El sujeto robado // Martín Coronel

Edgar Allan Poe desarrolló en el cuento “La carta robada” la siguiente idea: una presencia no se vuelve figura sin un sujeto que la recorte intencionalmente. La idea del cuento es encantadora en su simpleza. Un ministro de la corte de un rey francés roba una carta que compromete al poder. La corte sabe que ese ministro tiene la carta. Entonces se produce un empate táctico, un equilibrio inestable: el rey no puede actuar contra su ministro ya que este posee la carta comprometedora; el ministro no puede hacer valer el documento ya que es su salvoconducto y, una vez usado, su poder se desvanece. El relato se inicia con una conversación entre el narrador, Auguste Dupin y el comisario encargado de la investigación. El comisario acude, desahuciado, a los consejos del infalible investigador amateur Dupin. Le comenta cuáles fueron los métodos científicos, los más avanzados de la época, que se utilizaron en vano en la búsqueda del documento real. Concluye: la carta no está en la casa del ministro, y pregunta: dónde más la puedo buscar. Dupin le da su opinión: vuelva a buscar en el mismo lugar. Lógicamente, el comisario queda desconcertado. Pero aún peor es cuando Dupin encuentra la carta a simple vista, al alcance de la mano, en un tarjetero ubicado en la chimenea.

 

Dupin nos insta a buscar con “con otros ojos”. ¿Es posible esto? La empresa lo exige pero es muy difícil. El comisario llega al lugar con una carga vivencial y trata de aplicar el método aprendido en la academia de policía y en la experiencia. Pero es inútil. La realidad es terca e insiste en escaparse de los métodos. Hay una escisión entre percepción y realidad dada. El comisario cuestiona la realidad y se frustra, Dupin cuestiona la mirada y vence.

 

 

1. El qué de la cuestión

 

En La izquierda sin sujeto, León Rozitchner nos invita a un cuestionamiento similar. Nos dice algo así: hay que cuestionar todo desde las bases. Al sujeto también. El individuo que elabora la revolución debe ser cuestionado en lo más profundo e íntimo de su ser, toda vez que está constituido para reproducir la sociedad capitalista. Parece un razonamiento sencillo y vulgar pero no lo es. Rozitchner nos propone meternos con nosotros mismos, en aquellos lugares donde tenemos depositada la certeza más profunda de lo que somos y hacia dónde pretendemos ir.

 

Se sabe: el hombre es una “fuerza productiva”. Ahora, ¿hasta dónde le vamos a dar ese valor? ¿Sólo en el nivel superficial de elemento útil para la producción de mercancías? ¿O, también, lo vamos a considerar como autor de su propia existencia en su sentido total? Porque, ¿qué son las condiciones materiales de existencia? ¿Solo el concepto “Modo de producción capitalista”, o también es conjunto de relaciones vitales donde se insertan los sujetos y marcan las subjetividades? ¿Las relaciones afectivas, no son parte de las condiciones materiales de existencia (CME)? Si escondemos de las CME la afectividad, evidentemente creemos en el sujeto escindido burgués. Y ya no entendemos nada porque no nos entendemos a nosotros mismos. Es un latiguillo en la izquierda que “sin teoría revolucionaria no hay revolución” pero ¿entendemos hasta donde llega esa afirmación?

 

 

2. El campo del enemigo

 

El pensamiento burgués tiene dos fuentes fundamentales: el pensamiento humanista y el pensamiento matemático. En el campo del humanismo, como sea que se haya resuelto, la preocupación fundamental era el hombre entendido como el centro de las relaciones con la sociedad, la naturaleza y Dios. Ya no partíamos de la certeza divina como fundamento del ser y, por lo tanto, del pensar-actuar. Nos arrojaban al mundo y solo la locura no podía salvar. Acaso eso es de lo que nos previene Erasmo, la tensión entre la locura y sensatez, entre una fuerza que desata el deseo y otra que abre el terror, otra que mueve hacia la adaptación a una sociedad naciente que abandonaba un Dios para asumir otro: el Capital. Sin dudas, Erasmo es irónico en su “defensa” de la Estulticia, pero evidentemente esa tensión se ve, esa ambivalencia humana se va transformando en dualismo teórico.

 

La otra corriente, matemática, debe ser coherente consigo misma. Está corriente es un mapa: debe saber a dónde va y por dónde. Hay que encontrar un Principio de Razón Suficiente. Es necesario sopesar, comparar. Razona matemáticamente: separa el objeto del sujeto, separa el objeto en partes mínimas y una vez “entendida” cada parte las vuelve a armar como un rompecabezas. El hombre vuelve a ser víctima de manipulación y administración. Es necesario hacer balances, poner y sacar. Pero el hombre desatado no es pasible de control. Debe transformarse en mónada, debe ser una particular elemental en el mundo de las partículas. Del banquete desbocado de Petronio[1] a la alimentación frugal de Juan Vives[2], lo que media es la administración de los recursos. Debe ser pasible de ponerse y sacarse, en fin, de administrarse según las necesidades. ¿No es, acaso, el 17 el siglo del racionalismo? Un siglo que parió el racionalismo monista de Spinoza. ¿Pero no fue un Spinoza enloquecido expulsado de su comunidad?

 

Para no abundar, el individuo necesitó ser separado de su goce y su dolor, de su ser humano. Pasó a ser máquina, pasó a ser medio de producción en su modo más instrumental. Y el vaivén de lo individual abstracto a lo social abstracto. En sus mismos comienzos, los teóricos políticos comprendieron la necesidad de la adecuación a un orden superior. Thomas Hobbes ya nos advertía que el Pacto de Sujeción era eterno. Para siempre este Mefistófeles llamado Estado exigía a este Fausto llamado Pueblo la delegación de todos sus derechos. Posteriormente, estas ideas se modulan para no pasarse. Entonces, el Pacto de Sujeción no será eterno en la medida que es un contrato revocable, aunque los sectores dominantes no estarán muy de acuerdo con anularlo en ningún momento. El Estado será civilizado ahí donde el juez no se inmiscuya “en causa propia” como dice John Locke, aunque la clase dominante tampoco parece estar de acuerdo con este dogma toda vez que, por estos años, se empiezan a cercar las Common Lands (tierras comunales) a través de las Enclosures Acts o leyes de cercamiento. Al individuo abstracto corresponde una sociedad abstracta. Lo simbólico se escinde del ser.

 

Poco a poco se justifica delegar nuestra capacidad de acción en un Dios terrenal que está por encima de la sociedad: el Estado, que la protege, la cuida, la castiga. Y, sobre todo, la eleva al paraíso, o la condena la infierno. Más tarde, este concepto quedará elevado a dogma: la representación. Representantes abstractos de individuos abstractos: los ciudadanos.

 

Nos enseñaron con la Biblia y la espada o, más modernamente, con la escuela y la cárcel; nos enseñaron torturando nuestra carne y formando nuestra percepción a tener un juicio ajeno creyéndolo nuestro. Nos enseñaron a identificarnos con lo que no somos. Nosotros mismos no éramos nuestro cuerpo y su relación con el entorno sino nuestro reflejo en el espejo. Nos sacaron de nosotros mismos para ponernos en otro lugar: nos re-presentaron.

 

 

3 .Estado y ciudadanos.

 

Los problemas reales, encarnados, pasaron a ser problemas matemáticos: ¿qué significa que en 2021, en Argentina, el porcentaje de pobreza reconocido oficialmente sea del 40,6%? Es un problema matemático. Subir o bajar un porcentaje. ¿Ese es verdaderamente nuestro problema? El problema no es una circunstancia numérica (o monetaria), más concretamente, no es una circunstancia. La pobreza es una forma de degradación que se encarna en individuos reales que sufren privaciones que no son circunstanciales. La pobreza es una forma en la que se vive, y se muere. Mientras leemos esto hay individuos de nuestra comunidad que encarnan la pobreza y la sufren. Mientras leemos esto hay individuos que se están muriendo por cuestiones absolutamente evitables. El problema no es matemático, es vital. No es discutir, esperar y sufrir sino actuar acá y ahora.

 

El sujeto robado. Lo que nos pide Rozitchner es que identifiquemos al enemigo, y que primero encontremos esa parte enemigo que introdujeron en nosotros, esa parte que más consideramos nuestra ahí donde debería ser más ajena. Pero no es fácil porque como dice Poe, hay que ver nuestra realidad desde otro lugar, con otros ojos. Pero tenemos solo estos ojos, entonces deberemos hacer otros ojos, cuasi reales, traerlos de los más íntimo y primordial de nuestro imaginario. Esto es una lucha individual y social toda vez que nuestro cuerpo es motor de la acción social al mismo tiempo que soporte de los conflictos de nuestra época. Es el pliegue entre lo ejercido y lo sufrido, un presente cargado de pasado y anticipo de futuro. Por ello, sujeto de transformación.

 

No es sólo horrorosa la trama de torturas y desapariciones que las dictaduras latinoamericanas instauraron en nuestra región. Sino que, además, dice mucho sobre lo que somos. ¿Es necesario aplicar el terror sobre los cuerpos? ¿Por qué? Será que el cuerpo es el eje transformador. Pero el “robo de la identidad” de niños, es parte del “robo de la identidad” social. “Robar la identidad” no es una metáfora.

 

¿Qué parte de nuestra subjetividad nos han robado? Ese es un trabajo personal y comunitario a resolver. Cómo recuperamos esa facultad de ser “fuerza productiva” en un sentido totalizador, es decir, no en su dimensión mercantil, como reproductor social, sino en la dimensión humana de constructor de la propia vida.

 

 

4. De un lado al otro

 

Y en nuestro campo es evidente que no logramos articular un cuerpo y eso no nos permite ser una fuerza. Idas y vueltas, golpes y contragolpes. ¿Estamos asumiendo lo que somos o seguimos exteriorizando la imagen que asumimos de nosotros mismos? Debemos estar claros de una cosa: delegar es arrancar una parte nuestra para darla. Entonces debemos saber qué estamos en condiciones de arrancar y qué, no. El lugar nuestro es nuestro cuerpo y nuestra comunidad. Unirnos, juntarnos y dialogar. Comprendernos como colectivo concreto, como cuerpo individual y comunitario que, entendiendo su situación real, su ser real y avance sobre la escisión que se marca sobre las relaciones sociales. A partir de ahí, construir otras. Lo curioso es que la izquierda sigue impulsando un pensamiento “representativo” (sustitutivo de los cuerpos reales en su situación concreta) y “administrativo” (la política sería cuestión de poner y sacar recursos).

 

Parece que no se juega nada real. La frase “el proletariado no tiene nada que perder excepto sus cadenas” está bien si la entendemos en sentido metafórico. ¿Pero realmente pensamos que el proletariado, o mejor aún para acercarnos a la cosa, el proletario, no tiene nada que perder? Porque “el proletariado” está conformado por proletarios, entendámonos, por individuos que viven y hacen cosas y tienen relaciones. ¿Realmente pensamos que un individuo no tiene nada que perder cuando se compromete en la acción revolucionaria? Si así pensamos, seguimos creyendo en el ciudadano, en esa mónada que es un grano de arena en la playa. Grano que el viento puede mover de acá hacia allá, incluso eliminar de la playa sin que la playa se modifique en su concepto. Para construir ese proyecto, debemos reintegrarnos en lo que somos. Entonces, hay que impulsar el deseo, una democracia carnal y gozosa, o prolongar el terror y la tortura.

 

Porque el sujeto es al mismo tiempo que soporte de la transformación social autor de la transformación vital. El proyecto de recuperar el sujeto implica toda una conceptualización de lo presente y lo por venir. Porque si modificamos las relaciones sociales y, en vez de delegarnos en este, nos delegamos en aquel, seguiríamos imaginándonos en un lenguaje que no es nuestro habla. Entonces, nos condenaríamos al fracaso.

 

Por eso debemos volver a ver-nos. Impulsar lo que somos nosotros mismos, no aquello que hicieron con nosotros; impulsar ese proyecto que queremos ser como humanos.

 

¿”Qué Dios detrás de Dios la trama empieza”?

 

 

[1] El satíricon

[2] Sobre la educación

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