La No Sufras // Celia Tabó

Atraviesa la noche en bicicleta. Ella es cósmica. Atraviesa el caos sin que el caos la atrape. Ama sin saberlo –es amada con fulgor–; abraza con los ojos; alimenta con gestos; escucha con las entrañas y al final te dice “no sufras”. La sigue una corte de guachines aprendices, pibas con destino incierto, vagabundos y segunderos. Nómade urbana, eterna zombi, su vida transcurre en andenes y coches de tren, en recovas, en plazas, en caminos nocturnales. Afirma la vida a cada paso –leona, loba, zorra, siempre pájaro–, y su cuerpo entero sale por su boca cuando da órdenes y también cuando da consuelo con palabras simples. Dejarse robar y compartir es casi lo mismo. Fuegos escasos. Pérdidas sin retorno, dolores inconsolables. Alejandra, La No Sufras, es el poema de la virtud de amar.

Valeriano rompe el lenguaje con la enunciación de una verdad que no es la de la lengua acomodada a sus leyes sino a un modo de vida. Utiliza la palabra que se escurre entre sus mandatos, abandona la norma y, sin artilugios, va directo al grano, con un buen jab de challenger suburbano.

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