Fragmentos de lo indivisible // Jessica Pinkus[1]

La separación entre cuerpo, voz y palabra está calando hondo. Alerta!

Estas líneas intentan traducir una preocupación, articular un puente, hablar de una práctica. Parece alentador y necesario observar y  problematizar las relaciones en la triada cuerpo, voz y palabra. Caminar esta trama por dentro. Andar su nudo. ¿Qué sustancia tienen hoy las palabras? ¿Dónde se encuentran las sutilezas de quien habla? ¿Está presente la voz en el decir? ¿Hay un cuerpo vivo implicado en la comunicación? ¿Pueden las palabras ser el principal vehículo de encuentro en días plagados de corrientes de letras circulando por innumerable canales? Estas preguntas atraviesan mi práctica diaria. No por puro antojo me interpelan, se imponen en la escucha, se advierten en los cuerpos. Pareciera una tendencia en aumento, una avalancha absolutamente preexistente a estos meses de pandemia, que evidentemente encuentra en este paisaje una amplificación fenomenal.

Menciono a las palabras pues son ellas las inundan considerablemente nuestro cotidiano. En simultáneo deambulan cuerpos perdidos en su decir, voces estranguladas en su grito y su silencio. ¿Qué incidencia tiene esta desorientación en el devenir de un cuerpo social? ¿Qué padeceres impulsa esta disociación?

Advierto que el engrosamiento de este corpus va gestando una impotencia silenciosa, va sedimentando capas y capas de ficción, una separación dañina y peligrosa de las potencialidades y riquezas de un sujeto. La corteza cerebral al poder es un operador efectivo y contundente, que logra invisibilizar percepciones, ahogar sensibilidades e inhibir sutilezas de quien habla. Como si el universo de la palabra ignorara las experiencias constitutivas de la carne previas a la articulación del lenguaje. Desde luego no ignoro su valor, su belleza, su poética y sobre todo su inevitabilidad: somos seres hablantes. Pero parece oportuno preguntarse por su funcionalidad en estos días, cuál es la mezcla o desmezcla que alojan. Cuál es la relación entre ellas y el vaciamiento de lo que he denominado “cuerpovocal”.  

Adentremonos en el nudo…

Vayamos por unos instantes a ese tiempo constitutivo previo a la adquisición del lenguaje. Tiempos en los que cuerpo y voz juegan deliciosamente su partida. Imaginemos esa carne viviente atravesando un umbral e inundándose de estímulos: luces, colores, sonidos, texturas, temperaturas, intensidades, contracciones, palpitaciones, volúmenes y otras tantas experiencias que no podemos nombrar pues no son capturables vía la palabra. Esa instancia de cachorrx humanx, rica y poderosa aún no ingresó en esa traducción. Por supuesto la lengua ya está operando. Entonces, volvamos…  Toques infinitos, contactos múltiples e incalculables combinaciones entre ese ser viviente -encarnadx en un sistema altamente complejo- y otro sistema inabordable inasible y contingente, a saber: el mundo. Poros y agujeros singulares, más o menos dispuestos a ese cruce. Por un lado una estructura única y abierta altamente compleja regulada por el sistema nervioso. Por el otro, un medio infinito y particular. Dos misterios en encuentro permanente. Umbrales, agujeros habilitantes a desconocidas impresiones  en ese espacio tiempo que va desde el nacimiento al decir. Por supuesto estos canales de entrada y salida continuarán presentes en la relación de cada persona con el mundo. La pregunta es cómo. ¿Qué relación establece el sujeto moderno del lenguaje con esas experiencias? ¿Cuán vivas se mantienen esas puertas que han dialogado con la curva más rápida y extraordinaria en nuestro crecimiento? ¿Dónde han quedado esas porosidades a medida que va creciendo y se va engrosando el campo del decir? En tiempos plagados de discursos, pareciera que las palabras han olvidado a sus socios perceptivos, se han desprendido de la carne y han copado los canales de intercambio. Me pregunto si desde allí pueden vehiculizar voces y cuerpos despiertos, o por el contrario funcionan como efectivos opresores de los portales vitales de cada quien.

Para quienes trabajamos a diario con la posibilidad de articular las palpitaciones del ser hablante con su decir, es fascinante el brote del que somos testigo. Bajo la hipótesis de que la palabra en gran medida está contaminada, saturada o desarticulada, encontramos en lo infinito del cuerpo y la voz, la sorpresa de lo nuevo, la presencia del acontecimiento. Todo aquello, tan familiar, tan siniestro también, que está en nosotrxs como potencia y potencial. Por supuesto no es éste un despliegue que empodie las posibilidades del cuerpo sonoro y denoste la palabra. Prefiero dejar al margen tales binarismos y transitar estas líneas partiendo de una plataforma alejada de dichas estrecheces. Intento andar un puente. Articular un cruce que a mi entender pide atención entre cuerpo, voz y palabra.

He aquí mi desvelo: ¿cómo pensar cuerpos “empoderados”, si se desconoce sus fibras y sus tripas?, ¿cómo llegar a otrx en nuestro decir, si estamos disociadxs de nuestra voz?  Un grito, el canto, el silencio y la palabra tienen su llegada si hacen carnadura, pues es desde ahí que ha brotado su relación con el mundo, con les otrxs y con el lenguaje. Entonces, podemos pensar que quien se sabe en sus saberes carnales, en sus portales sensibles de intercambio, quien se escucha en sus frecuencias sonoras estará más alejado de la repetición de discursos ajenos. Saberse da sustento! Si nos acercamos a ese cuerpovocal explorador y perceptivo que nos permitió procesos de aprendizaje tan complejos y únicos en los primeros tiempos de la existencia, incluyendo la adquisición del lenguaje, probablemente nuestro decir actualice una consistencia singular. Y digo actualice, pues no se trata de ir a “buscar” nada a ningún “lugar”; está in-situ en la relación  y circulación cotidiana de cada cuerpo y cada voz.

Entonces, no es cualquier tarea la de propiciar ese encuentro. Quien ha incorporado desde su niñez el mundo principalmente desde su nariz, ¿puede hablar desde ahí?, ¿se le habilita esa traducción?; le Otrx  ¿le facilita o le veda ese saber privilegiado? ¿Y aquellxs que se saben desde la mirada? ¿Y quienes solo cuando tocan sienten que articulan pensamiento? ¿Y aquellxs que en el sabor encuentran el mundo? Todxs reconocemos a la voz como el vehículo necesario del lenguaje oral, pero cuantas posibilidades le brindamos a nuestra sonoridad una vez que se estampó la palabra. Una vez que aprendimos que la A es A, ¿qué alternativas tienen aquellxs que escuchan y fonan muchas A en la A? ¿cuánto propiciamos la multiplicidad sonora que tiene una palabra? Aquellos cuerpos que en sus primeros años han tenido su radar en el espiral sin fin de la oreja, ¿pueden, una vez inmersos en la circulación del lenguaje, incluir ese saber? Muchas veces se le adjudica a lxs “artistas” este campo, prefiero  preguntarme sobre esta asignación. Cada cuerpo que nace y entra en la trama social intercambia más o menos por alguna o varias de estas vías con el mundo. Todxs poseemos ese capital. Entramos al mundo con un cuerpo singular, con sus procesos de percepción ávidos y la capacidad de adquisición del lenguaje disponible. Es una fuerza y una oportunidad que en sí misma posee la alternativa de no quedar atrapada en la órbita del mercado. Cederle esa fortuna a una grupalidad es restarle este universal a cada persona.

Podríamos pensar entonces, que habilitar prácticas que reencuentran al ser hablante con su cuerpo y su voz, ligan su palabra a lo vital de su existencia y, por ende, se restan al corpus de palabra anesteciante. Podríamos pensar también que es una gran herramienta para restarse a si mismxs de la manipulación de unx otrx. Es por ello que es tan necesario hablar de prácticas. En este sentido no se trata aquí de agregar más cayos al territorio del ensayo, el pensamiento, etc. Tampoco se trata, en este recorte, de aportar viñetas que reflejen experiencias de mi práctica. Se trata de subrayar una necesidad de época, por supuesto con las particularidades que cada territorio aloja. De ensayar una invitación. Se trata de incentivar a prácticas que no disocien lo indisociable del ser hablante. Para quienes nos proponemos andar cotidianamente el campo de lo sensible, (en mi caso desde la práctica como psicoanalista, y como docente e investigadora) nos debemos  propiciar, estimular y calentar los motores de una calidad de práctica. Hablo de lo real de una práctica, aquella que lejos del engrosamiento del saber uniforme y tranquilizador, abra a múltiples direcciones, habilite angustias, se sepa inentendible e inabordable a primera mano, se reconozca asimétrica, torcida, compleja y hasta amenazante. Pero también hablilitante, potenciadora y agenciadora de un saber único e inigualable. Prácticas en práctica, que alojen modos únicos de oler, de saborear, de saltar, de fonar, de palpar, de moverse, de escribir, etc.  Y entiendo que es desde allí que la palabra puede cobrar relieve, enchufarse a su caudal; y es desde ahí que quizá tengamos la posibilidad de encontrarnos de otro modo. De entramarnos sin necesidad de ceder nuestra savia.

Para ello amerita mencionar un factor clave: el tiempo. El tiempo contemplado como continente de esta triada. Entender la práctica en alquimia con el devenir de la vida, nada compatible con la lógica de cursos. Si como seres hablantes somos un misterio, el abordaje de dicho misterio nunca tendrá la lógica de la adquisición programada del saber, ni de módulos de aprendizaje, ni tiempos establecidos a priori. Esos formatos, como principal espacio de experiencias, son agentes activos de la división de lo indivisible. Establecer un puente entre cuerpovocal y lenguaje demanda una inversión de la orientación de la mirada. No porque la orientación “de lo que sea” deba ser unidireccional, todo lo contrario. Pero en tiempos en los que la disposición es hacia el afuera, la práctica pide un giro compensatorio. Si nuestra voz ignora nuestros “modos”, nuestros “cosquilleos”, nuestros “estremecimientos” seguramente nuestra pisada sea lábil y nuestro devenir errático. Si queremos abrir la lengua, es decir, si queremos afianzar nuestras existencias con las sutilezas que posee, es fundamental reconocer esa brújula que nuestro sistema – más o menos – escuchó o ignoró, y embadurnar las palabras con esos matices, practicar la posibilidad de que, en el decir, se actualicen cuerpo y voz. Se encuentren. Entender la práctica como un modo de andar, de pensar, de hablar. Entender la práctica como un modo de estar en el mundo implica incluir todas las aristas de la complejidad que somos. Si hablamos inmersos en esta triada, si mantenemos viva su circulación, puede que nuestro intercambio sea otro. Quizá empecemos astutamente a ponerle dique a esa avalancha arrolladora de disociación embalsamante.

 

 

 

 

 

[1] Jessica Pinkus es psicóloga egresada de la Universidad de Buenos Aires, psicoanalista, docente y directora escénica. Su práctica e investigación transita, desde hace casi veinte años, la delicada intersección entre el cuerpo, la voz, la subjetividad y el espacio escénico.

Fotografía: Nora Lezano
Collage y Montaje: Ximena Niederhauser

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