El mercado de la noche ha sometido nuestro deseo de fiesta a la propiedad del Yo: seducir; vestirse bien; reventarse con drogas y alcohol; exhibir los logros del gym, ahora, del crossfit; pagar entradas costosísimas mientras lxs laburantes de la noche están mal pagados; ser aceptades o excluídes según la apariencia de clase; contreñir el cuerpo en la dictadura del paso de baile; sacarse selfies; “hacer rostro”, dicen en el pueblo. Son las “rostricidades” de la fiesta del capitalismo totalitario, que se infiltra y modaliza cada plano de nuestras vidas. Pero quizás, la fiesta luego de las liberaciones e imaginaciones sexuales-políticas y las revoluciones sociales del siglo XX se trata de otra cosa. De una fábrica de sensaciones colectivas. De tráfico de sudores, de posibilidades de extender partes del cuerpo en otros fragmentos de cuerpos; de abrir, desplazar y desenrollar y maquinar un uso del espacio juntos; de experimentar la carne, los tejidos, la piel, sin significante familiar represivo; de descubrir y probar una manera de mover algo que no te imaginabas; de gritar, de cantar, de corear una canción de protesta mientras suena un reggaetón; de agotar la danza, reciclar y seguir un poco más con la fuerza que te dan les otres; de erotizarse con cualquier género y clase social sin imagen visual previa, con un ritmo, con una manera de tocar, con varios engarces; de devenir masa física y ritmo; de individualizarte colectivamente como no lo haces en ningún otro ámbito salvo un piquete o un motín; de agrandar tu cuerpo y sentir su ontología múltiple; de conversar desde la experiencia enfiestada. El cuerpo de nuestra fiesta es un cuerpo agigantado de salidas y entradas que hacen pasar gestos, figuras, palabras, ritmos, saberes técnicos de cuerpos múltiples. La coreografía no es para nosotros esa práctica de ordenamiento y moldeado de los cuerpos si no la capacidad técnica de crear y cruzar umbrales de intensidades, de concatenar fuerzas que actúan sobre y entre los cuerpos. Como en una “escena política” se trama una asamblea bailable desbordada donde puede entrar y salir cualquiera para componer en común.
Texto escrito sobre las experiencias del ciclo “Entrenar la fiesta”, organizado por ORGIE- Organización Grupal de Investigaciones Escénicas