Anarquía Coronada

Detrás del vidrio: diario de la pandemia // Silvia Duschatzky

Hay vidas que necesitan existir para expandirse, otras sólo “respiran” al ritmo del flujo del capital. No pueden mutar, solo modularse en su propia materia. Para estas “vidas” la muerte no existe. Crecen en el sí mismo de la maquinaria mercantil, travestida, pero igual.

Reclusión obligada, conectividad obligada 24/7. El agobio es distinto pero agobio al fin. Impregnado de novedad radical, de no saber mañana, no sabe después, no saber cuándo termina, no saber cómo seguir…

El “acontecimiento” nos lanza a nuevos automatismos. En eso somos torpes, como el bebé que camina a tientas en su inaugural aventura bípida. Alcohol en gel, lavandina diluida, zapatos abandonados a la entrada de la casa, lavado hoja por hoja, billete por billete, alimento por alimento. Esta hiperexigencia sigue secuestrando nuestro tiempo vital y paradójicamente nos aferramos a prótesis finitas. ¿Es la vida que quiere perseverar en su ser?.

El ser de lo vital bucea en huecos de aire.

Avizorar otras formas de vida, necesita ahuyentar la cercanía de la amenaza, ahora mortal más que mortífera.

No hablemos del capitalismo en su misma lengua, la de la abstracción….las urgencias piden pragmáticas que frenen la suya, siempre atenta a la especulación canalla. No me envíen sesudas reflexiones…, no me ofrezcan soluciones…no hablemos igual que antes. La fragilidad humana se impone en su pequeñez y en su grandeza. El alma llora y ríe cuando lo que se aproxima huele a abrazo y a poema. “No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que puede tener sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada”, Clarice Lispector.

“La luna brilla en un charco de rabia”…canturrean niñxs que confinados adentro imaginan su afuera.

Del laberinto se sale por arriba: “ …llueven pedacitos de muerte por todos lados. Desde lo alto de mi piedra un gato negro clavó su mirada rubia sobre el pozo….en donde alguna vez vivieron mis grises y dilatados ojos. Con filosofía y altivez parece inspeccionar cada recoveco de mi alma, atrapada allí abajo, donde nada vive sin morir primero. El hueco en mi boca espera aquel grito sordo que espante a la bestia. Como el rayo aguarda el trueno con paciencia de hormiga…Acurruco coraje…tan solo un parpadeo para despegarme de los huesos que me aprisionan bajo tierra y volver al agua, allá Arriba…tan solo un parpadeo para volver a ser pez”, Leopoldo Marechal.

Y en la desesperación que huye del desconcierto se levantan maquinarias que no admiten que “continuar” es no escuchar el intervalo que nos “propone” el cimbronazo. Tareas escolares a distancia, conectividad a full. Profesores en soledad, enfrascados en sus disciplinas no pueden más que intentar aventajar inútilmente el tiempo involuntariamente interrumpido.

Encontrar juntos la pregunta, la tarea, la ficción, el juego…podría ser una manera de salir “del laberinto por arriba”. No es posible continuar…no es aconsejable intentarlo. Más bien navegar las aguas turbias hasta que algo renazca. Grupos de maestrxs suspendiendo cronogramas, arrimando alguna invitación. Ahí encontraremos los mejores aliados, los pibes.

 

28 de marzo
Coletazos de realismo. El virus no sólo carga con su fuerza genética infectable. El virus desparrama otras infecciones, tan mortales como su inoculación. La reclusión “protege” también de las proximidades. Del acceso a los recursos básicos de subsistencia. De la circulación urbana. De otros cuerpos. El común necesita “contagios”. No sea cosa que la inmunización anule al eros. El repliegue abre su reverso…y entonces sumamos una firma para frenar los femicidios y entonces le gritamos al chabón que cuarentena en la calle que ahí va una bolsa con víveres y un guiño de compañía. Y entonces buscamos maneras de seguir vivos, en la soledad y en la compañía mediada…

 


31 de marzo
Sospecho que no es lo mismo el virus que la experiencia virus. El virus nos mata pero no sólo si nos atrapa, nos mata cuando nos recuerda que allí, agazapada asoma la muerte. El virus derriba velos. No, el virus no, nosotrxs ofreciendo (le) la tierra del deseo. Cada vez que salgo a comprar una rutina antecede al momento de abrir la puerta. Guantes, ropa que luego me sacaré apenas vuelva, alcohol en gel en la mochila…no es inocuo este instante, ni los similares que le siguen adentro, montos de enorme energía se van sin recarga…

Atisbos de experiencia “virus” . Llego a la verdulería, unxs y otrxs guardamos la distancia prudencial, giro la cabeza intentando encontrar alguna mirada cómplice. Las calles casi desérticas. Miro el cielo mientras voy andando, instantes fugaces de “alegría” o algo así. Nacer es nacer al mundo. Es contra natura el encierro. Y a su vez nacemos otra vez cuando la pequeñez de los pasos, la mirada al horizonte, el deseo que esas dos cuadras sean eternas, el aire rozándonos, los rostros desconocidos que abrazamos con la mirada nos vuelven a la vida.

Me despiertan los pájaros. Algo vive aún…la escucha de un canto.

Me despiertan los pájaros, existo fuera de mí.

 

3 de abril
Olvidar el virus y hacer la experiencia virus. La experiencia de atender urgencias sustrayéndonos del miedo urgente. Un grupo de profesores se junta con la distancia que no obstruye cercanías y a la velocidad de la emergencia confeccionan protectores de acetato para los médicos y enfermeros de un hospital. La escuela se aleja del “valor de cambio” y se arroja al valor de uso. Desoye la continuidad pedagógica y se lanza a la continuidad vital y fraterna.

Escuchar las urgencias no es un andar desesperado. Ecos de pensamiento dejarán huellas en la invención de otras formas de escuela. De la mutación viral a la mutación de existencias. Escuela molecular se impone al modelo de escuela, a la molarización cansada y empequeñecida.

 


4 de abril
Hoy es sábado. Lo dice el calendario. No hay más señales. Sólo las sutilezas del ánimo me cuentan de alguna diferencia entre ayer y hoy, entre hace un rato y ahora.

Cuando iba a la escuela, tomábamos distancia. Un brazo alzado hacia adelante marcaba la separación que los ojos vigilantes chequeaban.

Camino hacia la farmacia, el cielo de un celeste inusual, el sol abarcando las calles. Algunos pocos caminan ensimismados enfundados de barbijos y guantes. Me ubico en la cola, a distancia del de adelante. No es necesario medir los pasos que nos distancian a unos de otrxs. El virus ya hizo lo suyo. La única señal es advertir al “semejante” en una peligrosa proximidad.

Mi cuerpo está cansado….el señor de adelante me cuenta como preservar al barbijo para que dure. Me distraigo viendo los bares alrededor. Las sillas en su interior apiladas. Gente tomando un café, leyendo, charlando…banalidades de “antaño”. Piden reiniciarse.

“Mi agenda” dice: a las 18 skype con una amiga. Skype, zoom, whatsapp, teléfono, Facebook. Variedades igualadas en la ausencia de piel.

Hace días que intento pintar… aún no pude. Hay tiempo.

Una amiga me cuenta que casi se incendia su edificio. Sus moradoras son mujeres mayores, no tanto y más jóvenes. Un ruido sordo, monocorde se infiltraba en su casa. Luego el humo, su olor, su pesadez. El parate aguza los sentidos. Se juntan algunas. Los peligros sorprenden donde no imaginamos. Algunos necesitan tribu para conjurarse.

Caminaban a tientas por el sótano hasta dar con las llaves de luz. La humareda nublaba la atmósfera. Las viejitas se protegían en los balcones. “Tranquilas ya pasa, gritaba alguna desde el sótano”. Cercanías olvidaron el metro 20 de distancia. En ocasiones ampara la vecindad de los cuerpos. Mujeres que olvidan “la inmunización “ cuando la vida acecha con lo incalculable.

 

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