Entre el devenir perpetuo y lo invariante del habla capitalista: ¿Qué alternativas vamos a construir? // Úrsula Schneider

 

En estos tiempos subjetividades andan la vida por vaivenes emocionales, demandas ambivalentes acechan mientras nos deslizamos por los imperativos contradictorios del habla del capital, ¡sí, ninguna novedad! Mark Fisher escribe en Realismo Capitalista que vivimos en un presente continuo, tiempo verbal donde toma valor lo inmediato y lo efímero en detrimento de lo que pueda construirse a largo plazo. Habitar la inmediatez parece ser una exigencia inclaudicable y así vamos oscilando como ondas de radio que se polarizan entre la búsqueda del placer en el instante –por supuesto no en un sentido filosófico– y el displacer psíquico. En esa inmediatez vivires se nos pasan de largo.

Desde una lectura psicoanalítica podríamos decir que esta noción de vivir en el presente continuo se emparenta con el discurso capitalista que propone Lacan, donde quedamos gozando en nuestra propia individualidad, petrificados en el Uno y cautivos del pertinaz imperativo capitalista del consumo, con la falta siempre obturada. Si entendemos que la posibilidad de elección del sujeto se juega en la falta y que esta es condición necesaria para el Deseo, en estas coordenadas… ¿Cómo actuar conforme a Deseo que nos habita? 

En esta coyuntura pandémica abundan las conexiones virtuales y la imagen gobierna por antonomasia. Cautivas de la imagen vacilan las subjetividades entre la momificación del Uno y el desdoblamiento del Dos, así queda poco margen para la entrada en escena de un Tres que opere como posibilitador de movimiento, de circulación,  de metaforización y fuga. 

Lo cierto es que si nos detenemos a analizar los artefactos actuales del habla del capital observamos cómo esto se operacionaliza. Pensemos en las redes sociales, algunas de estas ofrecen una función llamada Stories donde lo continuo se exhibe en una góndola de imágenes que se suceden en un fluido de tipo onírico y efecto hipnótico. Allí, se teje un entramado de imágenes inconexas que inciden de diferentes maneras en los estados emocionales, un desfiladero metonímico sutilmente aturdidor. Los amontonamientos también pueden ser vacío, ¿en qué tipo de relatos nos  estamos alienando? 

Fijadas en el presente continuo subjetividades navegan por las aguas de las reacciones estandarizadas y recompensas a corto plazo. Paquetes de identidades clasificadas, flujo de información constante. Difícilmente algo permanezca en la memoria, aunque no es requisito construir narrativas –que nos sean las que nos inventamos de otros y de nosotros mismos– pues el olvido es el mejor aliado para el scroll esclavizante, ¿qué lugares hay para la enunciación cuando la memoria se desteje?

No resulta extraño escuchar el malestar que las redes suscitan en las subjetividades pues más de una vez aparece la intención de alejarse de estas y sin embargo cierto impedimento surge, parecería que esto implica un “quedarse afuera del mundo”, ser olvidadxs. Recuerdo una canción que dice: “Si no tengo nada que mostrar, nada para el like, estoy cancelada”. 

Desde estas tecnologías nos persuaden para que habitarlas se convierta en una necesidad, se nos configura para que nos familiaricemos y actuemos desde lógicas discursivas que responden a las lógicas propias del poder actual. Politizar estos artefactos es discutir cómo los mismos inciden en nuestra cotidianidad, en nuestras emociones, pensamientos,  vínculos, en  nuestra salud mental. 

En este sentido, si las redes se han convertido en artefactos que nos llevan a construir sensaciones en torno a imágenes –que no por eso dejan de ser sensaciones reales– se torna necesario que podamos dialectizar lo que nos sucede con estas, que podamos interpelar los enamoramientos, las identificaciones, los enojos, los malestares que emergen de las ficciones que allí creamos. Construir preguntas que interpelen qué de todo eso responde a una realidad virtual y qué no, posibilita salidas de los sentidos y los axiomas a los que estamos respondiendo donde lo que se negocia constantemente es nuestro potencial crítico.

Recuerdo un documental que se lanzó hace unos meses, El dilema de las redes sociales. Su transmisión por Netflix es un claro ejemplo de las perspicacias del habla del capital al momento de emitir mensajes que robustecen su propia existencia cuando las fallas de sus artefactos vienen quedando expuestas. Desde una perspectiva deleuziana-guattariana podemos decir en este punto que ante la imposibilidad de justificar lo injustificable, me refiero en este caso a los modos de precarizarnos psíquicamente, lo que hace el capitalismo es desarticular esos códigos para reformularlos y volver a lanzarlos reinstalandolos; de paso nos dice: “¡Ah, pero en esto no tenemos nada que ver!”. Es decir, este documental, como otros, exhibe ante nosotros nuestra propia disconformidad con el lugar que ocupamos en estas temporalidades precarizantes, no obstante continuamos consumiendo todo impunemente frente a la pantalla de su emisora que no es más que otro de sus artefactos. De esta manera, las hablas del capital nos demuestran a cada momento que transitamos una temporalidad sin ley pues resulta casi imposible convocar a un Otro que sancione cualquier hecho cuando nada es conclusivo, cuando todo puede re-metabolizarse, ser sometido a revisión y reformulación. Por este camino, ¿cómo puede el Otro ofrecer al sujeto un significante que sancione un conflicto con el objeto? 

Si en gran medida estamos advertidos en el fuero interno de cómo funcionan los algoritmos de las redes y cómo estos formatean nuestras subjetividades, ¿por qué externamente mantenemos una actitud conciliatoria y colaborativa con estas? ¿No hay alternativas? ¿Ya nada puede cambiar en los horizontes del cambio infinito? ¿Qué lugar queda para el Deseo cuando todo nuestro potencial queda al servicio de las elites? ¿Cómo fugarse de los códigos de subjetivación que proponen estos artefactos  aunque sigamos utilizándolos? En principio, habrá que apostar a la asunción de las incomodidades que invaden cuando surgen interrogantes que se tornan imposibles.

Insisto, es necesario politizar aquello que responde por un lado al imperativo de “Si no te adaptas quedarás afuera” y  por el otro, a la cristalización de los fundamentos del padecimiento cuando este es llevado únicamente a la esfera privada “Si no te adaptas es por tu culpa”, en este punto, ¿cuál sería una política de los síntomas de esta época para que su relevo no sea el de una resignación adaptativa a los modos del capital?  Si las posibilidades se presentan en este par dicotómico estar afuera o estar adentro tal vez las líneas de fuga consistan en invenciones de otros fuera-adentros. No estamos desconectados del mundo, el capitalismo está ahí, es una realidad y sus efectos sobre las subjetividades tienen consecuencias concretas a pesar de que estén tan  normalizadas. 

Si el capitalismo opera tan eficazmente desde un nivel macropolítico para incidir en la producción de subjetividades, ¿por qué resulta tan difícil que desde diferentes dispositivos a nivel micro podamos establecer políticas que se subleven?

El trabajo de análisis apunta a que el sujeto pueda encontrar sus modos de satisfacción por las vías de su singularidad y esos modos no se pueden ritualizar, no hay un universal. En este punto surge un desafío como interrogante, ¿cómo se pueden empalmar actos singulares con actos de creación colectiva que puedan subvertir las lógicas de aplastamiento subjetivo que nos atraviesan como sociedad? 

Si pensamos en las militancias que han luchado durante años por sus derechos, como es el caso de las identidades de género, podemos dar cuenta de que en ciertas ocasiones es necesario ir más allá, pues si se necesitan leyes que brinden marcos regulatorios y de protección, las disputas sólo pueden ser llevadas a cabo en un campo colectivo y en estos tiempos más que nunca es imperioso construir legalidades.

Creo que estos interrogantes son valiosos, sobre todo cuando parece que lo que está en juego es algo que resulta inefable, difuso y que si no se puede pensar es porque está por fuera de nuestro alcance. Tal vez el hecho de que no pueda ser pensado responda precisamente a un Real que subyace a las discursividades que se nos imponen como realidad, el pathos de lo oculto.






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