Hacer vivir, hacer morir. Pliegues de un encierro que se extiende // Colectivo Editorial Tinta Revuelta – YoNoFui

Caer en cana es como dar un salto al vacío. Tener red cotiza en bolsa, es parte del capital que muchos no tienen, ni adentro ni afuera del penal. Una red que te contenga, que sea elástica, que en la primera de cambio no se desentienda de vos porque resultás una carga muy pesada de aguantar. Una red que te acompañe en momentos en que no muchos lo harían, sobretodo porque no tenerla, es parte importante del motivo por el que llegamos a un penal.

Dejemos a un lado, por un momento –y si podemos, para siempre– valoraciones morales, culpas y consecuencias. Los tejidos sociales comienzan a romperse mucho antes de llegar a la cárcel, se desgastan, empiezan a desintegrarse cuando quienes deberían acompañarte –tu familia, tus afectos– no existen o son cartón pintado. El mismo Estado te criminaliza cuando te echan de todas las escuelas, cuando te dejan viviendo en situación de calle como si fueras parte del paisaje, cada vez que no tuviste ni una porción de comida y te las ingeniaste creando las tácticas para sobrevivir al hambre, al despojo, al desamor y a las deudas que ya estaban sobre tu cabeza mucho antes de nacer. El tejido se rompe también cuando propios y extraños no te reconocen como parte de su comunidad o de su misma especie y te dejan como hija guacha tirada dentro de un penal, para que te arregles como puedas. 

La misma red que debería alojarte, envolverte, evitando la caída, incluso para que no te hagas daño a vos mismx, suelta sus hilos, cortándolos por lo más delgado. Esa ausencia de red es la que te imposibilita acceder a un arresto domiciliario o tener un “paquete” o encomienda con mercadería o productos de higiene. Esa red a través de la cual podés conseguir un trabajo si te vas en libertad, sin que te persigan por años tus antecedentes penales. La misma que por su inexistencia, te hará caer al vacío una y otra vez, para salir más hechx mierda de la cárcel. 

Adentro sólo te puede abrazar el compañerismo y los vínculos surgidos al calor de la convivencia y de compartir espacios que te sacan de la lógica penitenciaria. Semillas de organización, de lucha, que como raíces de cactus a veces tardan en prender en la sombra y en el aire enrarecido del “sálvese quien pueda”, del “entré sola y me voy sola”, pero que cuando lo hacen son persistentes, tan fuertes que cambian tu mirada sobre la realidad. Insisten en crecer y en crear canales fuertes como si fueran venas que intentan irrigar sangre en la tumba, bombear un corazón cagado a palos que quiere vivir. Quiere vivir a pesar de una sentencia que te declara medio muerta, porque para la comunidad ya no sos persona. Sos el porcentaje que no debería salir del que hablan los diarios, de los que no merecen segundas oportunidades, como si acaso, hubieras tenido una primera. 

Las redes que se forman dentro necesitan del aire y la luz de quienes vienen de afuera, la única forma de vencer al sistema que te espera con los brazos abiertos para que te hundas más.

Acá compartimos las historias de seis compañeres privades de libertad en distintos penales: Complejo IV y Unidad 31 de Ezeiza, Unidad 47 de José León Suárez y Unidad 33 de Los Hornos y otres que están en arresto domiciliario. 

Compañeres que pelean por la posibilidad de una vida lejos de la cárcel o del encierro, que luchan contra el COVID en pésimas condiciones de ali-mentación y sin elementos de higiene. Que cada día inventan estrategias para hacerse visibles ante una justicia y una sociedad que no las ve. Que luchan contra la impotencia de ser tratadas durante toda la condena como ciudadanas de segunda, un número de expediente, un apellido perdido dentro de un legajo en Tribunales. Compañeres que esperan hackear el algoritmo que declara que son “carne de cañón” del sistema y que intentan por todos los medios no tener que volver a la cárcel cuando salgan, como pudimos hacerlo varias de nosotras gracias al tejido de redes afectivas y políticas.

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