¿La impotencia como palanca? El Bloom, el Comité Invisible y nosotros (1) // Amador Fernández-Savater

¿Por qué el Comité Invisible ya no habla del Bloom?

Las experiencias de Tiqqun y el Comité Invisible se nos presentan a menudo en absoluta continuidad, como siendo una la “consecuencia lógica” o la “prolongación natural” de la otra (o directamente la misma en dos fases diferentes). El Comité Invisible sería según esta perspectiva la práctica de la teoría de Tiqqun: el “pasaje a la acción”, la “encarnación” o “materialización” de los enunciados críticos, la “realización de la filosofía”.

La objetividad de esta coherencia entre las experiencias puede argumentarse incluso en base a los propios textos: en los escritos de Tiqqun se habla ya sobre un cierto “Comité Invisible” que se anuncia y propone como “comunidad estratégica”, “polo de experimentación revolucionario”, “sociedad abiertamente secreta”, “instancia de subjetivación anónima” o “territorio metafísico de secesión”(2). Como si en la tarea revolucionaria de realizar el tiqqun -la “redención, reparación y restitución de todas las cosas”, el acoplamiento de aquello que la metafísica occidental ha desvinculado-, el comité invisible fuese la figura que nombra un medio y un momento necesario.

Entre ambas experiencias hay claramente un vínculo, no sólo porque algunas personas significativas repitan en ambas, sino sobre todo por una persistencia en las maneras de pensar y de decir, en los imaginarios y las referencias, en los planteamientos y los problemas propuestos, en los amores y en los desprecios. Pero la historia de las experiencias teórico-prácticas nunca es lineal, siempre hay saltos y discontinuidades. El problema del relato lineal es que perdemos de vista la contingencia de las trayectorias: los recorridos que se hicieron finalmente aparecen como los únicos posibles cuando en verdad podría haber habido otros; y de hecho los hubo, pero resultan opacados por el relato mayoritario que domina.

La fuerza de una experiencia revolucionaria no reside en este tipo de coherencia, sino más bien en su aptitud a ser reapropiada y prolongada de muchas maneras diferentes, en su disponibilidad a ser pirateada y tuneada mediante el uso una y otra vez. Esa fuerza no cristaliza en una sola trayectoria AB. Es más bien una explosión de la que salen disparadas en todas direcciones diferentes esquirlas y astillas cada una con sus intensidades propias. La fidelidad no consiste en la continuación-repetición, sino en la traición-traducción: hay que traicionar los signos externos para poder traducir las energías internas.

El Comité Invisible es una de las metamorfosis de la energía de Tiqqun, pero no la única posible ni la “realización práctica” de sus tesis y enunciados. Hay otras lecturas e interpretaciones, otras ramificaciones y prolongaciones posibles, no sólo virtuales o en potencia, sino también ya realizadas, por ejemplo las prácticas artístico-políticas del colectivo Claire Fontaine que también retoma algunas personas, conceptos y sensibilidades de la fuente tiqquniana original.

Problematizar el relato de la continuidad lineal puede ayudar a abrir los sentidos de la experiencia, a aumentar su capacidad de afectación, su disposición a la reapropiación, su fuerza explosiva. Es en este sentido que me gustaría interrogar la ausencia en el Comité Invisible de uno de los conceptos más importantes en la producción teórica de Tiqqun: el Bloom. ¿Por qué esta figura descriptivo-crítica se ha quedado por el camino? ¿Qué podemos pensar al respecto? No me parece tratarse de un abandono necesario en la radicalización coherente de una experiencia, sino de una decisión contingente al interior de una trayectoria o apuesta política determinada.

 

¿Qué es el Bloom?

El Bloom es el “fondo” de la realidad contemporánea allí donde el capital ha penetrado más eficazmente. Es el resultado de la destrucción de las tradiciones, los vínculos y las maneras de habitar el mundo precapitalistas o no capitalistas o anticapitalistas. Un proceso disolvente que implica la destrucción de mundos, el empobrecimiento de la experiencia, la liquidación de todo ethos sustancial, la disolución de las formas de vida orgánicas y la volatilización de las garantías de seguridad, tanto las comunitarias precapitalistas como las que aún protegían al trabajador asalariado clásico en el fordismo.

El Bloom es el vacío que resulta de todo ello. Lo que constituía suelo firme se convierte en arenas movedizas. Ese vacío hace vacilar la presencia soberana: la postura erguida del sujeto clásico ante el mundo. En la época del Bloom nuestro habitar la tierra ya no es firme, ni está garantizado o asegurado. El Bloom es justamente esta zozobra, esta crisis de presencia. Un tipo de forma de vida marcado por la experiencia de la extrañeza y la ausencia.

El mundo que ya no se entiende ni se puede controlar se transforma en algo ajeno y hostil. Se vuelve extraño uno mismo, el lazo con los demás y toda ocupación, identificación o participación social. El Bloom vive todo ello como algo exterior, una comedia a representar. No se siente implicado en nada, pierde el gusto por vivir y entonces se ausenta. Desaparece, se borra, se anestesia. Se ausenta para protegerse de un mundo ilegible que le hace daño, donde se siente como extranjero entre extranjero, sin confianza ninguna en un yo resquebrajado.

Crisis de la presencia, extrañeza y ausencia: este es uno de los recorridos posibles del Bloom. Seguramente el más común, el que acaba en el consumo de terapias y pastillas, de papeles sociales e identidades, de relaciones e intensidades, en el turismo existencial como una forma de aplacar ese vacío que duele.

Pero el Bloom es ambivalente. El “fondo” de la realidad contemporánea es justamente un sin-fondo: un abismo que aterra pero a la vez puede liberar, el abismo y la angustia de una vida sin garantías ni seguridades, donde el mundo ya no se nos presenta como un objeto a controlar o dominar. Ese vacío no es sólo pérdida, sino también potencia, disponibilidad y disimulo. Como energías disponibles para una renovación de las formas de vida sobre la tierra.  

Una potencia de vacío: la “desocupación esencial” que nos pregunta por el sentido de todas nuestras ocupaciones y nuestros trabajos, la “extranjería primordial” que nos interroga sobre la consistencia y necesidad de nuestras pertenencias e identidades, la “finitud sustancial” que nos fuerza a pensar si estamos viviendo la vida que queremos vivir o si podríamos morir de repente como si no hubiésemos vivido nada. El Bloom es una máquina de vacío que sacude todos los automatismos cotidianos, instalando preguntas radicales (“metafísicas”) sobre el sentido de la vida.

Una disponibilidad a ser afectados: el Bloom, al no reconocerse realmente en ninguna identidad, puede llegar a ser afectado por lo que le pase a cualquier otro Bloom como pura singularidad cualquiera, como pura humanidad desnuda y expuesta. Eso le abre la posibilidad de reapropiarse de su no-pertenencia y recrear lo común por fuera de los moldes tradicionales del nosotros identitario. El Bloom contiene así la posibilidad de fundar la patria de los que no tienen patria, la comunidad de los que no tienen comunidad, un “nosotros” entre desconocidos.

El disimulo como resistencia: infinita capacidad de retirada de los dispositivos de poder, agujero negro en la exigencia dominante de transparencia total, indiferencia que hace imposible su identificación definitiva con cualquier función social, escepticismo y burla del establishment y de toda ideología, el Bloom se fuga sin necesidad de ningún afuera. Es una potencia de abstención que saca de quicio a los poderes que requieren hoy más que nunca nuestra participación, nuestra palabra, nuestro entusiasmo, nuestra energía, nuestra movilización total.  

 

¿A quién llama el Llamamiento?

El Llamamiento es un texto intermedio entre Tiqqun y el Comité Invisible redactado y publicado entre 2004 y 2005, una especie de texto-gozne entre ambas experiencias (3). ¿A qué se llama, a quién se llama en ese texto? Lo leemos del modo siguiente: el Llamamiento convoca justamente a dejar atrás el Bloom, a salir del Bloom y su ambivalencia, a lanzarse de manera decidida y unilateral hacia una vía revolucionaria.

Ni el Llamamiento ni los textos posteriores del Comité Invisible (4) exploran o sondean ya el Bloom en su ambivalencia. No hablan al Bloom, no dialogan con esta (no) experiencia del mundo y esta tonalidad afectiva. Se dirigen mucho más claramente a la subjetividad revolucionaria, interpelan a los que ya están ahí a la escucha de un llamado revolucionario, a los que comparten una serie de evidencias. “Esta época es un desierto que crece”, “la oposición es nula”, “está todo por reinventar”, “la catástrofe está aquí, no se puede esperar más”. En definitiva, ya no se puede esperar al Bloom.

La tarea ahora es reabrir la cuestión revolucionaria y retomar todos los problemas que quedaron suspendidos con la derrota de los movimientos de los 60-70. Dar inicio a un proceso de recomposición de las fuerzas que podría llevar el tiempo de varias generaciones. Fundar una nueva “posición” espiritual y material capaz de entrar en juego históricamente. Reinventar la idea de comunismo como horizonte y práctica existencial concreta. Y darse para todo ello lugares, experiencias y mundos, (relativamente) por fuera de las “metrópolis de la separación”. Los textos del Comité Invisible son los distintos momentos de la cartografía en movimiento de esta apuesta, siempre en relación con las formas cambiantes de la dominación y con el presente de luchas que las desafían.

La fuerza de la voz del Comité Invisible es indudable. Constituye uno de los “colectivos de enunciación” con mayor eco en los debates políticos radicales, sin frecuentar además ninguno de los formatos típicos de la comunicación contemporánea: la Universidad, los medios de comunicación, las charlas y las conferencias, el nombre propio del autor que firma sus libros… Con toda seguridad, la operación policial que se abatió sobre los “presuntos autores” de La insurrección que viene en el pueblo francés de Tarnac amplificó su mensaje, pero sería muy reductor ver ahí la clave de toda su potencia de afectación. Lo que seduce es el llamamiento a vivir la aventura de reinventar la revolución en un mundo que parecía haberla descartado ya por completo después de los desastres del comunismo autoritario del siglo XX, vivir de ese modo todo lo que hasta ahora varias generaciones nos habíamos conformado con leer en la literatura revolucionaria del pasado.

Ese llamamiento lo transmiten con una fuerza irresistible de contagio a través de la potencia de la escritura y la creación conceptual, de la audacia y la determinación que vibra en sus escritos, de la exigencia que se intuye entre líneas a reunir de nuevo la palabra y el gesto, del corte tajante que se efectúa con la simple crítica-crítica de la izquierda, el cinismo posmoderno y la nostalgia repetitiva de los que se acercan al pasado pero incapaces de traducir sus intensidades al presente.

Pero el desafío de pensar y organizarse en un “afuera relativo” y “vivir como revolucionarios” parece haberle requerido al Comité Invisible dejar atrás el Bloom, abandonar esa figura, ese trabajo de elaboración, esa línea de experimentación. Queda simplemente como un “punto de partida”: la derrota, la orfandad y la debilidad de la que se viene. El punto cero en el que da comienzo esta nueva ofensiva revolucionaria.

 

Frecuentar al Bloom

La apuesta del Comité Invisible es sin duda fascinante, hemos dedicado tiempo en otros momentos a meditar sobre sus aportaciones (5). Pero, ¿se pierde algo al dejar atrás al Bloom? Creo que sí, un cierto revulsivo. En lugar de “dejar atrás” al Bloom, podríamos aprender quizá mejor a “tenerlo siempre al lado” durante el camino.

En las plazas tomadas por el movimiento 15M en todas las ciudades de España, una experiencia muy sencilla y a la vez impactante era simplemente caminar unos cuantos pasos en cualquier dirección de salida: la normalidad de la sociedad de consumo se reproducía allí (aparentemente) imperturbable. Sólo unos metros separaban las intensidades extremas vividas en un espacio “otro”, arrancado por un momento a la dominación, y el consumismo que se despliega a diario en el centro de las grandes metrópolis.

Recorrer esos pocos metros suponía un choque sensible con la indiferencia del Bloom. Podemos considerarlo simplemente como “la parte alienada” de la sociedad a la que acabaremos conquistando mediante la extensión nuestras plazas y nuestros mundos. Es una manera de relacionarse con él sin dejarse tocar. Pero podemos también dejarnos interrogar por ese silencio y esa distancia, por “el infinito misterio del hombre común” de que habla Tiqqun en su Teoría del Bloom. Nos volveremos así quizá menos ingenuos, menos autocomplacientes en nuestras burbujas, menos épicos en nuestras retóricas y propagandas…

El Bloom puede enseñarnos igualmente a mirar mejor o al menos dos veces esa “normalidad”. Porque, ¿dónde se había “cocinado” lo que de pronto ocurría visiblemente en las plazas si no era invisiblemente en medio de esa “normalidad” de los trabajos, los grupos de amigos, las familias y las redes sociales? No hay nadie normal, nunca puede subestimarse la potencia de lo anodino.

Hay resistencias imperceptibles a primera vista, que disputan “dentro” de los espacios de la dominación (una escuela, un hospital…) y no buscan ningún “afuera” alternativo o de pureza revolucionaria. Se ponen dentro y al margen, dentro y a un costado, dentro y contra. Dejarse afectar por ellas -escucharlas, con confianza- es el único modo de poderlas afectar a su vez, esto es, de poder mantener con ellas un diálogo vivo del que aprender algo. Sólo hay diálogo si estamos en igualdad, la igualdad ante la crisis de la presencia que nos amenaza a todos. Este es el sentido más profundo del lema “Somos el 99%” de los movimientos de las plazas: en absoluto un simple enunciado estadístico, sino una afirmación de igualdad.

Se conspira también “desde dentro”. De hecho, las conspiraciones que se dan “afuera” corren muy fácilmente el riesgo de ser identificadas, aisladas y neutralizadas. Los márgenes y los marginales siempre han sido funcionales al poder del centro. Si se trata de “partir de lo que hay” y no de un modelo a seguir, de partir de las potencias del presente allí donde cada uno esté y no de una abstracción, de partir de esa “red de cosas, de costumbres, de palabras, de fetiches, de lugares y solidaridades que conforman nuestro mundo sensible” de que nos habla el Llamamiento, ¿cómo podría estar todo ello “afuera” y no justamente “en medio” de la sociedad establecida?

Puede decirse sin duda que toda resistencia “interior” tiene problemas y se arriesga “a perder el hilo de lo que se hace, a no percibir el sentido de la conjura” (Ahora). Pero también los “relativos afueras” tienen sus propios problemas: las “zonas liberadas” se rigidizan y se acartonan en identidades. Mil filtros invisibles se dedican entonces a controlar la reproducción de tal o cual identidad convertida en la finalidad secreta de la experiencia. Lo hemos visto mil veces y el mismo Comité Invisible habla de ello. En verdad no hay “región subversiva”, lo subversivo siempre está de paso.

Estar en contacto con el Bloom significa también estar en contacto con el Bloom en nosotros mismos: miedos, dudas, vacilaciones, ambivalencias. La imagen viril del revolucionario incombustible y “de una sola pieza” -todo energía, certezas y disposición al combate- descuida al menos la mitad de la realidad, compuesta siempre de claroscuros e impurezas, de mareas altas y bajas, de preguntas y dudas.

El tono del Comité Invisible es, con el fin de romper con los cinismos y los cansancios de la época, saludablemente afirmativo y energético. Pero cuidado con que la afirmación energética se convierta en un voluntarismo que resuelve los problemas a base de moralismo y deber-ser. El deseo revolucionario desacelera, los movimientos y los lazos de amistad se disuelven, hay “vueltas a la normalidad”, conflictos y desgarros fuertes en las comunidades, las palabras se separan insensiblemente de los gestos, se dan crisis de orientación, fases de inercia… Y todo ello no sólo por cobardía o por falta de voluntad revolucionaria, sino porque lo existencial y lo político (afortunadamente) nunca están soldados o fundidos. En el intervalo habita el Bloom. Hay que aprender a tratar estos problemas sin dejarse ganar por el derrotismo, salir de la alternativa entre voluntarismo o resignación, aprender también a comunizar los problemas y compartir su elaboración.

Frecuentar al Bloom puede ayudarnos a evitar el peligro de ideologización o moralización de las prácticas políticas, ese voluntarismo incapaz de escuchar el deseo, sobre todo cuando los deseos son “inapropiados” o “inadecuados”: todo aquello (y es mucho) que no encaja en el molde del deber-ser revolucionario en cuanto a las relaciones comunitarias, amorosas, la vida colectiva… Puede ayudarnos a alejar la tentación del vanguardismo que siempre sabe lo que hay que hacer y baja línea: el Bloom se burla despiadadamente de los dadores de lecciones, impone un realismo y nos baja los humos. Puede ayudarnos a mantener siempre la tensión del nosotros hacia su afuera, para que las comunidades no se acartonen en identidades, etc.    

 

Muro de imposibilidad

El pasaje a la potencia no puede ser directo. Hay que atravesar, dice Deleuze, un “muro de imposibilidad”. Un muro de no-poder, un muro de no-saber, un muro de no-querer… Sólo se crea una línea de fuga (poética, creativa, revolucionaria…) frente a un muro de imposibilidad. El Bloom es justamente ese muro. Todo lo complica. Se nos resiste. Se ríe de nuestros proyectos. Hay que atravesar ese muro una y otra vez.

“Bello como una insurrección impura” leemos en una pintada que se hizo al calor de una manifestación de los Chalecos Amarillos en París. Esa pintada ha sido recogida como motivo de reflexión en el prólogo a la edición italiana de los escritos del Comité Invisible (6). La revuelta más radical, se dice ahí, viene hoy del corazón de la normalidad: los “ciudadanos que se sienten estafados” por las promesas que creyeron y nunca se cumplieron. El Comité Invisible sigue por tanto atento de algún modo al Bloom y sus levantamientos…

¿No habría que acompañar entonces las insurrecciones impuras de una teoría que sea impura también? Empezando por unas gotas de humor y humildad: humor y humildad en primer lugar con respecto a nosotros mismos y a nuestro “papel en la Historia”, a la vez muy importante y completamente insignificante; humor y humildad igualmente para poder mostrarnos vulnerables e inacabados, también en la escritura, desposeídos de saber y a la escucha. Necesitados por tanto del otro al que nos dirigimos, en estado de amor.

Notas:

 

  1. 1. Este texto fue escrito con ocasión del libro Llamamiento – Imaginación Radical del Presente, que será publicado próximamente por la reciente editorial brasileña independiente GLAC ediciones. El libro concatena cuatro textos anónimos que presentan un fuerte vínculo en el pensamiento acerca de la comunización, presentificación del comunismo, y la crítica política al régimen de gobernanza occidental-capitalista. Son, en orden cronológico, Ai Ferri Corti, texto surgido en Italia en el año 1998; Appel, distribuido en las calles de París en 2003; Hello, aparecido en los Estados Unidos en el año 2013; y por último, How to Start A Fire, escrito y publicado en varios idiomas en 2015. Para acompañarlos, la edición procuró implicar otros textos de participantes que tratan de discutirlos a la luz de sus contextos e intereses: los españoles Ignacio Castro Rey y Javier Turnes, los franceses Gilles Dauvé, Karl Nésic, Leon de Mattis, la norteamericana Critila y el brasileño Zenite.

 

  1. Teoría del Bloom, Tiqqun (Melusina, 2005)

 

  1. Llamamiento, sin mención de autor (Acuarela Libros, 2009)

 

  1. La insurrección que viene (Melusina, 2009), A nuestros amigos (Pepitas de Calabaza, 2015), Ahora (Pepitas de Calabaza, 2017).

 

  1. “Reabrir la cuestión revolucionaria”, eldiario.es (23/01/2015) o “Habitar el presente”, eldiario.es (5/01/2018)

 

  1. Se puede leer aquí en castellano: https://tinyurl.com/y25pe64h

 

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