Epílogo a Las máquinas psíquicas de Emiliano Exposto // Diego Sztulwark

Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas admite ser leído como parte de un esfuerzo más amplio por actualizar una desafiante tradición política intelectual que ha caído en desuso, cuya saliente más visible es el artículo La izquierda sin sujeto, escrito hace más de medio siglo por León Rozitchner. Se reconoce esta tradición por un gesto único y extremo que la sitúa desde el comienzo al borde mismo de la extinción. Su toma de partido (decidida y existencial) en favor de una revolución anticapitalista, resulta inseparable de una clara conciencia de los obstáculos que impiden su “tránsito efectivo” en el plano histórico concreto. El gesto es difícil, o complejo, porque comienza con una frustración, ya que la encrucijada en la que se adentra el deseo revolucionario es la del choque de la voluntad, siempre insuficiente, contra una realidad siempre más fuerte. 

En su perseverancia estratégica, esa voluntad inicial se le aparecerá como débil y abstracta. Será sometida a crítica, pero también a reconstitución, buscando en el pensamiento la fuerza de la que carecía. El proceso no carece de violencia subjetiva, y sólo esa violencia es capaz de sacar al pensamiento de su sopor autocomplaciente habitual.

Se trata de un circuito propiamente spinoziano. Tal y como aparece descripto en el apéndice de la parte primera de Ética, la potencia de pensar no se da de manera automática. La filosofía materialista precisa dar cuenta de la torsión subjetiva en la que el deseo se descubre prolongado en el pensamiento. El “tránsito efectivo” supone que dicho proceso puede ser colectivo, venciendo el terror vivido en el enfrentamiento. Sin la elaboración de ese terror, que siendo colectivo ha sido interiorizado bajo la forma de una impotencia individual, no hay sujeto para la izquierda. 

La señal de efectividad del tránsito, por tanto, supone un doble movimiento por el cual la angustia individual da paso a una experiencia colectiva nueva, y el pensamiento asume el medio formado por unas determinaciones materiales, como la condición en la que deberá convertirse él mismo en causa activa, capaz de producir efectos reales.

 

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Esta tradición, que no sé cómo llamar, pero tiene algo de spinoziana e izquierdista, adquiere en la figura de Rozitchner un matiz que a mi juicio la mejora, porque es capaz de pensar a fondo a partir de las derrotas sufridas.

Apenas resisto la tentación de referirme a una izquierda spinozista propiamente argentina, cuyo aporte específico sería partir de lo real de la derrota como exigencia materialista, para recomponer un deseo revolucionario efectivo. Es cierta evocación de este gesto lo que más me interesa del libro. Pero esa evocación no es directa. La presencia del filósofo en cuestión está en él diluida: presente en su ausencia, o mejor, dosificada en citas camufladas, como sucede con la subjetividad como “nido de víboras”, e incluso la referencia a un Freud ligado a Marx y la lucha de clases. 

En esas citas apenas develadas percibo el gesto agazapado de la abundante fraseología procedente del libro El Antiedipo, de Deleuze y Guattari. Hay allí una pregunta que hace de lo “psíquico” uno de los términos de una dialéctica desmitificante que permite comprender la ambivalencia de toda integración de lo subjetivo en lo objetivo. Al detectar lo subjetivo en lo objetivo como su contenido activo, se descubre la artificialidad de los cortes en nombre de los cuales la objetividad aparece escindida como un momento independiente, como peso de los hechos impuesto a los sujetos, como condena a la impotencia.

 

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Si insisto en prestar atención a la máquina psíquica León Rozitchner es porque en su manera de ligar lectura y escritura se ponía en funcionamiento este tipo dialéctica, capaz de desmenuzar las operaciones de su integración. Dicha operación equivale a fundar un punto de vista crítico del capital como relación social. Si el punto de vista del capital es el de la integración de la sociedad, la analítica de lo subjetivo integrado, si resulta capaz de captar las resistencias, las tendencias autónomas y los desconciertos, se convierte en perspectiva de una posible (contra) coherencia, sin la cual no surgiría nunca un punto de vista de izquierda. El punto de vista propio del capital es el de la integración que pulveriza el cuerpo sensible que resiste, el de integración fundada en la separación fetichista, en la que lo subjetivo quedaba subordinado a una objetividad preconstituida, y en la que cada instancia del sujeto resulta convenientemente devaluada. Una degradación en la que se vislumbra la continuidad esencial que liga a lo cristiano con lo neoliberal. 

El punto de partida de Rozitchner siempre fue Marx. No es fácil leer a Marx desde Argentina, prescindiendo de la lectura de Rozitchner. Se trata de un Marx tomado en la trayectoria larga de un materialismo sensualista, que va de las pasiones en Spinoza al deseo inconsciente en Freud. Desde ahí concibió su polémica con la comprensión racionalista e idealista del sujeto, en una línea espiritualista que remontaba hasta San Agustín, pasaba por Descartes y aterrizaba entre nosotros en el marxismo de Althusser y el psicoanálisis de Lacan; hoy denominado populismo de izquierda o “izquierda lacaniana”. 

Creo que la máquina psíquica León Rozitchner también está presente en la idea de que se escribe para estar en sincronía con las militancias; para participar de la lucha de clases. Como sucedía en El Antiedipo, sí, pero sobre todo, en las páginas introductorias de Freud y los límites del individualismo burgués.

 

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  Las máquinas psíquicas mantiene dos líneas de escritura. La primera va de los padecimientos a la revuelta, pasando por la crisis y soportando la reacción neofascista. Hay una segunda línea, que es la del propio entusiasmo de Exposto con ciertas ideas y ciertas lecturas. Un deseo de que la escritura haga converger ambas series. Una voluntad de feliz intersección, de encuentro entre los malestares, las politizaciones y la formulación de prácticas y enunciados. 

Si es cierto que la verdad debe ser creada, y esto vale tanto para las prácticas como para las teorías, el valor de los conceptos no debería ser medido por su capacidad para describir la realidad empírica de la precarización económica y psíquica, sino la realidad empírica de lo que puede ser esa precarización cuando es felizmente interceptada por conceptos y prácticas micropolíticas. 

El primer párrafo de este libro comienza con una cita apenas velada a El Antiedipo: “Nos dirigimos a los inconscientes que se rebelan”. Lo que llama la atención aquí es la enunciación en primera persona del plural. En el caso de Deleuze y Guattari, este “nosotros” se explicitaba como un “rizoma” que hacía del “entre” de los autores una multiplicidad. En el caso de Exposto, dicha multiplicidad se constituye por ese deseo al que hacía referencia en las primeras líneas. Hay un nosotros que apuesta a la producción de esas disidencias de los inconscientes. El primer párrafo dice así: “Buscamos aliados para una nueva lucha de clases”, que es como decir: “Hay un nosotros definido por una búsqueda”. Un nosotros en el que creo reconocer la presencia de otra escritura colectiva, una más activista, la del Comité Invisible. La hipótesis se confirma si uno lee con detenimiento la tercera oración: “Nuestros amigos están en las calles…”. 

El “nosotros” se establece por complicidad de luchas. Resta definir, en todo caso, en qué sentido es “nueva” esta “nueva lucha de clases”, difundida un poco en todos lados. Quizás Exposto alude a la novedad a partir de una convocatoria generacional, pero como el valor de lo generacional se establece a posteriori, es más interesante pensar que la misma proviene de los ciclos de recomposición de los malestares y las luchas. La propia pandemia marca un tiempo “nuevo”. 

El primer párrafo del libro termina con una frase que puede entenderse en esta clave de recomposición: “Un terreno sensible en el cual se realizan investigaciones militantes en diferentes prácticas”. Esa articulación entre ofensiva sensible y prácticas de investigación militante toca la intimidad de núcleos enunciativos presentes en el universal sensible de Rozitchner, el discurso de la feminista comunistarista Rita Segato, las resonantes intervenciones de Franco “Bifo” Berardi, y sobre todo, la intervención del Colectivo Situaciones entre los años 2000 y 2009. 

¿Cómo entender la política de escritura en la que esos nombres son al mismo tiempo evocados y suprimidos? La “nueva” lucha de clases se hace presente como una correntada que arrastra, subsume y amalgama nombres y palabras claves, y los recupera más allá de toda autoría, sin borrarlos o suprimirlos. La política de escritura militante de Exposto se da como un rapto de entusiasmo que quiere hacer funcionar, en un continuo, nociones procedentes de un lado y de otro, sin la molesta interferencia de la autoría. Esta relación entre entusiasmo y cita teórica eludida recorre el libro entero. Insisto: no es falta de reconocimiento a los textos leídos, es otra cosa. Es voluntad de funcionamiento. Sucede también con las preguntas que aparecen en la introducción. Según el curso sobre el poder que Deleuze dio sobre Foucault, publicado hace ya unos años por editorial Cactus, constituyen el método foucaultiano de estimación de las posibilidades de actuar en determinada coyuntura: ¿qué nuevos tipo de luchas surgen?, ¿qué nuevos modos de pensar y conocer?, ¿qué nuevas formas de vida? Luchas, ideas y sensibilidades constituyen la materia singular que, acorde a su disposición, nos permite estimar y evaluar nuestras intervenciones. Deleuze mismo aclaraba que estas disposiciones son variables, irrumpen como devenir atravesando la historia. Los años 80, en los que él mismo impartía su curso, era más bien una noche de las no preguntas. 

El texto de Exposto busca desesperadamente esa materia singular, situada y moviente en la que podemos actuar en un contexto de adversidad, cuando la amenaza de la noche de las no preguntas se cierne una y otra vez sobre nosotros.

 

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Lo que interesa en esta clase de textos es la pretensión de tocar el real al que apuntan, de afrontar eso que normalmente queda encubierto incluso en los discursos críticos. La mayor dificultad radica en atravesar la distancia invisible que se da entre la consistencia lógica de un discurso y su capacidad de participar del tránsito a la efectividad. Defender la posibilidad lógica de un discurso y concretar su posibilidad en potencia, son dos cosas distintas. 

En la obra de Rozitchner, esa diferencia se juega en el régimen de la guerra. En Freud y el problema del poder, la guerra es un asunto de fuerzas y enfrentamientos. De política real. De derrotas y revisiones dolorosas. De tácticas y estrategias. La guerra es el más exigente de los ámbitos en lo tocante al problema de la verdad y la verificación. Una nueva lucha de clases es también un nuevo terreno de verificación de las verdades sobre las que pronunciamos enunciados. 

Las máquinas psíquicas es más interesante cuando se lo lee atendiendo a la siguiente pregunta: ¿cómo leer y escribir luego de León Rozitchner? Al reconocer que la pura posibilidad lógica resulta insuficiente, se propone un punto de partida autoexigente. La pura posibilidad no colma la ruptura sucedida entre lo humano y el mundo. El pensamiento puramente lógico, con todo su prestigio, deja escapar lo efectivo del pensar. Su omnipotencia arroja impotencia como único resultado, y la impotencia como resultado no interesa. Interesa, sí, como inicio. No es lo mismo. Tomar en serio nuestra impotencia, ya sea intelectual o política, como inicio de algo, es algo completamente diferente, porque está ubicada, no en la conclusión de una pura posibilidad, sino en el inicio de una nueva efectividad. Nada que Exposto, como lector de Artaud, no conozca bien. 

El punto de partida de Las máquinas psíquicas es la impotencia de luchar como efectividad primera de una nueva lucha de clases, donde la lógica borra el obstáculo y la potencia nace de sentirse poca cosa en el choque con el obstáculo. No hay otro modo de tomar en serio la postulación de una “nueva” relación entre pensamiento y vida, en la que el saber es reemplazado por nuevas creencias y el discurso es devuelto al cuerpo. 

 

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Luego de años de comunicación intermitente con Exposto, hallo en algunas frases de este libro varios puntos de encuentro; proposiciones en las cuales se postulan la dimensiones cognitivas y terapéuticas como niveles de una disputa, y no como propiedad ya controlada por el capital como único sujeto. 

Si la “nueva” lucha es de clases, lo es porque son pensadas a partir de una “lucha” en la que las clases se conforman. Estas “clases” constituyen momentos de afirmación en el terreno del conocimiento y los cuidados, en un medio sometido a precarización, pero extrayendo de este medio disposiciones de lucha. Lo que me interesa de estas proposiciones es su carácter absorbente. El uso del término “precarización” es capaz de absorber al mismo tiempo la teorización “bifiana” y sus resonantes escritos sobre la precarización psíquica del cognitariado, y lo que el filósofo catalán Santiago López Petit y el Colectivo Espai en Blan han planteado sobre el poder terapéutico.

López Petit, en particular, es el autor de una filosofía entera que busca abrir el antagonismo sobre nuevas bases; localizando campos de disputa, donde tiende a regir la determinación. A la verdad evidente del realismo capitalista, le opone la verdad por desplazamiento, cuyo punto de partida es el malestar y el odio que esa realidad evidente difunde. Un Marx próximo al ya citado Artaud. 

Las máquinas psíquicas contiene enunciados absorbentes que tienden a pensar la inclusión de lo subjetivo en la objetividad. Si toda lectura se distingue de otras por el modo en que ciertas frases repercuten y operan conexiones en el cerebro-lector, en mi lectura de Las máquinas psíquicas resaltan frases como ésta: “Las crisis de las subjetividades están en el núcleo de la crisis de la objetividad”.

 

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En la línea de El Antiedipo, Exposto escribe: “Lo inconsciente es arena de las luchas de clases”. No es que haya un inconsciente por cada clase, sino que la producción del inconsciente es inseparable de estas arenas, de una tierra granulada en la que se da una disputa entre clases. Las tesis de la célebre querella de Deleuze y Guattari contra el psicoanálisis son conocidas: la reconducción del deseo al triángulo familiar, la práctica “psi” como parte de la axiomática capitalista, la insuficiencia de un discurso del deseo fundado en una filosofía de la negatividad (de las trascendencias), de la falta y la carencia, y del estructural lingüismo, con sus significantes amo, etc. 

Los autores propusieron su “esquizoanálisis” como alternativa. Una analítica del deseo adecuado a las prácticas de los grupos revolucionarios y los devenires minoritarios. Acorde con su postulación de una nueva lucha de clases, Exposto se propone una vía de actualización del esquizoanálisis. Del padecimiento a la revuelta. En su libro Spinoza ayer y hoy Toni Negri tiene la impresión de que la vigencia de El Antiedipo consiste, sobre todo, en la invención de nociones “maquínicas”. 

Luego de publicar dos libros claves, Spinoza y el problema de la expresión y Diferencia y repetición, Deleuze había operado una ruptura con la metafísica del individuo, íntimamente vinculada a la experiencia de la mercancía, la propiedad y la soberanía del estado. En El Antiedipo, Deleuze y Guattari desplegaron un nuevo espacio teórico, contextuado en una crítica del capitalismo contemporáneo, para estudiar la nueva composición de las relaciones entre humanos y máquinas, mostrando, sobre todo, dos regímenes en torno a los cuales se juega la posibilidad de una nueva inmanencia radical. 

En una célebre entrevista publicada con el nombre “Control y devenir”, Negri le preguntó a Deleuze por la posibilidad política de producir una coincidencia entre máquinas deseantes y técnicas, a través de una serie de actos comunistas de reapropiación de las máquinas técnicas del capitalismo postmoderno. ¿No sería su reapropiación una estrategia capaz de restituirle riqueza expresiva a los devenires minoritarios de los que Deleuze y Guattari hablaban en Mil mesetas

Deleuze dijo que no se trata nunca de una relación directa con las máquinas. Éstas no son sino la expresión de un funcionamiento colectivo de enunciación más amplio; cuestión que remite al capitalismo como axiomática. Para Deleuze no necesitamos más comunicación. Las palabras están tan podridas como el dinero. Más bien habría que sustraerse de la comunicación en favor de nuevos espacios silenciosos, aptos para aquello que realmente importa: los actos de creación. Y la creación es siempre resistencia a la muerte, extracción de vida a la muerte. 

Negri lee la respuesta de Deleuze como expresión de impotencia política. Una vacilación que impide saber qué implica, concretamente, la “politización” en el ámbito del deseo. Cuando Exposto escribe: “Los psicoanalistas no han hecho más que interpretar el inconsciente de diversos modos, cuando de lo que se trata es de politizarlo”, me asalta el mismo tipo de perplejidad. ¿Qué significa ésto? Menos resbaladiza y más orientadora me resulta esta otra formulación: “No existe ni una sola formación del inconsciente que no implique una investigación militante”. La articulación entre lucha de clases y formación inconsciente fracasa cuando un término aplasta al otro. De hecho, da la impresión de que El Antiedipo pretende aportar a la política fundada en la lucha de clases un aspecto del que carecía: una posición no servil del deseo. ¿Qué quiere decir exactamente “politización”, en esta actualización que Las máquinas psíquicas se propone hacer del esquizoanálisis? Una primera respuesta parece ser el clasismo. Politizar sería equivalente a asumir un punto de vista de clase. ¿Pero no es acaso un punto de vista que asume la conciencia? En el plano del inconsciente no hay teatro, hay fábrica. No hay representación, sino producción. Más que identificación con clases, se juega ahí la cuestión del enfrentamiento, como escribía Rozitchner en sus textos sobre Freud, en el cual lo deseante se subordina a las categorías y funcionamientos que organizan lo real, o bien apuntan a su profunda subversión, por medio de una articulación que será política en la medida en que se las arregle para dar curso a lenguajes, alianzas y estrategias, capaces de hacer crecer ese deseo de otra relación con el mundo. 

Es el problema que Negri le planteaba a Deleuze, sobre cómo el deseo se apropia concretamente de los medios de producción. Exposto apunta ahí cuando escribe que “la colonización del inconsciente es el resultado de la descomposición de los territorios obreros y populares. Depende a su vez de las reestructuraciones tecnológicas y laborales del capitalismo”. Creo que Deleuze podría responder que la colonización del inconsciente se produce en la formación propia de la clase como tal. Por eso el clasismo no implica por sí mismo una descolonización del inconsciente. Quizás durante fases de descomposición de las formaciones obreras pueda aparecer un tipo de clasismo más combativo. Algo de ésto pudo olfatearse durante el 2001 argentino

No se trata de una respuesta anti-obrera, sino de una teoría de la subjetivación en la que la agencia clasista depende de la liberación con respecto a la máquina social, que en el capitalismo opera axiomáticamente. Más que revoluciones, estos flujos libres crean enunciados “indecidibles” que pueden dar lugar a una recuperación capitalista, subjetivaciones neofascistas o devenires revolucionarios. Es en ese punto que urge la actualización del esquizoanálisis.

 

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Hay en el libro de Exposto una cita de un texto de Facundo Nahuel Martín sobre el problema del tiempo y las velocidades. Para salir del “realismo capitalista” habría en los marxismos dos tendencias básicas. Una aceleracionista, que pretende organizar el infinito a través de una reapropiación de la razón maquínica; y otra “gótica”, que aspira a hacer saltar la razón dominante mediante una ampliación de lo sensible. Exposto llama “aceleracionismo gótico” a la mezcla de componentes de ambas corrientes. Del aceleracionismo aspira a recoger un elemento de proyección, y del “gótico”, un espesor subjetivo, una “fascinación” con aquellos aspectos de la materia que la valorización capitalista desecha.

 

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Quiero decir algo más sobre cómo el llamado neofascismo le impone la guerra a los movimientos populares, y cómo éstos tienen que inventar modos de desactivarla. Por eso decía que urge la actualización del esquizoanálisis, más aún en pandemia. Rita Segato se pronuncia al respecto hacia el final de su libro La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juarez

Los movimientos populares no matan. Hace casi medio siglo que no practican la lucha armada por una razón relativamente simple. De los atentados anarquistas a las guerrillas de los años setentas, el problema de la contra-violencia sólo se plantea cuando la intensidad de la lucha de clases asciende a determinados niveles del enfrentamiento. Como lo explicó el general Karl Von Clausewitz, no hay guerra si la fuerza agredida no se defiende. Los sectores organizados políticamente desde el poder, en cambio, no han dejado de asesinar. Cada vez se muestran más dispuestos a defender la “libertad individual” y la “propiedad privada” a como dé lugar. 

Luego del aniquilamiento de las organizaciones armadas ocurrido en 1977, los movimientos populares desplegaron formas de lucha cuya violencia la violencia implicada en una huelga, un escrache o un piquete no aparejaba amenaza de muerte alguna. Aún así, esas acciones fueron interpretadas por los sectores de poder como un desafío directo a su modo de vida. De ahí que, incluso durante los últimos años, en la Argentina se sigan produciendo muertes políticas como las de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, en el contexto de la represión estatal a la lucha de comunidades mapuches en el sur del país; o el asesinato de Pablo Kukoc (rematado por el policía Luis Chocobar a pocos metros de distancia, cuando Pablo estaba ya herido y en el suelo). Asesinatos que el gobierno de Macri reivindicó como parte de la defensa de la propiedad privada, la libertad individual y la soberanía del estado. O las muertes de tantas mujeres violadas y asesinadas mediante actos criminales, que como nos enseñan los feminismos, son también actos de poder. Crímenes políticos. 

La performance de la derecha neofascista, acelerada durante la pandemia, plantea dos cuestiones que atañen a los planteos militantes de Exposto: ¿qué dimensiones puede adquirir este fenómeno en este momento histórico?, ¿cómo superar cierta impotencia política que parece caer sobre sujetos que suelen demostrar una capacidad muy superior de movilización, tanto física como mental?

Es imprescindible desarmar la paradoja según la cual quienes defienden férreamente el sistema actúan como si lo cuestionaran, y quienes lo cuestionan profundamente parecieran quedar a la defensiva. En función de este modo de presentar las cosas, la derecha más reaccionaria estaría logrando apropiarse de una actitud de rebeldía. Se los suele llamar «anti-sistema»; algo absurdo, ya que las manifestaciones neofascistas encarnan una defensa total del orden de la propiedad privada, del intercambio mercantil y de la idea de libertad individual que surge de dicho intercambio. 

Para defender el orden que sienten en riesgo, los neofascistas decidieron atacar lo que podemos llamar el “consenso”: un conjunto de restricciones perceptivas y lingüísticas que determinan lo que en la esfera de la comunicación suele llamarse lo “políticamente correcto”. Al atacar este consenso abren una brecha en el propio campo de la derecha, porque el consenso cuestionado no es otra cosa que la traducción burguesa en el estado y en los medios de comunicación del conjunto de las conductas sociales. Es, por tanto, una pieza fundamental del sistema mismo. 

¿Cuál es el contenido, el texto de ese consenso? Básicamente, se trata de una serie de eufemismos para excluir del mundo simbólico toda referencia a lo real de la desigualdad, del racismo, del sexismo, del odio, de la explotación y de la muerte. El consenso ha sido una pieza clave para que el sistema sea tolerable. Sin embargo, es en nombre de una defensa extrema del sistema que el neofascismo de hoy lo cuestiona. Entonces, no queda otra que preguntar: ¿quién ataca realmente al sistema?, ¿es que esta derecha, envuelta en un delirio de propietarios, ha enloquecido al punto de imaginar enemigos inexistentes? ¿Acaso la locura y el delirio no son efectividades claves, sin las cuales no se concibe la constitución de fuerzas históricas? Creen, ya que así lo dicen, que la propiedad y la libertad individual están bajo peligro. La pandemia intensificó ese miedo. Encarnan un presentimiento, una anticipación paranoica y preventiva de un hecho que todavía no termina de hacerse del todo presente. Intuyen una amenaza, por ahora virtual: la posibilidad de que parte de la sociedad reaccione contra la miseria que supone someterse a las categorías del neoliberalismo. Ven fantasmas y se aprestan a la guerra. La derecha procesa una evaluación práctica: ¿resulta conveniente romper este consenso, esta traducción burguesa de las relaciones sociales en el plano de la percepción y del lenguaje? Lo cierto es que incluso quienes adoptan compromisos con esta mediación consensual no dudan en violarlo cada vez que la defensa del sistema lo requiere. 

La paradoja se enuncia así: los grupos de poder desean asegurar los fundamentos del sistema muerte, despojo, explotación, sin evidenciar el carácter estructural de la división que promueve, y que sólo la lengua del consenso permite omitir o soportar. Ésto nos conduce al segundo problema. Lo único verdaderamente incómodo en esta situación es que las fuerzas que tienen legitimidad histórica para atacar al sistema, queden enredadas en la defensa de este consenso. 

En un artículo reciente, López Petit plantea que sólo si las izquierdas elaboran una relación no fascista con la muerte podrán situarse más allá del consenso, en el cuestionamiento del sistema. Se trataría, entonces, no sólo de plantearse una relación no fascista con la muerte y con el odio, sino también una relación no capitalista con la desigualdad y la explotación. Un modo de afrontar, sin hipocresía, y con un lenguaje directo y verdadero, cada una de estas cuestiones.

Algo que la cultura progresista elude sostenidamente, a pesar de contar con una entera filosofía argentina sobre la cuestión. Una filosofía que comienza con Rozitchner y resulta imprescindible actualizar por todos los medios posibles.  



Diego Sztulwark

Marzo de 2021



Presentación del libro Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas (La Docta Ignorancia, 2021): 

Martes 17 de agosto a las 20 hs.

Presentan: Vir Cano, Diego Sztulwark y Emiliano Exposto

Coordina: Tomás Pal

A través de Zoom y FB

 

FB: https://www.facebook.com/ladoctaignoranciapresentaciones

 

Zoom: ID: 851 9146 5239 Código de acceso: 591512

 

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