se agota en si (el buen actuar).

[2] Nota de traducción: “líneas de errancia” es una traducción interpretativa de la expresión en francés “lignes d’erre” empleada por Deligny.

[3] Nota de traducción: “padremadre” es un neologismo que Deligny emplea en “L´Arachnéen et autres textes”. En castellano: “Lo Arácnido y otros textos”. Editorial Cactus, Argentina. 2015 (Ver: páginas  29 y 38).

[4] F. Deligny, O aracniano e outros textos Op. Cit. P. 147

[5] F. Deligny, Oeuvres. Op. cit. P. 804.

[6] En un libro reciente, Erin Manning se vale de poemas y textos mecanografiados por autistas para aproximarse al universo de ellos, de su percepción, sensibilidad, articulaciones, pensamientos. De eso ella extrae un fascinante panorama de aquello que, al parecer una afectibilidad disminuida es, de hecho, una sensibilidad ampliada, en la cual no hay privilegio de lo humano, pero si una relevancia de todos los elementos y de sus conexiones, sin discriminación: “todo está vivo”.

[7] Nota de traducción: hombrecito o monigote. Deligny emplea esta expresión para referirse tanto al monigote que dibujan (o no) los niños, como al dibujo de una pequeña figura humana, en algunos mapas, que indicaba la presencia cercana de un adulto.

 

 

 

9 Comments

  1. ¿Qué permite entonces el acto más allá del hacer? ¿Como darle lugar en medio de tanto quehacer (un hacer también, pero capitalista, con ganancias, calculado, egoísta)? Me gustarían más textos en esta línea que abrieran otros modos de ver u otros modos de ser.

    • Enrique Amador, qué interesantes tus preguntas. A mí entender, el actuar permite recuperar un tiempo en infinitivo que no se agota en un hacer-para. Un tiempo abierto, de la pura posibilidad y de un obrar incesante. En Deligny, ese actuar está ligado al régimen de existencia espacio- temporal de los niños que viven “en la vacancia” del lenguaje y que son refractarios al orden simbólico. Pero también, está el actuar de la araña y el actuar de los que viven tramando redes. Siempre se trata de un actuar que crece en la brecha, en la falla o en el espacio vacío. Se trata de seguir -o retomar- el curso de una iniciativa, de dejar que esos actuares afloren (y cuidarlos!), y de ver hacia dónde nos conducen. Permitir- trazar- ver, dice Deligny.
      Lo arácnido y otros textos, editado por Cactus, es el libro que yo te sugiero. Gracias por tu comentario.

  2. Pal Pelbart siempre es muy estimulante. Una bisagra de lo más interesante entre teoría dura y mundo del más real entre lo real. Lástima la traducción, más bien regular. Pal Pelbart, leyendo a Deligny, repone una bellísima definición de lo humano: <> Una lectura cuidadosa de esta idea nos invita a tejer con la propia idea de lo “humano” en Peter Sloterdijk… mucho trabajo por delante.

  3. Gracias Ana Laura por compartirlo y por haber hecho el esfuerzo de traducción.
    Me resulta un interesante articulo en tanto siento que rescata cuestiones del orden de la experiencia, situaciones, preguntas que se renuevan en nuestros oficios.
    En este sentido, me resuenan y resultan potentes varios pasajes : el hecho de que lo humano-inhumano provenga más de lo arácnido que de los monos, el armado de una red no tanto “para” algo – o en función de un fin- sino justamente “porque” existimos -lo leo más como necesidad vital-, etc.
    Un loco sabio que nos devuelve una y otra vez una pregunta potente acerca de la posibilidad de tejer algo que nos sostenga.

  4. Me resuenan muchos pasajes que remiten a situaciones, preguntas, cuestiones que insisten desde nuestros oficios.
    La idea de que lo humano-inhumano proviene más de lo arácnido que de los monos, el armado de una red que no responde tanto a un “para” -esto es a la consecución de un fin- sino a un “porque”, en el sentido de necesidad vital, porque estamos vivos, se nos impone el intento de un tejido que nos sostenga, y sigo ….
    Un loco sensible y sabio que nos devuelve una y otra vez una pregunta sobre si es posible una existencia por fuera del ser y el tener.
    Gracias Ana Laura por compartirlo, por el esfuerzo y el desafío que siempre supone una traducción.

  5. Gracias Ana Laura por la traducción! Un generoso gesto que a muchos nos permite asomarnos a estas nuevas lecturas.
    Leer a Pal Pelbart a través tuyo me lleva a los textos de Fernando Bárcena (otro gran lector de Deligny) cuando refiere a aquellos que son en el mundo como voces al borde de la palabra… Y me quedo especialmente pensando en la interpelación a la figura del “especialista” y la imagen del “zueco profesional” pisando los hilos que sostienen algunas existencias. En un tiempo presente en el que tiene gran auge la patologización y medicalización de la vidas a partir de premisas neoliberales… qué importante es encontrarnos con estos textos para seguir pensando!! Saludos

  6. Gracias Ana Laura por la traducción! A través tuyo, muchos de nosotros podemos asomarnos a nuevas lecturas que nos permiten seguir pensando.
    Me resuena especialmente la imagen del “zueco” del profesional que pisa y destruye los hilos que sostienen la existencia de algunos. Creo que el texto es muy potente para pensar los procesos de patologización y medicalización actuales que cosifican y clasifican a los sujetos, ubicándolos como meros organismos fallidos, síndromes o trastornos por fuera de toda narrativa o existencia.
    La lectura también me lleva a los textos de Fernando Bárcena (otro gran lector de Deligny) que reflexiona sobre aquellos que se encuentran en el mundo como voces al borde de la palabra, advirtiéndonos para que no seamos nosotros quienes les impongamos nuestras palabras.
    Saludos!

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