Lenguaje sin palabras // Enrique Roig

“Nadie tiene  realmente las agallas para  decirlo,

pero si pudiéramos hacer mejores seres humanos,

sabiendo cómo agregar genes, ¿por qué no hacerlo?”

James Watson, 1998.

Lenguaje que  acaricias nuestros sentidos,

pocas veces conscientemente hemos podido  verte.

Los mitos de la  creación te han querido atrapar,

pero no te dejas  enjaular por nuestras  vidas ensueños.

Hermosa  creación siempre  naciente,

 alimento  natal que haces sentir los  cuerpos,

 cuántas veces tú nos pronuncias,

 nos  desnudas a  carcajadas señalándonos  desafiante.

Tu estridencia agiganta tu potencia de vivir.

Irradiante  ensanchas nuestros  árboles de vida.

Haces nuestros  instantes eternos y  presentes infinitos.

Dormidos  nos dejamos  llevar por tu  nacer.

Secas las  bocas con la  vibración del universo que se  vuelve latido.

 Huella musical en la que  los dioses danzan nobles  círculos eternos.

 

 Pero hemos  creado la reproducción  de imágenes.

 Mundo pantalla  semidiós, latiente  de impulso eléctrico.

 Mundo pantalla  ego humano.

 

 Pantallas   que agujerean  nuestros cuerpos de carne.

 Imagen  del universo  que nos mortificas   con implantes de siliconas.

 Conviertes a nuestro  cuerpo en una máquina sobreexcitada

 en  transeúntes  fondos de pantalla  de proyección de publicidades.

Haces del  cuerpo sagrado  éxtasis en carne  pornográfica.

 

 Ya no  somos pobres problemas  de identidad,

 porque secas  las imágenes nos  secas la fantasía real de  vivir poéticamente.

Imagen petrificante  del lenguaje,

haces de nuestro  erotismo un abuso  descabellado,

un laberinto transexual de medios.

Las redes sociales hiperventilan nuestro ser como  desechos aplastados.

El volumen artístico de nuestros dedos  deja de sentir los senos amantes.

Las manos  que saludan la  amistad con nuestros recuerdos  dejan de saludarte.

Ya no podemos  acariciar tu pubis de palabras.

Porque  la pantalla se metió adentro de nuestros deseos.

Hemos perdido  el querer que suspira en los  silencios 

y  dibujan las  caras de los antepasados.

La pantalla nos excita  haciéndonos piel deseante, huellas  erógenas,

pantalla  que tornas  el cuerpo como deseo.

Nuestros  sueños afloran como una gran  imagen.

Toda pantalla se torna  fuente de energía pseudohereje.

Somos un  transgénero de los  medios.

Entonces  aquellas palabras  que nos pronunciaban nos dejan de decir.

Ya no hay  silencios, solamente  ruidos e intercambios de datos.

Quedamos sueltos  y libres incontenidos  desparramados,

 sin potencia de hacer  palabras,

sin  vocabulario  que nos enseñe la pobreza de la  trascendencia.

Ahora descendemos  al desierto,

mundo  iluminado  por proyecciones.

Secos  sin que nadie nos pronuncie, sin otredad  que amar u odiar,

el ser de la  vida ya no nos atiende.

Perdemos  rectas yendo,

ganamos  velocidad  viniendo.

Ya no tenemos geometría  para ser en otros.

Nos autoreproducimos  autoinseminándonos pantallas.

Somos  transespecie.

 

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