Anarquía Coronada

Enajenadxs. Salud mental y revuelta // Emiliano Exposto

 

Texto publicado en Revista Sonámbula: cultura y lucha de clases.

Vivimos una crisis de la salud mental. Las crisis económicas, ecológicas, sociales y sanitarias coexisten con crisis subjetivas. Síntomas políticos encarnados en nuestra vida personal, con efectos diferenciales y desiguales en nuestros cuerpos y mentes por factores de género, clase, raza, etc. La pandemia intensificó los colapsos afectivos, aumentando las experiencias de aturdimiento y cansancio, ansiedad y depresión, insomnio, estrés y angustia. ¿Cuándo no se producen estallidos sociales y cambios políticos, cómo politizar nuestros bloqueos y desbordes anímicos? ¿Si no hay explosión política, solo nos queda soportar la implosión psíquica? ¿Qué posibilidades emocionales podemos detectar hoy en la conflictividad social? ¿La crisis de una alternativa política al capitalismo se hace carne en nuestros malestares?
El deterioro de nuestra salud mental es la epidemia antes de la pandemia, ya que nadie puede adaptarse sin conflictos a una vida capitalista cada vez más invivible. El consumo de psicofármacos, el aumento de las consultas en servicios de salud mental, los abusos, encierros involuntarios y torturas psiquiátricas, las dificultades emocionales, el cuerdismo y el capacitismo estructural, las prácticas manicomiales, entre otros vectores, anteceden a la pandemia. Los efectos psíquicos del capitalismo evidencian que nuestras dolencias no pueden ser tratadas de manera individual, biologicista o en los estrechos límites de una atención profesional. Necesitan una respuesta colectiva para cuestionar las causas estructurales que hacen del capitalismo un sistema productor de sufrimiento psíquico.
En la pandemia, la salud y la enfermedad han sido utilizadas como motivos para disciplinar nuestros humores, reprimir las conductas inadecuadas y achatar los imaginarios populares, buscando normalizar la crisis para relanzar la acumulación capitalista. Tal es así que la contradicción entre capital y vida, señalada por los feminismos, parecería asumir la forma de una contradicción entre capital y salud colectiva. Dada la hegemonía del modelo biomédico y farmacéutico, cada vez más personas con malestar subjetivo somos etiquetadas y diagnosticadas. El consumo de drogas o alcohol, la alimentación y tantos otros comportamientos son tratados como “trastornos mentales”, medicando y patologizando las diferencias. Es en este marco que la crisis capitalista agudizada con la pandemia puso en la agenda de la opinión pública los problemas ligados a nuestra salud mental. Pero se trata de una omnipresencia tan banal, mediática y mercantil como individualista y estatal. Los episodios de Chano Carpentier y de la atleta Simone Biles, por ejemplo, pusieron el tema en boca de todxs hace semanas. No obstante, se habla de salud mental sin cuestionar las relaciones de exclusión, estigmatización y violencia que producen el cuerdismo, el capacitismo, el racismo o el sexismo funcionales al capital; sin visibilizar las muertes cotidianas en los manicomios, sin denunciar la sobremedicación de las infancias, sin oponerse a la psiquiatrización del mundo, etc. Si bien esta coyuntura democratiza los problemas de la salud mental, tiende a profesionalizar las respuestas a esos mismos problemas, acentuando los mecanismos de psicologización y privatización del dolor.
En nombre de la salud mental, se clasifican los cuerpos sanos y enfermos, normales y patológicos, las vidas valorizadas y desvalorizadas, las muertes que merecen ser lloradas y aquellas que no valen la pena. Se responsabiliza y culpabiliza a los individuos para no subvertir las causas estructurales del malestar. La crisis de nuestra salud mental no puede reducirse a la gestión de las dolencias personales, supone una disputa contra los límites sociales que impiden el ejercicio de nuestros derechos. El cambio psicosocial depende del reconocimiento de nuestra diversidad anímica, empoderando a las personas con dificultades emocionales. No somos enfermos o trastornados, habitamos pasiones y dolencias diferenciales. Atravesamos desigualdades en las relaciones de poder, no desequilibrios químicos. Si las industrias farmacéuticas buscan medicar nuestros malestares, los progresistas gestionarlos y las derechas criminalizarlos, nosotros debemos politizar nuestras tristezas, deseos y disfrutes. Es tiempo de crear alternativas por la justicia psicosocial.
Los problemas de salud mental son problemas políticos. No se trata de temas privados, son cuestiones sociales tan relevantes para la política revolucionaria como la crítica de la deuda y el ajuste, la impugnación de la propiedad privada, etc. La lucha de clases pierde espesor subjetivo cuando se banalizan las experiencias anímicas como problemas subordinados a la disputa gremial, programática o institucional. Nuestras emociones son prácticas construidas en las relaciones sociales, de modo que una política radical de los afectos precisa transformar las relaciones sociales de explotación y dominación del capitalismo patriarcal y colonial. Es necesaria una perspectiva antagonista para revertir las opresiones y privilegios de la máquina capacitista, sexista, cuerdista, clasista y racista que llamamos “sistema de salud mental”. Es prioritario forjar una conciencia colectiva contra la explotación de nuestros estados de ánimo, ya que nuestros malestares tienen causas políticas y económicas, antes que familiares, biológicas o individuales. Hoy el fascismo y las “nuevas derechas libertarias” son una forma de politización reactiva de nuestros malestares, dirigidos a reasegurar las estructuras de opresión de la propiedad privada en nombre de un supremacismo amenazado en sus privilegios. ¿Los activismos psicopolíticos podemos construir un frente de liberación psíquica colectiva para disputarle nuestros humores a los fascismos?
La crisis de la salud mental no puede superarse al interior del capitalismo y reclama una alternativa política anticapitalista. ¿Qué relación existe entre colapso ecológico, crisis habitacional, espacio urbano y deterioro psíquico? ¿Podemos coordinar una protesta existencial para reapropiarnos de los medios de producción de las subjetividades? La lucha por la “soberanía anímica” (Gabriel Rodriguez Varela) es un momento de la lucha por el cambio social, en la medida en que requiere combatir las estructuras que agravan nuestros padecimientos, tales como la precariedad económica y existencial, la concentración de la riqueza, la desigualdad, el extractivismo, etc. “No era depresión, era capitalismo”, sentenció la revuelta chilena de 2019, componiendo la liberación psíquica con el levantamiento social.
De acuerdo a Rafael Huertas Locuras en primera persona, presenciamos un “resurgimiento del activismo en salud mental, tanto profesional como en primera persona”. Hoy diferentes militancias y colectivos apuntamos en esa dirección en diversos ámbitos, laburando desde la participación comunitaria, el protagonismo en primera persona o la organización de lxs trabajadorxs y profesionales críticxs. Huertas señala que los textos y experiencias de Kate Millett y Judi Chamberlin, entre otrxs, son cruciales para una “nueva generación” de activismos, investigadorxs y personas con malestar. El libro Pájaros en la cabeza. Activismo en salud mental desde España y Chile de Javier Erro, es un material útil para ubicar experiencias del activismo en el movimiento social por la salud mental, donde se intenta conjugar la producción de conocimiento, reivindicación, acción directa y cuidado. Se promueven prácticas horizontales como alternativas de cuidado colectivo frente a las relaciones de poder entre profesionales y usuarios, basándose en la autogestión, el apoyo mutuo y los saberes subalternos. El sujeto del cambio social en salud mental ya no son lxs profesionales o familiares, sino las personas con sufrimiento psíquico o diagnóstico, usuarixs y ex-usuarixs, autodefinidas locas, con discapacidad psicosocial, neurodivergentes, entre otras.
Pensando en estas coordenadas, compartimos el libro Enajenadxs. Salud mental y revuelta. El volumen aporta claves para construir una salud mental popular y desde abajo. Enajenadxs podría ser leído como un archivo por el derecho a la disidencia psíquica. Se trata de un fanzine que reúne textos, intervenciones y experiencias de padecimiento subjetivo en primera persona. El compilado que socializamos está compuesto por una introducción, dos prólogos, los diez números de la revista, un anexo y un epilogo. Es una revuelta contra el psi-sistema. Esta versión publicada en España en los dosmil, recopila escritos que apuestan por una politización del malestar, como estrategia de transformación individual y colectiva. Abrevan en la antipsiquiatría, el esquizoanálisis, los movimientos libertarios, Foucault y sobre todo en las experiencias de lucha y organización de lxs usuarixs, ex usuarixs y supervivientes de la psiquiatría. Si el sufrimiento psíquico puede ser un punto de vista contra la normalidad, Enajenadxs se afirma como “una defensa de la anormalidad”.
¿Por qué recuperar Enajenadxs hoy? Porque las experiencias de politización del malestar en primera persona pueden ser una alternativa crítica ante las respuestas psicoterapéuticas, profesionales, estatales, biomédicas o mercantiles en salud mental. En medio de esta catástrofe, la salud en general y la salud mental en particular podrían ser reivindicaciones transversales para trazar alianzas entre diferentes frentes del cambio. ¿Qué relación existe entre la revuelta psíquica de Enajenadxs y las revueltas populares en Chile o Colombia?
Javier Erro comenta que la recopilación de todos los números de Enajenadxs se realizó en 2007 en España, bajo el título Uníos Hermanxs Psiquiatrizadxs en el “Taller de Investigaciones Subversivas”. Al oponerse a la criminalización del sufrimiento y a la individualización neoliberal, se propone una autogestión del malestar. Es una refutación del punitivismo terapéutico de las psicologías dominantes y un desacato de la patologización de nuestras diferencias subjetivas. Sus páginas nos otorgan herramientas para enfrentar, en nuestra propia vida, la violencia psicocapitalista, cuestionando el paternalismo normativo del progresismo psi y sus mecanismos de victimización y tutelaje, infantilismo y moralismo. Enajenadxs promueve el desacuerdo “contra viento y marea”, porque “nos etiquetan, nos encierran, nos drogan… somos socialmente indeseables y lo sabemos. La Norma nos ha herido por no querer abrazarla. Por nuestra parte, hemos declarado la guerra a la Norma”.
Una de las premisas de estas “intervenciones intermitentes” para las revueltas psíquicas colectivas es la siguiente: “el orden psiquiátrico se nos impone a todos, no sólo a quienes cruzan la delgada y difusa línea que separa la cordura de la locura, y lo hacen de una forma descarada… hasta para currar de teleoperadora es necesario «superar» algún tipo de prueba psicológica… El poder tiene demasiadas caras, y el poder de las psiquiatras, psicólogos, educadoras y otros «carceleros de mentes» rara vez es desenmascarado. Disfrazadas de Ciencia, de salud mental, de apoyo y buenas intenciones, desarrollan sus prácticas represivas al servicio de una normalidad que apesta”. La rebelión de lxs enajenadxs hace de la disputa anímica contra el realismo capitalista el terreno de una lucha de clases, contestando la banalización izquierdista de los afectos. Su propuesta: “sacar a debate dentro del gueto político anticapitalista el tema de la enfermedad mental, rescatar un frente de lucha necesario y vital para cualquier colectivo o individualidad que desafíe el orden social”.
En este marco, como dice Judi Chamberlin, “el punto de vista del malestar subjetivo” en primera persona puede ser crucial para empoderarnos y construir una epistemología crítica en salud mental. Necesitamos revertir la individualización de nuestros estados de ánimo y reconocerlos como una cuestión política. Como dice Mark Fisher, ¿si lo personal es político, es porque lo personal es impersonal? ¿Si lo personal es político, que sucede con lo íntimo?, ¿qué hay de común en nuestros afectos?, ¿necesitamos terapias para trabajar sobre lo íntimo y activismos para politizar lo personal?, ¿es posible componer terapias y políticas? ¿Qué significa politizar nuestros humores? ¿Colectivizarlos, despatologizar nuestras experiencias, sacar del closet nuestros malestares? ¿Cómo podemos crear estrategias de autonomía emocional que no busquen solucionar nuestros padecimientos, normalizarlos, cerrar nuestras heridas para adaptarnos a los estereotipos de superación, bienestar o capacidad psíquica obligatoria? ¿Todxs tenemos derecho a politizar nuestros malestares?
No podemos reducir las prácticas de politización a un mandato capacitista de movilización política obligatoria. En momentos de crisis, ¿desafectarse puede ser un modo de sobrevivir? La conexión entre nuestro malestar y el capitalismo no es sencilla. Los estragos psíquicos del capitalismo se elaboran activamente en nuestra vida personal. La desigualdad anímica depende de relaciones de poder. Si nuestras emociones son prácticas construidas en las relaciones sociales, el cambio en nuestra estructura de sentimientos es inescindible de la transformación de las relaciones sociales. Dado que cada cuerpo experimenta las opresiones de modo diferencial y desigual, la disputa anímica implica diferentes tiempos, tácticas y espacios. La relación entre malestar y capital no es lineal, como si dijéramos que con la superación del capitalismo se eliminarán todas nuestras dolencias. A decir verdad, no sabemos cómo sanar nuestras vidas y cambiar este mundo. Sin embargo, ¿la salud mental es separable de la lucha contra los límites que nos impone la normalidad capitalista?
En contextos de crisis de la salud mental y revueltas populares, Enajenadxs puede ser un archivo útil para dinamizar una liberación psíquica colectiva. Porque no hay reconstrucción del movimiento revolucionario sin recomposición anímica de nuestras propias fuerzas.

Para acceder al texto completo, presionar aquí: https://kupdf.net/download/enajenadxs-salud-mental-y-revuelta_58d1e7b3dc0d60db1fc346cd_pdf

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