La gorra que se convirtió en Corona // LTA

“Tenemos que imaginar que las cosas pueden ser de otra manera. 

Si no podemos imaginar un mundo distinto al desorden establecido, 

moriremos”

Donna Haraway

 

La cuarentena se sintió para muchas como un llamamiento al interior de la vida en un hogar que elegimos reventar desde hace mucho. La cuarentena caló en tareas domésticas, en cocinar, en mantener limpio, en estar “bien guardadas” porque estar sueltas pone en peligro al otrx. ¿Cómo hacer para no sentir que esto es lo más conveniente, si en realidad es lo que tantas queremos reventar a patadas desde hace mucho? Llamado a estar adentro, llamado a la pareja, llamado a la familia, a “cuidar y redescubrir lo verdaderamente importante”. 

Quizás sea importante decir que a las Thelmas y Louises, sus familias, sus amores, los interiores de sus casas y las buenas cenas les parecen cosas a cuidar pero no las únicas. Sentirse bien en un mundo tan achicado, tan constreñido, tan acotado puede volverse un peligro para nosotras ya que arremete contra el deseo de tener la vida en varios espacios y temporalidades distintas. Entendemos que es momentáneo y circunstancial, que es “necesario” pero en esa comprensión de la coyuntura aparecen mecanismos que nos convocan a la regulación. Operaciones cotidianas que convocan a la buena moral y que en este tiempo tan excepcional, pueden volverse más visibles por lo bestiales. 

 

De la obviedad de los modos de cuidado 

 

El aislamiento social y obligatorio se desplegó como una serie de indicaciones sobre prácticas a evitar para cuidar al otrx. Tiempo de crisis, de pandemia. Un montón de frentes que cuidar y ninguna experiencia previa de cómo transitar por acá. Ante el llamamiento a entender que sobre todo hay que cuidarse de este virus, la vida parece reducirse a cuidarse de no contraer y transmitir el virus. Nos convertimos en cuerpos vigilados y peligrosos, se vuelve agotador tener el cuerpo bajo lupa y en control estricto sobre cuán responsables venimos siendo.

Entendemos que la excepcionalidad de la situación obliga a gestiones novedosas, a armar sentidos nuevos, a ver cómo, pero lo que nos agota es la marcación moral encubierta de cuidado que indica “un” modo de vivir responsablemente. 

Decimos encubierta porque es difícil pensar que algo que refiere a “cuidados” sería negativo o perjudicial. Sabemos, porque La Tenemos Adentro, que no siempre el bien contempla al otrx, que el bien está incluido en el libro de buenos usos y costumbres, y por lo tanto, trae consigo, la mayoría de las veces, mucha carga moral.

Cuántas veces escuchamos: “te lo digo por tu bien”, pero, ¿qué es el bien?; o: “yo sé que vos estas tratando de hacer x cosa, pero para mí estás descuidando asuntos importantes de la vida”, y ¿qué es lo importante? Más allá de las lecturas epidemiológicas y de las políticas de estado, estos discursos habilitan un engorramiento individualizado que marcaría por dónde ir y qué es lo que deberíamos cuidar. Una marcación que entendemos, no es necesariamente una operación consciente. 

 

De los micro revanchismos adoctrinadores 

 

Si una persona decodifica, por ejemplo, que en esta coyuntura no habría que abrazarse con nadie o asistir a una reunión, ¿qué la llevaría a explicitar eso, si ya resolvió para sí que es lo más responsable? Escuchamos: “¿Vos podés garantizar que no tenés corona?” Entendemos que es difícil ver que otrx realiza acciones que una querría pero que se ven interrumpidas por otras fuerzas (miedo, sobretodo). Como un mecanismo para validar la propia posición y la emoción que prima decimos, por ejemplo: “yo no voy a ir y creo que aún no es momento”. Sabemos que eso, lanzado así, la baja, regula, tira para el lado de quien lo dice. Convoca a la parálisis. Preguntarle al otrx si le voy a poder abrazar cuando, por ejemplo, sabemos que le otre abraza, es un modo de pedir que la responsabilidad de lo que pudiere ocurrir quede del lado del que autoriza. 

Queremos ser claras, entendemos que parte de vivir, en general, y de atravesar una situación de excepción tan radical implicaría, en el mejor de los casos, contar con lxs otrxs para pensar modos de cómo hacer. No creemos que se trate de resolver en soledad siguiendo cada quien su criterio y no comunicarlo. Pero se siente tan distinta la pregunta sobre cómo resolver evidenciando la afectación, diciendo qué es lo que vamos sintiendo atravesadxs por miedos/dudas/angustias, a convocar al otrx a que no haga porque una no puede/quiere. 

Onfray dice que a veces se desprecia lo que no se puede o sabe cómo alcanzar. Allí aparece el juicio como revanchismo ante lo que no puedo en mí. Seguramente cada unx puede recuperar en su historia momentos en los que ha enjuiciado algún modo de vida con el que después puede vincularse más livianamente. Siempre es menos trabajo mirar al otrx que unx mismo y quizás por eso la fuerza de algunos frentes: es más sencillo ser de derecha, creer en dios, creer en el bien y el mal. Es más pesado, más denso, pero más sencillo. Entendemos esto descansa en que existe un guión estructurado milenariamente estableciendo clasificaciones y limitaciones, una fuerza en automático que no se discute. Hablamos de la posibilidad que implica revisar qué me afecta, y asomarse a aspectos propios que une evalúa como oscuros. Desarmar eso requiere disposición a meterse en un barro propio que a veces es difícil. 

 

Saber todo del otrx. Banalizar la intimidad

 

Un virus tramposo que es tan fluido como el capitalismo, se nos fue metiendo en las vértebras y comenzó a operar. De algún modo, intensifica esta posibilidad de creer-nos autorizados a avanzar sobre el otrx, a saber del otrx y de algún modo, irnos sobre el otrx.

¿Cuales son los efectos? Un borramiento de la otredad, que de alguna forma nos lleva a lo Uno, a lo universal, a lo único. Darle lugar al otrx para que nos diga lo que tenga ganas de decirnos y hasta donde quiera decirnos. Que sea el otrx también el que evalúe la situación (de juntarse o no, de tomar el mismo mate o no), darle crédito al otro, entendemos que ese es el límite. Si una persona no dice algo, ¿por qué siento que puedo preguntar? ¿Qué es lo que se legitima ahí? 

 

Lo bestial en la pandemia como potencia 

 

Del mismo modo que la pandemia nos puso de cara a preguntarnos (en el mejor de los casos) sobre modos de vida o acciones de la cotidiana que eran vividas como evidentes y naturales (la velocidad de los días, los abrazos y los encuentros o su falta, la interioridad de cada casa y la vida que nos veníamos armando) se desplegó la posibilidad de revisar cómo nos regulamos y regulamos a les otres desde ese “no saber hacer”. 

Estamos frente a un escenario de excepcionalidad atronadora y esto abre posibilidad. Posibilidad de revisar cómo construimos y resolvemos las preguntas de lo que implica cuidar y ser cuidado. Posibilidad de hacer evidentes los automatismos incorporados sobre lo que hacemxs cuando le otre, por alguna razón, nos inquieta. Posibilidad de  complejizar la idea del cuidado, posibilidad de preguntarnos cómo. 

“Yo estoy mal, vos me bancás. Vos estás mal, yo te banco”. La pandemia nos deja a la deriva de nuestros males internos/externos ¿Cómo los enfrentamos? ¿Cómo miramos el hueco que tenemos dentro y que viene de afuera?

Si el otrx se transforma en un repositorio de mis tristezas, para luego yo ser el del otre. Si hacemos un ranking de quién la pasa más mal en la pandemia, si lamemos nuestras heridas solxs y esperamos que el otrx nos salve ¿Es así cómo nos cuidamos? 

¿Por qué no nos preguntamos juntxs por el vacío? ¿Por qué no podemos sentir que estamos juntxs en esta? Nadie se salva solx, pero ese nadie tiene que estar dispuesto a ser alguien, no desdibujarse, no arrojarse al otro como algo vacío, como un peso que debe bancar. 

 

Y entonces ¿cómo?

 

¿Se trata de no preguntar? ¿Se trata de no decir? De a ratos sentimos que quizás lo que debería orientar es la pregunta sobre unx mismx: ¿qué me mueve a irme sobre le otrx? Ejercicio que requiere valentía, así es. 

Hay que animarse a ver en unx que muchas preguntas y señalamientos que hacemos son movidos por un vigilante interior. A ese también lo tenemos adentro, hecho carne. 

Hay gente que se lleva muy bien con tener una comisaría adentro y vive así. No escribimos para ellxs. Pero nuestras preguntas apuntan a quienes desean ampliar libertades pero sienten en sí mismxs esa incomodidad de la sobrejustificación propia, esa rumiación excesiva, para justificar/se los porqué de algunas acciones. Hacerse cargo de esa tensión y enfrentarse valientemente a esos aspectos que puedo desarmar, si tolero mirar lo que tengo adentro. A veces hay que desconfiar un poco más de lo que pensamos, detenernos a mirar si coincide con la vida que queremos a(r)mar. 

Es que LTA. De nuevo: Si una persona no dice algo que yo supongo le pasa ¿por qué siento que puedo preguntar? Si una persona resuelve que podría más livianamente con algunos señalamientos de sanidad ¿por qué siento que lo puedo interpelar?

Si podemos reconocer que lo que nos lanza a la pregunta a le otrx es la inquietud que nos genera que ese otrx pueda o haga lo que a mi me pone en tensión aún, quizás lo conveniente sea llamarse al silencio. Si suponemos que le otre anda en algo (lo que sea), pero no me lo compartió aún, ser cautos y llamarnos al silencio antes que poner al otrx entre la espada y la pared. 

Y entonces ¿cómo armar con lxs otrxs? Andamos sintiendo que para armar hay que estar en el encuentro lo más despojadamente de juicios sobre el bien y el mal vivir. Quizás sea desde afectaciones más sensibles, desde preguntas que den lugar a más preguntas, no que encubran respuestas. Y así, se crearán cuidados, para esta pandemia y para la cotidiana. 

Encontrarnos quiere decir que nos acompañamos y nos cuidamos juntxs, no puedo cuidar a nadie solx, me consume, me deja sin cuerpo. Hablar de “nos” quiere decir que estamos en relación, que nadie está arriba de nadie para salvar, que nos salvamos juntxs o no se salva nadie.

No se trata de que todo da lo mismo, sino de poder ir eligiendo qué mundos cuidar y sus modos.




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