Anarquía Coronada

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El caso chileno. Gramscianos de derechas // Mauro Salazar J

“A diferencia de lo que ocurría hace dos años (…) podemos respirar un poco más tranquilos y decir, con responsabilidad y esperanza, que hoy es el primer día de un futuro mejor para el país. Es el primer día de un nuevo comienzo para Chile”. José Antonio Kast. Discurso de la Victoria. Santiago, 07 de mayo. 

 

Tras las recientes elecciones al Consejo Constitucional, hemos asistido al triunfo abrumador del naciente Partido Republicano (2019). Todo indica que el organismo que redactará la nueva Constitución chilena, ha precipitado un «tiempo espartano» que viene a defenestrar los partidos de la transición chilena (1990-2019). Una vez que el conglomerado alcanzó 23 escaños con facultad de veto, lo prevalente será -obviando matices- una legalidad de derechas con vocación post-pinochetista. Ello se podría plasmar en una “subsidiariedad activa”, sin devoción hayekiana, pero sin un ethos de gobernabilidad. Tampoco podemos descartar que, en nuestro mundo gaseoso, el texto constitucional salga del escritorio presidencial con una pluma apretada. Un rictus o una sombra que, en este caso, sería la risa como “espasmos del diafragma” que son -vaya teología- “espasmos del alma”. Quizá, en medio de tanta beatitud y luego de la resaca, vendrá un tiempo de enmiendas, e intersticios, que “mitigará” las desdichas kafkianas de Apruebo-Dignidad. 

En semanas editadas desde una agenda securitaria (histeria y clamor) por un «Estado policial» derivamos en la producción de miedos que han capturado la subjetividad del mundo popular y las capas medias. De allí que el líder del Partido Republicano ha sido enfático en restituir el «principio de autoridad» ante la agonía de instituciones, élites, dinastías políticas y empresarios, sin capacidad de restituir pax social. En un paisaje donde el pánico es una tecnología de gubernamentalidad, José Antonio, ha restituido las estéticas xenófobas, aludiendo a un tiempo reconstructivo. En su discurso con visos de estadista señaló, ‘recuperaremos Santiago para los chilenos y  juntos derrotaremos al narcotráfico’. Y agregó con tono barroco, «no hay nada que celebrar»

A su vez ha fustigado a los grupos que han corrompido la probidad institucional y el dictum de las tradiciones nacionalistas. En suma, el texto anfibio de Kast cuestiona derechas aliancistas y economías concertacionistas cuando compromete un verbo lumínico. Una vez que se esfumaron los fetiches de la revuelta (2019), irrumpió un conservadurismo mitológico que expresa un orden sensorial y fáctico -veridicción- donde la Kastización deviene en un proyecto gramsciano. Y así. se ha colonizado el sentido común, a saber, el taxista, el profesional de capa media, el vendedor minorista, el trabajador despolitizado y la porosidad popular, han suscrito con beatitud al mesianismo conservador. 

La promesa refundacional del «líder» de Republicano ha interpelado los estratos de lo popular y nos promete una tierra de expiaciones luego de un tiempo narcotizante donde han primado travesías licenciosas. En suma, el narcopoder, las migraciones, los especuladores de la oferta, los mayordomos transicionales y el fraude empresarial, serían parte de consumos frenéticos, que carecen de tradiciones, ni familias. Toda la economía de la orgía, violencia, delincuencia y corrupción, ha migrado hacia un mundo que carece de tomistas. A no dudar, luego de la derrota en el plebiscito de entrada, el «progresismo posible» -sin espacio político- tendrá que tolerar los espolonazos de un Kast napoleónico contra aquel clivaje de acuerdos transicionales -liberalizante- que habría desdibujado las bases doctrinales del Chile Portaliano

A la sazón, una izquierda en su más penosa orfandad hermenéutica, acorralada y sin promesas, no ha superado la ficción de la supremacía ética. Tras el domingo de comicios, la dirigencia política y sus empleados cognitivos aún susurran con sofismas transformadores, especulan con mandatos populares, y se empecinan en sostener, de modo abstracto-conjetural que el grueso del voto nulo (inflado), respondería a un deseo anti-oligárquico que puja por un orden post-neoliberal. Tal espejismo supone que la ciudadanía sin domicilio electoral -aquella que enjuició al presidente Boric-Font- volverá en diciembre (2023) a renovar sus votos democráticos en favor de Apruebo-dignidad. Ante tamaña audacia cabe preguntarse si tal retorno del electorado cautivo, sería parte, o no, de una disputa hegemónica con el monopolio mediático que viraliza los pánicos, o bien, nos enfrentaremos a un voto ético-testimonial. Todo indica que luego del 04 de septiembre de 2022, y tras la colosal derrota del domingo 07 de mayo -dos profanaciones sucesivas al Allendismo- el gobierno de Boric-font (que abrazó la estrategia Alwynista y el ritual del perdón) padecerá una incesante agonía divorciante. Una tormenta cultural llamada “body positive” ha perpetrado los códigos y lenguajes del nuevo realismo. Entonces, al gobierno transformador no le queda más que estetizar su decadencia en el tiempo lúdico de las porcelanas. En suma, el polo de izquierdas sólo tendría su doloroso momento de reconstitución y reagrupamiento una vez que José Antonio Kast asuma una eventual presidencia de la República (2026). A poco andar, precozmente, muchos proyectan una especie de «Frente Popular» en tiempos algorítmicos 

Dado que el presidente del Partido Republicano ha tenido una destreza felina para imponer una «gramática proyectual» -un mesianismo conservador-  ha pautado el debate de la seguridad. Hoy no es una ficción sugerir que la izquierda, producto de su «anorexia imaginal», agudice sus concesiones y terminé negociando su agonía administrativa frente a la agenda hegemónica del mundo conservador (Kastización). 

En suma, «familia, orden y autoridad» es el lema del Partido Republicano frente a la descomposición orgánica de las instituciones. Pese a sus complicidades con el bolsonarismo, no podemos agotar el proceso en un «pinochetismo monolítico» -sin fisuras- que pueda ser tildado de mero fascismo, cual golpe de Putsch. La nueva derecha, generosa a la hora de compartir sus goces napoleónicos, ha sentenciado a las «élites de curules», emplazando a los grupos de poder apostados en oficinas y círculos elitarios. Todo ello supone nuevos «pactos culturales» y «contratos simbólicos», pero en el marco de una ofensiva neoconservadora.  La reducción demográfica de la derecha transicional revela de facto la fuerza decisional -épica- del eje integrista. 

A la luz de los resultados del domingo anterior, Kast representa el fin de la transición chilena y un conservadurismo (re)fundacional. En suma, el líder de Republicano impugna la permisividad del pacto transicional, restituyendo la autenticidad del «milagro chileno». El orden implica volver al mito cincelado en los años 80’, bajo las coordenadas del modelo chicago-hacendal (Jaime Guzmán) pero obviando la viciada agenda de la gobernabilidad transicional. El sujeto de marras deja offside el paradigma transitológico y su adicción a lo «político-virológico»  (“Chile Vamos/RN/PS/PPD y DC”).

Ha sonado la última trompeta del último jinete y es admisible un neoliberalismo constitucional. No habrá segunda modernización si el deseo constitucional no se somete a la pasión autoritaria (orden qua orden). Sin duda, la kastización de la política tiene una dimensión erotizante donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial. Pero aquí también irrumpe la parte masoquista del deseo: ¿Todos deseamos un Kast?

A no dudar, qué chileno endeudado, abusado por las instituciones crediticias, o bajo la amenaza de narcos en el vecindario, no reclama a su justo líder, a saber, José Antonio. Por su parte, un segmento de la izquierda chilena fuera de sí, dirá ¿y qué alemán endeudado en 1923 con el capitalismo bancario no esperaba su Reich? 

Por fin, una somera aproximación psicoanalítica nos dice que aquí es donde víctima y victimario anudan el drama de una relación masoquista. De otro modo, el masoquista se proyecta en el objeto del sadismo higienizante para re-encontrar placer en su accionar purgador.

Un placer en el dolor del «otro» que posee un efecto restitutivo. ¡El «superyó» hace una promesa de goce al «yo»; debes renunciar a tu placer inmediato y después tendrás más y mejor! Por ello, los angustiados, los endeudados, los depresivos, los bipolares, y todos los vulnerables del mercado laboral, buscan placer en una retórica de la «limpieza étnica». Limpieza conservadora que hoy reclama estatalidad. Placer que detiene la aniquilación propia. El Partido Republicano nos alecciona que es necesario el goce de la «violencia institucionalizada» para legitimar una «figura autoritaria» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que irrumpa un Kast, doloroso y gozoso, ante la masificación del abuso. 

Una vez destruidas las leyes del obrar humano aparece el Líder de nuestra época. Un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «Sin autoridad no hay modernización posible».

Sobre Nada que esperar, de Sebastián Scolnik // Marcelo Sevilla

Era un homenaje el que nos había congregado en la Biblioteca Nacional. Cuando Scolnik tomó la palabra confesó dificultades: cómo será vivir sin Horacio González; por el gesto de ese cuerpo y por el tono de esa voz que nos llegaba, se podía inferir una suposición: difícil.

Luego se procedió a los choripanes, una Horacíada irreverente para ese ámbito; aunque aquella vez, un poco triste. Marchamos hacia adentro para seguir la misa. En esa procesión amigable había, o a mí me pareció, algo de la liturgia de los peronismos en sus días fúnebres. Algo. Sus imágenes, sus mezclas raras, cierta desilusión de los días más felices. Algo de sus ritos transferidos en clave de manifestación política, y cultural. Esta vez en una escala modesta, por la muerte accidental de un peronista. En la colina de sus necrópolis, el velatorio de Eva, túneles con flores podridas y el corazón rajado; las bombas de cristovence sobre la pobre gente en la plaza; el entierro de Fernando Abal Medina en el cementerio de los adelantados y la bendición de Mujica para el sacrificio absoluto por la ciudad celeste de Platón; el réquiem en avenida La Plata por los fusilados de Trelew, reventado por la tanqueta del comisario Villar; el silencio quebrado de balazos y sirenas por los muertos inciertos a la vuelta de Ezeiza; el largo adiós del general en las veredas del llanto público, y ya mucho más acá el velorio televisado de Néstor; y así.

Es que estábamos alrededor de una memoria, de una de las influencias —amorosas— que elegimos. Y que traía consigo, en sus alforjas podría decir el propio Horacio, un mandato político también.

Aunque hoy, cuando levantamos la vista y miramos alrededor, todo aquello parece ausente. Hay que hacer arqueología para encontrar algo de esos rastros. A nosotros, digo a los que formamos parte de la generación de Scolnik, es decir la generación que vino después de la gran agitación y que creció con la dictadura del 76, descendientes bastardos de ese recorrido, debemos confesar que nos pasaron otras cosas. La post dictadura, la letanía de los cadáveres… allí podían leerse los signos de una agonía.

La magnitud de la catástrofe quedó disimulada por un breve tiempo en la primavera de la nueva democracia argentina del 83, que duró como una flor y que alguien (Camilo Sánchez, La feliz, aquel verano del 88) cifró su simbólico final en Mar del Plata, en la temporada de los trágicos balcones —Monzón mata, el negro Olmedo muere— entre la resaca de una ilusión. Mientras tanto, la hiperinflación revoleando miseria, los levantamientos militares, el auge de la cocaína.

Salimos los de entonces, como cuenta Scolnik, intentando recuperar palabras, consignas, recorridos, que, aunque no pudiéramos advertirlo, ya comenzaban a resonar en el vacío. Actuábamos como si esas derrotas fueran reversibles y como si heredásemos algo de la historia… es que veníamos de una reconversión subjetiva hecha a picana y que preparó cuerpos y almas desangelados para el capital y su dispositivo, que después fueron los 90, pero antes la desintegración de los 80. Una democracia que fue para nosotros, primordialmente, el desmonte del aparato asesino y la recuperación de espacios libres, pero no contuvo o reparó menos en el fundamento material y económico que añadía como crimen, y que luego la irrupción del menemismo nos recordó que permanecía pendiente.

Scolnik va repasando sus experiencias personales-colectivas, la producción de pensamientos, los hábitats construidos para resistir y para militar. ¿Dónde empieza la historia de la que uno es tributario? ¿Había evidencias de una continuidad? Preguntas para comprender las claves de época, la correspondencia o no entre los interrogantes y nuestras propias vidas futuras. La vieja pregunta inicial de Lenin: ¿Qué hacer?

Toto Schmucler decía que el saber de la memoria sólo se realiza en el presente. Por eso el que da cuenta de sí mismo, no sólo evoca cosas. Y que hablar de la memoria, en consecuencia, es hablar de uno en el presente. Hablamos de un uno mismo que tomaba posición, que decidía inscribirse en una tradición, en una zaga de voces que venían desde más atrás, con banderas y con ideas que no eran neutras. Eran —diría León Rozitchner— ideas-fuerza, que implicaban una acción y el “error” no era sólo conceptual, se encarnaba en los cuerpos que la recibían. Aunque el sentido ya venía elaborado; pero cómo íbamos a discutirlo de antemano, si lo primero era recuperarlo de las capas del horror. Reconstruir el imposible hilo de un tiempo anterior… ese destino no nos pertenecía. ¿Lo queríamos? ¿Lo hubiéramos querido?

Y otra vez Schmucler: “Esa mitad de los años 60, fueron los años en los que nos preparábamos para la guerra. La guerra —en aquel entonces— tenía un sentido: la Revolución. La Revolución, a su vez, subsumía todos los sentidos posibles. Después, vino la guerra. Y también la fiesta. Después, vino también la muerte. Recordar hoy, tal vez sea el ejercicio de hacer presentes algunas palabras claves. No solo aquellas que pronunciábamos, sino también aquellas que estuvieron ausentes… la magnitud de nuestros sueños no dejaba lugar a la vigilia que nos alertara sobre lo vano —lo insustancial— de algunas de nuestras apuestas”.

Lo vano, lo insustancial de resolver cómo hacer un “hombre nuevo” con la arcilla de humanos naturales dados. “El deseo de revolución” como un paradigma inapelable, más interior que lo más íntimo, pero venido de afuera. El ideal, el secreto que hay que develar, el sustrato teológico de la verdad os hará libres. Que incluía la guerra. Y la guerra —lo sabemos— significa la temeraria opción de morir; y aún peor, la de matar. Asumiendo en esa redención un rol que nadie nos pedía; que los potenciales beneficiarios —el pueblo irrepresentable— no deseaba.

A los años 60 argentinos, según Oscar Terán, hay que introducirse por la filosofía. Sartre, la nueva izquierda, el peronismo proscripto, el Che. Claro que los 60 fueron muchas otras potencias, en artes, en música, en imaginación. ¿Cómo fue que todas aquellas tormentas de belleza y transformación se sintetizaron políticamente en figuras —tantas veces— tan abominables? podría ser un interrogante más para inscribir en los cuadernos de la alforja. Ese suelo fue el que preparó los años 70, los años de súper acción. “Estábamos preparados para morir, pero no para perder” dice Federico Lorenz en “Montoneros o la ballena blanca”.

Desde el humo de esas jornadas de pólvora, desde esa letanía, había que descubrir otra imagen de la política: el gran asunto de nuestra generación… la otra cosa de los 90, el desierto enriquecedor. Las formas fantasmales que quedaron deambulando entre nosotros. Según Silvia Schwarzböck, son los espantos los que encarnan lo postdictatorial de la Argentina. Una sociedad que habilitó los espacios para que la desaparición de personas fuera posible. Lo siniestro que subyace, aunque invisible, en la vida civil. El desencanto, la horadación de un ideal sepultado por los hechos. El divorcio ofendido entre las ideas y la experiencia.

Pero afuera, en los lugares habituales, la lengua militante parecía una jerga vacía… la aritmética sociológica aburría en la universidad. Y las muchas gentes comenzaban un gran éxodo, desanimando el paisaje, los corazones y la fe. Comprender cómo habían cambiado las cosas. Y entonces: cómo hacer justicia con los hechos reales.

Sin ceder del todo al nihilismo que liquidaba la fe en el mundo. Algo de lo que planteaba Oscar Del Barco, ubicarse en los intersticios del sistema. El por qué de persistir y de hacer cosas ante un presente tan demoledor. ¿Qué le debíamos al pasado? ¿Qué tareas teníamos por delante? ¿Qué hacer con las teorías que se han fundado en un mundo desfondado?

Pensamientos acerca de qué significa vivir. Preguntas nacidas entre las astillas de un sentido que antes aseguraba la marcha inexorable de la historia hacia un lugar; y hoy no hay lugar, ni marcha y la historia es una interpretación o un simulacro. El paso por los bares y sus rituales… horas de conversaciones, sin un sentido evidente… ensayar un camino, un poder constituyente, nuestras propias experiencias. Reunirse a estudiar la Ética de Spinoza en un bar de Thames y Corrientes y luego fútbol en alguna canchita de Atlanta; como nosotros la Poética de Aristóteles o El origen de la tragedia de Nietzsche, en la cocina de una Biblioteca, en una pequeña y extraviada ciudad y luego fútbol en el patio de un colegio cercano. Formas hermanas de vida en espejo, simultáneas y sin embargo desconocida entre sí.

Una fraternidad generacional desde la que intentamos romper los anillos de desconfianza que ocuparon casi toda la escena. Los sitios construidos por los afectos… La amistad, el verdadero acontecimiento político, actualizar el disfrute y precisar lo que no queríamos. Hacernos a nosotros mismos, hablar con “nuestra” lengua… Fundar lazos de amistad política para habitar-nos con otra riqueza; hacer y creer en eso fue una forma sensible de respuesta, una forma de felicidad también. Nos reunimos para desertar.

La amistad, verdadero soporte material de todo, significa pensar, apropiarse del mundo. La amistad como una categoría afectiva entre iguales libres, cercanos por placer y confianza, invitados a desafiar las disciplinas, el reloj ordinario, la noche sin aventuras. Los 90 también fueron esos pequeños grupitos arrojados al desierto, un nuevo estilo de intervención. Una forma de conjurar un tipo de individualidad confirmatoria en cada uno, que es la verdad del sistema. “El nido de víboras” del que hablaba León, la costra dura de la subjetividad profunda que resiste y no se modifica aunque los discursos hablen de otras cosas. Se filtra y corrobora en las prácticas cotidianas aunque los principios en los que se actúa, se dijeran contrarios. El ser social es el que determina la conciencia, escribió hace mucho Carlitos Marx, y lo cita Scolnik y podemos suscribirlo por ahora, mientras lo técnico no lo absorba, lo subsuma en datos y lo cancele. Constituir un mundo, dando mayor densidad a la existencia, y no un sistema de agregaciones cuantitativas que mantuvieran a lo sumo distribuyeran lo dado.

Organizaciones que rápidamente nos encontraban reproduciendo adentro una división del trabajo tan injusta como la que decíamos combatir afuera. Horas gastadas en voluntarismos estériles, intercambiar la desidia personal del que cree ya no tiene que probar nada. Por las ventanas, más que la realidad, entraban borrachos. Y Los kilos de mugre del día siguiente.

Sentados en un banco de madera, rodeados de neumáticos arrumbados… la imagen nos instala en los arenosos y miserables despojos del otro trauma que nos tocó atravesar: el 2001, hendidura nunca cerrada. La otra explosión de caída, emanando tristes pobres muertos. Luego: ¿Cómo convertir la preocupación del vecindario en racionalidad política?

La implosión del 2001 ahondó los interrogantes sobre el trabajo, la vida, la ciudad, el tiempo, lo común, la soberanía, lo representado. Entendiendo implosión como un derrumbe para adentro, la arena en la que nos encerramos para ser devorados por nuestros propios dioses, cocinados en nuestro propio caldo.

Encontrar las causas de nuestros padecimientos y volverlas asuntos públicos. Una forma molecular de experiencias que afirmaban nuevos modos de ser No adaptarse… no las terapias de la compensación… sino un querer vivir contra la vida del vacío.

Nos caen los versos de Paco Urondo, “Nadie sabe si hemos dado en el clavo, si tuvimos ganas de hacerlo, si éste fue nuestro fin de semana, nuestro réquiem, nuestro reñidero”.

Nada que esperar, entonces. Pero espérame mucho.

 

Chile: hastío, decepción y la polarización en las urnas // Alicia Maldonado

Chile, experimento neoliberal y paradigma de la desigualdad, asistió por cuarta vez a las urnas para cambiar la Constitución de Augusto Pinochet, luego de abrir este proceso mediante las protestas sociales más grandes que haya conocido su historia. 

En la jornada electoral del domingo 7 de mayo, a las 17:30 HRS. cerraba la primera mesa en Punta Arenas, ciudad natal del presidente Boric, ahí ganó el voto nulo.

Los medios hegemónicos no paran de mostrar la fiesta de la extrema derecha dado el caudal de votos obtenido en las elecciones de este domingo para constituir el Consejo Constitucional, que tiene por tarea escribir un segundo intento de Nueva Constitución. El tal llamado “giro” hacia la derecha del pueblo chileno, invisibiliza y tergiversa a quien, en vocabulario electoral, constituye la tercera fuerza, y es que, votos blancos, nulos y abstenciones, suman casi la misma cantidad de votos y/o electores que reúnen la extrema derecha y la derecha tradicional juntas (Republicanos, Unión Demócrata Independiente, Renovación Nacional y Evolución Política).  

Los grandes perdedores electorales son la ex Concertación y el Partido de la Gente, los primeros insisten en no abandonar la escena política electoral que los tuvo 30 años al frente del país (igualmente hoy ocupan importantes ministerios en el gobierno de Boric), y los segundos, caracterizados por un estrepitoso crecimiento y militancia sostenida en la emergente fuerza de las redes sociales, sucumbieron, a horas de comenzar la elección, por llevar a una candidata condenada por narcotráfico. Éstos no solo no pudieron quedarse con ningún escaño en el Consejo Constitucional, sino que, además, si avanzan las negociaciones para que los partidos con menos del 5% no puedan ser considerados como tal ante el Servicio Electoral, simplemente desaparecerían todos de la papeleta .

Chile se polariza, los partidos Comunista y Republicano crecen sostenidamente desde octubre del 2019, y son quienes obtuvieron este domingo lxs Consejerxs Constitucionales con mayor votación a nivel nacional: Karen Araya, actual presidenta del Colegio de Profesores; y Luis Silva, abogado Opus Dei (487.549 y 707.072 votos respectivamente). 

Los mismos medios hegemónicos que exhiben la portada del New York Time con un Boric feminista, defensor de los DD.HH., ecologista, e incluso allendista, hoy nos hablan de este giro a la derecha del pueblo chileno, pero lo cierto, es que los patrones de comportamiento electoral siguen intactos, incluso bajo la perspectiva de los 50 años del Golpe Militar al gobierno de Salvador Allende. Por más que intenten invisibilizar el fracaso del modelo democrático del establishment para aliviar la desigualdad y actualizar el capitalismo al ritmo de la identidad nacional, el hastío, rabia y decepción ante el proceso constitucional, secuestrado escandalosamente por la elite gobernante, tiene una expresión electoral imposible de acallar: más de 4.9 millones de votos nulos, blancos y abstenciones

La desilusión que ha provocado el gobierno de Boric por el abandono a su propio Programa, no se puede ocultar ni contener, a pesar del espectacular desempeño de Camila Vallejo. El pinkwashing, y en lo que han devenido las promesas “feministas” del gobierno, no resisten el menor análisis, y es que, a pesar de las fanfarrias con que ONU Mujeres destaca al gobierno con el 6to lugar mundial en paridad, las cárceles chilenas están en el 4to lugar latinoamericano de las que más presas tienen (de las cuales el 95% son madres). Estética juvenil y divertida, y patrullas de Carabineros de Chile pintadas de arcoíris el día del orgullo LGTBIQ+, no son capaces de desviar la mirada sobre los USD $ 1.500.000.000 del Tesoro Público que Boric traspasó este año a las fuerzas represivas del Estado, luego de haber prometido en campaña su refundación (Carabineros de Chile ya aumentó en un 40% su presupuesto en el 2023, y la represión al movimiento estudiantil es exactamente igual que bajo el gobierno de Piñera). La aprobación del TPP-11, la re militarización de la Wallmapu, la ley de gatillo fácil, la prisión política de comuneros mapuche, la aprobación del icónico proyecto minero Los Bronces, que según expertos y destacados dirigentes socioambientales dejará sumida en una crisis hídrica a las regiones Metropolitana y Valparaíso, y el retractarse de la condonación del CAE (la más popular promesa de campaña sobre la extinción de la deuda universitaria), han roto la confianza en el gobierno, y lacerado aún más la confianza ciudadana en el sistema “democrático” para llevar adelante las transformaciones urgentemente sentidas en el país, asociadas a cuestiones tan sensibles como las pensiones, y el acceso a la  educación, salud y vivienda, que hoy en día siguen siendo un negocio que los convierte en privilegios que solo las personas con gran capacidad de endeudamiento pueden costear.

De las altas votaciones que sigue sumando la derecha, no solo en Chile, podemos ver con claridad un hilo conductor entre la impotencia que muestra el Estado para hacerse cargo de la degradación del lazo social, propia de este nivel de acumulación y desigualdad, y los monstruos que alimentan los medios hegemónicos a diario, instalando la mano dura como única solución a problemas como el narco, la delincuencia y la inmigración. Así vemos cómo se va configurando la forma predilecta del Capital, la democracia en su devenir fascistizante. 

Como sigue el proceso constitucional:

 

Recapitulando. El 25 de octubre del 2020 el triunfo de las opciones APRUEBO/ CONVENCIÓN CONSITUCIONAL, es decir, apruebo una nueva constitución, no escrita con integrantes del Congreso,  ganó por casi un 80% de los votos, esta elección no estuvo exenta de polémicas y rechazo generalizado de la ciudadanía, dado que surgió del Acuerdo por la Paz, documento redactado por el Congreso el día 15 de noviembre del 2019 , dado a conocer a las 3°° de la madrugada, en medio de la más brutal represión, que dejó decenas de muertos y cientos de personas con mutilación ocular. El llamado Acuerdo Por La Paz, se daba a conocer en medio de renuncias, rompimiento de coaliciones y clausurando la exigencia callejera de Asamblea Constituyente.

 

El proceso constitucional 2023 comenzó con un silencioso acuerdo en el Congreso Nacional, que derivó el 13 de enero en la promulgación de la Ley 21.533 “Modifica La Constitución Política De La República Con El Objeto De Establecer Un Procedimiento Para La Elaboración Y Aprobación De Una Nueva Constitución Política De La República”. A través de esta ley (Art. 154) se establecieron los 12 Bordes o Bases Constitucionales Y Fundamentales, este documento establece los límites para que el Consejo Constitucional, electo el domingo recién pasado, escriba la Nueva Constitución bajo la supervisión del Comité de Expertos y el Comité Técnico de Admisibilidad (ambos órganos designados también por el Congreso). Definiciones como la forma de gobierno, que los pueblos indígenas son parte de la nación chilena, que las familias tienen el “derecho-deber” preferente de escoger la educación de sus hijxs, y que los derechos sociales están sujetos a la “responsabilidad fiscal”, son bases inmodificables para la nueva carta magna. Cuestiones que estuvieron en el centro del debate durante las protestas sociales y el periodo de campaña del anterior texto constitucional, fueron borrados por pleno acuerdo de los partidos políticos que obtuvieron este 7 de mayo la menor votación a lo largo de su historia. El diseño de este proceso, aún más encapsulado que el anterior, y que además tiene a Hernán Larraín como presidente del Comité de Expertos, produjo una decepción generalizada en el proceso. Larraín fue ministro de Justicia y DD.HH. de Piñera, y el más acalorado defensor de Paul Schäfer, líder de Colonia Dignidad, condenado por pederastia, tortura y abuso, y relevante colaborador de Augusto Pinochet .

 

Este próximo 17 de diciembre, será el plebiscito de salida de la Nueva Constitución, esta vez escrita por el otro extremo del arco político institucional, la afiebrada derecha de Republicanos. Si bien este nuevo proyecto cuenta desde ya con el apoyo de los medios de comunicación, los partidos de gobierno y una base electoral de gran magnitud, corre el mismo riesgo de ser rechazada. 

Este péndulo, fuerzas de flujo y reflujo de las fuerzas conservadoras y las que exigen transformaciones radicales, pueden nuevamente bañar de sangre las calles de Chile, esta vez, el riesgo es incluso mayor, ya que el fortalecimiento económico y tecnológico de las fuerzas represivas que ha brindado Boric, y las garantías de impunidad que ha entregado gracias a la ley de gatillo fácil, llamada también Ley Naín-Retamal, se hacen cargo del pánico que sienten las 9 familias dueñas de Chile: que nuevamente se le prenda fuego a “su” país

El gobierno feminista y ecologista, trayendo el eco de los ya advertidos riesgos de convertirse en meros administradores de los sistemas de explotación y represión que requiere un capitalismo actualizado a las exigencias culturales de la época , por más que enmiende su rumbo hacia el programa con el que salió electo, no podrá borrar jamás las consecuencias de la Ley Naín Retamal en los miles de amigxs, compañerxs, vecinxs y familiares de las víctimas que va dejando la brutal represión normalizada por la élite. Esta ley, que es retroactiva, y que tiene como principal objetivo político persuadir la protesta social, especialmente a estudiantes de entre 12 y 16 años, solo actualiza el Golpe de Estado y la traición a la irrenunciable lucha por casa, comida, salud y educación.

 

1 https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2023/05/07/servel-permite-que-karla-anes-vote-en-arica-no-habiendo-recuperado-sus-derechos-politicos/

2 https://www.servelelecciones.cl/#/votacion/elecciones_consejo_gen/pais/8056

3 https://www.servelelecciones.cl/#/participacion/pais/8056

4 https://www.fundacionsol.cl/blog/estudios-2/post/los-verdaderos-sueldos-de-chile-2022-6851

5 https://www.bcn.cl/leychile/navegar?idNorma=1187896

6 https://www.academia.cl/comunicaciones/columnas/la-cruel-paradoja-hernan-larrain-ministro-de-justicia-y-derechos-humanos . Se recomienda ver el documental de Netflix Colonia Dignidad.

7 https://www.infodefensa.com/texto-diario/mostrar/4248246/gobierno-chile-estudiara-renovacion-uzi-carabineros

8 https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2023/04/27/justicia-aplica-ley-nain-retamal-por-primera-vez-y-absuelve-a-cinco-carabineros-acusados-de-apremios/

9 https://www.bbc.com/mundo/noticias-60396723

 

Amistades, el último baluarte de Spinoza: Conversación con Diego Sztulwark // Revista Destinerrance

Diego Sztulwark es escritor y profesor. Sus textos transitan entre la filosofía y la teoría política. Quien escribe lo conoció por su libro «La ofensiva sensible» publicado por Caja Negra, por sus entrevistas a León Rozitchner, Ricardo Piglia y Alejandro Horiwicz, por sus trabajos editoriales en Cactus, por sus lecturas originales y atentas de Spinoza, Marx, Deleuze y otros, por las notas del blog Lobo Suelto!, por los comentarios de quienes han asistido a sus cursos y grupos de lectura.

Esta conversación se mantuvo mediante audios de WhatsApp los primeros días de marzo del 2023.

En memoria de Osvaldo Saidón.

 

Me gustaría que empezáramos conversando sobre Spinoza y las particularidades históricas e íntimas en las que ejerció el esfuerzo de pensamiento.

Jacques Derrida, por ejemplo, se interesó en la imposibilidad de construir una biografía y un habitar en la lengua. Al igual que Spinoza, estuvo marcado por las figuras del marrano y de la ascendencia sefardí.

¿Cómo podríamos pensar y acercarnos, si es que esto es posible, al hecho de que Spinoza no haya podido escribir o defenderse en sus lenguas maternas?

Diego Sztulwark  Tu pregunta me lleva directamente al libro de Henry Meschonnic que editamos junto a Tinta limón y Editorial Cactus: Spinoza poema del pensamiento de Henri Meschonnic, traducido por Hugo Savino.

Meschonnic muestra allí, traduciéndolo, cómo era el latín de Spinoza. Sus acentuaciones, los retorcijones de su sintaxis, como manifestaciones materiales de su modo de pensar y de ser. Meschonnic compara el latín de Spinoza con el de Descartes y el de Bacon y va mostrando a partir de ahí sus diferencias subjetivas. Pero lo interesante es como lee Meschonnic: buscar la presencia del afecto en el signo. Lo que él traduce son los marcadores afectivos en la escritura. El materialismo lingüístico de Meschonnic repara en la siguiente cuestión: cómo se continúa -y por lo mismo, cómo se separan- cuerpo y alma en el lenguaje. Spinoza escribe sobre el cuerpo, pero su escritura sobre el cuerpo es, además, corporal. A este máximo de cuerpo en el lenguaje lo llama “poema”: carga del afecto en la escritura. No un poema al cuerpo, sino un poema como presencia del cuerpo en lo que se dice. Son estas cuestiones muy presentes también en la obra de León Rozitchner. De hecho, cuando ustedes hablan de lengua materna, yo recuerdo la discusión entre ambos autores. Mientras Meschonnic llama lengua materna a la lengua nacional, Rozitchner la refiere a una lengua sensible anterior al significante, a una lengua de los afectos. 

El punto de partida de la reflexión de Meschonnic sobre Spinoza es una suerte de correctivo que le aplica a Gilles Deleuze, quien más y mejor insistió en que a Spinoza hay que leerlo a partir de aquello de que no se sabe nunca lo que puede un cuerpo. Pero desde la óptica de Meschonnic a Deleuze le faltó agregar algo muy importante: no se sabe nunca lo que puede un cuerpo en el lenguaje. Le faltó decir que el afecto -presente en el mismo orden de conexiones en el cuerpo tanto como en el pensamiento- se singulariza en el lenguaje. De allí la importancia que le daba Meschonnic a leer a Spinoza en latín. La reflexión de Meschonnic sobre la práctica de la traducción, lo lleva a afirmar que traducir es trasladar los afectos inscriptos en una lengua de partida a la lengua de llegada. El traductor debe ser especialista en afectos propios de cierto autor y no solo en las lenguas concernidas. 

Meschonnic muestra entonces que la cuestión del lenguaje en Spinoza tiene al menos dos dimensiones. Por un lado, como hemos visto, está la cuestión de cómo se prolonga el cuerpo en el lenguaje: una política, una toma de partido, un cierto riesgo. Por otro lado está la cuestión de la pluralidad de idiomas con los que Spinoza mantuvo relación: el holandés de su país natal, el ladino – mezcla de portugués y hebreo- de su familia judía marrana, el español antiguo de muchas de sus lecturas literarias (hay versiones que indican que al ser expulsado de la judería de Amsterdam, el joven Spinoza habría preparado una suerte de defensas de sus puntos de vista, un texto que se había llamado Apología, texto que de haber existido se habría perdido y que podría ser un antecedente importante de lo que luego fue su Tratado teológico político). Luego están el hebreo en el que fue educado en la escuela (luego de su fallecimiento, cuando los amigos del filósofo revisaron sus archivos se encontraron con que Spinoza había dejado escrita una Gramática hebrea, que luego ha sido publicada y se encuentra traducida al castellano) y finalmente está el latín, lengua culta de su tiempo, que estudió sistemáticamente por fuera de las instituciones de la comunidad y cuyo aprendizaje, según las versiones que se nos cuentan en sus biografía, habría estado ligada a un maestro de ideas revolucionarias, Van den Enden, pero también a su jovencísima hija, que también enseñaba latín y de quien Spinoza se habría enamorado. Según esto, Spinoza habría sido, lingüísticamente hablando, ciudadano en holandés, heredero de la tradición marrana en ladino, un rebelde erudito en hebreo bíblico, y un filósofo de la tradición en lengua latina (además de esto, se dice, hablaba francés e italiano). Una hipótesis atractiva sería que en Spinoza cada idioma vehiculiza una serie específica de afectos. 

Pero si volvemos a la discusión entre Meschonnic y Rozitchner, quizás debamos decir que Spinoza asumió como pocos un combate político en el lenguaje. Meschonnic lo recuerda al afirmar que los primeros aliados de Spinoza fueron los poetas y no los filósofos (no se si de Rozitchner no se podría decir algo semejante). La tesis según la cual Spinoza habría dado lugar a poema de pensamiento supone toda una definición materialista del lenguaje mismo, alejado de todo formalismo. El poema sería menos una métrica que una rítmica, y el ritmo no sería otra cosa que el testimonio de la presencia de un máximo del cuerpo en el signo. Toda esta interesantísima tesis meschonniquiana lleva a pensar que Spinoza quizá sí se defendió, por medio de una entera reconstrucción de aquello que llamaríamos lengua materna. Meschonnic señala que en Spinoza el lenguaje es invención de modos de vida y los modos de vida invención de lenguaje. Con esto se ingresa en el núcleo del combate mismo. Puesto tal historicidad -vida y lenguaje como creación- supone un enfrentamiento radical con lo teológico político de su tiempo (y quizás también del nuestro). ¿Qué es lo teológico político? Un tipo de poder que encumbra el signo borrando el cuerpo. Que sacraliza y deshistoriza. En este punto lo spinozistas parecen estar de acuerdo. Deleuze y Meschonnic coinciden en que no hay filosofía sin violencia. Spinoza da un combate que pasa por el lenguaje, y que podemos rastrear de varias maneras. El lenguaje de la Ética -esto ha sido muy dicho- supone una estrategia de perversión del lenguaje de la teología: se habla de Dios, sí, pero de un modo muy perturbador. Spinoza afirma que puestos a pensar a Dios con el máximo de rigor, lleva necesariamente a concluir una naturaleza eterna y una la inmanencia absoluta, y a expulsar del pensamiento, por absurda, toda trascendencia. Quiero decir: pensar a Dios y a lo humano supone, para Spinoza, que las trascendencias no sean nunca causas explicativas, sino fenómenos a explicar desde la naturaleza. Lo mismo ocurre con la “divinidad” o la capacidad de dar vida. En la Ética asistimos a una radical historización de la capacidad de “dar vida”. ¿Quién engendra vida? Sólo los cuerpos, mezclándose entre ellos. Dar vida es asunto de sexualidad, de cooperación. Diana Sperling sostiene, al respecto, que Spinoza hizo del cuerpo un dispositivo de combate. Meschonnic reconstruye ese dispositivo como una conexión material continua del cuerpo en el lenguaje, contra lo teológico político, cuya lógica de producción de obediencia consiste en separar cuerpo y alma, en devaluar al cuerpo, en separar signo y afecto. 

Spinoza fue expulsado de la comunidad judía a los 24 años. Entonces no había publicado texto alguno. Sus biografías nos cuentan que previo a la lectura del herem, Spinoza rechazó ofertas para encuadrarse, aunque sea manteniendo las apariencias, en las reglas de la comunidad, cosa que habría rechazado. Lo que la escena revela, a mi juicio, es la total falta de docilidad ante el poder rabínico. Lo filosófico se preparaba en él como una rebelión contra un modo de ligar el saber al poder. El poder rabínico en la judería de Ámsterdam, según sabemos, cumplía un papel político complejo: por un lado, se garantizaba a través de una tolerancia a la religión judía en Europa, pero, por otro, los rabinos debían ejercer una suerte de poder pastoral, o administración de la libertad. La tolerancia podía admitir la coexistencia de varias religiones, pero no la ausencia de alguna de ellas. La comunidad judía del siglo XVII debía cuidarse de no engendrar ateos. Por lo que la rebelión contra el poder rabínico suponía una rebelión aún más amplia. De hecho, Spinoza debió abandonar la ciudad. Todo hace pensar que hay en él una decisión.  Las primeras descripciones sobre Spinoza lo retrataron como a un ateo virtuoso, pero Marilena Chauí ha mostrado que ese tipo de retratos eran comunes en la época. La idea de un Spinoza víctima. Spinoza tuvo siempre lo que llamaríamos un colectivo, un círculo, algunos dicen que un partido o una corriente que por un lado contribuía a la reproducción material de su vida -que no se reducía al oficio de pulir lentes-, y por otro, le ofrecían un vínculo, que iba de la edición de sus textos a una red de difusión. Todo eso es posible rastrearlo en su correspondencia. La idea de una soledad victimal de Spinoza no me convence. Chauí nos enseña, en su libro La nervadura de lo real, a leer en el discurso de Spinoza una máquina de guerra capaz de enfrentar la pasión expulsiva que toma cuerpo en las comunidades. Expulsado, su meditación se habría enfocado en las claves -condiciones y estrategias- que llevan a las personas y a los colectivos humanos a producir exclusión.  

Spinoza pensó a riesgo de perder la estima de los suyos, a riesgo de vivir a espaldas de la comunidad -tal como lo representa ese conocido óleo de Samuel Hirsndzenberg donde se lo ve a Spinoza solo y todos huyen a su paso-, incluso a riesgo de morir asesinado.

¿Se puede establecer para Spinoza, o para el pensamiento en general, una relación entre pensar, vivir y el riesgo o el momento de la decisión?

Diego Sztulwark La imagen de un Spinoza solitario es muy atractiva. Recién recordaba unas páginas de Chauí en las que atribuye nuestra imagen de un Spinoza solitario y ascético a un género literario de época. Es cierto que Spinoza fue expulsado, que vivió de ciudad en ciudad y que no le conocemos amores ni hijxs. Gilles Deleuze habla de él como de un filósofo nómade y Diego Tatian lo recuerda apegado a su cama como prácticamente su única posesión. León Dujovne lo imagina rodeado de Colegiantes y demás sectas protestantes, leyendo la biblia en colectivos no subordinados a autoridad teológica alguna y Gabriel Albiac lo narra en su primera juventud a Juan de Prado y otros amigos llamados “libertinos” de Ámsterdam. Juan Domingo Sánchez-Stopp se dedicó, en la traducción de su correspondencia, a estudiar el círculo Spinoza, tal y como surge de su correspondencia y Jonathan Israel lo trata prácticamente como jefe de un partido europeo. Si introduzco estas referencias es sólo para darle la razón a Jorge Luis Borges cuando decía, a propósito de Spinoza, que los medios a los que acudimos para construir recuerdo de tiempos antiguos no son diferentes a los que empleamos para crear ficciones. ¿Por qué desde siempre ha interesado tanto la vida de Spinoza? En su novela El hombre de Kiev, Bernard Malamud nos habla de un campesino judío ucraniano, Yakov, que buscaba empleo leyendo la biografía de Spinoza. Lo mismo ocurre con los personajes de Isaac Bashevis Singer. Como a todos estos personajes, me parece nos pasa a todo que no leer a Spinoza sin conversar con él, y para eso, tratamos de construir un Spinoza que nos haga bien.

Pero por supuesto, no es posible ni conveniente ignorar la expulsión, y la posterior persecución y censura que cayó sobre su obra. El Herem suponía perder toda clase de vínculos con su familia, y quizás también vínculos comerciales. La expulsión continua de algún modo, el tema del exilio y el hecho que Spinoza lo haya tomado como inicio de una meditación filosófica nos habla de un coraje notable, como dicen ustedes en la pregunta. Hay, al respecto, una frase -creo que es de Diego Tatián- sobre el hecho que Spinoza, expulsado de la comunidad de los judíos, se presenta como aquel cuyo pensamiento postula una comunidad de los sin comunidad. Algo de eso plantea la Ética en la parte 4: no hay mayor utilidad para un humano que otro humano, puesto que sus cuerpos pueden disponerse en términos de cooperación, y la cooperación es productora de potencia: el comunismo de Spinoza no supone una teleología histórica, sino una puramente material: sólo indica que la potencia común es mucho mayor allí donde los prejuicios, producto de la división entre humanos (sea cual sea: de clase, étnicas, de género, nacionales), no alimentan sistemáticamente comunidades excluyentes. 

Este comunismo de Spinoza es sumamente interesante para una época que, como la nuestra, piensa el comunismo sin atreverse a hablar de él. No es un comunismo como ideal político, sino como premisa material y horizonte de constitución de toda potencia. El comunismo de Spinoza supone, como dice Toni Negri, una democracia absoluta. Esto es, el trabajo de crear una forma política adecuada a la constitución de la potencia en cada momento. Negri ha insistido mucho en que la potencia, en tanto que premisa y horizonte de lo común, coincide con lo que Marx llamó cooperación social. La cooperación global dibuja formas de composición a escala global, que los Estados políticos realmente existentes no prestan la menor atención. Al contrario: los Estados segmentan la potencia común en clases sociales, en género, en formas de racismo. Si el spinozismo político es cada vez más una filosofía de tipo autonomista, es porque sin las luchas por hacer de la democracia una forma de gobierno democrática de la cooperación social, el capitalismo se convierte en destructor de la cooperación social. La comunidad spinoziana no es la comunidad nacional, ni racial, ni de género, ni de los propietarios, sino aquellxs que pueden coincidir en una experiencia de cooperación que aumenta la riqueza. 

Me doy cuenta que si por un lado está este Spinoza del riesgo individual, disidente, apasionante, un Spinoza nómade que piensa contra la época (de que dirá Deleuze: “maldito entonces, maldito siempre”), hay por otro un Spinoza colectivo, clandestino y político, muy bien reconstruido en el erudito libro de Jonathan Israel, La Ilustración radical. Ese Spinoza habría sido el principal referente de una corriente política subversiva europea del siglo XVII, que polemizaba no solamente contra el poder teológico -el poder feudal-, sino también contra la ilustración moderada. Contra la ilustración moderada que planteaba el programa de la tolerancia religiosa, Israel reconstruye el programa de la ilustración radical, de inspiración spinozista, que asociaba la ilustración con cuestiones tan importantes como la igualdad de género y la propiedad de la tierra. Israel ha hecho una contribución muy importante a la comprensión de un Spinoza un militante.

Agrego esto para decir que en Spinoza la cuestión del riesgo es la del disidente, la del expulsado, la del clandestino y la del militante. Esta cuestión del riesgo, que es también la de los modos de elaborar la amenaza de muerte y el terror, es absolutamente central en su filosofía. La secuencia spinoziana que hace coincidir a Dios con la Naturaleza, a los cuerpos con la capacidad de engendrar vida y a la potencia del pensamiento, en lucha contra la superstición con la potencia de los cuerpos para provocar encuentros y participar de la cooperación social, se resuelve en una idea de ética y política por completo contrarios a la obediencia. Deleuze ha insistido mucho en que Spinoza ha escrito una ética y no una ontología. Por ética habría que entender algo opuesto a una moral, es decir, un conjunto de valores de bien y mal que antecede y reglan la vida humana. Por el contrario, ética sería el nombre de un proyecto en el que el sujeto busca constituir una forma de vida. Rozitchner ha insistido mucho en este punto: en Spinoza no hay acceso a la potencia de la multitud sin deshacer la trampa que el poder teológico político -hoy neoliberal- pone en juego en cada quien. La liberación por el conocimiento no equivale a la acumulación de erudición o de saber universitario.  Como explica muy bien Remo Bodei en un libro clásico, La geometría de las pasiones, el conocimiento del que habla Spinoza se refiere al propio ser pasional y deseante del sujeto. Hay en Spinoza una descripción procesual que parte del autoconocimiento y se expande hacia el tipo de conocimiento que podemos tener de nosotros mismos en cuanto que somos capaces de componer nuestra potencia con otros. Por lo que la liberación por el conocimiento tiene una fuerte impronta política. Quiero decir: una ética es también una política. No una política en sentido partidario (esto puede ocurrir o no). Sino una política más elemental, que surge del hecho que el individuo se expone a encuentros y los evalúa de acuerdo con los conocimientos que extrae de él. La ética es esa evaluación que hacemos de nuestra existencia con substancias y personas en la medida que producen un conocimiento útil para la vida. No hay encuentro relevante que no suponga una modificación de nuestra potencia aumentando o disminuyendo nuestra potencia de obrar y de pensar. Una política sería una práctica de verificación de esa variación de la potencia no en función la obediencia a un mandato sino en función de la constitución de una forma de vida que participe de una potencia común.

Creo que uno de los aportes más vitales del spinozismo es la definición de libertad, siendo esta diferente a una definición de libertad en términos negativos o regulativos.

 ¿Qué es la libertad para Spinoza y cómo nos puede ayudar a pensar las definiciones ideológicas dadas por el liberalismo? 

Diego Sztulwark –-Hay una famosa cita de Goethe que dice algo así como “aun si apruebo cada afirmación de Spinoza en su Ética no podría agregar mi firma a su texto por la sencilla razón de que ignoro qué es lo que él quiso decir por medio de ellas”. De manera que lo que nos ocurre cuando leemos en este caso a Spinoza, tenemos que admitir que se nos escapa algo esencial: ¿en qué pensaba realmente él cuando escribía? ¿Realmente pensaba eso que nosotros encontramos hoy como valioso en su obra? Por suerte, esta cuestión no tiene solución definitiva. Chauí lo dice muy bien: Spinoza vale porque nos hace tener ideas que jamás hubiéramos logrado pensar si no fuera en profunda interlocución con sus textos. Mi Spinoza se resume a las cosas de las que he logrado apropiarme en su nombre. Por eso leo tanto a sus comentaristas: para saber hasta dónde lo deformo. Los comentaristas universitarios permiten contrastar las lecturas personales con un cierto saber instituido sobre las cosas. Cada vez que leo un nuevo libro sobre Spinoza me encuentro en situación de ser evaluado por ellos. Quizás un día ocurra que Spinoza no sea quien yo creo que es, y deba abandonar ese nombre. Quiero decir: si Spinoza no fuera quien creo que es quizás dejaría de interesarme en su nombre y buscaría cómo sostener por otros medios aquello que me permitió pensar mientras lo leía y creía entenderlo. Uno es spinozista (en el sentido borgeano de juntar papelitos y nunca lograr montar un pensamiento completo o una obra) en la medida en que sigue reconociendo en Spinoza un interlocutor sistemático.

Dicho esto, voy a la pregunta: coincido plenamente con lo que afirman en la pregunta. Para mí Spinoza no es un liberal, en el sentido en que lo entendemos hoy. Podría serlo, quizás, en el sentido de un pensador comprometido con las libertades individuales y hay toda una cantidad de comentaristas que lo toman así. Pero el pensamiento de Spinoza no funciona sobre la base del individuo posesivo. Su teoría de la libertad abre una vía diferente y a mi juicio mucho más interesante. Lo primero con lo que uno se sorprende al respecto, al leer la Ética, es que la libertad no es sino la capacidad de actuar de acuerdo con la propia naturaleza, es decir, no coaccionado por una fuerza exterior alguna. Esa idea de libertad, Spinoza sólo la concede a lo real en sí, a la naturaleza en conjunto, en tanto que se causa a sí misma por toda la eternidad. En cuanto a los modos finitos y a los sujetos humanos, por el contrario, no hay chance alguna de una vida no condicionada fuertemente por la naturaleza como orden causal. El determinismo de Spinoza ha causado una gran indignación en cuanto ha sido interpretado como negador de la libertad como esencia humana. En el formidable apéndice a la primera parte de la Ética, Spinoza ha escrito que los sujetos humanos nos creemos libres porque sabemos lo que queremos, aunque no sepamos por qué queremos lo que queremos. Es decir: llamamos libertad a nuestra ignorancia. Lo que nos devuelve a la cuestión anterior: no hay liberación que no comience por una investigación sobre aquello que determina nuestro querer-saber. ¿En qué condiciones, bajo efecto de qué encuentros queremos y sabemos lo que creemos querer y saber? Esa libertad como ignorancia se llama también deseo. Es la experiencia no filosófica y completamente despolitizada del deseo. Al adherirse a la ignorancia y renunciar a la investigación militante de la existencia, esta clase de deseo es la que se encuentra más dispuesta a pactar obediencia (¿hay mejor premisa para comprender las micropolíticas neoliberales y su crisis actual que ésta?). 

Pero, por otra parte, el argumento spinozista supone que todo modo finito produce efectos. Hay una dimensión causal o productiva del determinismo que es necesario considerar a fondo. El sujeto es causado, pero es también causa. Es producido y productor. Spinoza pensaba la liberación como conocimiento de la propia naturaleza en términos de capacidad de afectar y ser afectados. En tanto que proceso, tal liberación supone una capacidad no de negar imaginariamente, sino apropiarse efectivamente de las determinaciones que actúan sobre nosotros.

En tanto que capaz de hacerme preguntas, estoy en condiciones de investigar en qué condiciones aumenta o disminuye mi potencia. Puedo convertir las determinaciones que actúan ciegamente sobre mí, en condiciones respecto de las cuales puedo actuar. En la medida en que investigamos el orden y la conexión de las ideas y de las cosas, podemos conocer más -incluso sorprendernos bastante- de nuestras propias capacidades de acción e invención. Porque la capacidad de acción aumenta cuando logramos concatenar sus efectos en ese orden de conexión que es lo real. Esta idea de libertad encuentra una coherencia muy fuerte con lo dicho antes sobre la ética y la política. No se trata de la libertad como libre arbitrio o sujeto libre – un individualismo que ha logrado separarse del mundo-, sino más bien de una liberación que parte de hacerse cargo de aquello que lo hace ser de una cierta manera. Si la libertad humana es puramente imaginaria, una suerte de desprendimiento ideal del sujeto respecto de toda la materialidad que lo liga al mundo y le da cierto aspecto, la liberación es una “estrategia” -la expresión es de Laurent Bobe- que nos descubre como parte constitutiva del tejido del mundo, busca en él el secreto de la propia potencia. Y nos cabe preguntar si Spinoza concibe este proceso desde una exclusivamente individual o colectiva, toda vez que tal proceso atañe a ambas dimensiones.

Hay en la Ética, como se sabe, un fuerte llamado a comprender las pasiones humanas. Una ética es una política por cuanto no elaboramos las nuestras sin interpelar las de lxs otrxs. Si el proceso de liberación es no sólo una ética sino también una política es porque en Spinoza, al menos, no hay separación entre naturaleza y sociedad. Si entendemos por Estado la ley que se dan los colectivos humanos en búsqueda de la seguridad y la utilidad común, se entiende que Spinoza crea que la mejor elaboración de las pasiones es aquella que disminuye la obediencia y permite adecuar la forma jurídica y política a la constitución material de la cooperación social. De ahí el odio político de Spinoza a la tiranía, y la búsqueda de un proceso institucional favorable a la liberación por una vía diferente y más rica que la pobre idea de libertad que nos ofrece la ideología política liberal.

Spinoza parece tener una gravitación especial durante los años de formación: Marx lo leyó y trabajo en las noches interminables de la década del 40, Nietzsche creyó encontrar en él a un amigo, Lacan tapizó su cuarto con proposiciones y escolios intentando organizar aún más el orden geométrico, Deleuze le dedica su tesis complementaria, Paul Preciado recitaba citas de la Ética de memoria.

¿Qué vías de fuga facilita Spinoza para que juventud y pensamiento se crucen bajo las coordenadas de su obra?

Diego Sztulwark Esta pregunta me lleva al recuerdo de mi primera lectura de la Ética de Spinoza. Lo leí tarde, a mediados de los años ‘90, en una edición de Porrúa, con letra muy pequeña. Por supuesto, entendí francamente muy poco. Me pareció aburrido y opaco. Con un lenguaje de tipo teológico, mucho Dios, muchos atributos. Un lenguaje técnico para el que yo no estaba preparado. Y sin embargo, era tal mi deseo de entenderlo a Spinoza que llegué hasta el final y me pareció comprender algo extraordinario. Algo que no podía explicar, pero me daba fuerza para seguir estudiando. Me refiero a esta idea que está muy claramente expuesta en el ya citado apéndice de la parte primera, según la cual las cosas de la naturaleza no poseen finalidad natural alguna. Esto es lo que entendí en esa primera lectura: no existe un sentido consagrado, otorgado a partir de una suerte de gran dador que habría distribuido valores y significados y proporcionado a cada cosa una finalidad específica. Es decir, que las cosas pueden -y desde una perspectiva ética deben- ser comprendidas no desde un “para qué” que revelaría en ellas un finalismo sino según su potencia. Por supuesto, fue una conmoción. Puedo decir que es bajo esa conmoción que leí en Nietzsche que eso se llama la pluralidad del sentido: los fenómenos poseen sentidos coexistentes, a pesar de que suelen exhibir solo aquel que le otorga la fuerza que se apodera de ellos. Por tanto, la historia de cualquier fenómeno es la de la sucesión de fuerzas que se han apoderado de él confiriéndole un determinado sentido finalista. Quiero decir que es probable que haya una lectura primera o juvenil de Spinoza que provoque este tipo de conmociones. Me refiero a una juventud que se descubre en una lectura autorizada a desobedecer estructuras morales tanto en el orden político como familiar. En la jerga de Deleuze y Guattari se podría decir que la lectura juvenil de la Ética abre un plano de inmanencia, una libertad de conexiones, la idea de una investigación existencial y política en torno a lo que las cosas pueden cuando los interrogamos de otro modo. Por supuesto, esto que digo es que ciertas lecturas pueden provocar el deseo de armar un programa de vida. Me parece que estas lecturas juveniles de Spinoza tienen un lugar en ciertos momentos iniciales de Marx, de Freud, del propio Lacan. Asociaría a Spinoza a una vocación de experimentación política y amorosa, al autodidactismo y la autoformación, y a la búsqueda de una relación desviada y no muy obediente a los protocolos de obediencia que rigen las formas del conocimiento.

La filosofía de Spinoza no tiene transacción alguna con la(s) trascendencia(s). Ese es su secreto, y su valor. El dispositivo crítico de Spinoza dio lugar al combate más estricto contra las trascendencias y me parece que hasta hoy la crítica materialista es, en lo esencial, spinozista. Me parece que Marx nota esto de inmediato y asimila de lleno a Spinoza. Si Spinoza realiza la crítica de toda trascendencia, Marx muestra que la crítica de toda trascendencia tiene que penetrar también en las trascendencias inmanentizadas. El modelo de la crítica de la religión es el modelo de toda crítica. Desde este punto de vista podría decirse que Marx hace spinozismo cuando hace crítica del derecho, del Estado y de la economía política. La crítica de la economía política fue la gran obsesión de Marx. Bajo ese título Marx produjo un discurso que nos enseña a comprender cómo el capital usurpó el antiguo lugar de Dios. Solo que con la economía política el mando no viene del cielo, sino de la lógica del capital. La crítica de la economía política es la crítica de las categorías económicas en tanto que ellas organizan el valor y la finalidad de todas las cosas de la naturaleza. Como decía León Rozitchner: hay un hilo que liga la legislación celestial de los cuerpos con la actual ley del valor. Ese hilo es la devaluación patriarcal de lo sensible, el terror y el fetichismo, el bloqueo de un orden y una racionalidad fundada en la potencia. Como dijo en una hermosa entrevista Pierre Macherey: como comunista buscaba en Spinoza un predecesor de Marx, como spinozista descubrí en Marx a un gran sucesor. Creo que son las dos cosas.

Podríamos detenernos en esta consideración que haces respecto a Marx. Para vos, él es el heredero del modelo spinoziano, o al menos el que logra ver en esa herencia las herramientas conceptuales para un pensamiento contra la servidumbre. En los manuscritos de 1844, un joven Marx se propone deducir las categorías de la economía política demostrando que en el origen de estas hay un extrañamiento primero. Marx sigue explícitamente la línea de Feuerbach en el uso que este le da al concepto hegeliano de alienación, pero por detrás parece estar operando -como decías- la inteligencia de Spinoza. 

¿En qué otros tramos de la teoría marxista se puede advertir el sello de agua del spinozismo? 

Diego Sztulwark Sobre el sello de agua de Spinoza en la obra de Marx se ha dicho ya mucho. La que a mi menos me interesa es la que trata de demostrar la presencia explícita de citas Spinoza en Marx. Por supuesto, la pieza clave de este modo de búsqueda es el cuaderno Spinoza del joven de Marx, con los apuntes de lectura del Tratado teológico-político y de la Ética. Esta lectura temprana, como mostró Maximilien Rubel, resultó clave en la elaboración de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel y en el momento preparatorio de la crítica a la economía política. Con todo, me parece que la relación de Spinoza con Marx no depende exclusivamente de las citas que del primero se puedan hallar en el segundo. El solo hecho de que Marx pudiera haber encontrado en Spinoza la crítica de toda trascendencia abre un espacio de encuentro fundamental entre ellos. Haya pensado en Spinoza o no, Marx utilizó el título “crítica de la economía política” para todas sus obras entre el año ‘44 y el año ’67. Es el mismo combate en una vida y en la otra: sea la teología política o contra la economía política, investigan los mecanismos de explotación de un plus de potencia (o plusvalía). 

Por supuesto, no tiene sentido fundar una identidad absoluta entre Spinoza y Marx. Tampoco tiene sentido situar de modo lineal a Spinoza como precursor, o a Marx como sucesor saltándose la presencia de Hegel y todo el problema de la contradicción (presente en Marx, pero no en Spinoza). Creo sí que se puede decir que, si bien no hay como reducir a Spinoza a Marx ni Marx a Spinoza, hay un Marx que se potencia con Spinoza y un Spinoza que se potencia con Marx. Yo pienso en un Spinoza marxista y en un Marx spinozista.

Al liberar la relación entre Spinoza y Marx del modelo de la cita y la correspondencia formal de sus enunciados, se multiplican sus puntos de encuentro con relación a estrategias de pensamiento actuales. Pero esto supone ir más allá de lo que podemos llamar “cretinismo conceptual”, es decir, de la idea que el pensamiento se juega en el aislado recinto en donde los conceptos se componen entre sí (Lenin se quejaba del “cretinismo parlamentario” con que algunos grupos socialistas no veían política fuera del recinto legislativo). Quiero decir con esto que es posible trazar un continuo afectivo entre Spinoza, Marx y nosotrxs. Un continuo que no es de citas rigurosas, sino en función de un pensamiento que busca la ruptura. En lugar de presuponer que conocer permite amar, presupone que amar permite conocer. Ser spinozista o marxista de modo afectivo querría decir que se los entiende porque hay una repercusión afectiva que los vuelve legibles. Es una relación con los autores inversa a quienes pelean por otorgarles un estatuto de cientificidad como condición de todo amor. 

Con respecto a Feuerbach y Marx, me gustó mucho leer hace poco un texto de Eduardo Grüner que proponía una explicación para la famosa tesis 11 de las tesis de Marx sobre Feuerbach. Allí donde Marx decía algo así como que “los filósofos hasta ahora se habían dedicado a interpretar del mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, y Grüner leía -a contramano de la supuesta impugnación filosófica que aquí Marx estaría haciendo- que se trata de interpretar el mundo bajo la perspectiva de su transformación. Lo que los filósofos han hecho mal es interpretar el mundo como algo ya hecho y no como algo que se puede transformar. Pienso que es sobre este tipo de terreno afectivo que Spinoza y Marx se encuentran de modo más consistente con nosotrxs.

Vuelvo sobre el libro Jonathan Israel. Su idea de una corriente europea de ilustración radical que actuó produciendo textos clandestinos, traducciones clandestinas, bibliotecas libertarias, dibujando el mapa de una Europa revolucionaria se habría repetido por segunda vez en la época de Marx, en condiciones de la lucha de clases de un capitalismo moderno (situación que no es la de Spinoza). Para Israel es el dibujo de un territorio subversivo lo que conecta a Spinoza y Marx. Habría un movimiento que se repite, algo que insiste. Como escribió Kafka:
«En la prosecución se esconde el diablo». En ese sentido de la prosecución, es que me hago la pregunta sobre el alcance de esos movimientos, sobre cómo nos relacionamos con ellos.

Hablamos de la comunidad y de cómo el encuentro entre personas puede significar la suma de potencias. Tres imágenes que hablan de eso: la amistad de Marx y Engels, la de Deleuze y Guattari y los grupos de estudios que están bajo tu coordinación. 

¿Qué tipo de posibilidades y esperanzas se ponen en juego al inventar un pensamiento colectivo? 

Diego Sztulwark No sé qué hace que un pensamiento sea colectivo. El de Spinoza, lo vimos, fue solitario-colectivo (vale mucho la pena, en este sentido, leer en los escolios de la Ética la insistente aparición de expresiones como “sé bien que hay quien cree”, u “otros refutarán”. Los escolios son textos polémicos en los que Spinoza lejos de sustraerse a su tiempo anticipa las objeciones de sus enemigos e intenta refutarles). El de Marx seguramente también lo fue, no hay dudas de que Marx trabajó horas y horas solitario en la Biblioteca Nacional en Londres, aunque en él tiene gran peso su amistad con Federico Engels y su relación con grupos militantes como la Liga de los Justos o de la Liga de los Comunista. Por otro lado, Jenny y Mary, las parejas de Marx y Engels fueron personalidades fuertes. Los enunciados teóricos tienen una dinámica colectiva, en el sentido de que se enuncia siempre en cierta relación con lxs otrxs, con la historia (es a esa relación a lo que nos referíamos antes con la expresión “afecto”). Marx y Engels no están solos cuando se proponen de saldar cuentas con el pensamiento anterior: qué hacer con Hegel, qué con los hegelianos de izquierda, con los anarquistas, etcétera. Marx piensa en un enfrentamiento continuo con la política burguesa y el Estado (lo que le cuesta el exilio). Althusser describió a Marx como un lector del síntoma: aquel que lee contra los esquemas de pensamiento para encontrar en dónde fallan los esquemas y las estructuras. Marx pensaba en eso para lo que llamaba la lucha de clases. Entonces: ¿qué es lo colectivo en el pensamiento colectivo? No creo que sea el grupo por sí mismo, sino el sistema de interlocuciones. Para mí el pensamiento tiene de colectivo lo que tiene de situacional o estratégico (lo que tiene de desplazamientos, refutaciones, defensas, balances). No hay texto que no pueda ser leído desde las marcas de la presencia de otrxs. De ahí que la idea menos desafiante que puedo hacerme de un pensamiento colectivo es el de un texto que reivindique lo grupal como tal, como sucede con los textos firmados o redactados por muchas personas. Más radical me resulta lo colectivo cuando un pensamiento o un texto provocan una modificación real en quien lo redacta y/o quienes lo leen.

Con respecto a la imagen de Deleuze y Guattari, ellos mismos declaran no ser dos autores sino un “agenciamiento”. Sobre todo en Mil mesetas, ellos firman sus textos con la figura del rizoma. Con respecto a Deleuze y Guattari puedo decir lo mismo que decía Goethe respecto a Spinoza: estoy de acuerdo en todo, sin saber bien qué es lo que quisieron decir. Desde mi perspectiva, el rizoma es un concepto clave y muy mal leído por intelectuales lacanianos (de Slavoj Zizek a Jorge Alemán). Ellos lo ven como una racionalización inconsciente del comportamiento del sistema financiero. Yo como una lectura revolucionaria de las virtualidades actuales de la cooperación social. En mi lectura, el rizoma funciona mejor cuando se lo lee como un concepto que sedimenta al marxismo; y también al spinozismo, porque una de las dimensiones principales del rizoma es la libre conexión de todos sus puntos, según procedimientos a inventar. Esta posibilidad de conexión remite a lo real spinoziano. El rizoma busca la inmanencia absoluta.

Deleuze y Guattari se consideraron tanto spinozianos como marxianos. No es solo que Deleuze al final de su vida prepara un libro sobre Marx, sino sobre todo la declaración que hicieron respecto de que para ellos toda filosofía debía comenzar por un análisis coyuntural sobre un diagnóstico del capitalismo. Eso ocurre en los 70 en Antiedipo, en los 80 en Mil Mesetas y en los 90 en ¿Qué es la filosofía? El rizoma es la fuerza de trabajo en tanto que aptitud y calificación, en tanto que entramado intensivo y extensivo, en tanto que cooperación que define y constituye la vida en todos sus puntos. La fuerza de trabajo es un rizoma virtual, que puede hacer lo suyo en cada punto de fuga que crea respecto del capital. Ahí veo la marca persistente de Marx. El rizoma es lo que aparece en nuestros países en Argentina 2001, Chile 2019, Perú 2023. Es la imagen más rica que podemos hacernos de las formas de cooperación cuando no se someten a la gestión neoliberal o fascista de la contemporaneidad. 

Leído como un diálogo con la Ética y con El capitalMil mesetas es un extraordinario despliegue de imaginación para seguir el espacio cada más rico que produce la cooperación social (bajo sus modalidades cognitivas y lingüísticas), y una investigación su capacidad para sus “devenires minoritarios”, para crear “líneas de fuga” y “máquinas de guerra”. Se trata, por supuesto, de un delirio imaginativo, de un delirio fantasioso y sugerente cuya capacidad de diagnóstico e inspiración es de una magnitud que no fue alcanzada por ninguna de las filosofías políticas de nuestro tiempo. O la que con mayor radicalidad apunta a responder la pregunta de Spinoza: ¿por qué las personas luchan por su esclavitud como si de su libertad se tratase?

Pasando ahora a nuestra experiencia reciente en la Argentina, me parece que la idea de un pensamiento colectivo adquiere sentidos muy concretos que remiten a romper una soledad (no digo un silencio, sino más bien todo lo contrario) que nos despolitiza (pero también un tipo de politización que conlleva fuertes decepciones) y, por otro, a conectar con fuerzas colectivas capaces de resistir la tristeza y la desposesión. Lo colectivo es, en nuestras condiciones, una búsqueda por vencer el aislamiento y la decepción. Es una hipótesis, no siempre verificada, según la cual la presencia de otrxs puede arrancarnos de ciertos sometimientos, automatismos, narcisismos, herencias no revisadas y en fin, ayudarnos a derrotar las pasiones tristes. Lo colectivo es, en este sentido, algo necesario como difícil. Alberga tanto una inercia insoportable como una apuesta al deseo de ruptura. Cuando esto último despunta, nos hace felices.

En lo personal remito la cuestión del pensamiento colectivo a dos experiencias definidas de práctica de grupos. Por un lado, luego de muchos años de militancias participé unos años en el Colectivo Situaciones, colectivo de investigación militante que fue en paralelo a la otra práctica, que son los grupos de estudio que coordino hace ya mucho tiempo y que aprendí del historiador Ignacio Lewkowicz. Respecto del Colectivo Situaciones fue un intento organizado, militante y disciplinado por producir una serie de conocimientos insurgentes en el momento de la crisis del 2001. Invirtiendo el comentario -spinozista- de León Rozitchner según el cual “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa” (en esa frase están los dos atributos de Spinoza radicalmente historizados), el colectivo intentaba asumirse en un nivel de ruptura propuesto por las prácticas de aquel momento. Los grupos de estudio, en cambio, se desenvuelven en otra temporalidad: no están ligados a un momento excepcional, sino que responden a una necesidad de un pensamiento no protocolizado. Algo así como una “unidad básica” del pensamiento: un círculo de personas en torno a un texto es una situación primera y sencilla. Hace doscientos o trescientos años hubiera sido leer la biblia, como en los grupos de los que participó Spinoza. Un círculo de lectura sin autoridad jerárquica. La coordinación consiste poco más que en convocar, proponer un entusiasmo en torno a un texto y preparar un mínimo de conocimientos anticipados para poder guiar el inicio de la lectura. Nietzsche decía que pensar es hacernos cargo de aquello que decimos. Creo que el pensamiento colectivo puede ser concebido como un intento de pensar en nombre propio. 

Podríamos hablar de Michel Foucault. ¿En qué sentido su pensamiento puede dialogar con las estrategias del marxismo y su macrofísica? 

Pienso en la siguiente cita de Foucault: “Yo no os diré: esta es la lucha que debemos llevar a cabo, pues no veo en qué podría fundarme para decirlo, salvo tal vez en un criterio estético (es decir, sin razón, sin otra justificación posible que un buen placer, del que nunca se discute, como tampoco se discute de gustos y colores). En cambio, os describiré un determinado discurso actual del poder, como si desplegara ante vuestros ojos un mapa estratégico. Si queréis pelear, y según el combate que elijáis, veréis dónde están los puntos de resistencia, dónde están los atajos posibles.”

Diego Sztulwark Como vengo haciendo a propósito de otros autores es preciso que me haga cargo de mis decisiones como lector de los textos que leí de y sobre Foucault. Creo que esas lecturas intentaron aprender, sobre todo, de la noción de estrategia. A mí se me hace evidente que hay una proximidad entre la estrategia foucaultiana y la ética spinozista. Porque la ética spinozista es una política que produce conocimientos. Laurent Bove escribió un libro al respecto llamado La estrategia del conatus. Ética y estrategia se oponen igualmente al moralismo y a la despolitización. Ambas remiten a posiciones críticas, adoptan la actitud de comprender antes que juzgar, y piensan el poder de un modo materialista y lo suficientemente complejo como para producir un saber sobre la sumisión tanto como sobre la subjetivación.

Por otra parte, y a pesar del anticomunismo de Foucault, siempre lo leí como un autor compatible con Marx. Sobre todo, porque la noción de estrategia es extremadamente útil combinada con la de lucha de clases.  Por supuesto, puedo entender y compartir cada una de las críticas de Foucault al Partido Comunista marxista-leninista de la época, a un movimiento que subordinaba la estrategia a una cierta moral, a una cierta filosofía de la historia, al poder de unos Estados. Foucault encontró sus propios laboratorios luego del 68. Recientemente Maurizio Lazzarato en sus libros últimos sobre la guerra hizo hincapié en que la izquierda foucaultiana -se refiere a las académicas- ha olvidado al Foucault de la estrategia en función del de la gubernamentalidad y neoliberalismo. Creo que esta crítica es adecuada, aunque el objeto de la crítica debería ser más ese foucaultismo académico que Foucault mismo. Me parece que tiene razón Lazzarato al recordar que la de estrategia es una noción más amplia y más rica que la de gubernamentalidad neoliberal. Me parece completamente cierto que sin la noción de estrategia se pierde una dimensión fundamental de lo neoliberal que, tal como sucedió en América del Sur hace unas décadas, se inició como un acto de guerra. Guerra que no deja de actuar como momento último del orden gubernamental. ¿De qué otro modo podemos leer sino la reacción de las fuerzas de seguridad que en el 2019 en Chile disparaban masivamente a los ojos de lxs jóvenes? ¿o las decenas de asesinatos durante las revueltas recientes en Perú? Es cierto que la estrategia capta las relaciones de fuerza de un modo mucho más amplio, mientras que la gubernamentalidad neoliberal se corresponde con la dominación pacificación que se da entre las crisis. Pero también es cierto que siempre hemos sabido esto y hemos leído, por tanto, a Foucault desde este saber. No creo que tenga demasiado sentido descartar a Foucault en nombre de las luchas latinoamericanas por el hecho que la academia europea y luego global haya producido un saber tan especializado como despolitizado en torno suyo.  

Hay otra cuestión respecto de Foucault: la estrategia funcionaría para él como una multiplicación de micro-estrategias, y no una escena unitaria y dialéctica en la que dos clases sociales contradictorias sintetizarían toda la complejidad del cuerpo social. El campo social como tal sería un extenso campo de batallas en los que los conflictos de poder y resistencia no darían lugar a disputas macropolíticas de tipo revolucionarias. Los últimos cursos de Foucault sobre el biopoder nos mostrarían a un Foucault poco menos que fascinado con el neoliberalismo. Pero rechazar a Foucault por no haber teorizado una microfísica del poder, una pluralidad ontológica y por haber pensado al neoliberalismo como un tipo nuevo de dominación me parece completamente infantil. Por el contrario, si tomamos en cuenta cómo han cambiado los tiempos (y no es un dato menor al respecto la desaparición de las URSS, los socialismos reales y la influencia de los Partidos Comunistas), me parece evidente que las investigaciones de Foucault son valiosísimas para cualquier estrategia de las izquierdas o para quienes quieran cuestionar el domingo neoliberal o capitalista. De nuevo, me parece que una lectura de Foucault desde América Latina puede muy bien eludir el debate académico sobre Foucault. Recordemos que en nuestra región tuvimos a un José Carlos Mariátegui capaz de pensar para Perú una articulación entre lucha proletaria y mundo indígena, entre realidad nacional y cosmopolitismo. También en Gramsci está este esfuerzo por componer luchas sociales de un modo amplio y no simplificado, atendiendo al movimiento obrero, como al campesino o al estudiantil. A mi modo de ver, la microfísica foucaultiana se revivifica con los nuevos feminismos populares o con las luchas de tipo anti raciales, y permite pensar a la vez una pluralidad de tácticas y de situaciones conflictivas con una mayor exigencia para el relanzamiento de la lucha política.   

Foucault vuelve a iluminar la complejidad estratégica de cualquier idea de un sujeto revolucionario. Con él estamos en el mundo de Spinoza, en tanto éste no propuso universales moralizantes, estamos ante la pluralización de lo real que también pensaron Deleuze y Guattari y en el pensamiento de Marx en tanto que no lo leamos como un pensamiento profético o utópico, sino -precisamente- estratégico. 

Hay quizás todavía un punto más sobre Foucault. La idea que se hace de él en el sentido que su pensamiento termina en el poder. Ser foucaultiano sería tomar consciencia de cómo nos subjetivan los dispositivos de poder. Por suerte para nosotrxs, la Editorial Cactus ha editado los cursos en tres tomos que dio Deleuze sobre Foucault. Allí Deleuze se esfuerza por mostrar hasta qué punto Foucault luchó por salir del enunciado “Yo sólo puedo hablar del poder”. Él supo siempre que era tan necesario como insuficiente conocer el sentido de las luchas como solo derivadas del sentido que les imponía el poder. Por el contrario, Deleuze muestra con mucha precisión que Foucault pudo decir también: “puedo hablar de aquello que se sustrae de la relación de fuerzas, de aquello que se flexiona sobre sí mismo, de aquello que es capaz de darse fuerza, de hacerse a sí, de buscar una constitución autónoma”. Deleuze creía que este Foucault -este último Foucault- estaba así dominado por la cuestión ética. Tomado en toda la secuencia, Foucault nos enseñaría a pensar un doble comienzo. Por un lado, una analítica que empieza por definir los poderes, porque toda política que no defina los poderes se vuelve abstracta. El pensamiento actual no puede no ser un mapa de los poderes vigentes. Pero al mismo tiempo habría otro movimiento en el que lo primero es la resistencia, sin la cual nunca ningún pensamiento comenzaría. Si el primer movimiento fuera el único solo habría paranoia y sometimiento. De ahí el doble comienzo. Empezar por conocer los poderes, pero empezar también desde lo que resiste. Foucault escribe en algún lado que las luchas sociales nos enseñan quienes somos hoy. La analítica, sin embargo, es doble: aprendemos de una analítica del poder y de una analítica de las luchas o las resistencias. Deleuze agrega que Foucault contaba con un método de evaluación política para la intervención sobre las situaciones concretas. Él se hacía tres clases de preguntas: ¿Cuáles son las luchas de hoy? ¿Cuáles son las formas de pensar y conocer? Y ¿Cuáles son hoy las formas de sensibilidad, de modos de vida? En mi opinión, formular cada vez estas tres preguntas nos devuelve a la cuestión de la estrategia.

Roberto Arlt. Por la senda de Nietzsche y Freud, de Mariano Pacheco // Prólogo de Emiliano Scaricaciottoli

Generalmente, se lee a Pacheco en la calle. No hay demasiada mediación entre este erizo ensayístico que en algún momento fue parte de su Kamchatka… (2013) y uno de los ensayos más reivindicativos de una escuela, como el de Roberto Arlt. Por la senda de Nietzsche y Freud que, con honores, se reedita por el sello Clara Beter: una escuela en un mundo sin referencias, en un collage de supervivencia, en un montón de currículum para tan poca vida. Insisto: se lee a Pacheco en el tránsito hacia una órbita de sentidos. Como él logra leer al Nietzsche de la aporía en el bosque (de los Caminos de Bosque, dirá luego, tímidamente, Heidegger); al Freud de la aporía de la clínica (cocainómanamente, un superviviente de las instituciones); al Arlt de las calles (y no precisamente de los trenes, como lo ha repetido de manera aburrida y políticamente correcta la crítica de los pasajes internos, esos que no terminaban en París). En este curioso recorrido, en el transeúnte que Pacheco encarna, se interseccionan la academia y la pueblada, de esa calle, de esa turba evangélica y negra (a lo Almafuerte) que no sabe distinguir entre desclasados y descerebrados. Hay un Pacheco para el bosque, entonces, uno dionisíaco. Uno para la clínica, para la institución. Y uno para la calle, entre humillados y criminales. Aún quienes cortamos las calles somos criminales, claro, pero con sentido. Ese Arlt que camina con Pacheco, atravesado por aquellas lúcidas notas (ni libro, notas) de Masotta en 1965, se permite entrar y salir de formas molares, nosocomios, eso que decía antes: escuelas. El vértigo de formar parte de esta escuela -una forma de vida que defiende el psicoanálisis en la calle -y que de Literal a la fecha no ha dado tregua- ha internalizado la posibilidad de refutar a Foucault: es Freud, dice Pacheco, el “gran pensador del siglo XX”. El mismo que no se “turbaba (…) por invadir desde el psicoanálisis los campos del arte”. Ahora bien, digámoslo con Nicolás Rosa o con Germán García y sin que nos escuche Masotta: es Freud un gran escritor y, en consecuencia, el psiconálisis la mejor literatura para los oídos del siglo. Música para nuestros oídos. Embellece una nota al pie de Lou Salomé entre el lecho de Freud y Nietzsche. Y no es decoro, artificio. Es la necesidad de ponerle música a este descomunal ensayo que también se hace literatura en su afán de expropiarle a la universidad -a sus lecturas represivas y naftalinosas- el bosque, la clínica y la calle. Arlt fue un gran bandido en los ojos de Astier o Erdosain. Un bandido a contrapelo, como señalaba Roberto Carri, para separar el morbo de ver a la gran masa obrera feliz y contenta ese gran Otro morbo: de verla llorona, afiliada, forzada a la angustia de su propio reflejo. Decía Osvaldo Lamborghini, en una entrevista de 1976 -quien tampoco se turbaba para invadir al psicoanálisis desde la literatura y luego perderse, devenir, como le gusta a este Pacheco- que el gran enemigo era González Tuñón, “los albañiles que se caen de los andamios, toda esa sanata (…) de lamentarse”. El lamento, reescribe con lucidez Pacheco, se transforma en ir un poco más allá de la nomenclatura. Del “realismo” al “socialista”, vaya a saber uno. Porque en la trinidad poco sacra que conforman Arlt, Nietzsche y Freud la cultura es implementación de elementos demiúrgicos. No ocultos, sino ya diseñados. La lengua, esa lengua rapaz que atraviesa el periodismo (en Arlt), la ciencia (en Freud) y la metafísica (en Nietzsche) trasciende a cualquier hermenéutica. Se hace combate. Se pide en la lengua un elemento de lucha, una guerra prolongada de expropiación. Extirparle la humillación al humillado; la ley al tótem; el sentido a la verdad. ¿Dónde está la verdad? En el delito de la lengua. En la estesis que se infiere de ese delito. Decía Masotta y con justicia lo trae Pacheco: Arlt construye bandidos “subversivos al revés”. No hay que aplicarle justicia poética a la clase, sino beber sin método… Como Mansilla, como Quiroga, como Baudelaire, como aquel Guattari que Pacheco desoculta en Brasil por el 82. Este encuentro romántico, seductor, en la trinidad de un corpus desmembrado pero que se vincula. Confiesa Pacheco la necesidad de un “vínculo”. Yo prefiero ver allí una constelación. Algo no buscado, no requerido, que no conviene. En la estrategia mística de Gurdjieff, en esa aporía, Pacheco busca el “encuentro con sus propios hombres notables”. Hombres que forman un “trío de tres unidades” (citado de algún Pappo’s Blues). Inseparables, pero desarmoniosos. Porque, volviendo a Lamborghini -que, a esta altura, es volver también a Masotta- Pacheco logra hallar una arqueología punk en las lenguas díscolas de su trinidad. En ese estadio muy poco universitario, por cierto, en el que lo no dicho no es lo que hay que relevar; sino lo que hay que disfrutar. Ese enjambre dionisíaco (en la modulación nietzscheana) y apolíneo (en la freudiana) que atraviesan las obras de Roberto Arlt aquí caminadas (no leídas, transitadas, pisadas, 12 · Roberto Arlt. Por la senda de Nietzsche y Freud sucias, antihigiénicas) expresa el vértigo de otra lengua, extranjera, que rompe la trinidad. Es el propio Pacheco el que se permite recuperar las tesis de Masotta para cantarle re truco a los sistemas binomiales. Es en la verborragia, en el exceso del Astier leído por la pulcritud académica (“inventar o trabajar”) donde Pacheco instala el problema de la inmigración y, peor aún, de ser hijo. De lo que no se puede dejar de ser, y con lamentación, siempre volviendo a Astier, marcharse al sur: el largo camino de estos hombres notables por sus desiertos. El sur de la lengua: ¿dónde se localiza? ¿En el Nietzsche hiperbóreo negado durante el descenso de aquella montaña? ¿En el Freud escita que auricularmente muere en la voz de Salomé? ¿En el Arlt de los hijos sin padres, del que pasaba a saludar por las oficinas de Zamora y recibía alguna puteada de Castelnuovo? ¿Del inorgánico Arlt? “La escritura como devenir”, sentencia Pacheco y me permito este envido: ¿encontró Pacheco en estas páginas ese otro cruce peatonal entre lo que llamo “la zona Deleuze” (desprotegida de asambleas y cortes de ruta) y “la zona Guattari” (bienaventurada de sacar la tesis al barro del lenguaje)? Conviven en constante tensión, en todo este libro, esas dos zonas en pugna. Como conviven lo dionisíaco y lo apolíneo; Viñas y Piglia; Dostoievski y Turgueniev. Sin aflojar tensiones, sin conformar, sin moderar. Una rabia, Mariano, que no debía extrañarse ni cajonearse, para que entre los excesos de tu lengua literaria y ensayística también hallemos algún numen digno de ser vivido. Roberto Arlt. Por la senda de Nietzsche y Freud. 

 

PRESENTACIÓN

El libro se presenta el jueves 18 de mayo, a las 19 horas, en el 3º piso del Centro Cultural Floreal Gorini (Corrientes 1545). Estarán presentes, junto al autor Emiliano Scaricaciottoli (prologuista), Gito Minore (editor) y Susana Cella (directora del Departamento de Literatura y Sociedad del CCC). 

Una epopeya familiar // Diego Sztuluwark

Conocer a Perón es ante todo un gran título: pocas palabras pueden contrapesar por sí solas al apellido más multitudinario del país. Además, promete lo imposible. Es como decir: conocer el mito. Conocer al conductor es imposible, puesto que la técnica de conducción consiste precisamente en no dejarse conocer nunca del todo. Develar al conductor supondría que de ese misterio ya no se espera nada. Y no es el caso. Sin embargo, la promesa cognitiva no defrauda. El libro describe con exactitud la aventura emotiva que significó para un talentoso y joven abogado formado en el nacionalismo católico argentino tomar contacto y entrar a formar parte del dispositivo político del llamado “último Perón”.

Encumbrado por el General como secretario general del Movimiento Peronista durante 1972, el apellido Abal Medina era ya un mito vivo. Y la estructura del libro repite este funcionamiento mítico: la parte inicial sobre Fernando, el ajusticiador montonero del general Pedro Eugenio Aramburu, coloca las bases para el desarrollo posterior: la narración de la formación espiritual y política de los hermanos, que parte del Padre Castellani y converge en Leopoldo Marechal. Las palabras de este último formulan con la mayor precisión la idea misma de conocimiento que Abal Medina colocó en el título de su libro: el peronismo es nacionalismo católico más conocimiento de lo popular: “el conocimiento precede al amor” y “solo se ama al pueblo cuando se lo conoce”. La narración de Abal Medina consiste en aplicar la fórmula al propio Perón (conocerlo lleva a amarlo). Si algo unía a los hermanos era la búsqueda desde lo nacional católico de lo nacional popular. A la vuelta de La Habana –adonde viajó con Norma Arrostito y Emilio Maza–, Fernando repetía una frase que en idénticas circunstancias le había escuchado al autor de Adán Buenosayres: “Fui y volví como un cristiano y peronista”. Sobre esa base la diferenciación entre ellos: Fernando (dos años menor), más místico en lo religioso y más socialista en lo político, llegará a ser líder fundador de Montoneros; Juan Manuel será jefe de redacción de la revista nacionalista Azul y Blanco y discípulo de Marcelo Sánchez Sorondo. Diferencias, estas, que se dan dentro un arco afectivo e ideológico común: ninguno de los dos fue fascista ni “mucho menos” marxista, sino “peronistas marechalianos”.

En febrero de 1970 los hermanos Abal Medina visitan a Marechal. Juan Manuel lo quería sumar a su círculo de discusión política, y Fernando –que acababa de desertar del servicio militar– buscaba tener con el escritor una conversación más urgente. Leopoldo, por su parte, acababa de entregar los originales de Megafón a imprenta. Al marcharse Juan Manuel, el menor de lo hermanos interrogó intensamente a Marechal por su nueva novela. A fines de mayo se produjo el secuestro de Aramburu. Apenas circuló la noticia, Juan Manuel llamó a Sánchez Sorondo, conversó con Pepe Rosa y desembocó en una reunión en casa de Marechal, quien los recibió en estado de gran nerviosismo. Cuenta en su libro: “Pensaba que mi hermano Fernando estaba por lanzar una guerrilla urbana” y relacionaba el hecho con su deserción del servicio militar, pero también con la conversación que mantuvieron sobre Megafón, o la guerra (aun en imprenta): en la Rapsodia VI se relata el plan para secuestrar al general González Cabezón, personaje ficticio de obvia referencia a Aramburu. ¿Era posible que la acción de Fernando se inspirase a tal punto en la literatura de Leopoldo? Sólo cuando comenzaron a aparecer los primeros comunicados de Montoneros, Juan Manuel reconoció el estilo de su hermano: “Fernando usaba ese lenguaje”. De hecho, la expresión montoneros coincidía con un cuadro en tinta china de Héctor Marengo especialmente hecho para una contratapa de Azul y Blanco, que Fernando conocía bien. El último y breve encuentro entre los hermanos se dio unos pocos días después, en la clandestinidad, en un auto. Fernando dijo: “Matar es terrible”. Juan Manuel observó: “El haber matado no le había hecho bien”. Estas palabras serán pronunciadas ante Norma Arrostito y luego ante el general Perón.

La reflexión de Juan Manuel Abal Medina (padre) sobre hechos ocurridos cinco décadas antes tiene un fuerte carácter filial. El término “padre” es una de las claves de comprensión. El propio libro es un testimonio escrito a pedido de sus hijos, y ya en el prólogo se inscribe a la familia en la epopeya peronista cuyas fechas claves serían el 17 de octubre de 1945 y el 17 de noviembre del 1972: una epopeya propiamente familiar que “hoy nosotros y nuestros hijos continuamos y que mañana continuarán nuestros nietos y sus hijos, y así mientras la Argentina siga siendo la Argentina”. Este libro es también una amarga meditación sobre el Estado, la imposibilidad de la paternidad política, y sobre el “verdadero Perón al que conocí”, ese “último Perón” que hace el “balance de su vida” y “bajo cuyo liderazgo milité”. La cuestión de la genealogía y la filiación, tema central del libro, había sido señalada por Horacio González como crucial en las cartas entre Perón y Cooke (la cuestión del conductor como “padre eterno”) y como una tragedia respecto de la generación a la que pertenecieron los hermanos Abal Medina. En su libro Perón, reflejos de una vida, González hace referencia a María Antonia Berger, quien durante los fusilamientos de Trelew escribió “con su propio dedo tinto en sangre la sigla lomje sobre la pared del cubículo donde recibió los disparos. Significaba: Libres o muertos, jamás esclavos”. González se enfoca en esxs militantes que establecieron “un diálogo crítico y abismal con Perón. Un dialogo sobre las escrituras de la sangre”, “que no hubieron de convencer al General”, a quien aquel lomje le sonará “pavoroso, imberbe, hasta mercenario”. La cuestión de la paternidad política en Perón no puede plantearse sin preguntarse sobre aquello que hizo al último Perón: “Ver estupidez en personajes que, de alguna manera, habían salido de sus propios textos, a los que se niega a percibir como creación suya”.

La mortificación y la tragedia son marcas fuertes en la narración de Abal Medina, aunque el ritmo de su reflexión se mantiene adherido a las exigencias políticas ligadas a su vínculo con Perón. En un fragmento importante razona del siguiente modo: “Quizás la diferencia que yo tenía con la gente de la política, por haber estado en contacto con el mundo militar, era que tenía conocimiento casi instintivo de la diferencia entre lo estratégico y lo táctico. Al jefe estratégico no hay que consultarle lo táctico, porque si él no ordena es que no está en condiciones de discernir sobre lo táctico. Hay que dejar que conduzca lo estratégico. Y si hay un error en lo táctico lo comete el que maneja lo táctico, no el estratega”. En los años en que Abal Medina se involucra con Perón, estas distinciones debían aplicarse al propósito de este último de retornar a la Argentina. La estrategia se resumía en una frase: volver. Pero dada la edad y la salud de Perón, la táctica suponía establecer los medios para que esa vuelta ocurriera “a tiempo”. Concretar la vuelta suponía, por otra parte, precisar un significado político preciso, y ese significado fue definido por Perón como un triunfo electoral para el justicialismo. El peronismo debía hacer valer por fin la fuerza del “número”. Para lo cual era condición absoluta lograr su unidad. Todo lo cual era perfectamente posible, a condición de resolver una diferencia importante planteada por la juventud, para quien el “Perón Vuelve” y las elecciones no eran sino pasos necesarios en un camino revolucionario, lo cual planteaba un serio problema a la conducción.

El éxito de la operación retorno –noviembre del ‘72– planteaba entonces una serie de problemas inmediatos. El General quería asumir la presidencia para saldar una deuda histórica con el pueblo, mientras que la dictadura, con Lanusse al frente, bloqueaba esa posibilidad por medio de un diseño electoral que lo proscribía con la siguiente especulación: despojado de su único candidato arrasador, el peronismo no superaría la barrera del 50% de los votos, lo cual viabilizaría una reunificación triunfal del arco antiperonista en una segunda vuelta. El panorama que se le presentaba a la conducción táctica del peronismo con Perón proscripto era abrumador. Debía resolver a contrarreloj la siguiente agenda: consagrar una fórmula peronista para las elecciones (que resultó ser Cámpora-Solano Lima), realizar la campaña y, una vez electo el nuevo gobierno, conseguir que renuncie y se convoquen nuevas e inmediatas elecciones para el retorno de Perón al poder (lo que suponía, además, organizar el regreso del General del 20 de junio del 73). Para el logro de estas tareas, resultaba imprescindible una reorganización del Movimiento. Dividido entre dos grandes fracciones enfrentadas, Abal Medina –cuyo apellido lo hacía “intocable”– debía ocuparse de articular la rama sindical, conducida por el fiel José Ignacio Rucci, junto a la juvenil, cuya referencia Perón delegaba en el “Loco” Rodolfo Galimberti. Dicha articulación era una operación desafiante, una maniobra destinada a contrarrestar el “espíritu de época que tendía a la radicalización”. Su propósito era evitar un desborde por izquierda de las estructuras del peronismo: que la juventud no interviniese en los sindicatos, que las FAR no influyeran sobre Montoneros y que, en general, el marxismo no arrinconase al justicialismo. Traducido a tarea práctica, Perón le delegaba a Abal Medina el cuidado de Galimberti para que no fuera “absorbido por los sectores radicalizados”. Al joven abogado le pedía que tome los resguardos necesarios para que el asunto no se les escapara de las manos “como se me fue con Cooke y Alicia Eguren”.

Si el reencuadramiento del movimiento se presentaba como una condición para la consolidación de un nuevo gobierno (cuyo programa sería el pacto social), Abal Medina veía la presión militante por la liberación de los presos políticos prevista para el día de la asunción de Cámpora como un serio obstáculo. Una amnistía sólo tendría un efecto de reconstrucción institucional –pensaba– si cada detenido liberado suscribía un compromiso de abandonar la lucha armada: si la violencia de abajo era justificada solo cuando respondía a la de arriba, un gobierno peronista volvería injustificada la lucha armada. En igual sentido, el propio Perón afirmaba que el Estado no podía permitir tomas y ocupaciones. Su médico, Jorge Taiana, lo escuchó afirmar que “para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”.

Sin embargo, y aun compartiendo el criterio institucionalista de Abal Medina, el General condescendió a la imparable dinámica de los hechos. Y sin embargo, durante la enorme movilización del 25 de mayo –prisiones amotinadas, agrupaciones militantes movilizadas ante los penales– no hubo lugar para reparos legalistas. Era prioritario alinear a la juventud si se quería imponer a las organizaciones especiales una tregua. De ahí la orden de Perón de liberar a todos los presos, para dejar claro que la orden le pertenecía al peronismo.

La satisfacción por la tarea cumplida del regreso de Perón coincidió, sin embargo, con un abandono de la alegría y de la capacidad de análisis de Abal Medina. Los signos que anunciaban la tragedia se volvían nítidos: el ritmo de la intensificación del enfrentamiento era inversamente proporcional al ritmo de la fragilización de las capacidades del viejo líder para administrarlas: Cámpora no actuaba según las expectativas del círculo Perón a la vez que el propio General se mostraba cada vez más dependiente de un López Rega que movía los hilos del terror político; la Masacre de Ezeiza agudizaba las contradicciones y la salud del viejo General profundizaba la disputa por la candidatura vicepresidencial. Debilitada su aptitud para compaginar contradicciones, el peronismo perdía su sentido mayor valor político: el de posponer la catástrofe. Sin un centro político contenedor, la unidad se degradaba en luchas y las luchas en crimen. Era esa, la de Abal Medina, una mirada cristiana de la política, que advertía el fin de los tiempos (la muerte de Perón) y se aprestaba para lo peor. Interrogado en el ‘73 por lo que ocurriría con su propio final, el General respondió: “Una institución o una disociación peligrosa”.

Esa disociación se produjo en vida del General, la mañana del 25 de septiembre del ‘73, cuando un comando militante acribilló a Rucci. “Mataron a mi hijo”, dijo Perón, “son unos criminales”. Ya no había vuelta atrás. Lo que siguió fue el equivalente a una declaración de guerra. Las palabras inmediatas de Perón a Abal Medina fueron de decepción: “Es imposible que estos locos se alineen. Así que hay que extirparlos del movimiento, y eso es lo que voy a hacer”. Al día siguiente, Perón leyó un texto que llamaba a la “depuración ideológica” e imponía al peronismo la tarea de delimitar sin ninguna ambigüedad entre peronismo e izquierda (“yo soy peronista, por lo tanto, no soy marxista”).

Abal Medina describe así los últimos meses de Perón: una dependencia personal extrema respecto de López Rega (que afirmaba que el General ya había muerto pero que él le daba una sobrevida), una incapacidad para mejorar el salario y la satisfacción material de la vida de la clase obrera que sin embargo prefería “perder” con él que “ganar con otros” (en palabras del líder sindical Adelino Romero), una ruptura y una declaración de enemistad con los sectores políticos ligados a la Tendencia (destitución de los gobernadores Bidegain y Obregón Cano) y un endurecimiento de los procedimientos penales (que constituirían la evidencia de que Perón apostó hasta el último día por la represión legal y no por el aparato parapolicial de las AAA, que ya actuaba contra la Tendencia).

Son muchas las líneas de lectura que este libro abre. Todas ellas surgen de la racionalidad de un político de formación nacional-católica que atravesó una época de notable intensidad histórica preparando informes y construyendo acuerdos políticos en función de aplazar la llegada del anticristo, con la oscura y dolorida conciencia que lo lleva sobre el final del libro a preguntar, no al modo del revolucionario derrotado –¿por qué perdimos?, o bien ¿tuvo sentido?– sino más bien al modo de quien no elude los remordimientos: “¿Qué le pasó a esa parte de nuestra generación?” ¿Por qué entró en tal “siniestra derivación”? ¿Podríamos haber hecho algo más para impedir el horror? Son preguntas de un autoexamen que elude la parodia y que, cuidadosamente leídas, deberían ayudar a esclarecer las contradicciones ideológicas que traman ese complejo texto llamado campo popular.

 

El cohete a la luna

Leer enferma // Diego Valeriano

Leer no es de lectores ni escritores, no es de ferias, ni de libros, ni de funcionarias luchonas, empresarios o editoriales independientes. Es otra cosa más íntima, menos eufórica. Más mínima, menos bandera. Leer es de enfermo. Te enferma. No es una identidad, ni pride, ni orgullo, ni devenir nada. Ni ballena azul, ni subsidio, ni coyuntura, ni encuentros que emocionan a sensibles y quitan oxígeno a quienes no están en esa. Se lee para no ser nada, para entender menos y huir, para alegrarse y no compartirlo con nadie. Para aprender a estar solas, encorvados, con bruxismo. Para volvernos invisibles. Leer no es político, es lo contrario. Ni código, ni confabulación de pillos, ni arma inmanente. Ni una sensibilidad de no se qué de la que nos jactamos con suficiencia. Nada atenta contra leer, salvo leer. Leer enoja y enojado no hay ni festivales, ni giladas, ni bibliotecas populares que siempre están vacías, ni amigas, ni ex, ni enemigos. Es algo que apenas se puede, que cuesta, que agota, que no me da, pero insistimos. Es una parte imposible de nuestra vida que hubiera sido mejor no conocerla  pero ya es tarde.

Plazas en la cabeza // Diego Sztulwark

Primero de Mayo: mas que plazas, lectura. Y es una pena, porque es día de sol. Todos iríamos. Con las plazas en la cabeza, las lecturas actúan a su modo. Kafka intuye hace ya más de un siglo que el trabajo está tomado por un sistema de dependencias. Percibe con claridad cómo la posibilidad misma de comprimir el trabajo en medios técnicos (mecanismos y máquinas) lo vuelven un asunto cada vez más obligatorio. Comprende bien la relación entre trabajo y medida: la parte más noble y la mas insondable de toda creación, que es el tiempo, queda prisionera en la redes de intereses mercantiles puros. En estas condiciones, el trabajo es sometimiento a una la ley externa (que otro hablante del alemán fallecido el mimo año en que K nació, llamó “ley del valor”) cuya imposición impide encontrar la interna. Kafka fue durante muchos años funcionario de un Instituto de riesgos del trabajo en Praga. Como abogado del organismo, negociaba con empresas los estatutos laborales, armaba protocolos, conocía al detalle el tema. Cierta vez, hablando con sus amigxs contó sobre lo habitual que era para él ver en el Instituto a trabajadorxs inválidxs por accidentes de trabajo solicitando esto o aquello, y cómo al verlos no dejaba de preguntarse cómo es que no venían un buen día a quemarlo todo de una vez. Son preguntas inevitables en toda ciudad marcada por el dominio de clase. Los críticos sostienen que Kafka escribía de un modo muy particular, vaciando las palabras de sus significados inmediatos y conectándolas con las tormentas afectivas que lo atravesaban. Su amigo Max Brod lo llamaba “santo”, y su otro amigo, Gustav Januch, “el último profeta”. Ezequiel Martínez Estrada lo vinculó con los profetas de los que habla Spinoza. ¿Profeta por qué? ¿Por esa capacidad de usar el lenguaje habitual en un sentido inhabitual, para conectarlo con signos de un nuevo tiempo sobre el que es difícil hablar? Si así fuera, sería “kafkiano” escribir sobre Kafka añorando plazas. Con esto en la cabeza haríamos bien, pienso, en leer este Primero de Mayo una frase de aquel K: “En la prosecución se esconde el diablo”.

Desilusión sin ilusión // Agustín J. Valle

Este gobierno logró desilusionar incluso a quienes no se habían ilusionado.

Fue tan pobre el delarruismo peronista que casi ni puede usarse un término másico como traición. Pero sí que se apoyó en un caudal de deseo, de ánimo y cuerpo movilizados, que fue la fuerza que resistió y derrotó al macrismo, y luego operó contra la movilización, desde el mismísimo día siguiente al histórico palizón de las PASO del 19. Por supuesto, la desmovilización no se determina solo desde arriba; requiere la ‘delegación del estado de ánimo’. Ser seguidores o consumidores de la fuente de intensidad, de alegría, de, en vez de afirmar que toda creación libidinal nos tiene en su centro, que instauramos intensidades habitables y subjetivantes.

Y la propia Cristina termina -ahora al menos- apoyando al ajuste y el programa del FMI (triunfazo de Macri como agente del capital, dejarnos atados), y no habría que sorprenderse tampoco si apoyara a Massa para -seguir como- Presidente (mal que a Bergoglio le pese -y por cierto, quizá sea por la tirria del Papa que Grabois lo desprecia tanto). Un peronismo, si acaso, con Espíritu cristinista (o crístico) y Cuerpo (Oikonomia) de Massa (masa). Ella en tanto que figura del sistema político, es decir, no ella en tanto que figura enlazada a la movilización social, no tiene fuerza disidente alguna -ningun partido ni fragmento del sistema político representacional en cuanto tal tiene por naturaleza fuerza alguna para luchar con el statuo quo, con el ‘poder real’. Solo una fuerza social, multitud común movilizada, hace fuerza efectiva contra el acumulado histórico de los privilegios naturalizados. Si no se asustan un poco las elites, ¿por qué van no ya a ceder, sino a limitar su infinita voracidad?

No sin algo de farsa trágica, aún en los años felices el kirchnerismo “quemó” tópicos de la agenda progesista, implementándolos con precariedad neoliberal, pero sí crispando a la reacción ante la alharaca cultural. Dicen que los mega-garcas del Llao Llao jugaron a quién votarían a Presidente, y de 60 votos Milei sacó tres. Claro: él se dirige a la clase trabajadora.

Escuela para ciegos: peronismo, socialismo y revolución en Rodolfo Walsh // Alejandro Horowicz

No sé como hubiera deseado Rodolfo Jorge Walsh – 1927 – 1977 – que se narrara su final, es decir, el sentido de su vida. Caído en desigual combate; muerto en una encerrona tendida por el enemigo; asesinado por la Marina en San Juan y Entre Ríos; ultimado mientras militaba contra la dictadura burguesa terrorista. Cada una de estas fórmulas esclarece un aspecto de su compleja existencia, y la muerte en tanto último acto de la vida insiste en su intensa peculiaridad: un militante Montonero que nunca hizo mucho más que leer y escribir; un escritor cuyos procedimientos literarios estuvieron al servicio de su actividad política; un periodista incapaz de bastardear su oficio, porque el rigor de las palabras  daba cuenta de la necesaria verdad que exige la militancia. Entonces, para armar este escorzo biográfico resulta insoslayable inteligir el puente entre esa vida y esta muerte.  Entender como el hijo de Dora Gil y Miguel Esteban Walsh termina siendo el escritor maldito del país burgués. 

Es preciso contabilizar al fino traductor de Hachette, sin olvidar el periodista que escribe misceláneas en Leo Plan, junto al antólogo del policial argentino que también compiló cuatro tomitos de cuentos extraños; conciliar el antiperonista vibrante de 1955, con el peronista revolucionario de 1977; al autor de obras maestras de ingeniería literaria, con el militante que descubre en La Habana la clave que permite desentrañar hora, día y lugar, de la invasión norteamericana a Bahía de los Cochinos, Cuba. Entender su violenta elección: el socialismo revolucionario, sin abandonar al escritor que busca y encuentra la palaba justa cuando un coronel alcoholizado no suelta prenda. Así es como Esa mujer, que jamás se nombra, termina siendo para la literatura argentina el ingreso de Eva Perón a la otra ¨inmortalidad¨. 
Dos novelas permiten aproximarse a Walsh por los extremos: El negro corazón del crimen, de Marcelo Figueras – Alfaguara, 2017- y El último caso de Rodolfo Walsh, de Elsa Drucaroff – editada en 2010, reeditada por Interzona el 2017. Figueras ficcionaliza la documentada investigación de Operación Masacre, Drucaroff la muerte de Vicky. Un texto abre la zaga que el otro cierra. Entre ambos fechan la existencia pública de Walsh. Mientras Drucaroff trabaja con un hombre que no puede evitar ser quien ya es ni siquiera ante la muerte de su hija, y por tanto investiga, Figueras permite observar en detalle la transformación de un desinteresado jugador de ajedrez, en interesado investigador que se propone ingresar al periodismo de los grandes diarios mediante una exclusiva restallante; acompaña al Walsh que descubre la verdad de los basurales de José León Suarez; verdad que no solo no lo acerca a las redacciones de La Prensa y La Nación, sino que lo termina arrojando a la imprecisa periferia donde medran los militantes sin partido y los periodistas sin redacción; la peripecia de cómo un desdibujado gorila platense se transforma en incondicional defensor de fallidos combatientes… peronistas. 
Entrega Figueras los pliegues literarios de una praxis viva, constata cómo el objeto de la investigación impone al investigador sus propios términos. Por eso fusilados vivos permiten desenterrar fusilados muertos, y admiten verificar un proceso inverso: como un ¨revolucionario vacilante¨ – el teniente coronel Desiderio Fernández Suarez – para cubrir su deserción termina fusilando testigos. Complotados verbales con el levantamiento del general Valle, que estalla en 1956, mezclados con peronistas que están en el lugar inadecuado en el momento fatal, arman el primer problema de Walsh: el teniente coronel y él, ambos, necesitan cambiar de bando; y al hacerlo rehacen la consabida escena del Martín Fierro.   
Quien lea Operación Masacre a contrapelo repiensa el texto siguiendo las normas del propio Walsh, desentrañando  la documentada investigación que hiciera junto Enriqueta Muñiz; así puede establecer la relación entre cambiar de punto de vista para organizar la data (creerle a Livraga), con abandonar la escritura para no seguir con la investigación (no creerle al fusilado que vive).  La pieza que inaugura el non fiction conforma este potente artefacto literario.

Cuenta Ford: “En 1973 lo llevamos a la Facultad (de Filosofía y Letras, UBA). Ahí una alumna le preguntó:

– Dígame Walsh… ¿Qué ideales lo llevaron a escribir Operación Masacre?

– ¿Ideales? Yo quería ser famoso… ganar el Pulizer… tener dinero…[1]

Famoso y ganar dinero pueden ir juntos. Ahora ganar el Pulitzer en la Argentina resulta imposible, salvo que te traduzcan al inglés. Difícil que un trabajo “periodístico” tenga esa suerte, pero ¿una novela? Entonces,  por qué no una novela en lugar de Operación Masacre. Walsh lo explica a su manera: “La historia me pareció cinematográfica, apta para todos los ejercicios de la incredulidad. (La misma impresión causó a muchos, y eso fue una desgracia. Un oficial de las fuerzas armadas, por ejemplo, a quien relaté los hechos antes de publicarlos, los calificó con toda buena fe de “novela por entregas”).

Esta, sin embargo, puede ser apenas la máscara de la sabiduría[2]”.

Historia apta para la incredulidad, una desgracia que adquiere “la máscara de la sabiduría”.  Para alcanzarla se impone la conclusión de Piglia: “El uso político de la literatura debe prescindir de la ficción. Esa es la gran enseñanza de Walsh[3]”. Así se explica el procedimiento literario; procedimiento que Piglia  filia –volviendo a seguir al propio Walsh-  en el Facundo de Sarmiento. Entiendo la idea,  la matizo con otra del mismo Piglia: “Sarmiento nos da la realidad bajo su forma juzgada. De ese modo definió gran parte de la política argentina. Digamos que definió la tradición de los vencedores. Sarmiento fundo el campo metafórico de las clases dominantes. Lo que no es poco mérito para un escritor[4]”. Ambos, Sarmiento y Walsh,  se ven obligados a desfondar modelos narrativos: uno organiza  “la tradición de los vencedores”; el otro, la de los vencidos. El campo semántico de las clases dominantes, contra el de las dominadas. Esa es la historia de la tradición del procedimiento literario: falta entender el complejo motivo que impide ganar el Pulitzer.

De los diez cuentos policiales de 1953, a su opus magnum, el “centro de gravedad del sistema literario”, sostiene Viñas, se desliza del “predominio de la tercera persona del singular a la primera[5]”.  Escribir una novela en la primera del singular no es nada fácil, pero tampoco imposible. La primera del singular es particularmente adecuada para el testimonio: distancia sintáctica que Walsh recorre así: “Recuerdo como salimos en tropel los jugadores de ajedrez… y como a medida que nos acercábamos a la Plaza San Martín nos íbamos poniendo serios y éramos cada vez menos, y al fin, cuando cruce la plaza, me vi solo”. 

Walsh mira, se ve solo,  en el preciso momento en que Borges queda literalmente ciego: histórica, política y literariamente ciego.  “A rain of blood  has blinded my eyes”, menta el texto en el epígrafe que lo encabeza durante las dos primeras ediciones; la ceguera de la contundente formula de T.S. Eliot excede lo personal. Por tanto, atribuirla a Borges resulta excesivo, puesto que estamos en presencia de una “blood  has blinded my eyes” de carácter inminentemente social. Igual que la literaria en Borges.  

Todavía es preciso aclarar un punto: la sangre ¿impide? ver (los fusilamientos obvio), pero sobre todo obtura la mirada sobre el peronismo popular. Años antes Walsh había publicado en Vea y Lea[6]”Los ojos del traidor”; un relato fantástico donde trasplantan los ojos del fusilado a un ciego de nacimiento; ese trasplante permite registrar la escena del frio amanecer del fusilamiento.  El tema del fusilado que vive en la memoria de los otros, junto a la ceguera resulta literariamente anticipado. El geist de ese tiempo contiene ambas posibilidades. Después de todo, la mujer de Walsh dirige una escuela para ciegos enfrente del cuartel del II Cuerpo de Ejército, donde ambos viven en La Plata. Y que es Operación Masacre sino un texto para reeducar la ceguera voluntaria de una sociedad gorila.

Es la brutalidad de los fusilamientos del 56, su carácter manifiestamente ilegal, el que pone en jaque moral al poder militar. Walsh se ve obligado en literalidad a levantar la vista del tablero para salir en “tropel” con otros “jugadores de ajedrez”. Muchos se levantan, solo Walsh cruza “la plaza”. Recién entonces se descubre sin acompañantes. El escritor brinda testimonio sobre un peronismo invisibilizado, mediante la amalgama de dos géneros: ficción y periodismo. Sostiene Bocchino: “Desde el punto de vista estructural, las diferencias entre los dos tipos de textos están radicadas, esto es obvio, en la expansión de los núcleos en el caso testimonial frente a la condensación en los cuentos[7]”. Con esa tensión exasperante juega Walsh.

Escribe amigablemente García Lupo: “Para los periodistas de su generación, los que nacieron antes de 1930, recién fue conocido cuando sus investigaciones se publicaron bajo la forma de libro[8]”. Pero no es la editorial Hachette, con el prestigio de su nombre y el poder de la circulación comercial, sino una constituida ad hoc. Antes el frondicismo a través de Noé Jitrik y Osiris Troiani considera publicar el libro; al parecer el propio Arturo Frondizi lee los artículos,  pero finalmente ni la revista desarrollista Que, ni los dinerillos de ese origen facilitaron nada[9].  Una cosa era acordar votos con Perón, otra atacar a la Libertadora en el centro de su ignominia. Solo una editorial marginal – propiedad de Marcelo Sánchez Sorondo- publica a un periodista marginal, que todavía cree en la Revolución Libertadora e intenta corregir su endiablado curso. Frondizi siempre supo que se trataba de una peligrosa ingenuidad, y por tanto no se compromete.

Escribe Walsh: “Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo. Si lo fuera, lo diría. No creo que ello comprometiese más mi comodidad o mi tranquilidad personal que esta publicación.

Tampoco soy ya un partidario de la revolución que –como tantos – creí libertadora[10]”. Conviene leer con atención, un peronista silente – como millones de ese entonces- soporta menos inconvenientes que Walsh. Pero el “tampoco soy ya un partidario”  de la libertadora con minúscula, debe leerse he sido un partidario; no cualquier partidario, uno que de ningún modo esperaba semejante comportamiento, un “lonardista[11]”.  Cuando aparece el libro ¿ya cambio de bando?

Escribe Walsh: “En los últimos meses he debido ponerme por primera vez en contacto con esos temibles seres –los peronistas activos- que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a una conclusión (tan trivial que me asombra no verla compartida) de que, por muy equivocados que estén, son seres humanos y debe tratárselos como tales. Sobre todo no debe dárseles motivos para que persistan en el error. Los fusilamientos, las torturas y las persecuciones son motivos tan fuertes que en determinado momento pueden convertir el error en verdad.

Más que nada temo al momento en que los humillados y ofendidos empiecen a tener razón[12]”.    

La Libertadora fabrica otros peronistas, convierte el “error en verdad”, otro peronismo: el de la resistencia. La ruptura con el primero resulta obvia. Ya no existen los oficiales amigos, la Libertadora organiza militarmente el enemigo de clase. A ese peronismo resulta sensible Walsh. Recién entonces, con ese balance compartido, un grupo de militantes nacionalistas levanta los ojos – en 1959 – hacia la Revolución Cubana. Abandonan la Libertadora para referenciarse en el naciente guevarismo.

Jorge Masetti los convoca para organizar Prensa Latina, y tanto Walsh como Rogelio García Lupo se suman. Y en el “primer territorio libre de América”, tras descubrir la clave de la invasión norteamericana, queda a la vista – a su vista- el sentido de la transformación que arranca en la detenida observación de los basurales de José León Suarez. No se trata de sus lecturas de Marx, sino de la experiencia directa de la revolución. Tampoco  de una idealización ingenua de lo que sucede en la isla, después de todo se marcha en silencio; y cuando cuenta en la revista uruguaya Marcha la peripecia de Bahía de los Cochinos, los cubanos no la festejan precisamente. Pero el impacto  de la revolución cambia la mirada de todos. Incluso la de los peronistas, incluso la del propio Perón, sobre el peronismo, sobre su significación circunstanciada. Ahora sí, el jugador platense de ajedrez devino el militante guerrillero que con una 22 enfrenta la emboscada de los sicarios de Masera. Y otra vez descubre, desde la empiria brutal de los hechos, que lo han vuelto a dejar  solo.  

Alejandro Horowicz  

Publicado en Le monde diplomatique. El atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina

 

[1] Anibal Ford, Ese Hombre, Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

[2] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 257, Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994.

[3] Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh y el lugar de la verdad, Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

 

[4] Ricardo Piglia, Una trama de relatos. Entrevista de Roberto Guareschi y Jorge Halperín, Clarín, 27 de mayo de 1984.  

[5] David Viñas, Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra.  Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[6] Vea y Lea, 20 de marzo de 1952.

[7] Adriana A. Bocchino, Cuando la escritura es una cuestión de fondo. Rodolfo Walsh, a 30 años, 2007, Universidad nacional de La Plata.

[8] El lugar de Walsh, Rogelio Garcia Lupo. Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[9] Roberto Ferro, Operación masacre: investigación y escritura. Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[10] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 263,  de Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994.

[11] Lalo Painceira, Rodolfo Walsh platense. Entrevista a Patricia Walsh. Rodolfo Walsh, a 30 años, 2007, Universidad nacional de La Plata.

[12] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 263 y 264,  de Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994. La negrita es de AHZ.

Canción sobre canción // Liliana Herrero y Horacio González conversan sobre Fito Paez

VER CANCIÓN SOBRE CANCIÓN

Este material estará disponible online a partir del 23/04 a las 22:00 y hasta el 6/5, 21:00

Argentina, 2023, 48’ / Español / Edad recomendada: ATP / PG

Música

Premiere mundial

Sinopsis

Liliana Herrero y Horacio González dialogan en la intimidad de su casa. La conversación sobre las versiones de canciones de Fito Paéz grabadas por Liliana en su último disco deriva en profundas y bellas reflexiones.

Canción sobre canción tiene una triple pertenencia; es un tema de Fito Páez, es el álbum que Liliana Herrero grabó como homenaje a Fito, y es el nombre de este documental que gira en torno a la poética de Páez. La palabra “gira” no es inocente: la película propone que todo se mueve, que no hay posibilidad de quedarse quieto en el mundo. Así, el diálogo-carrusel que se establece entre Herrero y su pareja Horacio González rodea varios temas que van desde el amor hasta la escritura, la política y la docencia. Estos temas están hilados por las canciones de Páez, que una a una son desgranadas por la pareja, mientras un clima de ternura y complicidad agiganta el documental. Sensible homenaje a la figura del cantante y a su modo de ver el mundo que, sin dudas, esta pareja comparte. Marcela Gamberini

Dirección:

Fernando Arca

(Buenos Aires, Argentina). Estudió cine en la FUC. Dirigió De todas formas teatro (1996, Premio Fondo Nacional de las Artes) y varios largometrajes, entre ellos, La música interior (Bafici ‘15).

Ficha técnica

Dirección: Fernando Arca
Guion: Fernando Arca, Carlos Villalba
Fotografía: Josefina Chevalier
Edición: Josefina Chevalier
Sonido: Rodrigo Ruiz Díaz, Santiago Cáceres
Música: Fito Páez, Liliana Herrero
Producción: Carlos Villalba, Maru Isla, Nahuel Carfi
Producción ejecutiva: Carlos Villalba
Compañía productora: Instituto de Intercambio Cultural Ensamble al Sur
Intérpretes: Liliana Herrero, Horacio González

Contacto

Instituto de Intercambio Cultural Ensamble al Sur
Fernando Arca
arcafest@yahoo.com.ar

Experiencias de felicidad de resistencia y de memoria. Una aproximación de Michel Henry y León Rozitchner // Diego Tatián

Primer escrito de Michel Henry, Le bonheur de Spinoza no es otra cosa que una tesina -una mémoire de maîtrise-redactada por un estudiante de apenas 20 años, sobre un tema filosófico a propuesta de su director de estudios, Jean Grenier (quien algunos años antes había tenido asimismo una influencia decisiva en la formación de Albert Camus en la Universidad de Argel). En el prefacio a la edición castellana del texto, Anne Henry sugiere que Grenier había estimulado a su joven estudiante a desarrollar una interpretación de Spinoza contrapuesta a la lectura racionalista de León Brunschvicg[1], de amplia circulación en la academia francesa desde fines del siglo XIX. También según Anne Henry, la redacción del texto fue realizada entre octubre de 1942 y abril de 1943, inmediatamente antes de que su autor se incorporara a la Résistance-entre junio de ese año y el otoño de 1944- en las montañas contiguas a Lyon, con el pseudónimo Kant[2]. Y agrega que el jurado evaluó tan satisfactoriamente su trabajo (en el que se hace intervenir -aunque apenas como menciones al pasar- una significativa cantidad de referencias literarias: Thomas Mann, Emily Brönte, Goethe, Keats, Baudelaire, Mallarmé, Leopardi, Huxley…), que recomendó su publicación en Gallimard, “empresa entonces impensable, vistas las restricciones de papel y una censura alemana hostil a Spinoza”. Años más tarde, la mémoire sobre Spinoza fue publicada parcialmente en los números de la Revue de Histoire de Philosophie correspondientes a 1944 y 1946[3].

Lo que Henry descubre en Spinoza como el alma de su pensamiento -sin lo que únicamente sería un pensamiento abstracto- es una experiencia: del absoluto, de la eternidad, de la felicidad. Esa experiencia es lo que vuelve a la filosofía de Spinoza irreductible a un sistema de conceptos y a un racionalismo. También a un naturalismo. Las grandes tesis del spinozismo no valen por sí mismas sino en cuanto procuran la exposición teórica de esa experiencia primaria, de donde obtienen su vitalidad. El orden de razones y la formulación matemática son apenas una forma de expresión de la dicha de ser en tanto sentimiento de ser en Dios. El spinozismo, pues, está animado por una significación existencial y religiosa. No es un sistema puramente especulativo y lógico, sino la puesta en categorías de un acontecimiento vivido, y “como un compromiso”[4]. La filosofía propiamente dicha no es, por tanto, una búsqueda sino el precipitado de algo que la preexiste: “el deseo absoluto de felicidad”[5]. Las ideas de las que ese pensamiento se vale no son pues “una pintura muda sobre un lienzo” (E, II, 43, esc.) sino las manifestaciones de una fuerza viviente y de un deseo inmanente a ellas. Las ideas, en efecto, son expresiones del deseo. No abstracciones de la vida que subyace a ellas, ni “productos muertos”. Conocimiento y deseo son inseparables e inmanentes el uno al otro.

El conocimiento del tercer género en particular lo es siempre de res singulares en su realidad concreta, que una vez conocidas de ese modo “ya no pueden ser consideradas como modos finitos”. Se trata de un conocimiento de los cuerpos desde el punto de vista de la naturana turante –es decir desde la perspectiva de su unidad con la Naturaleza como potencia infinita. El conocimiento por la ciencia intuitiva es necesariamente conocimiento de Dios, un conocimiento del principio afirmativo que pone la existencia de lo existente: no un conocimiento del límite ni de la causalidad determinante, sino de la positividad divina en los seres y las cosas[6].

La presencia inmanente de Dios en las cosas (la inmanencia de la natura naturante en la natura naturata; de las esencias en las existencias; de lo infinito en lo finito…) es lo que hace posible la “experiencia de la eternidad”, inmanente a su vez al tiempo. Felicidad es la palabra que designa esa inmanencia, de algo (algo que podría, también, ser llamado vida[7]) no empírico en nuestra existencia empírica, determinada y finita. La felicidad no es otra cosa que el sentimiento de Dios, que Henry contrapone a las “ideas muertas”: más que conocido, el ser es sentido.

Hacia el final del texto -y sin que se deduzca del cuerpo argumentativo-, se explicita un repentino deslizamiento del spinozismo hacia una interpretación cristiana: “De este modo, la inspiración de la Ética se muestra más religiosa todavía, y presenta su parentesco evidente con el cristianismo en tanto nos aporta… la buena nueva, la victoria sobre la muerte”[8]. El spinozismo es sustraído de la interpretación “naturalista” (si por esta palabra entendemos una naturaleza de carácter empírico), para afirmar la presencia de un Absoluto sentido, inmanente a la existencia. Si bien el amor más alto es intelectual, por esta palabra no debe entenderse otra cosa que algo siempre ya dado. Por eso “los místicos, los simples también conocerán la felicidad de Spinoza”[9].

La interpretación henryana de la filosofía spinozista tiene su núcleo en la afirmación de una “significación existencial -no simplemente metafísica- de la sustancia”. O más precisamente religioso-existencial. Spinoza obtiene más su inspiración de los Antiguos que de los Modernos, y se sustrae del criticismo, del subjetivismo y de las filosofías de la conciencia. Se sustrae con énfasis del idealismo, pues la felicidad resulta imposible si el ser se comprende como puro “prolongamiento de nosotros mismos”. La felicidad tiene por condición la existencia de Otro. No sin embargo como efecto de una producción del espíritu, pues de ser así resultaría imposible“ abandonarse en el amor” y la felicidad misma –de la que sin embargo tenemos experiencia. El pasaje al que la breve referencia de la interpretación henryana antes consignada quería llegar, es este: “No hay felicidad más que si el ser nos es dado y si podemos allí perdernos, como el niño en el seno de su madre. Ahora bien, toda filosofía en la que el Ser está subordinado al espíritu no puede sino volver imposible una tal felicidad. Pues no hay felicidad más que para una conciencia que se trasciende, se supera, y que va hacia el Ser para unirse con él en una contemplación inmóvil y en un abandono alegre”[10]. Y poco más adelante repite aún una vez la metáfora de la sustancia como “seno materno”: “Toda sustancia es el seno materno, el Paraíso perdido, la Tierra prometida. Es necesario que este Paraíso pueda ser reencontrado, que esta Tierra no sea solo una promesa, y para eso que la sustancia exista. Es por eso que toda filosofía de la felicidad es una filosofía del Ser…”[11].

Concepto fundamental de la ontología, la sustancia spinozista no reviste sin embargo solo, ni tanto, una significación ontológica sino un sentido utópico y existencial. Leída desde hoy, un anacronismo rutilante parece afectar la manera henryana de comprender a Spinoza, habida cuenta de la extensa -e intensa-investigación spinozista, que centra la interpretación del filósofo amstelodano en la filosofía política, la crítica de la dominación, la emancipación de la potencia y la teoría democrática. Nada de ello es tenido en cuenta, ni tan siquiera mencionado, en el ensayo de Henry.

Sin embargo, se advierte en él una radicalidad de otro tipo, que recuerda la existencia de una dimensión que llamaremos filosófica (religiosa, mística…) en el spinozismo, cuya consideración no solo no desvanece el combate contra la Servitudo socio-política y la acción emancipatoria, sino que más bien puede dotarlas de una potencia paradójica. Aunque esta derivación política de una interpretación de la sustancia como Tierra prometida -en el caso del texto henryano de sentido más bien religioso- no se desarrolla en La felicidad de Spinoza.

 

Muchos años después de este trabajo preparatorio del estudiante Michel Henry con el objeto de sortear una instancia de examen, un filósofo argentino -formado en la fenomenología francesa- leerá a Spinoza por primera vez en el exilio venezolano, donde dictó cursos sobre su pensamiento, aunque no escribió ningún libro a cuyo estudio estuviera directamente consagrado.

A contramano del estructuralismo, Rozitchner reivindicaba una filosofía materialista del sujeto, en el cruce del marxismo y la filosofía. Pedro Yagüe estudió en detalle el encuentro de Rozitchner con Spinoza. Lo precisa en los primeros años del exilio, durante los que impartió lecciones sobre la Ética y un seminario sobre el Tratado teológico-político en la Universidad Central de Venezuela[12] –y donde a fines de los años 70 escribió el libro en el que la presencia de Spinoza es más intensa y explícita: Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política. Se trataba allí de elaborar un pensamiento de la derrota capaz de afrontar filosóficamente el fracaso del movimiento revolucionario y el subsiguiente terror bajo el que quedó sumida la sociedad argentina. Lo que desde entonces y hasta sus últimos escritos atrae el interés de Rozitchner es la filosofía spinozista del cuerpo y su potencia insumisa; la obtención de un saber sobre el ignorado poder del cuerpo y la trama afectiva que lo constituye -irreductibles a las estructuras-, a partir del cual organizar un contrapoder y una resistencia a la dominación: “Su filosofía [de Spinoza] está detrás de cada uno de nosotros, y nos invita a convertirnos en el lugar donde se elabora, como experiencia de vida, lo que la mera reflexión solo enuncia como saber, y enfrentar entonces el riesgo de un nuevo e ignorado poder. Por eso nos advierte ‘nadie sabe lo que puede un cuerpo’. El saber se despliega sólo luego de descubrir y ejercer ese poder. El poder colectivo se revela desde el propio cuerpo individual amplificado cuando superamos la cerrazón sensible que el terror nos impuso al separarnos de los demás”[13].

En el encuentro de los cuerpos y la indeterminada potencia colectiva que resulta de él, el filósofo de Chivilcoy inscribe el punto de resistencia a la dispersión, a la soledad y el terror[14] a los que habían quedado sometidos esos mismos cuerpos tras la reciente derrota política en la Argentina. La filosofía de Spinoza se presenta como una fecunda vía de acceso a la comprensión de los modos en los que opera el miedo en los cuerpos, a la vez que a un reconocimiento de la reserva de insumisión que esos mismos cuerpos albergan (“la sabiduría aun inconsciente de nuestro propio cuerpo”).

La fecundidad del spinozismo se revela aquí no en tanto inmediata “experiencia de felicidad”, sino como una filosofía de (y para) la adversidad –que Spinoza llama Servitudo. Conforme esa filosofía interpretada por Rozitchner, la tarea consiste en una detección, en el cuerpo, de algo impensado que no ha logrado ser sometido; una recuperación de lo que excede al terror, de la “trama viva”que en el cuerpo resiste y preexiste a lo que busca someterlo. Por eso, el sometimiento nunca es total: “si lo fuera, no habría resistencia posible”[15]. La dimensión afectiva y sensible de los cuerpos resguarda una promesa emancipatoria contra la dominación en acto.

En 2010, un año antes de morir, Rozitchner escribió un conjunto de ensayos breves editados póstumos bajo el título Materialismo ensoñado[16], en los que se busca, aquí sí -como el escrito henryano-, recuperar una “experiencia primigenia que nutrirá el sentido de todo pensamiento”. Lo arcaico, la infancia, la maternidad (el materialismo, es decir el “hálito ensoñado” que penetra toda la materia), la lengua materna (una lengua anterior a la que erróneamente llamamos materna y que en rigor es una lengua paterna), la “coalescencia de los afectos”, “pregnancias y fragancias” perdidas con el ensoñamiento que el espectro paternal suplanta. El “Ordo amoris del cuerpo materno” ab-origen que evoca Rozitchner, aunque omitido y reprimido, pervive en los restos y los gestos de lo que resiste al terror. Como en libros anteriores, también aquí se trata de descubrir una afectividad y una sensibilidad anteriores[17], recubiertas por la lengua, los conceptos y la ley.

La intensidad poética de estos breves escritos, no sugieren ningún retorno ni restitución sino la indicación de una materialidad humana primaria que pervive fragmentada en restos y sublimada en todo reinicio de la acción emancipatoria y manifestada siempre que se pone en obra un pensamiento fuera del terror. Toda felicidad y toda utopía son pervivencias de esa experiencia que excede “lo real”. “Si la madre no hubiera abierto con el hijo el espacio de ensoñamiento que es la trama del pensamiento, ninguna lengua hubiera podido crearse, porque no habría habido una materia ensoñada en la cual inscribirse. No hubiera existido un materialismo histórico… el amor materno sigue sosteniendo, y se despliega, en todas las relaciones adultas generosas, fraternas y amorosas”[18].

Las dicotomías de Rozitchner (ensueño / terror; afecto materno / pavor patriarcal, etc.) intencionan algo preexistente al orden del discurso; activan una aventura del lenguaje orientada a evocar una experiencia de la felicidad. (“ese mundo primero… que San Agustín califica como ‘la vida feliz’”). No aparece aquí -a no ser en un único pasaje, que se explicitará en seguida- el nombre de Spinoza. Pero sí un espíritu spinozista en una poética que opta por un lenguaje en sintonía con eso que lo preexiste y que busca ser pensado por él. El cristianismo -tanto como la filosofía y la economía política-, “renuncian” y “desprecian” a la “madre naturaleza”. Obliteran la experiencia ensoñada (“negada pero siempreviva”[19]) cuyo “sentido” Rozitchner procura reconocer impreso en la materia y en los instersticios de la cultura: de ella provienen los grandes conceptos filosóficos, sin embargo olvidados de la “experiencia viva” en la que tienen origen. Es decir, descuidan por completo el “origen amoroso del pensar humano”[20] y reniegan de él. Los filósofos no son sino “niños expósitos”, y el orden del discurso una negación del Ordo amoris materno, que impone la muerte sobre la materia viva. Que impone “la ley de la selva”, “la ley jurídica”, la “ley del Estado” y el régimen soberano. La lengua materna de significados sensibles y su advenimiento -una lengua en ruinas pero no una lengua muerta- son omitidos por la razón y su régimen, que sin embargo no logran extinguir por completo “la memoria indeleble de una vida feliz, sin violencia ni muerte”[21].

La experiencia de felicidad primigenia que Rozitchner busca despejar con una lingüística de significaciones sensibles anterior a la lengua paterna, es la de un fundamento afectivode la vida humana nunca completamente capturado por el terror. El planteo de Materialismo ensoñado es político. Conducidos por este concepto,e stos textos póstumos se hallan animados por la misma búsqueda que en Perón: entre la sangre y el tiempose orientaba hacia la potencia ignorada del cuerpo afectivo descubierta por Spinoza.

Aunque podría advertirse aquí una cierta resonancia rouseauniana, sin ser explícita, la inspiración fundamental de Materialismo ensoñado es la filosofía de Spinoza –leída desde la experiencia del terror como una filosofía que nos lleva más allá (o nos trae más acá) de él. Allí, Rozitchner solo menciona a Spinoza en un pasaje -sin embargo muy importante- de “La celebración”, para ponerlo a distancia de los filósofos que, como “niños astutos”, se valen de los restos de la experiencia materna pero congelados en categorías, como si hubieran salido de sus cabezas. Spinoza, en cambio, pone la “idea de la idea” (idea ideae) en el comienzo del pensamiento –pero “no es lo que ellos [los filósofos] interpretan”. La primera idea [segunda en la expresión]se halla o surge directamente “enlazada con el afecto del cuerpo materno”[22], en tanto que la segunda [que corresponde a la primera en la expresión] rompe la continuidad sensible e introduce la “distancia infinita”. La idea originaria es una marca afectiva y una creación inmediata del cuerpo que prolonga en ella la “Cosa sensible”; la idea que tiene por objeto la idea originaria, en cambio, es sin afecto y abstracta: “…para Spinoza es el ensoñamiento, con el que se vive y se prolonga en nosotros la sustancia materna, el ‘elemento’ o el ‘eter’, la sutil materialidad que sigue sosteniendo y engendrando la circulación de las ideas y el paso de una idea a otra”[23]. Spinoza mantiene pues una experiencia arcaica de felicidad que “los filósofos” eliden y olvidan. Sin ella, sin ese incondicionado amoroso, no habría pensamiento.

De manera misteriosa, Rozitchner solicitó a los editores de Materialismo ensoñado la inclusión en el libro de dos aguafuertes y seis óleos de la pintora Norma Bessouet, que él mismo seleccionó para que acompañasen su texto. Tras leerlo se entiende muy bien por qué, aunque no haya en él ninguna referencia explícita a las obras. Las imágenes de Bessouet atesoran eso perdido que Rozitchner busca restituir con su desvío del lenguaje desafectado de la teoría. Apenas ensoñada por la poética filosófica que se busca aquí liberar de las categorías heredadas y su violencia, más del orden del sueño que de la ensoñación, las pinturas -que encierran algo rousseuniano, tanto de Jean-Jacques como del Aduanero- custodian el origen del mundo, y con él la posibilidad de que todo vuelva a comenzar.

 

La experiencia de la felicidad (una potencia viva de lo arcaico: la naturaleza como “seno materno” en la interpretación henryana de Spinoza; el materialismo ensoñado y la “sustancia materna” en Rozitchner) no es independiente de la crítica a los sistemas de dominación teológicos y políticos -o más bien, ésta no es independiente de aquélla-, sino que guardan entre sí una relación -filosófica y política, teórica y práctica- de mutua inmanencia. El Tratado teológico-político y la Ética (y dentro de ella la parte IV y la parte V) son inescindibles y revelan su fecundidad en su mutua afectación. El contenido político de la filosofía y el contenido filosófico de la política se fecundan y revelan que el pensamiento, si es concreto, aloja dentro de sí ala experiencia como su más íntimo núcleo de sentido.

“Experiencias de felicidad de resistencia y de memoria” no lleva coma después de felicidad. No se trata de una enumeración sino de un genitivo múltiple, objetivo y subjetivo en todos los casos: felicidad de la resistencia; resistencia de la felicidad; felicidad de la memoria; memoria de la felicidad.

 

[1]León Brunschvicg, Spinoza, Clamann-Lévi, Paris, 1984.

[2]No parece haber relación entre la filosofía de Spinoza y la participación de Henry en el maquis de Haut-Jura (el libro que llevó consigo a la clandestinidad no fue la Ética sino la Crítica de la razón pura, de allí su nombre de guerra), como sí la hubo en el caso de Jean Cavaillès, quien participó en la fundación del movimiento de resistencia “Libération-Sud” y de la red militar Cahors. Cuando Francia fue ocupada, le dijo a Raymond Arón en Londres: “Soy spinozista; es necesario resistir, combatir, afrontar la muerte. Así lo exigen la verdad, la razón” (Raymond Arón, Prefacio a Jean Cavaillès, Philosophiemathématique, Hermann, Paris, 1962, p. 14). Se trató, en su caso, de un engagément matemático-filosófico-político: el deber de resistir era impuesto por la razón y resultaba de la comprensión de una evidencia.

[3]Anne Henry, “Prefacio a la edición en español”, en Michel Henry, La felicidad de Spinoza, traducción de Axel Cherniavsky, La Cebra, Buenos Aires, 2008, pp. 22-23.

[4] Michel Henry, op. cit., p. 32.

[5]Ibid., p. 34.

[6]Ibid., pp. 131-132.

[7]En el prólogo deLa felicidad en Spinoza, Mario Lipsitzsugiere que la idea de vida en tanto “sustancia fenomenológica” desarrollada en la obra tardía de Henry remite a su temprana interpretación de Spinoza y tiene su proveniencia en su comprensión de la sustancia como ser viviente (op. cit., pp. 7-8).

[8]Ibid., p. 142. Y también: “Es la Alegría, y no algún atributo metafísico sin ninguna medida común con el hombre, lo que constituye ahora la esencia del Todo. Esta sustancia impasible se parece cada vez más al Dios viviente, al Dios amante, al Dios de la Biblia” (p. 155).

[9]Ibid., p. 187.

[10]Ibid., p. 61. Yo subrayo.

[11]Ibid., p. 62.

[12]Pedro Yagüe, “Althusser y Rozitchner: dos caminos hacia Spinoza”, Éndoxa, n° 41, 2018.En tanto, Diego Sztulwark -quien mantuvo una intensa interlocución con Rozitchnerdurante sus últimos años-, anota que “había impartido clases sobre Spinoza en su exilio venezolano. En la carpeta de apuntes para sus cursos, se lee sobre la Ética: ‘filosofía del subdesarrollo’; y sobre el Tratado teológico-político: ‘contra el absoluto’. La obra de Spinoza recorre por entero los trabajos de Rozitchner a la manera de los personajes del novelista Isaac Bashevis Singer: menos como un personaje a retratar y más como un interlocutor omnipresente” (“Spinoza en América Latina. Un comentario sobre la obra de Diego Tatián”, en Nuevo itinerario. Revista de filosofía, vol. 16, n° 1, Universidad Nacional del Noreste, Resistencia (Chaco), 2020, p. 106).

[13]León Rozitchner, Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, Catálogos, Buenos Aires, 1998, p. 12.

[14]En el Tratado político, Spinoza se había referido exactamente de esta experiencia del terror y la soledad con las expresiones metuterriti y solitudo: “De una sociedad cuyos súbditos no empuñan las armas, porque son presa del terror (metuterriti), no cabe decir que está en paz, sino más bien que no está en guerra… Por lo demás, aquella sociedad cuya paz depende de la inercia de unos súbditos que se comportan como ganado, porque sólo saben actuar como esclavos, merece más bien el nombre de soledad que el de sociedad (rectiùssolitudo, quamCivitasdicipotest)” (Spinoza, Tratado político, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 1986, p. 120).

[15]Pedro Yagüe, op. cit., p. 127.

[16] León Rozitchner, Materialismo ensoñado. Ensayos, Tinta Limón, Buenos Aires, 2011. Se trata de un volumen compuesto de cuatro textos (“La mater del materialismo histórico. De la ensoñación materna al espectro patriarcal”; “Ensoñación”; “La celebración”, “Naturalmente”) y ocho pinturas de Norma Bessouet.

[17]Con diversas expresiones poéticas (“último reino”, lo “anterior”, la “comarca imposible”, la “quinta estación”…), Pascal Quignardevoca la experiencia de felicidad de un pasado incierto y aoristo, en realidad no un pasado sino “lo anterior” al pasado, análogo al que Rozitchnerrememora con su materialismo ensoñado. “Hay algo -escribe el autor francés- que no pertenece al orden del tiempo, pese a que cada año regresa como el otoño y como el invierno, como la primavera y como el verano. Algo con sus frutos y con su luz” (Albucius, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2010, p. 50). Es lo indefinido, lo ilimitado y sin límite de tiempo; el aoristo que el latín y las lenguas latinas han perdido y sólo conservan en el “había una vez…” de las narraciones infantiles. Algo sin traducción en el tiempo definido. Lo anterior al tiempo y al pasado. La “comarca imposible” de la que brotan la poesía y el relato humanos. Esa “quinta estación” que asedia a las del calendario es la eternidad (pero una eternidad cargada de frutos y de antiguas novedades): asedia al tiempo y vulnera los “límites” que, incesante, impone la muerte. Esa quinta estación es “el pasado en nosotros [que] no se reduce a esta única pre-estación infantil o primaria o animal que sin interrupción vaga en nosotros mismos: lo Antiguo Inalterable… Cimiento inalterable de nosotros mismos en las ruinas del no-lenguaje en nosotros… Desfile apasionante cuyas primeras imágenes están pintadas en los atrios de las cavernas” (ibid., p. 52). Es “lo anterior” depositado en las cosas y las vidas: por ello, es que “el niño es un ancestro que ha entrado en la casa… Recientes y vetustos, los bebés no son exactamente nuevos” (“El pasado y lo anterior”, en revista Nombres, n° 23, 2010, pp. 9-10). Algo “indomesticable” e “indeclinable” que Quignard opone al pasado; “retraso inaprensible” de la belleza. Anacronía como acronía eruptiva; lo aoristo que “derrota al pasado”, y proponemos nombrar aquí como lo arcaico. Esta palabra quiere designar una dimensión de la vida humana anterior a las civilizaciones y a las barbaries, en la que abreva una eternidad cualitativa y volcánica. Lo arcaico se aloja pues en la rutina de los seres como lo inapropiable mismo que descentra la soberanía del sujeto, desplaza el tiempo de su quicio y se renueva una y otra vez. Lo que yace en el fondo del tiempo -no en el sentido de un inicio o un origen perdidos del que nos hemos alejado, sino en el fondo de cada instante-; lo que yace, más bien, en el trasfondo del tiempo, lo que el tiempo trae y carga a su pesar. 

[18]León Rozitchner, Materialismo ensoñado, op. cit., pp. 17-18.

[19] Ibid., p. 30.

[20] Ibid., p. 48.

[21] Ibid., p. 78.

[22]Ibid., p. 59.

[23]Ibid., p. 60.

Solo la literalidad nos hará valientes // Diego Sztulwark

 

¿Qué significa “querer el acontecimiento” cuando el miedo a la catástrofe se ha convertido en el único pensamiento posible? El triunfo de la derecha en el pensamiento se hace evidente toda vez que se nos vuelve imposible imaginar el futuro de otro modo que como proyección del presente. “Lo que viene” es representado como amenaza, la actualidad como un bien en peligro a defender. De ahí que no haya disposición izquierdista a asumir relaciones nacientes.

En este contexto, se vuelve indispensable la lectura del bellísimo libro La literalidad y otros ensayos sobre el arte (Editorial Cactus, 2023), de François Zourabichvili, el más deleuziano de los pensadores de la obra Gilles Deleuze. El que mejor entiende la filosofía de Deleuze a partir de sus irresoluciones. La literalidad es, para Zourabichvili, el procedimiento deleuziano menos explorado y a la vez el que nos podría ofrecer nuevos nexos entre actualidad e imaginación y entre presente y futuro. Pero crear nuevos nexos supone poner en marcha ciertos desplazamientos, cierto cuestionamiento de la propia idea del pensamiento como algo que solo adquiere legitimidad cuando se confina a dar cuenta de lo dado. Las claves de una nueva percepción comienzan a gestarse ni bien se trabaja sobre las consecuencias de afirmar la equivalencia entre literalidad e inmanencia, según la cual la producción de sentido no surge de cruzar un sentido propio con otro figurado (metáfora), sino de crear zona de inmanencia a partir de aquellos signos que nos violentan. Puesto que no hay más ser que aquel que surge de sucesiva síntesis univocas. Esta sola idea, según la cual la inmanencia se crea en función de signos provocadores, ya es una valiosa delimitación respecto de un tipo de inmanencia siempre ya dada como naturaleza empírica. Hay una despolitización en ciernes en la idea según la cual el ser pertenece al ente: antes que una contemplación complaciente de la naturaleza armónica, lo que fuerza a pensar es el signo heterogéneo. Lo que disyunta, y lo que reúne lo diferente en su diferencia. La literalidad refiere a la capacidad asignificante de los signos de poner al pensamiento en conexión con las intensidades de la vida. Esos signos, a menudo palabras o frases, no valen como representaciones, sino como operadores inadvertidos de fuerzas actuantes. La literalidad del signo no lee esencias, sino conexiones no obvias con la intensidad (conjunciones, síntesis disyuntivas) tal y como solo pueden ser captadas en la experiencia. Por lo tanto, literal no es la letra al lado de otra letra, sino la reunión de lo que difiere, en la que un trazo transversal liga un plano (signos) con otro (intensidades).

Su ejemplo es Kafka, para quien la invención narrativa (el proceso ficcional) no tiene ningún sentido interpretable por fuera de su relación con una narrativa oblicua, de tipo intensivo, respecto de la cual funciona su querer decir. La ficción no dice. Lo que dice es el juego de disyunciones y conjunciones entre afecto y lenguaje: El castillo narra el amor por Milena. Deleuze llamará “cristal” a este perpetuo desdoblamiento no metafórico del sentido. No en el sentido de un lente óptico de aumento, sino en el de una relación no fijada entre lo material y lo imaginario (entre actual y lo virtual). Narrar sería tocar con el relato ficcional las torciones intensivas de una vida. En palabras de Zourabichvilli: “Kafka, al escribir, se esfuerza por encontrar una salida a los bloqueos u obsesiones de su vida sentimental, y por diagnosticar las nuevas potencias del mundo”.

Las irresoluciones de Deleuze son su filosofía, como las de Kafka su literatura. De allí que ambas sean irreductibles a una doctrina o a un estilo. En ambos casos, la intranquilidad triunfa sobre la representación. Son ejemplo de una relación izquierdista con el lenguaje. Ambos interesan en la medida en que llevan lo desconcertante mismo a la enunciación, arruinando el sistema de las pertinencias por medio de una transversal de los saberes dados. Solo esa transversal nos puede reconciliar con lo naciente.

 

Acerca de aquello que resiste // Branco Troiano

No hay paz, no existe. Al menos cuando se la pretende. Es imposible la paz. Una jactancia, prácticamente, de esta premisa, por qué no. La paz llega a quien no la desea y, cuando la descubre, poom, voló. Solo queda el polvo. Cierto polvo. Polvo será, mas polvo olvidado. 

***

Dice Barthes que el pretérito perfecto apunta a mantener una jerarquía en el imperio de los hechos. Por eso Maradona. El presente puro, potente devenir, devenir idiota, que embiste: un coso, un cuerpo, un tiempo. Un arte: imposible en su versión social porque su tiempo es otro.

***

Lo que inquieta nunca se va: una manera que tiene el mundo de dar cuenta de su obstinado y ridículo alcance. Un síntoma, una forma. No hay paz: no la buscada. Hace falta desertar. Y no solo eso. Es como refiere Ortega y Gasset: para expresar la vida, hay que tener el valor no solo de renunciar, sino de callar esa renuncia. 

***

Tres policías saludan a Messi, a la salida de un partido. Sonríen, ávidos de vida. La vida son quince minutos. La policía es una irregularidad. Como un gol. Al progresismo porteño le gusta la buena relación de las policías centroamericanas con el pueblo pero. 

***

Un fragmento de un poema de Fogwill. Rondan Abuelas. 

 

fuego ulterior

cifrado en la memoria

citado entre las redes de la mujer: papeles

 

fuego de la mujer de la memoria

fuego de la memoria de su pacto mortal con la maternidad

 

fuego del apagarse en el hastío

fuego de las pasiones ínfimas y la carne agobiada

fuego en deseo de amor perdiéndose en su aire oscuro y en el

                               aire quieto de los hogares

cuerpos eternamente hundiéndose por la visión del fuego

                               concertado y social

carne insistente y viva, enamorada de su reflejo

carne virtual en síntesis y en sintonía pulsante, en aceleración y 

             en la pujanza insomne que cree, refleja, demorar su paso

             hacia la nada del mundo.

 

Las Abuelas y Fogwill como la lectura de un hielo que rueda sobre el lomo de la historia, se pegotea y lo quema, una historia que no es más que la de nuestros cuerpos y  sus arrebatos y sus roces y sus distancias y la toma de esas distancias.

***

Una mujer de unos cincuenta, sesenta años, ama de casa, frecuentaba con asiduidad las conferencias de Deleuze. No sabía de qué iba lo que aquel franchute conjuraba pero “estas clases me ayudan a vivir”. En la comprensión hay un efecto, quizá el único, que se pierde. En la errancia hay un efecto, quizá el único, que sobrevive. 

No se deberían corregir los textos. Y no por una cuestión ética, mucho menos moral: por estética. La estética precede al artefacto. La estética es el pulso de vida. Un latido. Ir contra eso es abortar el mundo.

***

El cineasta experimental estadounidense Jonas Mekas filmó maravillas como En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza. Mekas, también, en algún momento, estuvo obsesionado con la danza. En uno de sus cuadernos dejó cerca de cincuenta anotaciones acerca de esta práctica. Una de ellas es la siguiente: “Hay cineastas que han filmado escenas de danza y que han querido hacerlo de un modo puro. Es decir, cine puro. La danza, generalmente, se hizo añicos. Muchos films que podrían haber sido documentos útiles e irremplazables para cualquier estudiante sobre la danza en el cine se han echado a perder por culpa de directores pretenciosos, que no fueron lo suficientemente humildes como para filmar lo que veían modestamente. Dejen que la cámara sea una herramienta amorosa, que el cine sea un hermano o hermana que retrata con amor a ese arte más longevo, la danza”. 

 

No se puede torear al movimiento, ni exprimir, mucho menos corregirlo: lo que está y pretendamos usar ya nos habrá fulminado. 

A Riquelme lo apodaron El Torero. Cuenta un ex jugador del Betis de España que, para el partido con el Villarreal, solo tenía una tarea designada: neutralizar a Román; sobre todo su giro de izquierda al centro, ese único vértigo lento y aún así indetenible. “No pude hacerlo porque él parecía siempre estar mirando otra cosa, nunca pude entender su juego”. Ya lo sabemos: la distorsión es un movimiento que no implica un móvil. 

 

 

Economía (es) política // Agustín J Valle

Dicen que el ex presidente hijo de Franco Macri renunció a candidatearse a Presidente como si fuera una derrota -y sí, es una derrota: él como personaje de la política vernácula fue invalidado por la movilización social. De hecho lo que más dice es que quisiera volver para vengarse. De los “orcos”. Él, Patricia Bulrrich, Soledad Acuña, no son nazis: pues no les da el contexto histórico. Ponelos en Alemania del 36, 37, e imaginate… En fin: pero Macri en tanto agente del capital trasnacional tuvo logros importantísimos como Presidente. Derogó la Ley de Medios, rebajó las retenciones, aprovechó la relativa salud financiera del sistema público que había heredado del kirchnerismo para tomar deuda por más de cien mil millones de dólares en su primer año de mandato, que alimentaron -no la infraestructura social de la patria sino- el negocio financiero (que sueña con que la plata haga plata y, claro, quienes estorben son orcos), y, sobre todo, después tomó en nombre del país el crédito más más grande de la historia del FMI, usado para pagarle a los bancos privados según dijo el mismo, y dejar al país sujeto, agarrado aún más alevosamente a los centros de poder global, sobre todo a los yankis -a Washington va Sergio Massa a pedir consentimiento para “gobernar” la Argentina. Y si ahora vemos una separación calamitosa entre “la política” y “la sociedad” o la vida común de la gente, si el sistema político parece castrado, precisamente, de potencia política entendida como capacidad de intervenir y alterar las relaciones sociales y la distribución de los recursos (materiales, simbólicos, económicos, políticos…), también es -entre otras causas- porque la elite local renunció buenamente a modular sus negocios con perspectiva local, y la vida argentina es pensada y dispuesta según la ve el mercado global. La economía, la vida laboral, sujeta a la gente a un ritmo extenuante, agotador, rayano en lo invivible -y de hecho cada vez más depresiones, suicidios, ataques de pánico, motoqueros que mueren laburando, y un largo y doloroso etcétera-; la economía se revela como lo que es, economía política, es decir, un regulador de las vidas, de quién manda sobre quien. La precariedad, así como diluyó toda garantía, toda estabilidad, toda tranquilidad a futuro, fuerza un apego de las vidas a su función, a la función que podemos conseguir. Socava el margen, el resto, es decir, las zonas de respiración donde pueden entreverse modos distintos, posibles distintos. La realidad captura las vidas lo más que puede, precisamente para impedir la percepción de los posibles -que por naturaleza exceden a la realidad dada. ¿No es es entendible, entonces, que el malestar lo que genere sean imágenes donde algo de lo insoportable fantasea purgarse intensificando la realidad, los códigos dominantes de la realidad, es decir el mando puro del capital y el odio a toda rugosidad que lo estorbe en lo más mínimo?

 

El nudo maldito del 2001 (La temible conurbanización según Pagni)// Diego Sztulwark

“La tradición de los oprimidos nos enseña
que ‘el estado de excepción’ en que vivimos
es sin duda la regla.
Así debemos llegar a una concepción de la historia
que le corresponda enteramente.
Entonces ya tendremos a la vista como nuestra tarea
la instauración de un estado real de excepción;
con eso mejorará nuestra posición
en la lucha contra el fascismo”.
Walter Benjamin.

 

 

El héroe más reciente de una sociedad que aparenta detestar la política es, curiosamente, un héroe del análisis político. Un periodista liberal-conservador dedicado a comentar coyunturas y mencionar libros clásicos, que suele recibir consultas del mundo empresarial. El desfile de Carlos Pagni, columnista del diario La Nación y autor de El nudo –su último libro, recientemente publicado–, por las pantallas más codiciadas, hacen juego con un fenómeno de época: la postulación de mapas conceptuales –un modelo de lectura– capaz de suministrar sentidos a la porción de la sociedad que vive con desencanto los 40 años de democracia y que busca orientación por medio del consumo de bienes culturales. Ese público al que las editoriales más importantes del mercado le ofrecen textos sobre historia argentina reciente, sobre Raúl Alfonsín y Juan Domingo Perón, y que el cine hace viajar a 1985. Un clima de generalizado cuestionamiento a la actividad política se muestra, a pesar de todo, propicio para la aparición de una voz que (no sin ironía), se dedica a diseccionar los discursos políticos, localizando en ellos problemas irresueltos y modelos fallidos de comprensión.

El fallo del político profesional –la inoperancia de sus ideas– no es señalado como un defecto de la política ni de la lucha por el poder, sino más bien como una contaminación de su enviciada configuración actual. El efecto regenerativo del discurso de Pagni tiene un fondo moral, aunque la rivalidad discursiva que entabla con la racionalidad de lxs políticxs, el modo en que traza su diferencia, no pasa por la denuncia, sino por la modulación de un tono reflexivo que se apoya con frecuencia en un saber universitario de profesor de Historia. Esta postura analítica, alejada de la irritación escandalizada de una amplia mayoría de sus colegas, es lo que le permite interrogar aquello que lxs políticxs a los que entrevista eluden. En palabras de El nudo: el “nuevo sujeto de nuestro tiempo”.

 

Catástrofe y crisis

Ese sujeto adopta varios nombres a lo largo de su libro. Transcribo: “A fin de año de 2001 hubo otra irrupción” (otra con relación a octubre de 1945). “Eran los obreros los que se habían transfigurado en desocupados a lo largo de décadas, pero sobre todo, a lo largo de los últimos cuatro años de ajuste socio-laboral producido por la agonía recesiva de la convertibilidad”. A “gente nueva, nuevos métodos: el corte de ruta propio de los desocupados, el saqueo propio de los que no tenían qué comer, y una lucha por conducir el conflicto entre la vieja generación de punteros y los dirigentes de los incipientes movimientos sociales”. Aquel estallido fue una “sublevación” del Conurbano bonaerense y una “catástrofe” llena de lecciones.

El historiador Ignacio Lewkowicz empleó la misma noción para pensar 2001. Según él, la catástrofe se diferencia de la crisis –excepción momentánea del orden– por la intensidad arrasadora de los códigos sociales. Si la catástrofe de 2001 no dio lugar a un nuevo paradigma es porque, para decirlo con palabras de Pagni, fue sometida a una secuencia que va de una “catástrofe detenida” a una “catástrofe que hay que detener”. Vale la pena aproximar el foco a esta puesta en variación: al colocar en suspenso el derrumbe, la primera formulación admite una lectura abierta en la que pueden ensayarse delimitaciones entre las ruinas del orden –aquello que finaliza– y los rasgos de un posible tiempo por venir. En la segunda formulación, en cambio, “la catástrofe que hay que detener”, interviene una voluntad de control que clausura el trazado de nuevas delimitaciones y por tanto, la creación de salidas posibles.

Congelada en su irresolución, la catástrofe se eterniza y se agrava. Aquello que termina de morir sin dar lugar a un nuevo curso histórico es lo que Tulio Halperín Donghi llamó “la larga agonía de la Argentina peronista”. Esto es: la profundización sin fin de procesos de desindustrialización e informalización que impiden una toma de conciencia del agotamiento de una dinámica basada en la integración ciudadana de una clase obrera plenamente ocupada y que bloquean todo el diseño posible de un Estado modernizador. 2001 es ebullición de la crisis avanzada de ese modelo de reproducción social y punto de inflexión que empuja al poder político de la Provincia de Buenos Aires a tomar el poder del Estado nacional. Pagni llama a este proceso –aún en curso– “conurbanización” de la política argentina. Y lo explica así: se trata de la subordinación de las instituciones de la República a las necesidades de financiar la informalidad y el empobrecimiento de su Conurbano. La Argentina de post-crisis actúa en función de un único programa: la aplicación de retenciones a “los sectores más dinámicos para volcarlos en forma de subsidios en las víctimas de una organización material que excluye cada vez a más y más personas”. El llamado populismo se reduce a esto: una serie de respuestas de corto plazo para sostener el consumo popular como único recurso de una dirigencia política impugnada que intenta recuperar legitimidad en función de las variaciones del precio de la soja. O, dicho en el lenguaje de los medios: “administración de la pobreza”. La propuesta que nos hace Pagni ante semejante diagnóstico responde a una inspiración histórica. Tras derrotar militarmente a la poderosa Provincia de Buenos Aires, Julio Argentino Roca proclamó, junto con la federalización de la ciudad de Buenos Aires, la centralización del Estado nacional. Pagni recrea los términos de aquellos combates para enunciar la necesidad de un nuevo sometimiento de la Provincia y, en particular, de su populoso Conurbano.

Simbolizado como un nudo, una atadura endiablada que atora los diversos aspectos de la realidad impidiéndoles fluir, el Conurbano es descripto como un movimiento que arrastra consigo en estado residual toda la historia del trabajo y, con ella, los trastos en desuso de buena parte del pensamiento político del siglo XX. En particular, los imaginarios de tipo comunitarios resultan deshechos ante la cruda primacía de un micro-caudillismo de mil caras, que va de las redes clientelares a los punteros y de los transas a la barra brava, vestigios de vetustas estrategias de ciudadanización, de épocas de sustitución de importaciones en las que la cooperación humana valía como fuerza de trabajo. Es el entero mundo de las izquierdas y del peronismo el que habría quedado confinado –ya que no enterrado– en ese cementerio. Decadente y magmático, el Conurbano es un conjunto de recuerdos de antiguos combates y migraciones que florecieron un 17 de octubre para volver a irrumpir, ya sin potencia histórica, un diciembre de 2001. Un yacimiento enriquecido de narraciones populares oxidadas por la chatarra arrumbada, escombros de los sucesivos fracasos de las elites en concebir una inserción del país en el mercado mundial, compatible con una integración progresiva del mundo popular. Una teratología que paraliza y aterra.

Esta geografía monstruosa suscita en Pagni dos tipos de cuestiones. Una de ellas, referida a establecer las claves que permiten captar los movimientos subterráneos que operan produciendo efectos sin ser percibidos desde los clivajes con que las encuestadoras organizan el paisaje de la representación electoral. Por debajo de fenómenos como la derechización del electorado (no sólo del Conurbano) y del correlativo esfuerzo del sistema político por adecuarse a la demanda, actúan mutaciones anímicas, cognitivas y tecnológico-comunicacionales que redundan no sólo en la desafección, sino en la recusación del sistema político entero. Categorías politológicas que conjugan oposiciones tales como populismo/conservadurismo, progresismo/derecha o, incluso, peronismo/anti-peronismo no agotan la comprensión de lo que ocurre en una toma de tierras, un corte de ruta o en una feria como La Salada (por considerar escenas presentes en El nudo). Para acceder a esta dimensión infra-política es preciso reconocer en esas masas a sujetos activos, intérpretes calificados de las condiciones en las que les toca actuar.

 

Los escenarios más temidos

La otra dimensión atañe a la preocupación del autor por los escenarios próximos que más teme. ¿Cómo se sale del círculo de un cortoplacismo suicida? ¿Se está a tiempo de evitar un nuevo estallido? ¿Cómo evitar que por ausencia de una clase política capaz de engendrar instituciones públicas lúcidas se incube un momento autoritario, al estilo de Jair Bolsonaro en Brasil?

En primer lugar, la crítica formulada al peronismo atribuye al movimiento fundado por Perón en el ’45 la función de contener los impulsos potencialmente revolucionarios de una emergente clase obrera. A partir de allí se pueden trazar dos direcciones críticas muy diferentes. Aquella liberal-institucionalista, que reprocha el carácter extorsivo y transaccional de la disciplina obrera respecto de las élites, y otra de izquierda, orientada a cuestionar el mando y la pedagogía del peronismo, que confinaba a las masas obreras a producir plusvalor. No es una mera disquisición histórica. La crítica liberal sigue aplicándose a las diversas organizaciones populares surgidas durante el kirchnerismo post-2001, juzgándolas ahora como herederas de un estilo de contención cuya amenaza se actualiza bajo la forma de estallido social en un marco de pobreza considerada improductiva. La crítica de izquierda, en cambio, acentúa los rasgos autónomos de acción popular, admitidos indirectamente por Pagni a propósito de 2001 en al menos tres aspectos:

 

  1. reconociendo que la renuncia de Fernando De la Rúa, aquel 20 de diciembre, no fue un golpe del PJ, sino un auténtico estallido popular;
  2. valorando a los trabajadores desocupados como constitutivos del principal grupo social activo durante la crisis (contra el consenso académico relativos a la imposibilidad de acciones colectivas por fuera de la fracción empleada y sindicalizada de la clase obrera);
  3. describiendo el papel del PJ bonaerense como incapaz de controlar a las masas desocupadas del Conurbano, lo que se hizo evidente cuando el propio Eduardo Duhalde debió renunciar a la Presidencia tras el asesinato de los militantes piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

 

Esta actividad plebeya autónoma fue la premisa para que una discusión por izquierda operara sobre los términos en los que debía desplegarse una política popular. La intervención del kirchnerismo resolvió provisoriamente esta discusión, ofreciéndole a muchos de estos movimientos una mediación precaria y una representación electoral. Visto en perspectiva, los movimientos de 2001 fueron el motor de una resolución democrática de la crisis (la asamblea y la revalorización popular de los derechos humanos fueron rasgos centrales), pero no resultaron capaces de crear una forma política propia.

 

Omisiones y consensos

En segundo lugar, la narración que propone Pagni sobre el agotamiento de la Argentina peronista de mediados de los ’70 se torna aún más verdadera si se toma en consideración el papel que en ese agotamiento cumplió el terrorismo de Estado. La ausencia de la dictadura en El nudo contrasta con el consenso existente sobre la relación de causalidad que se da entre el programa del gobierno militar-corporativo y el fenómeno de desindustrialización e informalización del Conurbano. La intervención militar (la complementariedad de plan económico y represión masiva y clandestina) no se propuso instalar un modelo alternativo y superior en términos de modernización capitalista, sino más bien terminar con el menos deseado de los efectos de aquella Argentina industrial: la inestabilidad reiterada provocada por una clase trabajadora que no dejó de proponerse como eje de la democratización de la sociedad. El principal objetivo alcanzado por la dictadura del ’76-’83 fue la aniquilación no sólo de una generación de militantes, sino también de las bases industriales sobre las que se reproducía –no sin complejas contradicciones internas– esa tendencia democratizante.

En tercer lugar, y como efecto de la omisión del Terrorismo de Estado, queda excluido del análisis un factor determinante para comprender los últimos cuarenta años, y en particular el propio 2001: el papel jugado por los organismos de derechos humanos en la producción de ese nuevo sujeto social. Los rasgos popular-democráticos de aquellas asambleas y piquetes están directamente vinculados al notable diálogo que se produjo con los movimientos de derechos humanos. Quienes aseguran que, de producirse hoy un estallido, saldrían a la luz las peores de las oscuridades incubadas en las barriadas populares y consideran que todo estallido es anti-político, harían bien en preguntarse por qué aquel “Que se vayan todos” no dio lugar a un activismo social de tipo fascista, como el que hoy se teme.

En cuarto lugar, interesa considerar cómo proyecta Pagni su lectura del Conurbano sobre el presente político. Su tesis es que ninguna de las dos grandes fuerzas políticas actuales puede ser comprendida por fuera del impacto de 2001. A las referencias ya hechas al kirchnerismo, se suma una caracterización del PRO como fuerza anti-peronista que –a diferencia del radicalismo– se propone interpelar a los pobres, considerados con aspiraciones de progreso. Estas fuerzas quedan compuestas en El nudo como la representación ajustada de dos Argentinas: la de quienes son presentados como subsidiados, y la de quienes son estimados como productores ligados al mercado mundial. Lo que no parece consistente es sostener que ambos países están atrapados en la llamada “conurbanización”. Muy por el contrario, el propio razonamiento de Pagni lleva a considerar que la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha funcionado como una respuesta directa a la crisis de principio de siglo. Si 2001 es la captura del Estado nacional por una Provincia de Buenos Aires quebrada, la deuda es la recaptura de este mismo aparato y su puesta a disposición de poderes extra-nacionales. El éxito de la operación quedó convalidado con el aval que una mayoría de legisladores del Frente de Todos hizo durante el gobierno de Alberto Fernández. El acuerdo funciona en los hechos como la imposición de un programa único de Estado para cualquiera de las fuerzas políticas vencedoras en las elecciones de 2023.

Finalmente, la propuesta de rescatar el aparato del Estado de las garras del Conurbano es para Pagni una condición para postular un nuevo contrato político que instituiría unas reglas de juego consensuadas a fin de poner en marcha una modernización democrática, entendida como inversión privada y acción estatal “inteligente” (lo que supone un mínimo piso material de inclusión social que aporte legitimidad). Hay un aire al ’83 en este planteo. Formulaciones normativas de este tipo, que se constituyen sobre la derrota de los sectores a los que se invita a pactar, suponen la presencia implícita –pero determinante– de un acto de fuerza. El contrato se torna inviable en términos democráticos si parte de la previa domesticación del salvajismo que atribuye al Conurbano.

Más que insistir por el lado de una teoría política asustada que sólo admite un gobierno conservador para la Provincia, convendría arriesgar una teoría política a la altura de ese salvajismo redistributivo e inorgánico de rostro amenazante alrededor del cual se plantea el contenido mismo de la palabra democracia. Porque ahí donde la redistribución de poder se frustra y el lazo social se oscurece, los antiguos temores de las élites a los desbordes igualitaristas se vuelven pánico hacia una agresividad colectiva que bien podría trasladarse al plano de la representación política. Por lo pronto, Pagni asume que “el enorme impacto político de la convulsión (entendido como) las movilizaciones, el caos, la violencia fueron una bomba de profundidad con efectos todavía perdurables (sobre todo en) el miedo de la élite, sobre todo de la élite política; el miedo de los ‘dirigentes’ a los ‘dirigidos’”. Resta averiguar si la desesperación popular se ha desembarazado por completo de expectativas igualitaristas o si, como pensaba John W. Cooke hace más de medio siglo, sobrevive en ese Conurbano invertebrado y miope un resto de aquel malditismo informe que impedía toda estabilización del orden burgués.

 

El único héroe en este lío // Hernan Sassi

I.

El insumiso es algo más que un rebelde, que tarde o temprano claudica.

Es mucho más que un anarco que añora ese paraíso perdido cuando el hombre no era el lobo del hombre.

Es difícil pero se puede ser insumiso escribiendo hasta con guita prestada de Rockefeller. Adorno lo fue.

Es arduo pero se puede serlo obligándose a trabajar en una fábrica para estampar por escrito un grito de horror. Simone Weill, su santidad.

¿Se puede ser insumiso cuando tu palabra es guía de los Cultural Studies y cita obligada de las casas de estudio del Imperio? A su pesar, Foucault y Deleuze corrieron tal suerte [1].

Pasolini insumiso: absolutamente inapropiable por el sistema e incómodo hasta el desespero para las izquierdas.

 

Incómodo para la academia, donde está vivo en los márgenes (no hay pensador que genere en los últimos años jornadas y congresos de modo sostenido como él) [2] por esos artículos, novelas y poemas que queman, por esos filmes a contrapelo de las modas (del neorrealismo, del cine de autor) y esas polémicas (con Calvino, Moravia, el Presidente de la Nación y hasta el Papa) que gana, sobre todo, después de muerto.

Insumiso porque a los responsables de una nueva etapa del capitalismo, a fines de los ‘60, cuando esa etapa comienza y nadie así lo veía, les dice: “Ustedes son peor que el fascismo: llevan a la humanidad a la extinción”. Cartas luteranas, Escritos corsarios y El caos, contra el terror no alertan sobre otra cosa.

Insumiso porque a los rebeldes del ‘68, en poemas y artículos incendiarios, les dice: “Entre ustedes y los policías que los apalean, prefiero a los policías. Ahóguense en su lengua hollywoodense y rockera aprendida en USA, púdranse con sus pelos largos, jeans y gustos burgueses y berretas traídos de la nueva Roma”.

Insumiso porque a los progresistas de entonces, a la socialdemocracia, les dice: “Ustedes son cómplices y no obstáculo a la masacre. ¡Háganse cargo y déjense de cacarear y hacer teatro!”

Para Pasolini, la “infralengua” (el término es suyo) de la TV lleva a un genocidio cultural. Ni más ni menos. Es de insumiso el no quedarse de brazos cruzados ante la muerte de la lengua plural y viva del dialecto a manos de la tabula rasa de la pantalla (hoy del celu), el escribir para que no muera.

Es de insumiso “cantarle las cuarenta” a jóvenes del Tercer Mundo que se creen muy rebeldes y, como él les dice en Apuntes para una Orestíada africana, no son más que una mala copia de la decadente Europa.

Por lo dicho y no, Pasolini es “el único héroe en este lío”.

Incluso porque se atrevió a dar un paso más que Zolá. No pudo acusar sin exponerse. Exponerse más allá de la esfera pública, al máximo, demasiado. El tano se juega el pellejo hasta que lo matan como a perro malo, destino lógico, después de todo, para ese hijo de Diógenes que fue.

II.

Como el maestro de Crates, este insumiso del siglo XX va al Festival de Venecia y denuncia lo que él llama “fascismo de izquierda” [3] cuando en ese foro se quiere impedir la proyección de películas. Lo dicho: le cae mal al establishment, pero más aún –y es lo que lo hace intolerable para muchos/as– a ese progresismo de una moral canalla que aún está vivito y coleando.

Pasolini ingresa al cine, como Arlt a la literatura, como un elefante en un bazar, como una bestia que hasta hace gala de brutalidad.

Palabras más, palabras menos, dice a quien quiere oír que oiga: “Yo no sé ni agarrar una cámara, pero filmo mejor que todos ustedes juntos, manga de caretas”.

Y, por auténtico, aunque no solamente, filma mejor. Mejor que Bertolucci, Antonioni, Visconti, Rossellini y su admirado Fellini.

Pero la autenticidad no basta. Como nuestro Raúl Perrone, su discípulo impensado, Pasolini es auténtico pero además filma con poesía (la de Acattone y Medea en el caso del italiano; la de la trilogía de Ituzaingó y Sean Eternxs o Corsario del argentino), algo que no se consigue paseando por el Trastévere o en la góndola del Coto.

Autenticidad, poesía, pero también ética. Como Pasolini a sus ragazzi di vita, Perrone filma a los pibes y pibas del suburbio no sólo como descartes deslenguados del sistema, sino con dignidad e incluso santidad. Pasolini no hizo otra cosa con los muchachos del suburbio que pinta, a los que quiere y se entrega hasta en sacrificio.

Lo impensado: Pasolini está vivo en un director que lo encontró sin ir a buscarlo. Lo encontró en sus ganas de “faulear y arremolinar” con las armas del artista (la poesía) y la confianza en el otro (la ética).

III.

Pasolini es piedra en el zapato. Va de suyo para quienes saben que tras el post-capitalismo no hay mañana, esto es, para los menos de 100 magnates que dominan el globo, para sus voceros y millones de siervos voluntarios.

Pero es más corrosivo incluso para el progresismo.

Lo sabido: hoy la rebeldía es de derecha y el odio al otro, ley. Frente a ese escenario, los progresismos quedan desnudos a la luz de sus “buenas intenciones”.

Pasolini los mostró desnudos cuando reinaba la “rebelocracia” (el hallazgo político-poético es de Erriguel en su genial libro Lo que más les duele) en los ‘60-70.

Por entonces, advirtió que las luciérnagas estaban desapareciendo de las afueras de las ciudades, donde se las veía hasta hacía poco con la caída del sol o en noche cerrada. Sabía que la burguesía no haría nada para frenar la destrucción del planeta que ella misma provocaba en la nueva guerra de recursos (naturales) que se iniciaba. Lo que le preocupaba –y no sorprendía– es que el progresismo no hacía nada al respecto. Esa advertencia se resignifica en largos años que llevamos en esta Argentina de monocultivo, desertificación y rapiña de recursos.

Al progresismo que promueve el aborto lo enfrentó espetándole que más valía pensar en serio la sexualidad, es decir, pensar el “antes del aborto”, que promover, dicho con términos de hoy, la Educación Sexual Integral “a la bartola”. Así era él: te corría por izquierda; eso sí, siempre con fundamento, nada de troskeada adolescente [4].

Por último, a ese progresismo de izquierda que precisamente desde esas décadas se hizo cargo de la educación antes comandada por el liberalismo (en Latinoamérica con Freire como patrono laico) le dijo que hay que abolir la escuela secundaria “por enseñar cosas inútiles, estúpidas, falsas y moralistas”. En otras palabras, a quienes estamos a cargo de políticas educativas y al frente en un aula, a los progresistas, nos decía que lo que hacemos es nefasto. Quien escribe está estudiando lo hecho en las últimas décadas en la Argentina por el progresismo en materia educativa (de duplicación del presupuesto educativo y resultados cada día más tétricos) y no puede menos que –con pesar– estar de acuerdo con Pasolini.

 

IV.

Insumiso como era, Pasolini fue un aguafiestas, alguien que da malas noticias precisamente en el momento del brindis.

A dejar de brindar por logros que, bien mirados, no son más que defecciones.

Queda mucho por hacer. Si es que le hacemos caso a este poeta, novelista y cineasta que está, fruto de nuestro fracaso, insoportablemente vivo.

 

El cohete a la luna

Sobre el acto de creación // Jun Fujita Hirose en conversación con Diego Sztulwark

(Publicado en la segunda edición de Cine-capital, Tinta Limón Ediciones, 2020)

 

Diego Sztulwark: En tu libro Cine-capital afirmás que la creación auténtica depende de unas condiciones de “imposibilidad”. Me interesa mucho esta reflexión: permite pensar cómo surge una potencia. Aunque tus ejemplos suelen pertenecer a la creación artística, creo que pueden ser útiles para pensar también el reverso de lo político. De hecho, creo que al menos en la experiencia latinoamericana, la creación artística y el reverso de lo político se tocan al menos en un punto: ambas son experiencias de creación, ambas enfrentan la imposibilidad. En un tu último paso por Buenos Aires afirmaste que la creación debe buscar, incluso voluntariamente, esa imposibilidad creativa. Entiendo esto del siguiente modo: en la medida en que el capital global ofrece posibles prefigurados, instaura algo así como un muro compuesto por diversas ofertas. Ese muro hecho de posibles destituye la experiencia de la creación. Sólo queda elegir, en un mundo de ofertas. Lo que queda, entonces, es la imposibilidad de crear posibles. ¿La “imposibilidad”, como condición de una verdadera creación, apunta hoy a la destrucción de este muro de posibles?

En las conversaciones que mantuvimos entonces, ponías un ejemplo de atravesamiento de “imposibilidad”. Según tu punto de vista los gobiernos de izquierda se presentaban como el conjunto de posibles que toleraba el capitalismo y, por lo mismo, el límite o la imposibilidad respecto de la cual era necesario crear nuevas experiencias. Mi pregunta apunta a pensar esta relación positiva entre imposibilidad y creación. Parto de la intuición según la cual la relación entre ambos términos remite a una instancia de tipo “involuntaria”. Este término –“lo involuntario”– ha sido propuesto por François Zourabichvili a propósito de la política en Deleuze. Leyendo los textos de Deleuze acerca de la creación artística, pareciera que el filósofo asimila esta experiencia a una cierta voluntad de perder la voluntad. Tanto en Cine-capital, como en las conversaciones que mantuvimos, rechazás este camino de lo “involuntario”, que a mí me interesa sobremanera. Quisiera que me ayudes a localizar el lugar que desde tu punto de vista desempeña la voluntad en el proceso formado por el par “imposibilidad/creación”.

 

Jun Fujita Hirose: Lo que propuse en Cine-capital es la idea de doble creación: creás un conjunto de imposibilidades, y este conjunto de imposibilidades te fuerza a crear algo nuevo, una nueva posibilidad. Así hay dos etapas constitutivas en un proceso creativo. La primera creación debe ser una etapa enteramente “voluntaria”. Tenés que tener voluntad para encontrar lo imposible en lo que tienes cotidianamente ante tus ojos. Nuestro mundo está siempre lleno de posibilidades, de tal manera que sin voluntad no encontrás jamás lo imposible. Deleuze dice en el video L’Abécédaire: “no existen gobiernos de izquierda”, lo entiendo en el sentido de que los gobiernos, sean neoliberales o progresistas, no nos hablan jamás de imposibilidades sino de posibilidades (creo que lo comprenden perfectamente los españoles que denominaron su nuevo partido político Podemos). Lo imposible, lo insoportable o lo intolerable nunca caerán del cielo por su propio peso. Tenés que “esforzarte” para agotar o barrer todas las posibilidades prefiguradas. Tenés que esforzarte para encontrarte con el mundo bajo el aspecto en que el mundo se te aparece insoportable, agotado. Si querés, se trata aquí de una especie de conatus perspectivista.

En cuanto a la segunda etapa del proceso de creación, al contrario, la considero efectivamente “involuntaria”: es lo imposible lo que te “fuerza” a crear. Tenés posibilidad de crear lo nuevo sólo cuando lo imposible te fuerza a entrar en un proceso de creación involuntaria. En este sentido, la creación de lo nuevo opera como un lanzamiento de dados: lo imposible te fuerza a tirar nuevamente los dados.

Dicho esto, si insisto en la naturaleza voluntaria de la primera etapa del proceso creativo y en la naturaleza volitiva de lo imposible, no es para quedarme fiel al pensamiento deleuziano sino para apuntar a crear una teoría de la práctica: un materialismo histórico. En cuanto a Deleuze, creo que las cosas son más complejas. Por un lado cuando escribe sobre Kafka, Artaud, Francis Bacon o John McEnroe, entre otros, se refiere efectivamente a la creación de lo imposible como proceso voluntario. Pero cuando se refiere a Mayo del 68, por ejemplo, Deleuze parece considerar el carácter involuntario de la percepción de lo imposible. En efecto, escribe junto con Guattari que Mayo del 68 es un “fenómeno de videncia”, en el cual todo sucede “como si una sociedad viera de repente lo que contenía de intolerable y viera también la posibilidad de otra cosa”. Este empleo del “de repente” es una marca vinculada a lo involuntario, aquello que no requiere preparación voluntaria alguna. De allí podríamos concluir que Deleuze se basa en una observación ontológica sencilla (lo que existe, existe) y que esta ontología lo conduce a distinguir dos planos: el de lo privado y el de lo colectivo. En el primero (artístico, literario, filosófico, ético), lo imposible aparece como un fenómeno voluntario; mientras que en el segundo (el de lo social, lo popular y lo político), el proceso creativo es involuntario.

Las cosas se vuelven aún más complicadas cuando Deleuze pone en conexión inmediata lo privado y lo colectivo, lo ético y lo político, planteando que “la dimensión de lo privado es inmediatamente política”. ¿Cómo entenderlo? ¿Está sugiriendo, acaso, que el hecho mismo de que el proceso colectivo no se pueda operar voluntariamente es justo lo que lleva a crear voluntariamente un imposible, o bien un intolerable? ¿Creás voluntariamente una falta de pueblo (pueblo atomizado en una infinidad de minorías) para que esta falta de pueblo te fuerce a crear involuntariamente la posibilidad de un pueblo que viene?

DS: Decís que el mundo nos ofrece posibilidades, incluso demasiadas. Que hay que conquistar una experiencia de ese mundo de posibles como lo que ya no se tolera. De este modo nos convertimos en perseguidores voluntarios de lo imposible. ¿Entonces la voluntad es voluntad de agotar los posibles, o bien son ellos los que en un cierto momento ya no tienen nada que darnos, la experiencia del “agotado” (para seguir usando el lenguaje de Deleuze)? En ciertos momentos de su obra, Deleuze habla de la creación de “posibles” como de una actividad que se realiza por “necesidad”. Suele explicar esto con una referencia al carácter intolerable que para nosotros alcanza una determinada situación: ¿no permiten estos señalamientos invertir la doble secuencia de la creación que proponés y plantear en el comienzo del proceso creativo el “agotamiento” o “lo intolerable”? Tal vez la tirada de dados funcione como una bisagra o pasaje de lo que ya no se tolera al surgimiento de una voluntad creativa, inicio o nacimiento de una nueva potencia. Si esto fuera así, el carácter involuntario del proceso creativo iría adherido al hecho de que no elegimos qué nos agobia, ni cuál es nuestro umbral de tolerancia; así como tampoco elegimos la situación en la cual nos colocamos ante el atravesamiento de una imposibilidad.

Si se puede pensar de este modo, quizás se pueda sostener –para elaborar ese materialismo de la práctica del que hablás– que la potencia se articula en su génesis con un malestar, más que con una libre elección. Lo voluntario obraría, en cambio, si te entiendo bien, como decisión de atravesar la imposibilidad. Lo que quisiera entender mejor de tu posición es que para vos la búsqueda misma de la imposibilidad sea voluntaria. Creo que en el lenguaje de Deleuze y Guattari esto puede decirse así: secuencia primera, uno no elige sus devenires, sus líneas de fuga, aunque sí decide si va a recorrerlas o no (afirmamos o afirmamos el azar). Quisiera saber si esta posición tiene para vos valor a la hora de pensar cómo nace una potencia.

Al mismo tiempo, me interesa mucho tu lectura de lo que significa la frase de Deleuze “no existe gobierno de izquierda”. Sobre todo, porque permite comprender el papel de las “minorías”. Te agradecería si pudieras profundizar un poco más esta idea de que los gobiernos lo toman todo desde el punto de vista de una potencia adherida a una posibilidad ya creada (“podemos”; “sí, se puede”), y cómo hacer la diferencia con la potencia que crea posibles nuevos. Por último, te pregunto por cómo pensás que ciertas personas o movimientos “buscan” esta imposibilidad. ¿Se decide que un pueblo no existe? ¿O más bien sucede que los devenires concretos se oponen a una representación fijada y unificada de “pueblo”?

JFH: La creación de lo nuevo no es realización de un posible ya existente o prefigurado. Lo que se crea es un nuevo posible. Estoy de acuerdo con vos en plantear en el comienzo del proceso creativo el agotamiento o lo intolerable. Insisto, sin embargo, en la necesidad de crear voluntariamente este comienzo mismo (o grado cero).

Me interesa mucho la ontología deleuziana de las líneas de fuga. Deleuze y Guattari distinguen tres tipos de líneas: línea de fuga (línea nómada), línea molecular (línea migrante) y línea molar (línea sedentaria). E insisten en la primacía ontológica de la línea de fuga. La línea de fuga viene primero. Es cierto que luego esta línea se relativiza o bien se pliega sobre la línea molecular. Y que se deja interceptar o cortar por la línea molar. Y bien, ¿por qué se necesitan tres y no sólo dos líneas? ¿Por qué se necesita la línea molecular, además de la línea de fuga y la línea molar? Preguntémonos de otro modo: ¿por qué es necesario, para esquivar las líneas molares, “relativizar” o “plegar” la línea de fuga sobre a una línea molecular? ¿Por qué no recorremos directamente la línea de fuga en su inmediatez? Quizás porque la línea de fuga, comparada por Deleuze a la de “la ballena blanca en su loca huida”, es “demasiado violenta y demasiado rápida” y nos llevaría a los “seres lentos que somos” a la destrucción, la muerte y la locura. En un futuro muy lejano, dentro de millones de años, aparecerá, quizás, el hombre capaz de vivir la línea de fuga sin relativizarla de ninguna manera. Es lo que Deleuze parece esperar al hablar de un “pueblo por venir”: un pueblo nómada. De allí también la célebre cuestión planteada por Deleuze y Guattari de la “vergüenza de ser hombres”. La creación voluntaria de un sentimiento de vergüenza se lleva a cabo cada vez a través de la composición compleja de una serie de imposibilidades heterogéneas: imposibilidad de vivir la línea de fuga en su inmediatez e imposibilidad de no vivir la línea de fuga; imposibilidad de quedarnos sedentarios en una vida contemporizada con las líneas molares e imposibilidad de vivir sin contraer compromiso con un mínimo de líneas molares, etcétera. La voluntad de potencia va siempre acompañada del peligro mortal. La vergüenza, en este sentido, implica dos caminos creativos bien distintos: el arte y la vida. En el arte, la vergüenza nos fuerza a “trazar” la línea de fuga como posibilidad (“un posible o me ahogo”, como cita Deleuze de Kierkegaard cada vez que habla del arte). Mientras que en la vida, la vergüenza nos fuerza a “devenir”, a seguir la línea de fuga, a plegarla en una línea molecular. El arte no puede crear un pueblo nómada, aunque sí hace entrever su posibilidad. En la vida, en cambio, uno no puede ser nómada, sino realizar un movimiento migratorio hacia el devenir nómada.

Para que comprendamos mejor qué es la “vergüenza” deleuziana, sería útil compararla con el “coraje” foucaultiano. En los años ochenta, Foucault empezó a hablar del “coraje de la verdad” o la “práctica de la libertad”. Lo que es interesante en esta discusión es el hecho de que Foucault, a diferencia de Deleuze, no distingue el arte y la vida, y nos invita a cada uno a tener coraje de hacer de su propia vida una obra de arte. En Foucault, no se trata de saber cómo hacer habitable la línea de fuga, plegándola en una línea molecular, sino de saber cómo recorrerla directamente en su inmediatez mortal (y en este sentido me parece que el concepto de “pliegue” no es foucaultiano sino más bien deleuziano). Es por eso que Foucault afirma que es en el suicidio que se cumple la práctica ética. La pregunta de saber cómo uno se puede suicidar como práctica de la libertad es fundamental en el último Foucault. El peligro ya no es el de la destrucción misma, sino el romanticismo. ¿Cómo suicidarse sin caer en un romanticismo? ¿Cómo recorrer la línea de fuga en su movimiento de decodificación, sin recodificarla en una imaginación romántica? ¿Cómo uno puede incorporar su vida a la línea nómada sin representarla en una línea “marginal”, o lo que es lo mismo, sin encerrarse en un “agujero negro” microfascista? Foucault habla de la necesidad de la “dominación de sí mismo” (enkrateia) propia a esta práctica ética. Al recorrer la línea de decodificación, tenemos que llegar a dominarnos bien, de tal manera que nos guardemos de caer en todo tipo de recodificación imaginaria, romántica, filo marginal o microfascista. Y, según Foucault, la práctica ética de un individuo incita a los otros a entrar en el mismo proceso ético, fenómeno que el filósofo llama “bio-política” (identificación de la ética y la política).

La “izquierda”, para mí, es sinónimo de la voluntad de potencia. Un gobierno no crea nuevos posibles: sólo puede ser más o menos “poroso” a la creación de posibles por parte de las minorías. La creación de posibles no concierne a los gobiernos sino a cada uno de nosotros, a los procesos creativos de posibles de lo que somos capaces cuando creamos un conjunto de imposibilidades. Es la gente, y no el gobierno, quien dice “podemos”, en referencia a nuevos posibles. Es decir: “podemos siempre más”. Y todo lo que puede un gobierno es repetir este poder de la gente, de un modo literal, en el nivel de la representación, tamizando, sin embargo, según el grado de porosidad que alcance respecto de estos nuevos posibles creados y declarados por la gente. Es el grado de porosidad lo que define a un gobierno.

En todo caso, si uno crea voluntariamente un conjunto de imposibilidades a partir del estado de cosas históricamente determinado, lo hace porque este conjunto constituye una fuerza creativa (“distopía constitutiva”, diría Toni Negri), con la cual tira los dados para dar un paso adelante en la construcción ontológica de un pueblo nómada. Así entiendo lo que quiere decir “materialismo histórico” (Negri) o “materialismo aleatorio” (Althusser).

 

DS: Me da la impresión de que parte de lo que intentamos pensar en este intercambio puede ubicarse en un “entre” respecto de las posiciones que identificás en Deleuze y en Foucault. Si Deleuze distingue “visión de posible” y “devenir”” (lo cual implica una cierta transacción, arrastrando el problema de la vergüenza), Foucault intenta la fuga directa (la cuestión del coraje) sometida a un admirable –o temible– autocontrol (asimilando la estética a la existencia), ¿no podemos nosotrxs, asumir un cierto “entre”, adoptando un punto de vista transversal a ambas perspectivas, tomando el “arte”, o el “ver” de Deleuze como un momento de escisión o fisura subjetiva, que interrumpe el continuo que va de un momento subjetivo inicial (búsqueda de la imposibilidad) y un momento final (concreción de un nuevo querer, un querer el devenir o nueva “voluntad de potencia”)? ¿Esta fisura no puede ser pensada como el núcleo mismo de lo involuntario, el punto de articulación entre azar y afirmación (encadenamiento de las sucesivas tiradas de dados)? ¿No es esta fisura un modo de referir a lo que ocurre en todo verdadero encuentro, en la medida en que todo encuentro verdadero nos exige crear relaciones con aquello para lo cual no contábamos con recursos? ¿No es la voluntad de potencia la creación de estas relaciones? ¿Y no serían el “suicidio” y el “autocontrol” rasgos del jugador llamado a afirmar el azar?

 

JFH: Lo que tiene el último Foucault (de los años ochenta) en común con Deleuze (y Guattari) es la afirmación de la primacía ontológica de las líneas de fuga con respecto a los dispositivos de poder. Dicho en términos propiamente foucaultianos, es la afirmación de la primacía ontológica de la “relación a sí mismo” (libertad) con respecto a la “relación a los otros” (relación de poder). En el famoso texto titulado “El sujeto y el poder” (1982), Foucault dice: “El poder sólo se ejerce sobre ‘sujetos libres’, y sólo en tanto que ellos sean ‘libres’ –por esto entendemos sujetos individuales o colectivos que están enfrentados a un campo de posibilidades en el cual diversas conductas, diversas reacciones y diversos modos de comportamiento pueden tener lugar–”. Al menos desde el punto de vista de Deleuze (desde el cual escribe por ejemplo el libro Foucault y el texto titulado “¿Qué es un dispositivo?”, publicados respectivamente en 1986 y en 1988), Foucault acaba así por “descubrir” la relación consigo mismo como la existencia de la libertad, dentro del corazón mismo de las relaciones de poder. Siempre según Deleuze, Foucault arriba a esta posición luego de atravesar un prolongado período de “impasse”, en el que intentaba sin éxito romper el círculo vicioso entre relaciones de poder y fenómenos de resistencia. Lo que es interesante aquí es el hecho de que el atravesamiento foucaultiano del impasse testimonia el carácter voluntario sin el cual el filósofo no hubiera arribado al descubrimiento creativo de la línea de fuga.

Lo importante, creo, es el hecho de que Foucault (en la última clase que dio en el Collège de France en marzo de 1984, sólo tres meses antes de su fallecimiento) propone la práctica de la relación consigo mismo no sólo como una práctica ética, en la cual un sujeto individual o colectivo ejerce la libertad en su conducta corporal, sino también –y sobre todo– como práctica política, en la cual el sujeto, volviendo visible por medio de su cuerpo el ser mismo de la libertad como verdad común a todos, se dirige a los otros sujetos individuales o colectivos y los incita o los conduce, a cada uno, a entrar en la relación consigo mismo y a ejercer la libertad a partir de su propio cuerpo. En este pasaje de lo ético a lo político se puede constatar cómo se opera la inversión del proceso: si la práctica ética consiste en esquivar la relación de poder entrando en la relación a sí mismo, la práctica política consiste en incitar a los otros sujetos a entrar cada uno en la relación a sí mismo, dirigiéndose a ellos a través de la red de relaciones de poder. En esta última clase, Foucault dice:

Epícteto se refiere a una forma de vida que no sería simplemente una reforma de los individuos, sino que sería una reforma de un mundo entero. No se debe comprender, de hecho, que el cínico se dirija a un puñado de individuos para convencerlos de llevar una vida diferente de aquella que ya están llevando. El cínico se dirige a todos los hombres y mujeres para mostrarles que están llevando una vida distinta respecto de aquella que deberían llevar. Y por ese camino convoca a la emergencia de otro mundo, abre con esta convocatoria un nuevo horizonte, un horizonte que debe constituir el objetivo de esta práctica cínica.

Creo que el camino que proponés en nombre del “entre” (Deleuze y Foucault) se podría encontrar en esta inmediata inversión política del proceso ético, en la cual el “cambio en la conducta de los individuos” se constituye –dice Foucault– inmediatamente en un “cambio de la configuración general del mundo”. Así acabamos por volver a la tesis deleuziana del contacto inmediato entre lo privado y lo político, entre lo ético y lo colectivo (o mejor dicho, lo común), incluso entre la ética y la política: la práctica ética de cada quien se vuelve inmediatamente política.

DS: Mi última pregunta apunta a recomponer el acto de creación –no necesariamente artístico– a partir de la consideración ontológica de la potencia y de la convergencia entre vida y política.

Si por potencia hay que entender la aptitud spinoziana de hacer y pensar, de existir y de conocer, la potencia parece darse en relación a lo que venimos llamando un “encuentro”. Quizás el encuentro sea un momento privilegiado para una filosofía de la diferencia, fundada en la relación entre lo actual y lo virtual. ¿Se dirá, por tanto, que el “encuentro” spinoziano debe ser comprendido como el momento de privilegio en el que se crean virtuales y nuevas líneas de actualización? Creo que Deleuze piensa esto en algún momento como un proceso de “determinación recíproca”.

Esta relación entre virtual y actual vinculada a lo que Deleuze llama la vida me recuerda al filósofo argentino León Rozitchner, en cuya obra encuentro otro modo de tratar la misma cuestión, subrayando el encuentro a partir del cuerpo como sensualidad: el encuentro produce al cuerpo. También para él hay determinación recíproca, sólo que Rozitchner incluye explícitamente el problema de la violencia.

Parece que estamos de acuerdo en afirmar que el problema político se juega hoy día en torno al neoliberalismo como juego de estabilización dinámica, y pueril, consistente en ofrecer “posibles predeterminados” bajo la orientación restringida de la valorización capitalista, opacando (y explotando) el juego muy diferente de la diferencia creativa por medio del cual los encuentros activan la determinación recíproca de las virtualidades de los cuerpos. 

Concreto entonces ahora sí mi pregunta: ¿cómo pensar que el acto de creación sea voluntario o intencional cuando es la propia voluntad, o intención, la que se encuentra trabajada por una alteración oscura que concierne al cuerpo y a sus virtualidades? ¿No surgen, en cambio, los posibles de la naturaleza involuntaria de los encuentros y de decisión de subjetivar los posibles que los encuentros engendran? ¿La voluntad del pintor de Deleuze, que lleva sus clichés hasta la catástrofe no refleja una intención de auto-supresión, en camino al encuentro con las fuerzas del “afuera”? O, para preguntar lo mismo a propósito de un ejemplo de tu libro sobre cocina y filosofía, según el cual el cruce del tomate y la sal permite actualizar virtuales inexpresados en los cuerpos tomados por separado (¡el tomate salado!): ¿acaso el tomate “quiere” devenir salado?

 

JFH: Estoy de acuerdo con vos cuando decís que la creación en Deleuze es concebida como proceso que atraviesa los siguientes tres momentos consecutivos: el encuentro entre cuerpos, la determinación recíproca de las virtualidades de los cuerpos, y la constitución de un nuevo cuerpo superior. Al mismo tiempo, sin embargo, mi lectura de Deleuze me obliga añadir que este proceso debe implicar una ruptura o un salto, que se halla entre el primer y el segundo momento, lo que me lleva a hablar de la “voluntad”.

A tu pregunta: “¿Acaso el tomate quiere ser salado?”, intentaré responder con un sí (el tomate quiere querer ser salado) invitándote a leer conmigo un fragmento de Lógica del sentido (1969). A propósito de Joë Bousquet (1897-1950), escritor francés postrado hasta el fin de su vida después de haber sido gravemente herido en el frente durante la Primera Guerra Mundial, Deleuze escribe:

La herida que lleva profundamente en su cuerpo, la aprende sin embargo, y precisamente por ello, en su verdad eterna como acontecimiento puro. En la medida en que los acontecimientos se efectúan en nosotros, nos esperan y nos aspiran, nos hacen señas: “Mi herida existía antes que yo: he nacido para encarnarla”. Llegar a esta voluntad que nos hace el acontecimiento, devenir la casi-causa de lo que se produce en nosotros, el Operador, producir las superficies y los dobleces en los que el acontecimiento se refleja, donde se encuentra incorporal y manifiesta en nosotros el esplendor neutro que posee en sí como impersonal y preindividual, más allá de lo general y lo particular, de lo colectivo y lo privado: ciudadano del mundo. […] Si querer el acontecimiento es, antes de todo, desprender su eterna verdad, como el fuego del que se alimenta, este querer alcanza el punto en que la guerra se hace contra la guerra, la herida, trazada en vivo como la cicatriz de todas las heridas, la muerte vuelta querida contra todas las muertes. Intuición volitiva o transmutación. “Mi gusto por la muerte –dice Bousquet– que era fracaso de la voluntad, lo sustituiré por un deseo de morir que sea la apoteosis de la voluntad”. De este gusto a este deseo, en cierto modo no cambia nada, excepto un cambio de voluntad, una especie de salto sobre el mismo lugar de todo el cuerpo, que troca su voluntad orgánica por una voluntad espiritual, la cual quiere ahora, no exactamente lo que adviene, sino algo en lo que adviene, algo por venir conforme a lo que adviene, según las leyes de una oscura conformidad humorística: el Acontecimiento. Es en este sentido en que el Amor fati –de Nietzsche– se une con el combate de los hombres libres.

Aquí podemos volver a encontrar las tres etapas constitutivas del proceso de creación: el escritor se encuentra con un cuerpo externo (una bala de fusil) que no conviene con el suyo, y después, dobla la desconveniencia actual (corporal) con una conveniencia virtual (incorporal), de tal suerte que reemplace aquélla por ésta, y por último, se constituye en un “ciudadano del mundo”. Más detalladamente se puede reconstruir la experiencia del escritor francés tal como la describe Deleuze, de la siguiente manera: primo, la bala de fusil le adviene “desde el afuera” (como decís), la herida se efectúa en él según una causalidad divina o cósmica, estructural o sobredeterminativa (efectuación adventicia de un mal encuentro en la profundidad corporal de las cosas); secundo, el escritor “contra-efectúa” la herida al identificarse con su casi-causa y forma así por medio del pensamiento –o por medio de la Razón– la idea de lo que es común a la bala y a su cuerpo (formación humorística o racional de una noción común en la superficie incorporal de las cosas); tertio, la contra-efectuación del mal encuentro se lleva contra todos los malos encuentros, y el mundo entero aparece así como un gran “plano de consistencia” universal, en el cual no sólo el escritor y la bala de fusil sino todos los cuerpos convienen los unos con los otros “bajo el aspecto de la eternidad” (“perversión” de la despoblación en un pueblo cósmico).

Si la segunda y la tercera etapa se enlazan en una perfecta continuidad, se da, al contrario, una ruptura entre la primera y la segunda. Aquí está todo el problema nuestro: el encuentro no nos lleva necesariamente a formar la noción común correspondiente. La ruptura se puede traducir en la distancia que nos separa de nuestra propia herida. Si la herida nos hace señas “problemáticas” (como decís refiriéndote a Rozitchner), éstas se vuelven efectivas sólo cuando les respondemos nosotros. Y por hacerlo tenemos que esforzarnos. Si la herida que nos adviene nos hace bien, la voluntad de devenir su casi-causa se activa; pero sólo si alcanzamos el éxito en nuestro esfuerzo por hacerla nuestra. Este esfuerzo de apropiación que hacemos ante (y contra) la herida es precisamente lo que considero voluntario o, si querés, intencional. Se trata de una especie de voluntad de voluntad (un querer querer), que remite a lo que llamás “intención de auto-supresión”, en la medida en que es la voluntad de hacer nuestra una voluntad exógena (en el caso del tomate salado: el tomate debe querer querer ser salado, ya que la sal no lo fuerza a querer ser salado, sino que produce en él una voluntad de ser salado, que el tomate debe querer hacer suya). En la famosa conversación con Toni Negri (“Control y devenir”), Deleuze dice: “Todos, de un modo u otro, estamos atrapados en algún devenir minoritario que nos arrastraría hacia caminos desconocidos si nos decidiéramos a seguirlo” (Soy yo quien subrayo).

El término “potencia” recapitula la transición del primer al segundo momento del proceso de creación de la siguiente manera: la herida nos proporciona la voluntad de entrar en posesión formal de nuestra potencia de actuar innata (el primer momento); y esta potencia se vuelve efectiva sólo cuando tenemos éxito en nuestro esfuerzo voluntario por hacer nuestra la voluntad así determinada por la herida (el segundo momento). Y a tal potencia de actuar formalmente poseída se la puede llamar “voluntad de potencia”. En la transición del primero al segundo momento se trata por lo tanto de la cuestión del “devenir-activo”, cuestión fundamental en Deleuze desde Nietzsche y la filosofía (1963). A la pregunta de saber cómo pasar de la pasión a la acción, Deleuze ha dado en Spinoza y el problema de la expresión (1968) una respuesta; pero en Lógica del sentido, publicado un año después, ya abandona esta respuesta spinozista al dar una nueva, estoica más que spinozista, la cual se conservará en todos sus libros posteriores, incluidos aquéllos escritos con Guattari, salvo L’Anti-Edipo (1972), en que se desarrolla una especie de leninismo spinozista. La respuesta spinozista consistía en decir que son las afecciones pasivas alegres que experimentamos en buenos encuentros las que nos “inducen” a entrar en posesión formal de la potencia de actuar, y que con la potencia de actuar así formalmente poseída llegamos a ser capaces de formar nociones comunes incluso en los casos de malos encuentros, mientras la respuesta estoica consiste en afirmar que son las afecciones pasivas tristes que experimentamos en malos encuentros las que nos hacen la voluntad de devenir activos, y que devenimos activos al tener éxito en nuestro esfuerzo voluntario por hacer nuestra esta voluntad. De la primera a la segunda respuesta lo que cambia es sobre todo la evaluación de las condiciones de nuestra existencia: si la primera se dio basándose en una evaluación “pesimista”, según la cual el número de buenos encuentros posibles se limitaba a su mínimo, la segunda se concibe en base a una evaluación “trágica”, según la cual ya no se puede contar con el advenimiento de ningún buen encuentro. Lo interesante es que este cambio se produjo en Deleuze en torno al Mayo del 68, donde apareció una nueva subjetividad colectiva a la cual el capitalismo respondió con su reestructuración neoliberal, a partir de la flexibilización del tipo de cambio a principios de los años setenta.

A nuestra potencia de actuar se la puede calificar de “virtual” sólo cuando por virtual entendemos “innato”. Del mismo modo se puede hablar de la “actualización” de la potencia sólo cuando por actualizar entendemos “poseer formalmente”. En Spinoza y el problema de la expresión Deleuze lo explica: “Lo innato es activo; pero precisamente, no puede llegar a ser actual a no ser que encuentre una ocasión favorable en las afecciones que vienen desde el afuera, afecciones pasivas. […] Basta que el impedimento sea eliminado para que la potencia de actuar pase al acto y que entremos en posesión de aquello que nos es innato”. La potencia creadora nos es innata, la tenemos “de derecho” (como poseemos nuestra “esencia”); pero sólo se activa cuando entramos en posesión formal de ella. Lo digo porque me parece mejor que se reserve el término “virtual” para hablar de otra cosa que la innatitud de la potencia. Yo diré: es la idea de lo que existe virtualmente la que creamos por medio de la potencia de actuar, formalmente poseída. En las últimas líneas de Nietzsche y la filosofía, Deleuze escribe: “La voluntad de potencia sólo hace volver lo que es afirmado: ella es quien convierte lo negativo y quien reproduce la afirmación al mismo tiempo”. Y esta frase remite a otra en Spinoza y el problema de la expresión: “La noción común es siempre la idea de algo positivo”. En el encuentro con un cuerpo externo que no conviene con el nuestro, en la medida en que entramos en posesión formal de nuestra potencia de actuar innata (identificación con la casi-causa del encuentro), llegamos a poder afirmar una conveniencia virtual de esos cuerpos (formación de la noción común correspondiente) y convertir –o, más bien, “pervertir”– en ésta la desconveniencia actual (contra-efectuación del encuentro).

Dicho esto, Deleuze argumenta también que cuando uno contra-efectúa su propia herida, lo hace siempre ante (y contra) todas las heridas, de tal suerte que se constituye inmediatamente en un “ciudadano del mundo” (el tercer momento del proceso de creación). En Spinoza y el problema de la expresión se puede leer:

Supongamos ahora cuerpos que convienen cada vez menos, o que son contrarios: sus relaciones constitutivas no se componen ya directamente, sino que presentan tales diferencias que toda semejanza entre esos cuerpos parece excluida. Sin embargo, hay aún similitud o comunidad de composición, pero desde un punto de vista cada vez más general que, en el límite, pone en juego la Naturaleza entera. Debe tomarse en cuenta en efecto el “todo” que esos dos cuerpos forman, no directamente el uno con el otro, sino con todos los intermediarios que nos permiten pasar del uno al otro. Como todas las relaciones se componen en la Naturaleza entera, la Naturaleza presenta desde el punto de vista más general una similitud de composición válida para todos los cuerpos.

Es un pasaje fundamental para comprender lo que entiende Deleuze por ciudadanía del mundo. Si Bousquet contra-efectúa la herida mortal producida en su cuerpo y la representa así en su aspecto virtual, llega a poder hacerlo sólo cuando hace suyo el punto de vista del mundo entero, desde el cual todos los cuerpos convienen en una gran “disyunción inclusiva” universal. Es en este sentido lo que Deleuze dice del escritor francés, que al contra-efectuar su herida particular, la traza como la cicatriz de todas las heridas del mundo o como la de un mundo herido entero. Y así volvemos a la fórmula kafkiana del libro La imagen-tiempo: “El asunto privado es inmediatamente político”. Es en la inmediatez del combate político por afirmar el “sobrevenir” de un pueblo cósmico virtual al mundo actualmente despoblado donde libramos, cada quien, un combate ético por devenir un “hombre libre”. En el capítulo dedicado al cine político “moderno” se puede leer también: “Comunicación del mundo y del yo, en un mundo parcelado y en un yo roto que no cesan de intercambiarse”. Creo que es de tal “doble devenir” (yo-mundo, mundo-yo) de lo que habla Rozitchner al decir que el cuerpo se produce en el encuentro.

 

Jun Fujita-Hirose visita Buenos Aires la primer semana de Marzo 

 

La Filosofía: un destino menor // Rodolfo Enrique Fogwill

  Amo a una estudiante de filosofía. Ella invita a su casa a compañeros de facultad: charlan -mis temas-, escuchan discos -mis discos- y suelen terminar haciendo el amor. En ocasiones ella graba secretamente los diálogos que preceden al inevitable desenlace y después viene con los cassettes y los escuchamos en mi equipo. Con el fondo sonoro de nuestros Wagner, Schoemberg, Mozart, Yupanqui o Decaro, escucho en esos diálogos el deseo del estudiante; un deseo de ayundantía, deseo de paper, deseo de beca, deseo de saber – para: un deseo de salvación social.
   Esta es la fase más reciente de la larga historia de mis relaciones con la filosofía, y lo que aprendo de ellas, quiero decir, lo que voy aprendiendo de mis relaciones con mi historia, con la filosofía y con el deseo de los estudiantes, me confirma que a pesar de las oscilaciones de las modas temáticas e ideológicas, en lo cen tral el destino de la filosofía permanece invariable, y siempre divorciado de lo que, al aprender filosofía, se llega a concebir como el destino originario de esta empresa humana. Mis relaciones con la filosofía, como prefigurando una vocación literaria, estuvieron desde el comienzo acotadas en el sistema de mis relaciones con la palabra “filosofía”. Y aún hoy, la expresión “filosofía” me evoca el cuidado de las uñas.
   Se implantó así: una tarde escuché que mi prima Sara Crespo -prima de papá , mi prima en consecuencia- estaba por empezar a estudiar filosofía. En mi memoria, la prima Sara se destacaba en las sobremesas de los domingos por juguetear con las teclas del piano luciendo unas uñas como esculpidas. Alguna vez debo haberla espiado mientras se las pulía con una suerte de esponja de gamuza que llevaba escondida en el fondo de su carterita perfumada. Sucedía hacia 1945 y por entonces la noción de “uñas esculpidas” no era un lugar común publicitario: estaba allí, en lo que yo veía, en esas uñas ni rojas ni nacaradas, apenas alumbradas con una leve película de brillo, pero de una apariencia tanto o más fuerte que las uñas que las otras mujeres escandalosamente se pintaban. Más de una vez descubrí a Sara vigilando la perfección de sus uñas intensas, filosas. Y once años más tarde se produjo mi segundo contacto con la filosofía.
    En septiembre habían volteado a Perón, y por eso un reciente egresado de Filosofía y Letras reemplazó al viejo médico que dictaba la cátedra de psicología del Na cional. En reemplazo de la doctrina de las facultades del alma, que debía agotar el programa de la materia de cuarto año, aquel novato lleno de grandes intenciones, nos impuso la lectura de la edición de Sudamericana de Tipos Psicológicos de Jung. El libro, subrayado, anotado y comentado por un chico de quince años, sobrevivió mudan zas y saqueos y siguió en mi biblioteca hasta hace cuatro o cinco años. Recuerdo que un día debí exponer, desde el escritorio del profesor, las diferencias entre lo Apolíneo y lo Dionisíaco y que esa presentación me eximió de rendir examen de fin de curso y me condenó a cierta fama de filósofo entre la mayoría de mis compañeros, cuyos padres aún no les hablan comprado ese texto indispensable, de lectura obligatoria. Yo declamaba y el profesor, sentado en uno de los últimos bancos del aula, fumaba y hacía gestos aprobatorios con la cabeza, como marcando la cadencia de mis frases memorizadas. Tenía una manera muy especial de manipular el cigarrillo, sosteniéndolo justo en el punto de encuentro entre las primeras falanges de los dedos mayor e índice derechos, allí donde la piel humana de las manos forma un repliegue atávico que hace pensar en las membranas natatorias de las patas de las aves acuáticas. Por eso, cada vez que pitaba, se llevaba toda la palma de la mano a la cara, que así desaparecía de mi vista. Por entonces se fumaba cigarrillos sin filtro y el tipo, que tendría alrededor de veinticinco años -la mitad de mi edad ahora- pitaba intensamente y exhalaba una corta bocanada antes de inhalar el resto del humo que, por unos instantes, había estado inflándole la boca como quien hace buches de sabiduría. Yo todavía no había empezado a fumar, pero en aquellas tardes libertadoras de primavera de fines de 1955 me preguntaba: “Y yo: ¿soy apolíneo o soy dionisíaco…? Sigo ig- norándolo y quizá‚ ésta sea una de las preguntas filosóficas más sinceras entre las tantas que suelo formularme.
   Pero durante el verano de 1956 empecé a fumar: había amenazas de nuevas epidemias de poliomielitis y a los menores de dieciocho se nos prohibió nadar en la pileta y salir a remar o a navegar por el Río de la Plata. En la costa, en el ocio, idioti- zados por el calor, todos los varones nos sentábamos a esperar la mayoría de edad, a mi- rar el río y a fantasear fumando sobre el futuro. Desde entonces casi todos los días de mi vida me los pasé fumando, y aún hoy, cuando me detengo en la expresión “filosofía”, algo en mí arranca el seguro que sujeta los deseos desesperados de fumar, como si esta vez, -sí: ¡esta vez!- ese agujero que señala el término “filosofía”, (¿soy apolíneo?/ ¿soy dioni- síaco?/ soy? ) pudiese, humo mediante, colmarse de algo más que ese vacío del aire insípido. Es evidente que la más leve intoxicación, ya desde la primer pitada al nuevo ciga- rrillo, produce una vaga ensoñación, una ínfima obnubilación, que mitiga la lucidez intolera- ble provocada por las preguntas sin respuesta. Ya fumador, ingresé a quinto año y allí se produjo mi tercer y definitivo encuentro con la filosofía. Esta vez, bajo la forma de un curso de lógica que obligaba a concluir el bachillerato conociendo las reglas del silogismo, la doctrina de los Idola de Bacon, las reglas de la inducción de Mill, y, tal vez por un capricho del profesor, la sucesión nemotécnica “barbara, celarent, darii, ferio, cesarent, camestres, festino, baroco, etc…” con la que todavía puedo asombrar a una estudiante de filosofía desprevenida.
    En esa misma época encontré la amistad de Gerardo Andújar, que aún era dirigente del centro de estudiantes de filosofía. Admiraba a Andújar porque era el líder social e intelectual del grupo de anarquistas al que había preferido integrarme. Los anarquistas viejos usaban pistolas Star Nueve Largo, dudosos remanentes de la gue- rra de España, y los más jóvenes usaban Colts o Ballester Molina calibre 45. En cambio, Andújar usaba dos revólveres 38, y a su manera cordial y anarco- criolla, despreciaba a los usuarios de armas automáticas: decía que eran armas de imbéciles milicos, aseguraba que eran riesgosas porque solían encasquillarse y garantizaba que un revolucionario capaz de disparar con ambas manos jamás necesitaría sobrevivir más allá del décimo disparo. Lo admiraba tanto, y tan poco temía su ineludible censura que una noche me atreví a preguntarle si éramos apolíneos o dionisíacos y él respondió que esa era la pregunta típica de un boludo, y que si en verdad a alguien le interesaba la filosofía, tenía que preguntarse cómo hacer para no conventirse en un chancho burgués, y poner especial cuidado en no volverse puto.
   Algo debió haber sospechado de mí, porque se puso muy serio en el mo- mento en que me advirtió: “la facultad está llena de putos y todos los putos, tarde o temprano, se vuelven frondizistas…” Pensé que exageraba, pero, con el tiempo, el tiempo vino a darle en parte la razón. Después topé con Sartre y entonces la cuestión de si era o no era dionisíaco o apolíneo se me volvió un poco menos acuciante. Ya estaba decidido: la existencia precede a la esencia, yo soy un ser para la muerte, debo saber que soy un hombre antes de proponerme el conocimiento del sistema. Y al mismo tiempo to- dos, efectivamente, se iban volviendo frondizistas, tal como doce años más tarde supieron devenir castro-frejulistas y, otra vez, doce años más tarde, se dividieron a las apuradas entre demócrata -radicales o demócrata-peronistas. Yo fumador, confieso que siempre, detrás de cada una de estas conversiones generacionales, sospecho un mal efecto de las lecturas filosóficas.
   Llamo lecturas filosóficas a eso que había hecho yo con Jung, des- pués con Sartre y Merleau – Ponty, y más o tarde con otros ciento cincuenta o doscientos sesenta y tres autores desparejamente transitados. ¿En estos tiempos de la tercer restau- ración neokantina, como escapar a la Verstehen? Si cada vez que veo a la gente de cada generación huir despavorida del terror sembrado por un par de libritos para refu- giarse en la manada que alentándolos les infunde una vaga ilusión de poder, vuelvo a de- cirme, con la voz más cálida y grave que soy capaz de simular en mi imaginación:
   -¡Ahhh-ayyy… ¡Si supiesen fumar! Si tuviesen un cigarrillo, o alguna otra forma de certidumbre humana para llenar ese vacío de saber o ese vacío de hacer que se produce cuando uno, alucinado, siente saber, o cree saber… Si para esos instantes de terror a la incertidumbre, o de regodeo soberbio con un par de certezas recién venidas, este inmenso arsenal de mercancías les ofreciera algo que los ayude a permanecer allí, hieráticos frente al terror gozoso de ignorar, o consternados bajo al goce terrible de saber, el destino originario de la filosofía quedaría, en ellos, cumplido! Pero no: incluso buenos fumadores, consumido- res de hasta dos paquetes diarios de Marlboro Box, salen disparados del pozo del saber o de las cimas de la incertidumbre y caen sentados de culo -de culo inmenso, de culo de (cátedra) -justo en el centro del escenario del teatro de la política representativa burguesa.
   “En el desierto del amor -proclamaba Pilar, un estudiante de filosofía que condujo la toma de la Facultad un 17 de octubre, en tiempos del peronismo proscripto- el espejis mo del poder”. Y tal vez el amor pueda ser un buen sucedáneo del cigarrillo cuando se trata de detener el alma en el intervalo perpetuo del terror de la filosofía. Y a propósito del amor, pienso que el amor a la sabiduría, como el amor, debe adiestrarse en la falta de su objeto para no perderse en los ensueños de la convergencia con el sentido social, tal como el otro se derrama en la palangana tibia de la institución del matrimonio. Y propósito de la familia, creo haber puesto alguna vez que durante años la palabra filosofía me evocó la imagen de unas uñas cuidadas y durísimas: filosas. Y durante años, cada vez que esta imagen familiar, espuria y perturbadora volvía a mi mente, prendía un cigarrillo, o pitaba con ferocidad el cigarrillo que en ese momento tenía en uso, como si sólo pronunciando la intoxicación, o acentuando la experiencia de consumo y destrucción que aluden la aceleración del camino de la brasa y el exacerbamiento de la irritación faríngea y laríngea , pudiese librarme de la verguenza infantil por haber asimilado mal una etimología. Ahora, pasado el tiempo, calmadas las pasiones, mejor dispuesto el ánimo y reconciliado con mi filogenia, encuentro que, en efecto, el filo es producto de una pasión devastadora del metal y la piedra, o de la uña y la lima, y todo saber es sólo el correlato -el relato- de esos encuentros desvastadores –¡filias!- atendidos por un trabajo humano que persigue una meta de perfección como la que aquella chica, hacia 1945, representaba sutilmente para mí con su esmerada aplicación al cuidado de sus uñas.
   Pero: ¿Qué exacerba esta exacerbación? Difícilmente esta pregunta pueda ser bien atendida por un filósofo. La filosofía, suelo pensar, es algo demasiado serio para dejarla a cargo de los filósofos. Llamo filósofos a los que mundana mente se reconocen como tales: los que antes fueron filo- cátedras de Estado, ahora tien den a ser filo-papers o filo-fundaciones. Hace poco, el autor me remitió un librito de filo sofía, redactado en primera persona: al cabo de la lectura de cuarenta páginas tabulé que no menos de seis veces se llamaba a sí mismo “filósofo”. Naturalmente, el autor, un profe sor, trabajaba como filósofo en uno de esos entes que cobran una pequeña suma mensual para orientar lecturas filosóficas y, de paso, facilitar que la gente que paga la matrícula tenga contacto directo, -tacto, interlocución, tuteo- con alguien que, si no estuviera legitimado de alguna manera como filósofo, no le sería tan fácil ocupar ese sector privilegiado del mostrador. Hacia 1968 yo tenía que estar casado con una mujer que quería ser psicoanalista: quería pasar al lado bueno del mostrador en el mercado del terror médico asistencial. Aquel año, todas las chicas que aspiraban al pase trataban de perfeccionar y standarizar su discurso, -como quien pule sus uñas- integrándose a alguno de los tantos “grupos de estudio” que pululaban. Había un León que fascinaba a mi muchacha relatándole los Manuscritos del 48 de Marx y la Psicología de las Masas de Freud, y mostrándole todo lo que podía hacer un filósofo con unas pocas frases que para ella, y para sus colegas, no significaban nada. Tanto admiraba a su León, tanto debió adivinar mis potenciales celos, que a otros tantos penosos deberes conyugales me agregó el de asistir a una serie de reuniones con su “grupo de estudios”. Todo lo que aprendí sobre la circulación pública y los subproductos de la filosofía lo debo a esa decena de encuentros en el pequeño zoo freudomarxista. Cada tanto tropiezo con chicas parecidas. Ahora uno las ve asistir con la misma finalidad -pulirse para-, a instituciones más formales que operan under licenses variables, algunas complementarias, otras sustitutivas, todas competitivas en el mercado de captación de matrículas. Vi una que va a un centro que distribuye Nietzsche, a otra que asiste al que opera la licencia Foucault y a otra que ya se anotó en uno nuevo que expende simultáneamente Rorty, Popper, Davidson Y ¡Walter Benjarnin…! Cada una alcanza resultados semejantes: se pulen. Y más aún si contemporáneamente asisten a esos talleres literarios que las dotan para ser redactoras de Página/12 o de Vosotras, o, para después publicar prosas paródicas en el género de la psiquiatría ficción francofreudiana en alguna de las veinte publicaciones vecinas al campo psi. Paradojas de un país agrícola: que una parte de la filosofía se cultive dentro del campo de la psiquiatríaficción. Desempate histórico circunstancial: que la filosofía, que nació sembrando el terror de las presuntas sin respuestas, que sucumbió durante siglos al terror de Dios y después al de las ciencias, ahora aparezca sujetándose al terror médico, o alterne sus lealtades entre éste y el terror corporativo representado por el aparato económico promocional de las fundaciones. Creo que, como en el cincuenta y seis, en el sesenta y ocho y en el ochenta, estamos viviendo una gran víspera, aunque nadie se atreva a vaticinar víspera de qué carajo pueda ser esta vez. Trabajo con indicios tan vagos como los que a lo largo de mis tres generaciones me fueron eximiendo de as peregrinaciones masivas frondisartreana, freudocastro-frejulista, y stderrotademócratoperoneoradical. Trabajo con una materia tan poco noble como las como las pasiones chicas y rutinarias que se revelan en nuestra colección íntima de cassettes, y tan dispersa como las nociones que refleja la irrupción pública de los filósofos en la prensa cultural y con tan poca cosa, con esta base de datos enclenque, intento definir el carácter de esta tercera víspera a la que otra vez desde afuera, y apenas ligado a una palabra me toca asistir. Víspera apenas diferenciada por el predominio del free-jazz pragmáticodeconstruccionista que tanto estimula el desempeño de los solistas de word-processor que ejecutan sus papers. Vísperas de lo mismo. ¿Qué es? Es, otra vez, sospecho, el destino menor de la filosofía que impone a los filósofos la función de saber-para (reproducir la institución que los ujeta) y dirige su discurso a ordenar y cementar el tono de la época: el conjunto de relatos que enmascaran el lazo social. El carácter de este destino menor ya viene viéndose: es la palabra de los filósofos agregándose con su decir al coro de los victoriosos, o más profesionalmente, buscando con su trabajo de indagación textual o conceptual, una razón de ser a esta victoria a la que nadie termina de encontrarle gracia. Hoy, creo desde afuera, llega el tiempo paradojal de la filosofía, que de herramienta para concebir fundamentos se ha vuelto un arma para el combate contra todo fundamentalismo. Entre ellos, destaco aquellos a los que adhiero: los de pensar e interrogar esos objetos de reflexión que aparentan ser datos inevitables. Pero también señalo a todos los demás a los que reconozco como reservas naturales de la humanidad y de su empeño por rehabilitar, a contrahistoria, la práctica ancestral de experimentar colectivamente valores y sentidos de la vida tan caprichosos y disonantes como todos los que hasta ahora los hombres han puesto a prueba. Pienso que es totalmente casual que sea un peruano filósofo quien orienta el fundamentalismo que más alarma al pensamiento de América. Pero sospecho que sólo la impronta de un filósofo puede explicar la perplejidad y la revulsión que su emergencia provoca entre los intelectuales. Sólo la filosofía -ese ejercicio milenario que es demasiado grave como para dejarlo a cargo del personal que revista en la institución filosófica- puede librarnos del cogito-interruptus que impulsa a la actio-praecox, una de cuyas formas -de moda- es el discurso de la indiferencia y el regodeo con la eficacia del think-processor que provee el arsenal del soft contemporáneo. Sólo la filosofía bajo la forma de su originario destino mayor puede mantenernos cuerdos bailando en el filo de una contradicción como la como la que acabo de enunciar, la que habito

La revolución sin nombre consagrado // Horacio González

 

La pasión de Horacio: un texto-homenaje. Bruno Bosteels

Hay obras y figuras del pensamiento contemporáneo que, por más fugaces y esporádicos que sean nuestros encuentros con ellas en la vida real, nos dejan marcados para siempre. Horacio González para mí fue una de estas figuras. Brillante, entrañable, modesto, fue un modelo incansable de integridad comprometida. Tuve el placer de conocerlo por primera vez en 2007, cuando vino a la Universidad de Cornell, en el pequeño pueblo de Ítaca al norte del Estado de Nueva York, para participar en un encuentro sobre “Marx y los marxismos en América Latina”. Allí, pude conocer también a su gran amigo, León Rozitchner, otra figura-relámpago que no ha dejado de acompañarme y con quien Horacio ahora sin duda se ha podido reunir de vuelta. De hecho, otro de mis pocos encuentros personales con Horacio fue justamente en la ocasión de las jornadas conmemorativas que dedicara la Biblioteca Nacional a León, bajo el título general Contra la servidumbre voluntaria—lema que por lo demás podría servir también para caracterizar el compromiso del amigo que entonces fue Director de la Biblioteca Nacional.  Luego, el último encuentro más o menos formal que tuvimos fue en 2017, cuando Horacio junto con Diego Sztulwark fueron tan generosos como para presentar mi libro Marx y Freud en América Latina, publicado por Akal, en el Centro Cultural de la Cooperación. 

El ensayo hasta ahora inédito que publicamos en esta ocasión como un pequeño homenaje al compañero fallecido es el texto de su charla en Cornell. Me acuerdo que ya en aquel entonces, cuando escuché a Horacio hablar de esa figura tan clave pero también tan enigmática para el pensamiento y la política argentinos que es John William Cooke, me pareció absolutamente deslumbrante. Luego me mandó el texto escrito para que fuera incluido en el número especial de la revista estadounidense de teoría crítica, Diacritics, que entonces editaba, pero ese proyecto es de los muchos que se quedaron en el cajón de las buenas intenciones. Hoy, en un esfuerzo para superar la tristeza que comparto con tantos amigos y amigas, he vuelto a leer el texto de Horacio y me parece que no ha perdido nada de su frescura, su brillo, y su incomparable dominio estilístico. Además de interpretar el gesto de la intervención de Cooke desde el interior del legado de Marx y el marxismo, Horacio también se dedica a especular sobre el poder del lenguaje cuando los nombres se vuelven impropios, anómalos o incomprensibles. Y, a través de Gramsci, Lukács y Sartre, ofrece un valiente acercamiento a la teoría de una dialéctica trunca, lejos de la infalibilidad de los nombres y los caminos consagrados, pero fiel a los desvíos y los imprevistos de la historia. “Finalmente”, anota Horacio, como si se tratara de condensar su propio punto de vista en una fórmula característicamente llamativa, “solo la pasión explícita parece más segura para mantener el hilo de la historia, mucha más que la oculta astucia de la razón”. Ésta también, me parece, fue siempre la pasión explícita de Horacio González.

La revolución sin nombre consagrado –  Horacio González

John William Cooke, un argentino de ascendencia irlandesa, de cuerpo obeso y con su nombre asemejándose a un gracioso fonema, escribió un capítulo excepcional del pensamiento marxista de los años 60. Basó sus ideas en una fuerte hipótesis de la discordancia de los nombres con la materia que ellos designarían, como si se pudiera aplicar a las artes revolucionarias las ciencias de la filología. La revolución no tenía nombre consagrado y podía considerarse un acontecimiento sin nombre, una materia ausente de designaciones efectivas. A la vez, los nombres revolucionarios preexistentes, podían traducir un contenido inerte. Cooke había descubierto, como tantos antiguos filósofos, que los nombres no se ajustaban a la cosa y que el drama de ese desajuste era la esencia de la política. Se puede concebir que un nombre nunca dice lo que es. No bastaba con decirse revolucionario en observancia fiel de algún vocablo especialmente reservado para ello. Importaba serlo en la libertad de nombre. Incluso serlo sin nombre. Y esa constancia de la materia bruta de las revoluciones, las hacía un evento histórico extraído de una gran cantera de la inconstancia de los sentidos.

No se trataba de una objetividad salvaje, sin teoría, sin intelecto, sin calificativo. Porque las tesis de Cooke, tomaban a su cargo la herencia marxista de la objetividad de la historia y de la producción inteligible de significados. Pero le cambiaban de nombre para hospedarla en otro, que no correspondía. La revolución pasaba así, en primer lugar, a ser una ruptura en la correspondencia de los nombres. El subterráneo sonido de esa fractura aún se escucha y sus ecos llegan amortiguados a nosotros, casi indescifrables.

Pero no solo los nombres estaban extrapolados. También podía pensarse que el revolucionario lo era por las consecuencias de su acción y no por la heráldica de sus cartillas, la arquitectura de sus explicaciones o el brillo de sus teorías. Decir esto en los años del estructuralismo, sistema que Cooke no conocía enteramente, suponía algún tipo de expectativa sobre los “efectos de la estructura”, concepto decisivo de aquella hora. El concepto de efectos de la estructura llevaba a una imaginación en el vacío, a la sustracción voluntaria de la fuerza del origen y a la vitalidad exclusiva de las consecuencias. Éstas valían a pesar de quedar huérfanas del sello originario, aún si durante un tiempo inagotable debiesen asumir los nombres oscuros, excepcionales o incomprensibles. 

Estar innominado o tener nombres prestados era especialmente importante para certificar que una revolución es una apertura al nombre futuro a partir del nombre trastocado. De este modo, los nombres adecuados podían ser impropios. Y los nombres anómalos, por consiguiente, podían guardar una verdad. Los no portadores de nombre clásico debían juzgarse por sus efectos. Los efectos, eran efectos sin nombre. O con el nombre que diversos populismos le habían reservado. Nombres fugaces, desdeñables por su literalidad, solo apreciados por las consecuencias no enteramente sabidas por ellos. El nombre anómalo podía ser más efectivo que el nombre conveniente. Viejas querellas de la filosofía conducían ante el mismo problema. El nominalismo descartaba el efecto del concepto abstracto y ponía el peso de la actividad en los individuos y en la intuición que se reclamaba para comprenderlos. Cooke fue un nominalista que consideró que ningún nombre estaba realmente operando en el mundo y que la política era una espera desconocida de nombres. Su marxismo suponía poner el legado de El Capital –que él había leído más allá del promedio de lectura corriente en las izquierdas latinoamericanas-, frente al arduo debate de una de las principales corrientes de la retórica antigua, en la que el argumento pierde sustancia ante la apelación “ad hominem”. 

Pero gracias a esa cosecha de nombres propios para designar con individuos históricos los oleajes de identidad social, esas retóricas también apelan al movimiento de la dialéctica como un vasto juego de paradojas. De ahí que igual que en el Protágoras, un contendiente puede asumirse al final del debate como equivalente a los argumentos de su antagonista, al igual que el nombre social del comunismo podría extraviar su sustancia, que sería encontrada en el otro nombre, el que parecía su contrario y extraño. El adversario se debía hacer cargo de la existencia de su propio nombre invertido, de su verdad refutada.  

           En 1967 Cooke escribiría un trabajo destinado a tener larga trascendencia por contener una frase-concepto al cual uniría su nombre: el nombre anómalo es el hecho maldito de la política y su anomalía desarreglaba el mundo burgués. Este dicho era su medallón titilante. Ya se ha dicho muchas veces que en esta sentencia reposaba un programa, una ética y una filosofía de la historia. Cooke daba por madurado el ciclo capitalista del cual no creía que estuviese en un momento de despegue, sino que estaba “decrépito sin haber pasado por la lozanía”, fórmula que evoca no demasiado vagamente ciertas expresiones del trotskysmo. Pero tampoco pronuncia ese nombre, salvo para ejemplificar a la luz de la historia transcurrida. Los arquetipos de la historia revolucionario del siglo XX no pasarían de ejemplificaciones, módulos narrativos de la memoria, cartas para jugar en un diálogo o una correspondencia. El pasado solo posee nombres consagrados. El presente no los tiene. Se era contemporáneo de la revolución solo si había trastocamiento o burla en las cartas del nombre. Solo si lo consagrado quedaba en disponibilidad, perdía los óleos y buscaba para reencarnarse incluso una anomalía, un perjurio.

 

El hecho maldito es la expresión por la que hoy unos pocos recuerdan a Cooke. Había nacido en la ciudad de La Plata, en 1920, y al promediar la década del 40 había sido diputado. En ese entonces, simpatizaba con el nacionalismo, estudiaba el sistema económico de List y hacía rápidos cruzamientos con el bagaje del ensayismo argentino de sazón caracterológica. Ya a fines de los años 50 madura casi completo su fino instrumento de análisis y reflexión: los efectos de la estructura podían ser considerados con el concepto de maldición. Esta palabra del acervo de las religiones, del fraseo popular y de la poesía simbolista francesa del siglo XIX –de esto último lugar al parecer la toma Cooke-,  era una fuerte intromisión en el lenguaje de las izquierdas. Se trataba de una inesperada metáfora por la cual se postulaba una dialéctica trunca, irresuelta, sorprendida en su tensa vacilación. Por su intermedio se aliviaban los trazados de una improbable ley de la historia y se impedía que se constituya el Orden. Había que agregar que no alcanzaba para superarlo, por lo que la realidad en la que se pensaba era permanentemente caótica. En ese caos había que comparecer con la luz de la razón, pero debía ser una razón que se dispusiese, en un recodo de sus largos avatares, a proceder como si fuera parte de un mito. La razón debía ser también un festejo aventuresco del agente anómalo.

 

Pero tal agente anómalo, con ser propicio, no estaba en condiciones de encarnar la totalidad, ni de conocerse a sí mismo. Por su parte, el agente clásico, el agente preparado por el canon, no era competente. Estaba ligado a la totalidad inerte, aunque poseyera poderes bibliográficos, archivísticos y ejemplificatorios. Por eso Cooke laboraba con una fisura innominada o con nombre impropio, que era el equivalente del “lado malo” de la historia. Ese lado dejaba a la realidad en estado de desesperación e inminencia, atrapada en una subjetividad enajenada y en constante inestabilidad. Así lo sintió Cooke, como intelectual de cuerpo obeso, que sin embargo pudo fugar de cárceles de alta seguridad- como la de Ushuaia, en 1956, soportar escenas de fusilamiento en simulacro e inscribirse en las fuerzas que resistieron a la invasión en Bahía de los Cochinos hacia comienzos de los años sesenta. Los trazos de una biografía surgen también de los descubrimientos de su escritura. Es un escritor a la manera de los hermanos Irazusta –que eran nacionalistas-, con la mordacidad de un Oscar Masotta, que era existencialista.  Y con recursos autocríticos a la manera de Lukács, que como marxista hegeliano llamó autocrítica a su propia maldición. Su testamento es irónico y a la altura del suicidio de Leandro Alem y de Lugones. Pide tirar sus cenizas al Río de la Plata o en cualquier laguna. Toda gloria era irrisoria. Mejor era ser pesimista. Pero también escribió que al final del recorrido de la historia, todos los hechos indeterminados y vagos serían redimidos. Había llegado a conclusiones de alcance mesiánico desde su marxismo que flotaba sin los nombres previamente adjudicados.  

 

Este movimiento de la dialéctica trunca, sostenida en la maldición sartreana, quebraba la línea de la normalidad histórica –incluso la normalidad de la izquierda clásica- y dejaba a la realidad en el umbral de un gran cambio aunque no se supiese cómo concretarlo. El hecho maldito, ese saber sin saber, impedía que se desplegase la potencialidad burguesa. Pero él mismo, ese hecho que aludía sin más al aura peronista, era burgués, representando un antagonismo inevitable aunque en el seno de la misma escena cultural: hablaba de revolución para impedir la revolución; impedía la revolución, pero re-creando al mismo tiempo sus motivos principales. ¿Por qué valdría la pensar así y no de una manera que permitiera encontrar un léxico completo en la antigua saga de los nombres propiciatorios? La revolución se hacía sin saberes especiales y quienes los poseían debían desvestirlos de nombres y también sufrir con los nombres cambiados. Nunca el marxismo latinoamericano –ni siquiera con Mariátegui-, llegó tan hondo en su refundación moral. La teoría se mantenía de pie, pero había que darle otros nombres, tal como cuatro décadas antes Lukács había esbozado que el peso del marxismo recaía en el método y no en tales o cuales conclusiones ya embanderadas.  

 

El “hecho maldito” contemplaba así lo social como una totalidad singular en transe, en la que había que buscar el “punto nodal de todas las fuerzas contrarias en tensión”. Esta frase la había escrito el raro narrador Osvaldo Lamborghini en El Fiord, texto que experimentaba con cierto sadismo lingüístico y político para recrear un vacío absurdo y utópico en la realidad de la experiencia histórica. Ocurría en los mismos años en que Cooke sugería el concepto del hecho maldito como desencuadre del orden burgués. Había un intenso paralelismo entre El Fiord y el “hecho maldito”. Ambos pueden resumir adecuadamente las incógnitas del pensamiento político argentino “de la época de Cooke”. Hecho Maldito, el Fiord y la idea sartreana del Mal como autoconciencia bastarda de la historia introducen los mojones familiares bajo los que podemos pensar aquellos momentos que inauguraba la década del sesenta, hoy irrepetibles pero no siempre bien estudiados, si es que hay que seguir estudiándolos.

 

El malditismo parecería lo contrario de la dialéctica unánime. Cooke hizo descansar la fuerza de sus palabras y de su vida en un énfasis de la maldición como “lado áspero de la historia”, el único que valía la pena recorrer. Pero el camino regio a la negatividad clásica no contemplaba los nombres execrados. Sin embargo, había que sostenerlos porque allí habitaban aquellos que hacían lo que era necesario, sin saber explicar bien lo que hacían, según la cifra clásica. Pero en esos conocimientos blasfemos no vió alienación sino un estado real de la conciencia ingenua o mitológica, muchas veces muy madura en su desarrollo. Cooke no fue un intelectual de la nación o de un proyecto jacobino estatal, sino un intelectual clásico en un foro extraordinario de infieles. Pero estaba allí como pedagogo encubierto, soportando y acaso gozando de la imposibilidad de darles nombres correctos a las cosas. Creía que había que educar a los que hacían sin saber, pero quedaba siempre una cuota de conocimientos irreductibles en todo discurso y toda conciencia, que había que respetar, como a los mitos, dejándolos en pie, y aprendiendo de ellos.  Cooke es un intelectual de exilios, vive desestatizado y sin lengua específica. Su lengua es la del sujeto agonal revolucionario, aunque siempre se declaró marxista. Su estilo de acción está ligado a las mentalidades clandestinas y conspirativas. Aunque por momentos, su diccionario político se vuelve habitual. El concepto de lucha de clases refulge indemne. Pero su postulación del hecho maldito, que parece un concepto entre pragmático y teológico, consiste en una acción que es secretamente portadora de su propia refutación, como una dialéctica que persevera en su ser inacabado y no puede avanzar. Por cierto, había que hacerla avanzar con una organización en el interior de las fuerzas que eran revolucionarias sin saberlo, que afectaban la estabilidad de las cosas pero no concebían qué hacer con ello. 

Era, pues, un organizador de vanguardias. Y como tal, era un leninista trágico y pródigo, dentro del sentimiento oceánico de lo que en aquel tiempo se conoció como tercermundismo. Bien lo demostraría en Cuba como orador de la Tricontinental. La palabra política, para él, no encarnaba el destino pasional de los jefes sino una relación de conocimiento dialéctico con la historia y las clases sociales. Con esta serena convicción de su marxismo latinoamericanista, emprende la dramática Correspondencia que sostiene con el más importante político de la época en la Argentina, ese que la marcara con su resabido timbre. Casi había llegado a neutralizar a esa otra voz, quizás sin proponérselo, en un socrático diálogo sobre el alcance de las autorizaciones revolucionarias. Otra forma de discutir el desencaje de los nombres. Si había alguien que autorizaba, y esta autorización provenía del nombre general que bañaba la época, el autorizado debía ser uno solo y debía además ser un hombre libre. Estar en un nombre pensando en otros nombres era una obra de la espera clandestina y del respeto por las raras literaturas de la vida social, quizás mucho más atento a ellas que lo que resultaba de la crítica de Marx al socialismo utópico. 

En los papeles de época se recogen estas discusiones sobre la autorización, el nombre, la carta, el plagio y el trastocamiento de la experiencia con su probado nombre egregio vertida hacia la experiencia de nombre oscuro. Esos papeles no son desconocidos pero hoy no se sabría bien cómo rememorarlos. Entre esos papeles luce como volumen mayor el titulado como Correspondencia. Es una correspondencia sustraída, correspondencia anunciada de un modo que no funciona, pero con las razones del no funcionamiento meditadas por los mismos correspondientes. Uno es Cooke. El otro es un general exilado, que ha probado de ungir a un heredero que íntimamente sabe que podría ser su rival. En esa Correspondencia Cooke hace las veces de Lenin, mientras el notorio político con el que cruza lances de acciones y minutas revolucionarias lo había considerado un Napoleón. Cooke escribe planes de acción política en la Argentina, hacia 1959, que toman su inspiración, probablemente, del Plan de Operaciones atribuido a Mariano Moreno en 1810, pero que muy posiblemente sea apócrifo. El político mayor con quien define esos planes, que le lleva más de treinta años y se halla exilado primero en Panamá y luego en Caracas, le recordará un episodio de las campañas napoléonicas, que él bien conoce. La Convención Francesa habría exclamado al leer los audaces papeles del joven militar corso: “El que imaginó este Plan de Operaciones, tráiganlo y que lo lleve a cabo”. Ejemplifica con esa frase para decir que ahora sería lo mismo, había que traer a Cooke y autorizarlo para llevar a cabo el plan. El Plan de Cooke, plan insurreccional para la Argentina de fines de los años 50, debe ejecutarlo él. No como si fuera el maduro Lenin, sino un joven Napoléon de los frigoríficos y fábricas textiles de la zona sur y el conurbano de la ciudad.   

¿Era posible que las izquierdas de la época aceptaran este marxismo con toques de timbal a lo Baudelaire y hablando con un personaje que el mismo Cooke había denominado como “premarxista”? Algo semejante pero inverso pensaban quienes frente al peronismo, como el líder trotskista Nahuel Moreno, diseñaban el llamado “entrismo” en el peronsimo, que suponía el reverso del hecho maldito. En un caso se partía del mito y se redimía a un marxismo que surgía de ese vientre anómalo y en el otro caso, el marxismo estaba probado y solo precisaba investigar con su lógica superior el interior irreflexivo del movimiento de masas. El llamado “entrismo” era como el hecho maldito sin la idea de incerteza en la acción y sin el acompañamiento del mito. Respecto al mito como fórmula secreta de la praxis –y es probable que Cooke conociera parcialmente a Sorel aunque sin duda estaba informado del pensamiento de Mariátegui-,  se suponía que condensaba formas imprevistas de la energía social, que aglutinarían las memorias colectivas gracias a un nombre afortunado y excéntrico. A los efectos de su cualidad movilizante, estas energías se rescataban con el concepto de mito. De mito propiciador. 

¿Por qué el mito? Cooke había leído rápidamente pero no sin profunda comprensión a Gramsci, Lukács y Sartre. Con este último había conversado en Viena en 1952. En todos estos autores había ya una idea de la pérdida del nombre, en Gramsci con el ensayo de sustituir el propio nombre del marxismo por el de filosofía de la praxis, en Lukács en el intento de formular tempranamente una ética de izquierda desde herencias culturales universales y en Sartre en la idea de un lenguaje no cosificado que recuperara la crítica dialéctica.     

Precisamente en la Crítica de la razón dialéctica , Sartre decía que la rareza es “la necesidad para la sociedad de elegir a sus muertos y a sus subalimentados”. 

La rareza introduce un principio práctico de no-humanidad en lo humano. Puede explicarse por el propio crecimiento de las fuerzas productivas y la contradicción que le es inherente. Sartre no es original cuando dice que la rareza se produce ante la contradicción de las fuerzas productivas con las relaciones de producción. Pero lo orginal es que mantenga ese nombre, rareza. Y es necesario mantenerlo, pues la rareza no es absorbible incluso si ocurriese una revolución que liquide la contradicción entre ambas esferas. 

¿Acaso la sociedad socialista, en lucha contra la rareza, no vió que era difícil y exigía esfuerzos desconocidos vencerla? Es que siempre la materia es escasa, siempre la naturaleza y las cosas son irrisorias, insuficientes. La negatividad ante la materia escasa es la nota antropológica esencial del género humano en la historia. Por otro lado, la rareza puede verse también como lo propio del “hombre el que hace morir a los Otros o que los Otros hacen morir”. Es la definición de rareza, el otro como enemigo, como forma del mal, como inhumanidad perpetua. El otro es un contra-hombre, según la creencia que anida en la urdimbre de las relaciones de producción, establecidas sobre horizontes productivos que siempre son escasos respecto a las necesidades colectivas. La práctica humana comienza cuando se interioriza la objetividad de la escasez.

  Lo otro puede ser la inercia de una humanización fallida, donde las partes son recíprocamente exteriores y donde la materia se torna un obstáculo al deseo de los hombres. La inercia, por su parte, no es alteridad pero se confunde con ella. Es acción negativa, una materia que adquiere “vida propia” instalando la rareza para juzgar a los hombres, que se tornan “material humano” o “recursos humanos”. La materia será sinónima del ser inerte, pero de todas maneras compone significaciones.  La vida se hace opaca, el trabajo para cambiarla es también, en primer lugar, una práctica inerte, que significa que si el hombre se hace cosa, las cosas vuelven al hombre que les da una noción de tiempo, les dona un porvenir. 

Lo práctico inerte impone un destino común a los hombres que se ignoran. Pero si lo humano es incluso la conversión en materia apática de la propia vida, es porque puede reponerse concibiéndose la unidad de todos los acontecimientos exteriores como una moneda acuñada que une a los hombres aunque al mismo tiempo no les permite conjugarse en común. Pero si el hombre es material es porque la materia puede redimirse por la acción humana materializada. 

De ahí que lo práctico inerte es una forma de la rareza: la sociedad elige sus muertos, a los que envía al cadalso, a los que mata de hambre, y de allí mismo surge la crítica práctica a lo inerte, de donde surge una acción que puede ser una simple serialidad que impide que los pasajeros que esperan el autobús se aniquilen entre sí. De alguna manera Sartre concluye aquí su obra, pero se puede decir que el discurso opera de cierta forma como síntoma de liberación.

 

 Recordamos sucintamente a Sartre porque Cooke traduce estas páginas intuitivamente para la política argentina de los años 60. El hecho maldito es la rareza, lo que ni la lucha ni las relaciones de producción pueden diluir de la conciencia colectiva. Era la dialéctica de la superación que tenía momentos de suspensión, de atrancamiento. Otros pensadores contemporáneos quisieron ver en esta pausa misteriosa que se tomaba el andar dialéctico la resolución de un trajín repleto de incidentes aleatorios, vacíos y oscuros. Se trataba de pensamientos de desvío respecto al imaginado cauce principal de los hechos. Cooke, con sus propios utensilios de trabajo, no demoró en ponerle los nombres que consideraba adecuados a esa vasta revisión de la dialéctica y del historicismo radical que tenía lugar en la filosofía europea de la época, cuyos vagos ecos había captado con su poderosa intuición raciocinante.  

Eran fórmulas de inusual exquisitez que recorrieron la imaginación política de la época y que en Cooke eran apenas absorbidas al compás sobresaltado de la aventura revolucionaria, entre cárceles difíciles, resonantes fugas y aquellas milicias costeras de Playa Girón. En medio de estos avatares, se colaba la crítica sartreana al marxismo de “verdades fundamentales pero abstractas”. Involuntariamente también la de Lukács, sobretodo sus autocríticas que más que creíbles, son en realidad la base secreta de un nuevo pensamiento marxista capaz de recoger la totalidad de la cultura transcurrida. No es imposible ver como encubiertamente positiva la idea de Lukács respecto a que no era posible hacer convivir una ética de izquierda con una epistemología conservadora. Al revés, era posible hacerlo (era necesario) y esa podría ser la salvación del marxismo.

 

Pero en su apariencia, la idea de hecho maldito se corresponde mucho más con el concepto de contradicción sobredeterminada, que el diccionario de la época había privilegiado y que en el Fiord de Osvaldo Lamborghini se mostraba invisiblemente productivo. Con ella se considera la esfera de autonomía relativa de la política, como una poética de lo impensado antes que como un previsto carril para los acontecimientos. Pero Cooke no habla como un filósofo de École, sino como un sensible lector filosófico atrapado en las mallas de acero de la política argentina. En su estudio sobre Baudelaire, Sartre decía que el poeta de Las Flores del Mal, “emplea su voluntad para negar el orden establecido y al mismo tiempo conserva ese orden y lo afirma cuanto puede”

Nada diferente quería sugerir Cooke, que seguramente ha leído estas páginas. Para Cooke la historia produce sus nombres particulares al margen de las “caligrafías oficiales”, por lo que hay que encontrar sus efectos en el albur dispersivo y errabundo de cada forma cultural. Estas siempre se caracterizan por una discordancia entre sus emblemas de creencia y los resultados objetivos que produce su existencia social. De ahí que el peronismo “es la expresión de la crisis general del sistema burgués argentino, pues expresa a las clases sociales cuyas reivindicaciones no pueden lograrse en el marco del institucionalismo actual”. No podría tener conclusión más nítida la idea de que la lucha de clases se inscribe en el cuadro institucional, poniéndolo en estado de desmoronamiento permanente sin atinar a avizorar una salida. 

El peronismo no puede ser contenido por las instituciones burguesas, pero sus propias contradicciones no logran configurar los actos para superarlas. Esta situación tiene una rigurosa facticidad. Las contradicciones son objetivas. No obstante, este objetivismo no daba cuenta específica de la forma del desajuste que Cooke descubre en la realidad: las tareas de unos (la de los objetivistas), involuntariamente las hacen otros (los subjetivistas). Esa paradoja anima la historia, la hace oscura y difícil, la torna “maldita”, y obliga a que el análisis político sea al mismo tiempo un montaje filigranado de paradojas. Esto es, el desajuste es también un hecho discursivo, y a veces, principalmente un hecho discursivo.  

En el pensamiento de Cooke no debe haber presuposiciones previas de la superación dialéctica anticipadamente demostradas. Al contrario, la masa viva de la historia se detiene siempre en la tensión previa en donde se juega el drama de una realidad crispada, invertebrada y ciega. De ahí que, mostrando que sus lecturas dispersas -en este caso de Gramsci- producían un resultado inmediato en su reflexión política sobre la escena argentina, y en contra del “cientificismo de geómetras”, Cooke afirmará una doctrina contingencialista que supera la relación “infaliblemente rígida” entre la esfera política y los flujos productivos de la economía. Aludirá entonces a factores imprevistos y subjetivos de la acción política, desde “el porcentaje de azar que encierra cada acontecimiento, hasta las pasiones e intereses inmediatos de sus ocasionales protagonistas” Estos párrafos recuerdan muy directamente los comentarios de Gramsci al tema del error tal como Croce lo había considerado, no solo el error de las clases dominantes sino la relaciones entre el error y la pasión. Finalmente, solo la pasión explícita parece más segura para mantener el hilo de la historia, mucha más que la oculta astucia de la razón.

 Por otro lado, como ya insinuamos, está la cuestión esencial del mito. Cooke indicará que ciertos mitos sociales no son “una torpe idolatría de las masas sino un síntoma de rasgos positivos, porque los trabajadores no son imbéciles (…) y los nuevos mitos que han de ir surgiendo en la vivencia del pueblo se darán desde un plano donde no es necesario que entren en colisión” con mitos anteriores, que nunca serán un obstáculo.  Marxismo soreliano, sin duda, que indica por un lado que Cooke es un lector urgente pero poroso de los temas gramscianos que hacía no mucho tiempo recorrían los grupos más intranquilos de la izquierda argentina, y por otro lado, introduce -como ya se ha notado- un fuerte ámbito de compatibilidad con la anterior teorización de José Carlos Mariátegui en relación a que “el hombre contemporáneo siente la perentoria necesidad del mito…”  

Pero lo que para el peruano es una consideración ligada al vitalismo e intuicionismo bergsonianos, e inspirada con fuertes atisbos de fidelidad a la discusión filosófica sobre el origen de la praxis, en Cooke se atiene a las reglas prácticas de su lectura, despojada de prosa aderezada y de los paramentos de la cita. Se pone en una escritura que nunca pierde su extraña e imaginativa elegancia albergando los nombres estrepitosos de mitos que el pensamiento normal de las izquierdas había condenado o tomaba con recelos. John W. Cooke es un profesional de la agitación y la clandestinidad. Su marxismo es finalmente el de los “Manuscritos de 1844” y su destreza teórica ostensible consiste en basarse en la tesis del error-pasión en la esfera cultural, por la cual la verdad de la lucha de clases debe trabajar en los enigmáticos dominios de la memoria y el lenguaje. No es lo mismo Mariátegui, cuyas composiciones pertenecen a un arte de la fundición de metales. Mariategui labora con varias lavas calientes, hierros líquidos al rojo blanco, buscando el enlace entre la napa moderna con nombre artístico europeo (modernismo simbolista, formalismo simeliano, mitopoética soreliana) y la napa americana del indigenismo cuyos nombres tienen la “dulzura de maíz tierno”. 

Cooke es apenas simbolista en sus metáforas y se concibe como escritor urgente, casi sin influencias. Dice que el nombre de la revolución sin nombre reposa en el movimiento social de ese enjambre argentino que “es formidable en la rebeldía, la resistencia, la protesta”, pero que no puede ir más allá. ¿Por qué? Porque es “un gigante invertebrado y miope”. Aunque por otra parte, “está vivo, y no será suplantado porque le disguste a los soñadores de la revolución perfecta, con escuadra y tiralíneas”. Cuando desaparezca la vieja forma invertebrada, no será por sustitución sino mediante “superación dialéctica, es decir, no negándoselo, sino integrándolo en una nueva síntesis”. Aquí el hecho maldito encontraba la justificación final de la razón dialéctica. 

 

Por todos lados Cooke dejó cartas, panfletos, planes de operaciones, minutas de acción gremial, versiones desgrabadas de sus conferencias revolucionarias y documentos internos de su grupo político. Eran las evidencias de una concepción clasista de la historia pero cribada por el desencaje de los nombres y los contenidos. Ese era el gran tema de la lingüística del siglo veinte, que él apenas sospechaba. Alternó en su vida matices novelescos, fervores clandestinos y una inusual jerarquía intelectual.

 Al conseguir escribir el estado larval de aquellas sospechas, vaga en él la sombra de un gran ensayista sobrio e imaginativo, que aglomera fórmulas ingeniosas y el verbo clásico de aquellos revolucionarios que son secretos novelistas del rumor conjurado de la historia, cual un Danton, Moreno, Lenin, Alem, Martí o Sandino. Con regusto secreto, postulaba, como vimos, que la revolución no llevaba aún su propio nombre y que el nombre debía luchar por conseguir un cuerpo a su altura. Siempre, las confusas sombras de la historia estarían ceñidas por la marcha de la dialéctica, mientras que la figura que mantenía en su poder las palabras propiciatorias –el marxismo- debía pugnar por hacerlas efectivas en un terreno esquivo o inesperado. No había marxismo sin pre marxismo o sin palabras que no fueran ninguna otra cosa que ellas mismas en su individualidad irreductible. El marxismo debía contener una vasta dinastía de palabras no marxistas, como el suicidio, la derrota, la salvación por el sacrificio o el olvido de los héroes. Esta paradoja consiste en la maldición, entendida como gradación menor de la dialéctica, momento de bullicio y desesperación en la historia. Justamente, Cooke es un revolucionario que camina por la cornisa de la desesperación y el sarcasmo. 

Nunca es alegórico. Es mitopoético como decisión táctica y se inspira en la literatura clásica de la alienación, como decisión crítica. Como vástago de las fuerzas nacional-populares deberá hacer la operación maldita de pensar ese caudal desde un marxismo humanista y con una teoría existencialista-decisionista de la deseparación política. Era un marxista en el premarxismo. Pero no había marxismo sin acción en el seno del premarxismo. Pero ambas esferas no eran etapas consecutivas, sino hechos que se entrelazaban en una extraña hermenéutica. El premarxismo no era un obstáculo para el marxismo sino su condición de posibilidad.   

Ya muchos hablaron de la Correspondencia. ¿Es posible agregar algo más? Uno de sus temas es el del plagio y del apócrifo, el las autorizaciones escritas, el odio, la venganza, la violencia, la muerte, la delegación de la palabra, la imposibilidad de dejar de ser uno, de ser este sujeto que escribe y que lucha por descifrar y a la vez encubrir sus propios cálculos abismales.  

Así ocurren las cosas en esta enmarañada teoría de la conciencia escrita entre dos hombres en discordancia radical pero unidos por el nombre del primero –que en este trabajo quizás no hemos pronunciado-. Sacudida por las pasiones escritas e imaginadas, la Correspondencia nos pone frente a la máxima incógnita de la estrategia. ¿Como forma eximia de la retórica, está el saber estratégico destinado a convencer al mundo de que nuestra presencia es imprescindible pues sin ella sufre la verdad? ¿O tan solo es la puesta, en un sistema de enunciados con apariencia de precepto, de que existen formas y figuras sombrías del espíritu? 

Las teorías del colapso, del caos, del desorden, de la catástrofe o del laberinto, cuando son presentadas en el interior de las grandes doctrinas políticas, producen el inquieto revuelo de convertirse en las representantes del destino de la intriga dentro de teorías que normalmente dicen repudiarla. Pero para Cooke estaba el tema del apócrifo, esto es, de la validez del nombre y del texto, cuando se invocaba una palabra que mantiene un origen impropio o que alguien viene a introducir como confusión deliberada. El apócrifo, introduciendo una supuesta legitimidad de los nombres, desea horadarlos por dentro. A su manera, el apócrifo es carnavalesco, sostiene el orden como único efecto de la fuerza de su creencia en el acto de ley de los nombres. Es el Estado visto al revés, forma necesaria de la afirmación de la palabra legítima.

Un nombre exilado, y que ocasionalmente pensaba en la muerte, había propuesto una delegación. ¿Se puede delegar un nombre? Cooke emerge de esa pregunta tremenda y la responde con su idea de la maldición. El nombre maldice y también hay que maldecirlo. Esa es la raíz de la vida histórica, y mejor la cuentan los políticos revolucionarios que los sacerdotes.  Pero esa verdad concluyente que apuntaba sus flechas ineluctables hacia el problema de la sucesión y la herencia era diluída permanentemente por un sinfín de comunicaciones emanadas de fuentes imprecisas, múltiples y hasta cierto punto justificables por la distancia y la voluntad brumosa con que era sabido que el exilado sin nombre exponía sus orientaciones. Las brumas permitían ser enfático y al mismo tiempo incierto.   

Cooke no cree en estos modismos velados del lenguaje. Al incorporar el mito como foco de la acción, tampoco desea oscurecer la inteligibilidad. Sabe expresar con modo categórico las situaciones de lucha; ahí los nombres no están desplazados. “Estamos preparando un plan que, sin perjuicios de continuar con los empeños actuales, tendrá objetivos definitivos: paralizar el suministro de petróleo al Gran Buenos Aires y paralización del Puerto. Es difícil pero confío en que pueda cumplirse. (…) Hemos conseguido un químico muy bueno (…), actualmente estamos fabricando 30 bombas reloj, que aproximadamente dentro de 15 días serán utilizadas”. Estas cartas de Cooke precisaban –ahora y antes-, un encuadre histórico y emocional que las justifique: pero son palabras. Implican el dilema de la palabra “perro”, que no muerde la cola, según estudiaron hasta la saciedad los lingüistas contemporáneos. La palabra bomba no nos deja escuchar un estallido, pero está en un nivel del lenguaje donde se hallan las directivas, la ruta de la acción, las performances. Está al nivel de la palabra Sartre o de la palabra mito. Son la rareza. El hecho maldito es una escritura terrible y la escucha imaginaria de sus efectos retumbantes. Por esta dificultad de las palabras –son y no son la espesura real-, nos impide saber de antemano donde ponerlas, donde oírla sin horror personal ni miedo histórico, donde situarlas para ahorrarnos el cierre de todo flujo sensitivo.  

 

En la Correspondencia la contorsión máxima parece ser la conversión de lo falso en verdadero y de lo verdadero en apócrifo. Quizás sea ésta una síntesis de la política en épocas de extrema convulsión y violencia. Cooke en algún momento le exigirá al exilado con el que se cartea, que cuide de una literalidad mayor en la correspondencia, pero eso era interceptar su multiplicidad expositiva y la difusa significación de sus emisiones. Por eso estas cartas tratan en última instancia sobre la facultad de juzgar y las pasiones que introducen la necesaria resquebrajadura en el natural tráfico ideológico de la política. 

Para Cooke las ideologías tienen realidad de textura, las pasiones tienen capacidad de embestida y la realidad hay que interpretarla como un enigma, en la medida que está repleta de cosas sin nombre y de nombres falsos. El mito es el nombre provisorio para desentrañar esos trastornos de la alienación de la historia.

Observamos entonces en la Correspondencia la máxima formulación de la idea de praxis como una acción que parte de una terrible escisión entre el empeño del presente y la escasez esencial de resguardos reales para todo esfuerzo humano-político. Si en Gramsci debe haber mito, pero no solo impulsivo y antiplanificador, sino constructivo y partidario, en Cooke el mito debe admitir siempre la anomalía en los actos de correspondencia entre los nombres de la cosa y las acciones desnudas de referencia visible. La política es en sí misma un mito de no correspondencia que busca el ajuste final de forma y contenido como máxima esperanza de los desesperanzados.  Pero los nombres son prácticas porque también están sometidos a un juego de sustracción, desplazamiento y pérdida. 

Se arrebatan porque la designación nunca podrá ser igual a la cosa designada. De este modo, no era Cooke quién justamente sobrevaloraría la crítica llamada a resguardar las fuerzas sociales del arrebato o del robo de su nombre, al que se veía oscurecido por los lenguaraces del indefectible ensayismo argentino. El movimiento populista súbito e invertebrado, como un ciempiés, era para Cooke ese ensayismo, ese revoltillo de nombres que esquivaba, con el arte de la demora –y ese esquive necesitaba intérpretes adecuados-, el momento vital de encarrilarse hacia su destino social efectivo. De ahí que la demora en la coincidencia entre enunciados de identidad y el efecto real de las acciones, podía ser para Cooke el inicio de un acto revolucionario. 

 

El vastísimo trayecto temático que van recorriendo las mencionadas cartas, permiten leer por parte de ambos corresponsales unas meditaciones cáusticas sobre la muerte del político; el vellocino de la juventud; la dialéctica del nombre que ya no es “suyo” sino que es el nombre que alguien “pone”; una idea de despojamiento personal de cuño clásico, pues señala al político desterrado como aquel que se halla desencarnado de bienes; una defensa del caos y la autodestrucción como umbral que señalaba el momento de la toma del poder luego de la resistencia; una reflexión sobre el éxito como contrafigura del caos; definiciones académicas o empíricas del concepto de resistencia con énfasis que se asumen inexorables (aunque no faltan los pigmentos coloquiales); introspecciones sobre la forja de las pasiones públicas en la conciencia del político; juicios de fuerte implicación sobre la historia venidera bajo bocetos geo-ideológicos y escatológico-evolucionistas; interpretaciones sobre el proceso de las revoluciones mundiales vistas desde la tempestuosa colina donde arropa sus pensamientos un “general geopolítico” o el gabinete de un oficial del estado mayor.

Además, encontramos unos documentos extrañamente ofrecidos indicando la delegación del mando a Cooke que no hacen sino sugerir un sibilino meta-poder que mantendrá el propio ofertante; una teoría de la temporalidad mentando lo permanente y lo contingente en la historia, quizás en compás con lo que en poco tiempo más Cooke denominará “hecho maldito”; unos dramáticos acercamientos a la visión de la historia escrita en términos de odio, venganza y terror pero sin dejar de darle a esta misma interpretación cierto giro evangélico; una consideración sobre los solitarios afanes del político que escribe a borrosos y remotos partisanos que son sombras diluidas, apenas entrevistas.

 Por su parte, Cooke repasa en sus largos informes a los militantes un conjunto de temas que deberían figurar en el libro de horas del insurgente clandestino de todos los tiempos. En la Correspondencia se pasan revista a los inconvenientes de las tácticas insurreccionales cuando son las mismas personas las que hacen simultáneamente tareas públicas y tareas clandestinas; a la naturaleza de las tácticas insurreccionales con su utópica y sigilosa cotidianeidad; a las ironías permanentes sobre el lenguaje político, en el cual el léxico de una capa anterior de la memoria estratégica se dejaría reescribir de un modo más adecuado por las exigencias de otro momento histórico.

No faltan las consideraciones sobre las menciones del gobierno respecto a su supuesta filiación comunista y trotskista, que Cooke hace objeto de una reflexión que acaba situándose en el corazón de su teoría del “hecho maldito”; las luchas por el reconocimiento entre los distintos componentes de la compleja red de emisarios del exilio y la definición de la insurrección como una obra de arte. Siembre son descarnados los juicios en tono de enjuto informe sobre las ineluctables circunstancias que atraviesan de los hombres en lucha.

Se lee también un reclamo para que se abandonen las “cuestiones caballerescas” que llevarían al peligro de que se reten a duelo personas involucradas en comunes ámbitos de lucha (lo que no deja de llamar la atención en un cuasi duelista como Cooke); se llama a la toma de distancia respecto a los afamados publicistas como Jauretche y se ilustra sobre las técnicas de los nombres en clave y la infiltración en los servicios de informaciones oficiales. ¿Alguien cree en los tractatus de ciencia política, de teología política, de fenomenología política o del partisano? Aquí los leemos al trasluz, en su forma incompleta y deshilvanada, pero en la firmeza retrospectiva de esas cartas que aún agrupadas, solo pueden subsistir como piezas que se envían a un abismo por el ángel de la historia. Es el tratado de las pasiones del emigrado, del perseguido.  

Encontramos aquí los momentos de una reflexión completa sobre la expresión pasional, su imperfecta autoconciencia y su consumado grado de disimulo. De ambas formas, estamos dentro de la forma clásica de las pasiones, sea porque nunca se puede llegar a inteligirlas completamente, sea porque cuando se lo hace, no es posible dudar de que la conciencia (y la escritura) enfría las pasiones al actuar en nombre de ellas. Es imposible no nombrarlas, pero al hacerlo se diluyen, pierden su nervio y su carácter.

Son las cartas, así, el más adecuado instrumento de una catarsis. El tiempo de Cooke quizás es el último tramo político argentino que floreció en la época de la epistolografía, modalidad literaria que demoró muchos siglos en extinguirse bajo su forma conocida. Es un urgido escritor; mirémoslo ahora, que garabatea, tacha, ensobra, envía, imagina al destinatario abriendo el sobre con portaplumas, escucha sobre el papel el rasguido con el que se escribe un nombre, personas, países, estampillas humedecidas a contralengua, todo lo cual presupone, la institución del correo, que muchos consideraron – como Kautsky, Bebel-, la primera instancia estatal moderna con motivaciones y connotaciones socialistas.  No son así los tiempos que corren ni hay porqué desearlos así. Solo interesa el punto al que llegara un alma revolucionaria que se propuso conservar todos los nombres válidos en su memoria lectora e imaginó que en un acto de nominalismo radical, la vitalidad originaria se expandía en los individuos más extraños. Era la rareza de los nombres, infinita democracia ciega de la política, ejercicio de búsqueda de lo bueno y lo noble en los lugares más sobresaltados. Allí donde no hay correspondencia entre actos y vocablos.  

 

                                   

 

Soñando 1 sueño de Julieta Kirkwood: quiero ser nuestros nombres // Paula Cobo-Guevara

La sutileza de la diferencia se aprende en el prelenguaje o en el tono de la voz o en ciertas palabras claves, pero ese es otro estudio…

Julieta Kirkwood,

“Ser Política en Chile” (1985)

Una estrella no existe como un cuerpo material, pero por destellos; es el efecto óptico de Julieta Kirkwood (1936–1985). Como estrella, la contemplamos en nuestro hacer la noche, como puta, trabajándola. Julieta es nuestra noche. Como si se tratase de una estrella que, más que guiarnos, nos acompaña. El pensador indígena, Ailton Krenak, nos revela lo evidente: somos nosotras las que estamos siendo observadas por las estrellas.

Julieta consiguió soñar, soñar visiones. Un soñar como la más absoluta forma de resistencia y creación, como si se tratase de un territorio existencial. En este sentido, Julieta es –y, siguiendo a Krenak– estrella e institución, o una institución que admite soñadores.

 

Hay algo del destino sin contorno, es decir, no destinal, del soñar de Julieta, como un sueño indígena, más real que lo real, que es, no tan solo un tratamiento óptico, sino ético y por tanto, político. El ejercicio de este sueño, sería –justamente– hacerlo más real que lo real. Algo así como curvar las condiciones ópticas del presente, para entregarse a la ceguera y producir visiones; como Julieta, quien nos trae revelaciones al mundo de lxs vivxs. Al contrario del supuesto pensamiento del Hombre Blanco, quien se cree vivo, pero está muerto, y si consigue dormir, es solo para soñar con él mismo –como nos transmite Hanna Limulja atravez del pueblo Yanomami–.

 

Sin caer en folclorismos banales. Chile es un regalo a la imaginación política: el de sus revueltas, sus poesías, y sus textos. Es, su poética gestual, que va ejercitando tentativas de un saber hacer entre pensamiento y gesto, palabra y sueño, sueño y cuerpo. Esa es la capacidad poética de la cual estamos hablando: hacer corresponder imágenes nocturnas con palabras, gestos, acciones. Así como en el pequeño sur del mundo, ni una menos nace de un slam de poesía. Así como la huelga general feminista existe en un país donde no existe el derecho a huelga. Así como también existe un texto constitucional que deliró a los pueblos, deliró a las razas, deliró su futuro. & porque –también– se trata justamente de hacer delirar estas categorías. Es, en este contexto, que el nombre de Julieta Kirkwood circula, se oye, se habla, se escribe junto con el pensamiento feminista(s) sudamericano en los últimos años.

 

Julieta es, también, un regalo, y uno que debemos aceptar. Dicen por ahí que cuando se regala “verdaderamente”, siempre se regala lo que no se tiene, y el no tener aquello que se regala, no es necesariamente una falta, sino que es, algo que está por venir, tanto para quien regala, como para quien es regalado. Este no es cualquier regalo, es un regalo humilde, por tanto, generoso –dadivoso– como diría Cristina Peri Rosi. Julieta nos da algunas pistas de las pequeñas formaciones micropolíticas de un inconsciente, o de un tipo de sistema de pensamiento que se entrega a los valores y voluntades del ejercicio del deseo contra–autoritario y contra–conservador; en tiempos de escalada de procesos neoconservadores, punitivos y sentimientos anticomunistas en todo el mundo.  

 

Julieta fue una apasionada activista y pensadora, heredera, solo hasta cierto punto, del proyecto del socialismo histórico (chileno), para convertirse en algo así como una hereje –tardía– de este. No se cansó de investigar los porqués del carácter conservador de este proyecto, desde la perspectiva de su feminismo tardío: el porqué de las reacciones conservadoras de las mujerxs dentro del proyecto de la Unidad Popular (asunto que no podremos profundizar en este texto). El pensamiento de Julieta fue osado en tanto llamó a los movimientos feministas –en plena dictadura– a que tuviesen como “sujeto político” su propia rebeldía, y no su opresión. Producto de esto, fue juzgada por dividir a la izquierda de su época.

 

Es así, como el presente trae a Julieta de vuelta, o el presente requiere de forma urgente a Julieta. No olvidemos que el neoliberalismo, es, y siempre será autoritario, y siempre estará en fidelidad con los valores conservadores. En este sentido, Julieta es aquella cualidad, aquel tono de rebeldía, de un feminismo(s) como negación del autoritarismo: una negación que opera por afirmación de otra cosa. Así como un viento, que escapa, y en el cual aún estamos inmersas, junto con Julieta, justamente, porque es, Julieta.

 

Julieta, así como una trabajadora cualquiera de la noche, consiguió producir visiones de aquel deseo sin contornos demasiadamente definidos, en tanto estamos hablando de un tipo de deseo que no se deja afectar, seducir, por aquel del Hombre Blanco, quien insiste en ejercer, forzadamente, el régimen de las formas y los contornos demasiadamente definidos. Estamos hablando del régimen de subjetivación dominante: aquella neurosis que nos asfixia en sus formas, gestos y actos voluntarios.

 

***

 

 

Mi culo está gozando sentado en una silla de un precioso escritorio del Archivo Nacional de Chile, en el archivo Julieta Kirkwood. Con unos guantes de látex de color azul, en mis manos –quisiera no tenerlos (¿puedo decirlo, o voy a ser recriminada?)– la toco delicadamente. Una caricia. Son cajas con notas, tarjetas, manuscritos, fotografías de infancia, tarjetas de presentación y cuadernos; reunidos por la mirada y las manos de una amiga. (Como detalla de forma muy hermosa, Cynthia Rimsky –en el libro “Julieta Kirkwood: Preguntas que hicieron movimiento. Escritos Feministas, 1979–1985”). Dicen que los amigos son esos que te piensan y miran bien. La simpatía no es tan solo amistad, pero magia, y la magia, es, a su vez, visión y confianza. El buen mirar, y dejarse ver –debería– tener efectos simpáticos, amorosos.

 

Intento tocarla, lo más suavemente posible, así como Julieta tocaba a la vida, es decir, las cosas vivas. En una delicadeza para con la vida. Anne Dufourmantelle nos dice, que la caricia es una forma de dulzura; como un movimiento sin límite, porque se funde, y confunde, y es, justamente en la fusión, en donde realmente nos podemos transformar, profundamente. Entregar a la metamorfosis y a la voluntad del deseo del otrxs, así como lo hace el pueblo Yanomami. Aquel que se sueña y sueña, más allá de ellxs mismxs.

 

Ciertamente una caricia es un teletransporte amoroso, y sería relativamente fácil proyectar toda la memoria que convoca Julieta y su tiempo. Dejarse afectar por el pasado cristalizado en el pasado, pero –intentamos– más bien suspender y devolver lo nuevo a lo nuevo y lo viejo a lo viejo, como lo hace un analista cualquiera, deja flotando, y sobrevuela, como nos cuenta Dufourmantelle. Es decir, por ejemplo, adquirir la mirada, el punto de vista de un pasado, justamente, no trascendente: es decir, vivo. Julieta llega a nosotras y para nosotrxs. Ella conseguía seducir al futuro, pero no por una “simple” “seducción histérica”, sino, la seducción de su vitalidad. Una histeria visceral, somática: real. Porque, el Hombre Blanco, nos hace creer, que la histeria, es, una representación cultural, machista, digamos. Nosotrxs creemos que es una afectación al cuerpo, ni más ni menos.

 

¿Desde qué otro punto de entrada se podría comenzar una aventura amorosa? Si no es con el suficiente amor, como para que algo suceda, algo pase histéricamente, en el sentido de pasar a otra cosa, otro mundo, otro tiempo: el nuestro. El tiempo del feminismo tardío:

 

“Nosotras aquí tan al Sur, tan en Chile, hemos estado trabajosamente intentando elaborar algunas ideas al respecto. Como decía un amigo mío, “estamos intentando inventar Mediterráneos que ya hace años están inventados, repartidos y conocidos”. Porque resulta –acabo de darme cuenta– que los esbozos que yo he estado tratando de hacer, las feministas en otros países ya los tienen elaborados. O sea, es cuestión de tomarlos; pero tampoco es cuestión de simplemente tomarlos, porque todas esas cosas, como todas las revoluciones, tienen que salir de las profundidades, de las negaciones mismas nuestras”.

 “Agenda Nosotras” del año 1982. Tal vez mañana me vaya a morir, pero, hoy dia, no. –

 

& estamos con Julieta, esa extraña tornándose más íntima, más próxima. Es así, como me dejo seducir por la obscenidad de sus notas; para, no tan solo –justa– pero, adecuadamente, dar cuerpo a esa literalidad, a esa textura “vergonzosa” de los escritos, “sin sentido” de Julieta.  Ya que, si es de confundirnos, o perdernos, en el pensamiento del otro, que estos pensamientos sean lo suficientemente buenos como para poder perderse en los propios.

 

Se crea un efecto óptico, sensitivo. La contemplo, en un mirar oscilante, que va jugando con los puntos de vista. Por ejemplo, eso que parecía una figura del fondo tornándose nítida, de pronto sube a la superficie; y luego la nitidez de esa figura se disuelve en el fondo: lo más próximo a un real. Y sus notas (y objetos), instauran ese otro real; más real que lo real: oscilante, como estrella.

 

Sus pequeñas ideas –como escribiría ella– son el testimonio de su pensamiento no demasiadamente definido; es allí donde nos comparte sus sueños y palabras. Son aquellas notas, no sujetas a leyes de interpretación, pero más bien a estados atmosféricos de su pensamiento. Notas, con su propia autonomía, es decir, no son notas ilustrativas de los textos “sociológicos” de Julieta. Textos que no responden a la demanda de su escritorio de investigadora en Flacso. Notas que nos llaman justamente, a lo no acabado. Por tanto, nuestro interés no remite a una cierta noción de sujeto, sino al contrario, a la desubjetivación de Julieta: sus trazos, sus recortes: su rebeldía. Su deseo sin objeto, ni sujeto.

 

Ya que una rebeldía, es siempre atmosférica, espacial, estelar, por eso, inmensa.

 “Agenda Nosotras” del año 1982.

 

 

Afirmamos estos papeles, objetos y frases, a la altura de una superficie, que es, lo que –por prudencia– se debe afirmar. La superficie de aquello que está por venir: un virtual. Como pequeñas efectuaciones en una superficie, de papel, de texto, de historia: de aquel campo intensivo de fuerzas de lo vivo y fuerzas de lo muerto. Notas en donde ya no hay dentro, y tampoco hay un afuera. En donde solo existe un continuo, un hilo por donde se sujeta a lo vivo. Porque, es como si esos papelitos tuviesen la voluntad de nacer, junto con nuevas formas de sentir, y, por tanto, nuevas formas de ejercer. Dicen por ahí, que lo opuesto a la vida, no es la muerte, sino el nacimiento.

***

 

Algunas notas & 1 sueño.

 

Como que ella iba creando la vida, así, espontáneamente, donde fuera es uno de los delineados, uno de los énfasis que marca Julieta, con un delineador rosa, sobre un libro de Violeta Parra. Así, Violeta –imagino– ejerciendo una fuerza muy extraña, por ende, distinta, en Julieta. Como una música de otra regionalidad; con una fuerza y exigencia ética, de ir creando vida, así, espontáneamente. Una musicalidad compañera, que la autorizó para escribir desde un tipo de tono, un tipo de registro más entregado al coro de lo vivo. Como si fuese una salida momentánea a un paisaje devastado: Desaparición forzada de cuerpos, rostros, ideas, sueños, placeres. Sus objetos transmiten una serenidad mental, como si fuese una pequeña huelga molecular en su escritorio.

Se lee en ese libro: “Antes (Violeta) ya había estado en Arauco (Wallmapu): Ahí trabajó bastante con una cantora (mapuche), que se llamaba María Painen Cotaro, ella le enseñó mucho de la música araucana, sin embargo, Violeta fue respetuosa con todo eso y no se dedicó a su interpretación…. Lo mismo hizo con la música pascuense, no la interpretó”. (Gracias a la Vida, Violeta Parra por Bernardo Subercaseaux, Patricia Stambuk y Jaime Londoño)

Hacer las palabras realidad, y no hacerse de las palabras de orden, del mandato a la exigencia de aquel tiempo, tiempos de muerte. Huir de la realidad es una manera de encontrar la vida, pero, dicen que la fuga acarrea todo aquello de lo cual se escapa. Por tanto, no es una simple huida, sino más bien una entrada.

Como si esta superficie de las anotaciones pasajeras, le permitiesen autorizase a escribir sin memoria, pero de lo vivo, lo silvestre que acarrea toda la memoria de las memorias, incluso la memoria del olvido. Y como gran pensadora del régimen conservador y autoritario, se torna una conservadora, pero de las fuerzas de la memoria de lo vivo –que es una de las pocas cosas en las cuales deberíamos ser extremadamente conservadoras.

 

& dejar de escribir como una burócrata de la política. Porque hay que hacer volar la política de lo político, para ser realmente políticas. Cecilia Palmeiro nos recuerda, que: sin políticas del deseo no existe feminismo, existe, otra cosa, llamada burocracia, y añade, primero sujetxs del deseo, luego sujetxs de derecho. Porque estamos hablando de un tipo de deseo que no es aquel deseo del Hombre Blanco, o la de su culo sentado en una silla de escritorio. Kafka ya lo habría anunciado a nuestra época: existe un Eros burocrático, que es un Eros fascista.

Saludo al bloque: “Unidas en la diferencia” La verdadera unidad nace del prularismo de la diferencia.

 

Es, quizás, una mano, tomada por una rebeldía extranjera, la cual se rebela frente a la mano armada del génesis del autoritarismo. Como si su mano adquiriese una autonomía –como proceso histérico (e histórico, dígase con minúscula)– en donde comienza a funcionar en contra de sí, para salir de sí; es decir; automodula una leve variación rítmica, a favor de otras gesticulaciones de la mano imperativa de orden. Pero no tan solo, porque la represión –sabemos– no es suficiente para instaurar un campo de deseo. Es decir, la respuesta histérica tampoco, pero ciertamente puede ser un buen comienzo. Y es lo que la mano de Julieta consigue. Ella está en contra, y a la vez, a favor de otras ideas. Porque no es tanto ir en contra de la ley, pero más bien ir a favor de la suya. Lxs que crean lo contrario, tienen cabeza (¿y cuerpo?) de Hombre Blanco.

 

La mujer hacia afuera. La en tránsito, hacia afuera, o virar a la izquierda con precaución…. De las … El delicado tránsito hacia …. Donde está…. Por la política…. Memorias de ? …. La madre de la política

 

 

Sueño con ser nuestros nombres

 

Ella va escribiendo incesante y oscilante, nuestros nombres: sus investigaciones recorren aquellas historias de los nombres. Se deja ser investigada por todos los nombres –de mujerxs– desde la perspectiva del modo de existencia de aquellos nombres (del mismo modo en que nos dejamos investigar por Julieta). De mujeres pobres, de mujeres ricas, de mujeres rurales, de mujeres mapuche, de mujeres organizadas, de mujeres compañeras, o de la mujer pinochetista: Lucía Hiriart de Pinochet. Ella insiste en aquellos feminismos como negación del autoritarismo, y algo de eso tiene que ver con su incesante escritura de nombres. Pero, por sobre todo, el suyo: Julieta Kirkwood.

 

& digo esto, simplemente por pasar, pasando ya que hay mil formas de pasar por los Nombres del Padre –una de ellas, es pasar por el costado– Lacan lo dijo, por ahí, alguna vez. Repito, paso pasando, porque, como dijimos anteriormente, vamos en contra y a favor, a favor de otras cosas.

 

Julieta Kirkwood, pasa pasando, al intensificar la escritura de su nombre. Como si se tratase de un vitalismo del nombre, una suerte de autoerotismo, un autoafecto, en donde el nombre propio se hace tan propio– que se autoriza a sí, no pide permiso y pasa pasando. (& un nombre siempre será impersonal, en la medida en que sea nuestro, porque, un nombre, nunca es propio.)

 

 

 

 

 

Paula Cobo–Guevara.

 

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Obras sobre y de Julieta Kirkwood consultadas:

 

Castillo, Alejandra. Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio. Santiago de Chile: Palidonia, 2020.

 

Kirkwood, Julieta. Preguntas que hicieron movimiento. Escritos Feministas, 1979-1985. Concón: Banda Propia, 2021.

 

Kirkwood, Julieta. Ser Política en Chile. Las feministas y los partidos. Santiago de Chile: LOM, 2017.

 

Kirkwood, Julieta. Escritos Feministas: la vigencia del pensamiento de Julieta Kirkwood en el Chile actual. Santiago de Chile: Universitaria FLACSO, 2020.

 

Imágenes Todas del archivo de Julieta Kirkwood, donados por Vicky Quevedo al Archivo de Mujeres y Géneros, del Archivo Nacional de Chile. Paula Cobo–Guevara.

Fingir demencia como etapa superior de la política // Diego Valeriano

Fingen demencia porque sino no se entiende, porque sino es imposible, absurdo, contradictorio ¿Sino porque dicen jefa? ¿Sino cómo Berni se compara con el pibe asesinado por los rugbiers y afirma que a él no lo mataron porque tiene aguante? ¿Sino como dice Cristina que la única diferencia con el chofer del bondi es que el tiro no salió? ¿Cómo llegan al fin del mandato? Existe la real politik, lo que se dice que hay que hacer, a veces traicionando las banderas, para poder gobernar un país imposible de gobernar y está el momento de fingir demencia como etapa superior de la política del desconcierto en un país desconcertante. Entonces mejor fingir demencia frente a lo imposible que se puso todo. Para comer asados, irnos a la costa, festejar en el obelisco, hacer una encerrona. Para seguir diciendo derecha, para marchar al poder judicial, para ser parte de un proyecto político que heredan otros, para cantar que si la tocan se va a armar quilombo y no hacer nada y no decir nada y apenas postear algo. Para seguir cobrando el contrato en cultura, para armar una charla con Wado sobre los estados de ánimo, para reírnos con Saborido. Se finge una demencia anímica, de posteo, de discusión familiar de grupo de wasap. No es que abandonamos todo, no es que estamos totalmente afectadas, que vamos contra el FMI y a la mierda todo o radicalizamos nuestras formas de vida expropiando tierras para el buen vivir de todas. Es un atolondramiento a medias, civil, obediente, militante. Fingen demencia como la única forma de no claudicar las dos o tres ideitas que aún quedan en pie. 

Caos-germen: forma y fuerza en el arte // Peter Pál Pelbart

Formas y fuerzas: éste es el problema capital de toda estética. En las artes, tanto en pintura como en música, no se trata de reproducir o inventar formas, sino de captar fuerzas, dice Gilles Deleuze.[1] La tarea de la pintura es definida como la tentativa de hacer visibles fuerzas invisibles –“no reproducir lo visible, sino hacer visible”, diría Klee– y la de la música hacer sonoras fuerzas insonoras. ¿Qué fuerzas? Por ejemplo, el Tiempo, que es invisible e insonoro. O la presión, la inercia, el peso, la atracción, la gravitación, la germinación, o el grito y el sonido para la pintura. Deleuze analiza la dilatación, la contracción, el achatamiento, el estiramiento que se ejercen sobre una cabeza inmóvil, deformada. No se trata, allí, de mostrar la descomposición de los elementos, ni la transformación de la forma, sino los efectos de las fuerzas diversas sobre un mismo cuerpo desfigurado. Desfigurado, aquí, significa: que deja de ser figurativo, de figurar, de representar un objeto, de narrar una historia, de ilustrar una situación, para liberar una Figura (Figura es un conjunto simultáneo de formas) que sea un hecho, la captación de una fuerza. Cézanne habría mostrado la fuerza de germinación de una manzana, la fuerza térmica de un paisaje, la fuerza de curvatura de una montaña; Van Gogh habría inventado la “fuerza del girasol”.

El cuerpo visible muestra las fuerzas invisibles por las marcas que éstas dejan en él, y al hacerlas visibles las potencializa y eleva a un nivel superior, vital. Incluso cuando esa fuerza es la muerte, al volverla sensación pictórica, se vuelve rayo intenso, poder de risa de la vida, dirá Deleuze. El horror se vuelve vida; la abyección, esplendor. El pesimismo cerebral se vuelve optimismo nervioso. Es que, aunque la fuerza no sea sensación, ante nosotros llega como tal. La sensación es la traducción pictórica (a través de todos sus elementos) de la fuerza.

Pero ¿cómo surge en la tela una fuerza nueva, por ejemplo, si la tela y el pintor, antes incluso del acto de pintar, están repletos de imágenes, clichés, probabilidades? Francis Bacon insiste en que el artista debe, antes que nada, limpiar la tela, luchar contra esa figuratividad pre-pictórica como contra un destino, una herencia, una necesidad, desorganizándola, dando una oportunidad a lo improbable. “Extraer la Figura improbable del conjunto de las probabilidades figurativas”. Eso puede lograrse dejando marcas manuales del azar, marcas libres, pre-pictóricas, pero son ya, en otro sentido, una elección, pues esas marcas serán reutilizadas para liberar alguna Figura. Pueden ser trazos y líneas, pueden ser manchas y colores sobrepuestos en una figura, prolongando una boca, creando una zona de indeterminación en un detalle cualquiera. Marcas involuntarias, dice Bacon, que funcionan como especies de diagrama. “Se ve implantar, al interior de ese diagrama, posibilidades de hechos de todo tipo”. Un retraimiento puede contener el Sahara, una piel, un rinoceronte, etcétera. El diagrama son esas marcas involuntarias, libres, irracionales, accidentales, insignificantes y asignificantes, confusas, hechas a mano con una esponja, trapo, cepillo, “como si la mano conquistara una independencia y pasara al servicio de otras fuerzas, trazando marcas que no dependen ya de nuestra voluntad ni de nuestra vista”. La intrusión de la mano desorganiza el control óptico y figurativo, provocando una catástrofe, un caos.

La función del diagrama –“un conjunto operativo de líneas y de zonas, de trazos y de manchas asignificantes y no representativos” (Deleuze)– es la de “sugerir” (Bacon) o introducir “posibilidades de hecho” (Wittgenstein). Por sí solo el diagrama no es un hecho (pictórico, esto es, una Figura), pero éste lo torna visible. Es un caos, una catástrofe que puede generar un orden y un ritmo, caos-germen. En Cézanne, es el “abismo”, en Klee el “punto gris”. Cada pintor enfrenta esa catástrofe a su modo y la supera con su genio. Cada pintor tiene su diagrama, del cual puede hacer germinar una Figura o en el que puede sucumbir. Por ejemplo: el diagrama de Van Gogh es “el conjunto de achurados rectos y curvos que hacen subir y bajar al suelo, retuercen los árboles, hacen palpitar el cielo, y que toman una intensidad particular a partir de 1888”.

Para Deleuze, hay tres formas modernas de lidiar con ese caos: la abstracción, el expresionismo abstracto y la “tercera vía”.

La abstracción se libera del figurativismo a través de una ascesis espiritual intensa, saltando rápidamente sobre ese caos-abismo, aunque conservando de él una especie de oscilación. Es el espacio puramente óptico, que se utiliza menos como un diagrama que como código simbólico, según oposiciones formales, binarias, en un sistema digital (en el sentido de la informática, donde un dígito es una unidad en contraposición a otra); por ejemplo en Kandinsky, vertical-blanco-actividad contrapuesto a horizontal-negro-inercia. Así, se salva del caos a través de un código óptico puro, constituido a veces sólo de horizontales y verticales (Mondrian, por ejemplo).

El segundo modo, del expresionismo abstracto o arte informal, apuesta por el caos al extremo. El diagrama se confunde con la totalidad del cuadro, y lo devora. Se pierde el interior y el exterior, ya no hay contornos, las líneas no unen los puntos, pero pasan entre ellos. Explosión de las líneas y manchas en catástrofes (Turner), hasta la descomposición de la materia (Pollock). Pintura-diagrama y pintura-catástrofe al mismo tiempo, potencia manual sobre una tela en el piso (nunca más en el caballete) para subvertir de una vez el dominio de la visión sobre la mano y el cuerpo. Para que una pintura sin profundidad venga, no a subordinarse a la vista, sino a subyugarla y estrecharla. Action Painting.

La tercera vía, elegida por Bacon, por ejemplo, rechaza tanto la abstracción como el expresionismo abstracto. En el primero ve un cerebralismo visual que, al despreciar la acción directa sobre el sistema nervioso, neutraliza la tensión, interiorizándola en la forma óptica y codificando lo figurativo. En cuanto al expresionismo, la “tercera vía” considera que el diagrama, al absorber la tela, provoca la catástrofe y la sensación confusa. Es necesario, dice Bacon, controlar el diagrama, confinarlo a una región de la tela, evitar que prolifere, que aborte sus posibilidades. Debe ser operativo. Es la posibilidad de hecho, pero no el Hecho en sí. Éste debe emerger de la catástrofe, desmarcarse de ella, haciendo claras las líneas y nítidas las sensaciones. Es lo que Deleuze llama la “utilización moderada del diagrama”. El diagrama es la catástrofe, pero no debe producir catástrofe. Es una zona mixta, pero no por eso debe producir lo indiferenciado. Es el mapa de la mezcla de fuerzas, que dibuja el recorrido posible de la materia movimiento; no un recorrido, mucho menos dos, sino la guerra de los posibles. El diagrama es multipotencial y plurilineal, y, en esa simultaneidad de posibilidades, es el caos-germen. Es una catástrofe necesaria, que en algún momento necesita intervenir para limpiar la tela de los clichés y para que las formas virtuales se coloquen a merced de todas las fuerzas involucradas. Por ejemplo, los planos se liberan de la perspectiva, el color y sus modulaciones de las oposiciones claro/oscuro, luz/sombra, y el cuerpo se libera del organismo, rompiendo la relación entre forma y fondo, todo gracias a la catástrofe, al diagrama y al desequilibrio que éste provoca. Pero la triple liberación del plano, del color y del cuerpo sólo se hace efectiva cuando se está libre de esa catástrofe que la viabiliza.

El problema de la pintura, en ese nivel, es el del tránsito de la posibilidad del hecho al hecho, del diagrama al cuadro, del caos a la Figura, del azar a la forma, del accidente a la necesidad. Y, configurado el hecho pictórico, queda la pregunta: ¿cómo éste deja entrever, por debajo del organismo, un cuerpo, en sus elementos y espasmos, en su relación con las fuerzas internas, externas, del Tiempo, etcétera? ¿Cómo traslucir, por debajo de la forma, la catástrofe que generó y las fuerzas que le dieron origen? Cuestión que nos lleva directamente al problema más amplio de la relación del Arte con las fuerzas: ¿cómo exponer las formas a las fuerzas en juego, dejando que aquellas se atraviesen, marquen, vibren y deformen por éstas, y sin que, en vez de hacerse efectivas en las formas, el diagrama las aborte? El riesgo mayor consiste en hacer coincidir Diagrama y Cuadro, en caso de que las formas abracen al diagrama por completo, sucumbiendo a él y provocando la devastación de la obra. Umberto Eco plantea un problema semejante en su estética de la obra abierta, al investigar en qué medida el Azar y lo Indeterminado enriquecen o comprometen la obra de arte. Pero mientras su formulación está calcada de la teoría de la información (entropía de la fuente, exceso de información versus inteligibilidad, etcétera), Deleuze parte de una reflexión sobre las formas para constatar la presencia, en el arte, de una turbulencia necesaria, que amenaza y le da cuerpo. Porque el problema de Deleuze no es el umbral de inteligibilidad, sino el tipo de intensidad que esa turbulencia genera. Cuando el arte se coloca a disposición de las fuerzas de un modo específico, entra en contacto, a través del estremecimiento que de ahí resulta, con un afuera del cuadro y un afuera del arte: con el Afuera. Afuera y fuerzas son, como ya hemos visto, tanto para la experiencia como para el arte, aunque también para el lenguaje, dos caras de la misma moneda.

 

Traducción del portugués de Iván García

[1] Logique de la sensation. París: La Différence, 1981. p. 39. Todas las citas son del mismo texto, entre las páginas 37 y 71. [N. del A.]

La novela y la crítica sociológica // Juan José Saer

La crítica sociológica pareciera fundarse en el prestigio de una ética y de una terminología. Tal como entiende las relaciones entre narración y sociedad, en su léxico los vocablos se constituyen en dos universales, uno negativo, narración, y otro positivo, sociedad. La redención de la narración únicamente es posible a través de la sociedad. Una novela será tanto más positiva cuando el dato de la otra naturaleza, la naturaleza social, pueda ser identificado más claramente bajo el cuerpo a veces nítido, a veces oscuro, de lo específico negativo. Atravesamos la selva de la narración para encontrar lo único real en medio de esas floraciones extrañas, torvas e irracionales, las grandes flores carnívoras de crecimiento incontrolado contra las que el crítico debe luchar y a las que debe vencer para alcanzar el punto perseguido, la sociedad. Instintivamente, todo crítico de la escuela sociológica obra así. Hace de la narración una disciplina auxiliar de la sociología. Si esto fuese todo, el narrador admitiría la situación de buena gana: mientras su producto sirva a otros, sea cual fuere la circunstancia en que eso ocurra, el narrador verá el hecho como una buena contribución a librarlo de la sensación de irrealidad que le produce su propia obra. Pero la crítica sociológica no se detiene ahí: como lo hizo el psicologismo décadas atrás, la crítica sociológica invierte los términos y simula que el dato estético es de naturaleza social, que la novela es una gran máscara encubridora bajo la cual se oculta el rostro único y verdadero: la sociedad. Parece improbable que ninguna persona de buena fe pueda negar que una obra de arte es un producto social y que aparece condicionada por la sociedad que le dio origen. Sólo que con indiscutible claridad podemos discernir la naturaleza diversa de las diversas creaciones sociales y cuando distinguimos entre dos formas de creación cultural, el sistema parlamentario, por ejemplo, y las estructuras novelísticas, tenemos en cuenta la diversidad de principios, objetivos, formas de concreción y grados de dependencia respecto de las condiciones que le dieron origen. Para la crítica sociológica, el dato social es una subespecie, una sustancia que se manifiesta en formas probablemente fugaces, accidentales, a las que el aluvión de lava de lo social borrará en su repliegue. Por mucho que se encubra el hecho con epítetos enaltecedores, para la crítica sociológica la narración existe sólo como apariencia. Al emprender la reducción de las formas novelísticas se valdrá de tres métodos fundamentales: el primero, consistente en demostrar el condicionamiento histórico social de la forma específica, vinculando estrechamente el cambio de la estructura novelística al cambio de los condicionamientos sociales. El segundo, destinado a desmontar las estructuras y concebirlas como reflejos o como formas encubridoras de los datos sociales. El tercero, más bien ingenuo y lineal, consiste en detectar y exigir contenidos sociales explícitos. Dejo de lado las minuciosas aunque sin duda útiles estadísticas del profesor Escarpit destinadas a demostrar que si los escritores franceses del siglo dieciocho acostumbraban comer langosta y usar camisas de seda natural, era porque ganaban tantos luises a la semana. Tales datos no solamente caen fuera del ámbito de la literatura sino también del de la sociología de la literatura. Si la sociología de la literatura tiene alguna función ––y es muy probable que la tenga–– esa función debe ser indagar en el contexto de las obras literarias para extraer de aquellas que los contengan datos que puedan ser de interés para la disciplina sociológica ayudándola a comprender las condiciones de la vida social en el interior de la cual esas obras fueron escritas. No hay casi narración que no incluya en su contexto elementos que puedan interesar a la sociología. La inclusividad de la novela permite que datos de orden psicológico, ético, histórico, económico, se reúnan e integren en su interior, dando la impresión superficial de una miscelánea intelectual: pero en tren de evitar toda confusión, no se repetirá nunca lo bastante que el sentido de una obra de apariencia tan intelectualista como La montaña mágica, por ejemplo, no se encuentra en los temas de saber y conocimiento que son expuestos en su transcurso, sino en la apertura de la conciencia del protagonista y el papel que juega el tiempo en ese proceso de apertura. Los núcleos poéticos de la narración no están en el saber expuesto sino en los momentos en que la conciencia del personaje se hace autoconciencia y conciencia del mundo. Sin la fluidez de los nexos estructurales, marcados por el desarrollo de la conciencia de Hans Canstorp, la variedad de los temas expuestos no constituiría más que un catálogo de conocimientos ya verificados. “Nuestras investigaciones acerca de la forma novelística en el grupo de sociología literaria de la Universidad de Bruselas nos habían conducido ya a la hipótesis de que la forma novelística es, entre todas las formas literarias, la más inmediatamente y la más directamente ligada a las estructuras económicas en el sentido estrecho del término, a las estructuras del intercambio y de la producción para el mercado.” Cito este fragmento extraído del trabajo de Lucien Goldmann Nueva novela y realidad, dedicado a estudiar novelas del Nouveau Roman y en particular las de Robbe-Grillet. Los textos de Goldmann, llenos de excelentes análisis, reinciden, sin embargo, en la concepción tradicional que la crítica sociológica tiene de la novela. Tal como ha sucedido en la tradición de la crítica literaria marxista, en el texto de Goldmann hallamos antes que nada una caracterización del fenómeno novelístico hecha desde el punto de vista de los intereses teóricos de la sociología, y considerándolo comoun fenómeno esencialmente social. Según Goldmann, la novela sería en general un producto social generado por el desarrollo de la burguesía y en especial una expresión conflictiva ––del héroe con el mundo––, que refiere más bien a los intereses de las clases medias. Los cambios internos de la sociedad burguesa, consolidación capitalista en el siglo pasado y advenimiento de la expansión imperialista en la primera década de este siglo, serían los condicionamientos específicos que han contribuido a modificar las estructuras de la narración. La impresión que da esta teoría es la de un determinismo evidente. Si recordamos las consideraciones de Engels sobre la obra de Balzac, advertiremos que su análisis deja una impresión semejante. Según Engels, la obra de Balzac sería valiosa por contribuir al conocimiento de la lucha de clases en Francia durante un período determinado. Fijando un motivo que se ha hecho clásico en el repertorio de problemas de la crítica literaria marxista, Engels dice que si bien Balzac adhería conscientemente a los grupos más reaccionarios, su honradez de novelista le permitió registrar la verdad de los conflictos sociales incluso contra sí mismo. Muy parecida es la opinión de Lenin sobre Tolstoi. A medida que la crítica sociológica se ha vuelto más compleja, a lo largo de este siglo, podemos observar que su apertura se ha limitado a un plano puramente cuantitativo: lejos de modificar sus supuestos teóricos, no ha hecho más que incorporar un mayor número de novelistas a la nómina de aquellos cuya obra ha servido para reflejar las contradicciones internas de la sociedad. La posición teórica sigue siendo la misma y se basa, más que nada, como lo muestra el análisis de Goldmann, en la convicción de que las formas artísticas están en estrecha dependencia respecto de las condiciones históricosociales. Pero si bien no puede existir sin ellos, la validez de una obra de arte no depende de esos fenómenos. Y yo diría que esa validez aumenta cuando la obra de arte es capaz de afirmar en mayor grado su independencia de ellos. Que Balzac haya reflejado las condiciones de la lucha social en Francia no es más que un accidente en su obra; también lo es el hecho de que Tolstoi muestre en sus novelas la situación del campesinado en la Rusia precapitalista. Y si Kafka y RobbeGrillet han mostrado sucesivamente las relaciones del hombre moderno sometido al proceso de reificación ––como señala Goldmann–– no debemos inferir de eso que nuestro análisis de sus obras deba detenerse ahí. Que dos hechos sean contemporáneos no significa que se determinen mutuamente. Si estudiamos la evolución de la poesía durante los dos últimos siglos, veremos con asombro que sus cambios estructurales no responden en absoluto a los determinantes que fija Goldmann para la novela. No entiendo por qué razón las condiciones históricas deben influir más estrechamente sobre la novela que sobre la poesía, a menos que el sujeto que emite semejante opinión sostenga implícitamente que la novela es una expresión exclusiva de esos condicionamientos, que no existiría sin ellos; vale decir que aplique a su consideración un riguroso determinismo. Pero la relación entre la novela y sus condicionamientos sociales no es determinista. Producto de esos condicionamientos, la narración posee sin embargo la cualidad dialéctica de negarlo y producir, con los datos triturados y rehechos del condicionamiento, un sentido nuevo. Al decir que la forma cobra mayor validez cuanto más se libera de sus condicionamientos sociales, quiero decir también que la búsqueda del artista en el interior de su lenguaje implica una toma gradual de distancia y un extrañamiento respecto de la generalidad realista, que tiene como objeto volverse reconocible y única (aunque llena de múltiples connotaciones), entre los datos de esa generalidad, como respuesta a ella. De ese extrañamiento depende su liberación: de ver los condicionamientos como irreales, o más bien como usurpando provisoriamente una cierta concepción de la realidad que el sentido inminente vendrá a instalar.

La exigencia de la crítica sociológica es por otra parte autoritaria: la concepción estrecha de la conducta social se ve claramente en la tendencia a considerar los procesos más generales de la sociedad como el contenido que debe hacerse visible en las obras narrativas. Ante la ausencia de esos contenidos el juicio sociologista se vuelve riguroso. En su opinión, el silencio del narrador se vuelve significante; ha intentado alienar la realidad social, empresa por otra parte inútil, en la que el narrador evasivo se debate sin finalidad puesto que, colándose por entre los intersticios de la forma, esa realidad comenzará a mostrarse por sí sola, como el corazón delator de Poe, en tren de denuncia y condenación. La negatividad ética de la forma por no responder al contenido social exigido es, según la crítica sociológica, ineludible. Esta actitud se funda en el desconocimiento de que ciertos datos sociales no son sociales de por sí. Es la narración lo que los transforma en hechos sociales. Aparte de que la normatividad de la crítica sociológica responde a principios muy semejantes a los del idealismo más primitivo ––recuérdense los esfuerzos de la estética clásica por identificar lo bello con lo bueno––, es de por sí negativa cuando finge ignorar que esa disponibilidad del narrador ante su material no obedece más que a la esperanza de aprehender una imagen particular cuyo contenido es difícilmente descriptible de antemano. Cuando Fefé, uno de los personajes secundarios de Entre mujeres solas, tose al pasar bajo una arcada en la calle de los prostíbulos, la elección por parte de Pavese del ínfimo gesto del personaje no se aviene con el deseo de precisar ninguno de esos condicionamientos globales que propone la crítica sociológica. Tampoco es un matiz más del detallismo realista ni un intento de promover nuestra compasión, como podría suceder con la descripción minuciosa que Tolstoi hace de la enfermedad de Iván Ilich. En la intención de Pavese, la tos de Fefé bajo la arcada en la calle de los prostíbulos es un acontecimiento que, por su misma insignificancia, por el peso de su casualidad ––si es que la palabra peso puede anexarse a esa condición–– aparece nítidamente como ahistórico y asocial; su patetismo ––una tos casual, de alguien que ni siquiera sufre del pecho–– radica justamente en su insignificancia y en su ahistoricidad. Únicamente el extrañamiento del narrador pudo percibir que la captación patética de ese hecho era capaz de dar como resultado su incorporación al orden de la historia y de la sociedad. La conciencia de su insignificancia y de su fugacidad modifica entonces nuestra conciencia del mundo. El acontecimiento no necesita ninguna explicación por parte del narrador y por otro lado no da lugar a ninguna: el efecto poético o el significado no crecerán porque se nos diga que la tos es el primer aviso de una angina de pecho, la consecuencia tardía y ya definitiva de una infancia mal alimentada. No se define tampoco como detalle realista porque no es el medio de expresar un efecto distinto de sí: que han corrido hasta allí, y que por lo tanto Fefé jadea y tose, o que sopla viento y hace frío y eso lo obliga a toser. La tos de Fefé, como acontecimiento, es un fin en sí mismo. No podemos anexarla a nada. Ha resonado por un momento en la noche turinesa, esfumándose después; nadie siquiera la ha oído ni ha reparado en ella; ni el mismo Fefé. Para reparar en ella, el narrador debió suspender sus nociones y sus preconceptos, debió desembarazarse de la red de normatividad en que lo tiene apresado su tiempo, red de entrecruzamientos morales, intelectuales, etc., y producir un salto para captar el acontecimiento en su absoluta insignificancia de modo de hacer resaltar justamente su carácter ahistórico y asocial. Sin embargo, esa captación tiene el poder de modificar la historicidad. Incorporado a ella en tanto que creación cultural, el núcleo poético consolidado por Pavese es un polo de confrontación que se opone a nuestras nociones de la sociedad y la historia y las modifica. La sociología puede, repito, hacer de la literatura una disciplina auxiliar, siempre y cuando no intente definirla por sus valores. Muchas de las facetas de la creación literaria presentan numerosos aspectos que pueden ser esclarecidos por la investigación sociológica, y sólo por ella. El aspecto social de la literatura ––y en especial de cierta subliteratura–– es un hecho innegable y los individuos que se refugian en criterios escatológicos para explicar la aparición de la obra y su creador, tratando de hacernos creer que la obra es un objeto puro, desnudo de condicionamientos, no deforman en menor grado la realidad del proceso creador que los críticos de la escuela sociológica. Leyendo con estupor los análisis hechos en nuestro país desde esa perspectiva, he podido comprobar que las mentes más lúcidas consideran los fenómenos literarios con los criterios más groseramente deterministas. La mayoría de las veces los ejemplos son entresacados de los textos literarios más insignificantes, lo cual pareciera indicar que a la primera vacilación, promovida por la complejidad de la obra, el crítico se retrotrae al nivel en que los textos no tienen más valor que el de meros documentos sociales, documentos en cuya elaboración no ha habido mediación creadora alguna. Desconocer la necesidad de aclarar los problemas de nuestra historia, económicos, políticos, sociales, sería un error capital: pero tal vez no es la literatura el campo más apropiado para investigarlos. Probar que una escritora como Silvina Bullrich es una escritora reaccionaria, es una tarea fácil para el sociólogo; para el crítico literario será una tarea inútil, porque la incidencia de su obra cae fuera de la literatura. Reducida a términos sociológicos, no quedará nada de ella. Unicamente que con Borges o con Macedonio Fernández la sociología se enfrentará con un fragmento refractario a toda reducción, una zona de sentido nuevo surgido del contexto y liberado de los condicionamientos. Joyce afirmaba con humor frío que su actividad era tan necesaria como la heráldica o la numismática. Sólo ahora podemos percibir en estas palabras la soledad total del hombre que las escribió y advertir cómo su persistencia obstinada en esa soledad se ha vuelto una persistencia en favor del hombre. Porque una novela no es una pieza de museo a la que se contempla con una mezcla de curiosidad pueril, fantasía extravagante y cierta repugnancia. El sentido de una novela, enemigo de toda pasividad, se proyecta y se expande desde el pasado hacia el porvenir ramificándose en él y produciendo cambios fundamentales en la conciencia de ciertos hombres. Somos diferentes antes y después de haber leído Wild Palms. Sacando de sí todo lo que tiene y apostándolo, con esa turbia e inquietante emoción del jugador empedernido, del vicioso asocial, el narrador debe jugar la carta del sentido inminente y confiar ciego en que ella vendrá, aun sabiendo que su existencia entera ha sido puesta sobre el paño y que las probabilidades de su perdición son muy grandes.

(1967)

¡Quousque tandem! La indignación que viene // Jun Fujita Hirose

“¡Quousque tandem!”, gritan los cuerpos indignados ante el triunfo del Rechazo a la propuesta de Constitución Política de la República de Chile con más del 60% de los votos en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. En el nuevo libro de Óscar Ariel Cabezas, ese grito aparece también con puntos de interrogación (“¿hasta cuándo?”) y recibe una doble respuesta complementaria. Por un lado, un grafiti de la revuelta social del 18 de octubre de 2019 dice: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Por otro, una alusión a la famosa frase de Louis Althusser dice: hasta que suene la “hora solitaria de la determinación en última instancia”. La “costumbre de la dignidad” solo se produce en la última de las instancias determinantes de la sociedad.

 

A las tres décadas a las cuales se refirió una de las consignas más relevantes de la revuelta del 18-O (“No son 30 pesos, son 30 años”), Cabezas las llama “capitalocracia”. La denominada “transición democrática”, dice el autor, “no es otra cosa que la mutación del genocidio perpetrado por la Junta Militar en una dictadura del mercado y las transnacionales con movilidad planetaria”. Si la dictadura pinochetista consistía en organizar la desaparición física de todos los cuerpos disidentes, la capitalocrática se basa en una “metafísica” generalizada, es decir, en una negación general de la “materialidad de los cuerpos”. 

 

Según Cabezas, esa negación es doble: la capitalocracia niega la realidad física de los cuerpos existentes, al mismo tiempo que conduce a la población a la misma negación. De la primera negación resulta no solo la destrucción de los cuerpos en la explotación, el saqueo y el despojo, sino también el hecho de que las actuales instituciones de bienestar social son “órganos sin cuerpo” del capital. La segunda opera por medio de la producción de la “clase media” como “disposición subjetiva” y no como estrato social objetivo. La subjetividad clasemediera separa a los sujetos de su existencia corporal: la vida se enfunda en las “vitrinas del consumo o de sus deudas”; la “pluralidad de mundos que coexisten en Chile” se traduce en un “multiculturalismo”, es decir, en una “pluralidad liberal basada en la diversidad que administra el mercado capitalista”; la lucha de clases se transpone al “odio neofascista”; la política se convierte en un “arte de la retórica”; la democracia se reduce al “espectáculo electoral”; la izquierda se vuelve una “cultura” en el mejor de los casos, etcétera.

 

En la revuelta del 18-O, “Chile despertó” de esa subjetividad metafísica y de su conjunto de “simulacros”. Los cuerpos, desalojados hasta entonces de todo el campo social, de repente emergieron y manifestaron su presencia objetiva. La “objetividad” corporal se revolvió contra la disposición subjetiva clasemediera. A propósito de ese “despertar de los cuerpos”, Cabezas habla del “devenir minoritario” de los sujetos. ¿En qué sentido? En el sentido de que la “agitación y la respiración apasionada de los cuerpos” condujeron a los sujetos a desterritorializarse de “lo mayoritario” que es la clase media como subjetividad, y reterritorializarse sobre una “subjetividad alternativa”, la cual los ancla en la física corporal y se propaga por “contagio” afectivo.

 

La “vida indigna” bajo el régimen capitalocrático significa la deposición total de la “multiplicidad de los cuerpos”. La “indignación” es la de los cuerpos y de su pluralidad de mundos de vida. El hacerse costumbre de la dignidad consiste en socializar la “ontología” de los cuerpos al machacar las vitrinas metafísicas interpuestas por la capitalocracia entre los sujetos y su “coexistencia” corporal.

 

Tras la derrota plebiscitaria de la nueva carta magna paritaria y plurinacional, el presidente Gabriel Boric dijo: “Este 4 de septiembre la democracia chilena sale más robusta”. Habría dicho lo mismo ante el resultado opuesto. “En el arte de la oratoria capitalocrática no hay vencedores ni vencidos”, comenta Cabezas. En la capitalocracia, ni el voto ni el discurso presidencial son capaces de definir la “verdad de la política”, precisamente porque son instancias metafísicas flotantes, sin fundamento físico. Sabemos que los teóricos del populismo de izquierda nos proponen que nos establezcamos en el campo de batalla metafísico y desarrollemos nuestras luchas por medio de la producción de significantes. Sin embargo, las experiencias de la revuelta del 18-O (y de las luchas de lxs estudiantes secundarixs del siglo XXI) demuestran, según Cabezas, que existe bien una instancia física, más allá de todas las instancias constitutivas de la metafísica capitalocrática. Esa “última instancia” es la de los cuerpos indignados y rebeldes o de la “animalidad política” que éstos despiertan en los sujetos.

 

El alcance del libro no se limita para nada a la situación chilena. Los análisis del autor sobre la historia contemporánea chilena nos pueden animar, por ejemplo, a establecer un cierto paralelismo con la de España, paralelismo entre la Constitución del 80 y el “régimen del 78”, entre la Concertación y el PSOE, entre el 18-O y el 15M, entre Boric y Podemos, etcétera. En cuanto a la definición dada en el libro a la revuelta del 18-O, revuelta desarrollada con la imagen de un “Allende queer”, como la “segunda reinvención del acontecimiento de la dignidad después de que Allende y la UP [Unidad Popular] intentaran hacer de Chile un país de gente digna”, ella puede dirigir nuestros ojos hacia la situación iraní actual, por ejemplo, en la cual un proceso revolucionario, interrumpido hace más de cuarenta años por Jomeiní y los islámicos con represión sangrienta, se ha vuelto a poner en marcha con las mujeres y los kurdos a la vanguardia. 

 

¡Quousque tandem! La indignación que viene | Oscar Ariel Cabezas

Qual Quelle, Santiago de Chile, 2022)

 

Erótica, estética, revolución: las utopías concretas de Herbert Marcuse // Amador Fernández-Savater

“Es la voz, la belleza, la calma de otro mundo aquí en la tierra” (Herbert Marcuse) 

 

Herbert Marcuse fue tal vez el filósofo más popular e influyente en los años sesenta y setenta del siglo pasado, al calor de los movimientos contraculturales y de la llamada Nueva Izquierda. ¿Por qué hoy su lectura ha decaído?  

Aventuramos lo siguiente: el declive del interés por Marcuse es paralelo al declive de la capacidad utópica de las sociedades. Es decir, al triunfo de lo que hoy se denomina “realismo capitalista” y que viene a repetirnos lo siguiente: lo que hay es lo que hay

En el propio pensamiento crítico impera un cierto regodeo en la impotencia: se goza con la descripción interminable de nuestra sumisión a los dispositivos de poder y de cómo toda tentativa de liberación es reconducida al interior del sistema (“¿lo ves? Ya te lo dije”). 

La posición de víctima ante el mundo es hoy hegemónica: la crítica victimista no quiere cambiar realmente nada, sino que se complace simplemente en “poner a parir” a los culpables de lo que pasa, como si esto no tuviese que ver con nosotros. 

Nada de todo ello encontraremos al leer a Marcuse, empeñado durante toda su vida en localizar las “vías de fuga” que permitieran desbloquear las situaciones que se nos presentan aparentemente sin salida. 

Esas vías son lo que él denominó, retomando el término de su colega Ernst Bloch, “utopías concretas”. Las utopías concretas no son especulaciones a futuro, ni tampoco planes o sistemas ideales, sino “potenciales” inscritos ya en el presente y preñados de otros futuros posibles, pero que el estado de cosas reprime y asfixia. 

Teorizar, para Marcuse, es abrir el oído a esos potenciales y contribuir a desplegarlos con el pensamiento: acompañarlos con nombres y conceptos, procurar su contagio por la vía de la palabra, discutir entre los implicados sus problemas estratégicos. 

Encontró esos potenciales en el ámbito de las pulsiones, de la estética y de los movimientos políticos de su época. 

Erótica 

Asombra, a cien años de los descubrimientos de Freud, la cantidad de sociología supuestamente crítica que se desarrolla como si la vida de los seres humanos transcurriese enteramente en el ámbito de lo explícito y transparente, de lo racional y consciente, de la mera pertenencia a la clase social y sus intereses. 

Marcuse piensa no sólo a partir de Marx, sino también de Freud. Acepta que el ser humano es ante todo un animal deseante constituido estructuralmente por dos pulsiones –de vida y de muerte, Eros y Tánatos– abiertas a la sociedad y la historia, es decir, cuyos objetos y canalizaciones cambian en cada época. 

Sólo en ese engarce entre lo psíquico y lo social podemos penetrar en el secreto de la “servidumbre voluntaria”: ¿por qué los seres humanos luchan por su esclavitud como si se tratase de su salvación? Las revoluciones no sólo son vencidas desde fuera, sino también desde dentro. Conocen, dice Marcuse, su propio “Termidor psíquico”. 

Lo que el filósofo alemán encuentra en la socialización bajo el sistema capitalista es un “exceso de represión” que conlleva una mutilación severa de la sensualidad y el principio de placer. El cuerpo y sus pulsiones son vistas con desconfianza por la tradición occidental en general, como aquello que hay que reprimir para fabricar seres humanos que giren esencialmente en torno a la necesidad de trabajar. 

Si esa “represión sobrante” tuvo alguna vez razón de ser, por motivos de la lucha por la existencia, desde luego ya no es así. Hay una abundancia material que no sólo podría ser mejor distribuida, sino también servir como base al deseo de una vida distinta, cuyos valores centrales no fuesen la productividad, el rendimiento y la competencia. 

Entre los objetivos principales de los movimientos políticos según Marcuse está por tanto la reactivación de la sensualidad y el placer como modos de relación con el mundo. ¿Cómo nos suena hoy esto? ¿Es una proclama hedonista como las que solemos escuchar de boca de una política neoliberal como Isabel Díaz Ayuso? 

Nada que ver. Nuestras sociedades están enganchadas al goce del consumo: formas de adicción y compulsión, satisfacciones sustitutivas y compensatorias de una vida mutilada. Todas las grandes industrias de nuestro mundo –desde el turismo a los estupefacientes, pasando por la bebida, el sexo o el deporte– son negocios, no del placer, sino del tranquilizante, del alivio y el desahogo. Taponan por un momento el pozo sin fondo de la insatisfacción. 

El principio de realidad sigue comandado por mandatos: ayer, el mandato superyoico de la autoridad, la religión o la moralidad que dice “no hagas”; hoy, el imperativo superyoico del rendimiento, productividad y competencia que dice “¡haz!”. Los dos, en tanto que mandatos, igual de mortificantes. De ahí la necesidad de pulsiones compensatorias. 

La liberación de la sensualidad y del placer, la fuerza de Eros, no tiene nada que ver con el incremento de las oportunidades de consumo o de encuentros sexuales (a menudo lo mismo), sino con la activación de una relación amorosa con el mundo: trabajo creador y no alienante, tiempo libre autónomo, relación de cuidado con el entorno natural y social.  

Sólo la derrota política de los proyectos colectivos de los años sesenta y setenta explican que hoy se reduzca la liberación de Eros a un problema de elecciones personales y privadas: poliamor, crítica de la monogamia, multiplicación de partenaires sexuales, etc. Para los movimientos contraculturales se trataba de “hacer el amor” con el trabajo, la ciudad y el cosmos. Reinventar la relación con la realidad entera desde un vínculo sensible. Lo que Marcuse llamaba “sublimación creadora”, distinta a la sublimación represiva o compensatoria. 

Pero el cuerpo pulsional no es sólo Eros, sino también Tánatos: energía destructiva, agresividad, instinto de muerte. Marcuse acepta esta dualidad freudiana de los principios pulsionales y concluye: sólo Eros puede sujetar a Tánatos, sólo la fuerza de Eros es capaz de poner a Tánatos a trabajar a su servicio, como energía agresiva de defensa o resistencia. 

Una sociedad que reprime a Eros está condenada a ver reproducirse por todos lados la lógica y la pasión del sacrificio: de la naturaleza, de los vínculos sociales y de la propia vida. Sólo la reactivación de las energías eróticas puede sustraer a los fascismos de ayer o de hoy el combustible afectivo que precisan. El deseo es el campo de batalla. 

Política es terapia social: reactivación y recapacitación de las capacidades eróticas y deseantes del ser humano. 

Estética

¿Cómo establecer otra relación con el mundo? No a través de mandatos o imperativos de lo que “debe hacerse”, aunque sean racionales o ideológicos, tampoco a través de las pulsiones agresivas de dominación y control. La respuesta de Marcuse es la sensibilidad

La transformación social consiste en pasar de una cultura de la conquista de la realidad (mediante la fuerza o la razón instrumental) a una cultura de la acogida del mundo (mediante la sensibilidad). Una activación individual y colectiva de la capacidad de recibir. La receptividad creadora frente a productividad represora, obligatoria, como nueva forma de habitar. 

El órgano de esa receptividad, explica Marcuse siguiendo a Kant y a Schiller, son los sentidos. A la vez pasivos y activos: registran las impresiones que el mundo deja en nosotros y les dan una forma no coercitiva. La percepción es un asunto político: lo que vemos y la experiencia asociada a ese ver. 

La estética se organiza también para Marcuse como ámbito del arte y la ficción. Este ámbito debe ser autónomo. Es decir, el arte y la ficción no son ni deben ser ningún “reflejo” de la realidad, sino que proponen “formas” que la estilizan e intensifican. El arte es político por su capacidad de hacer añicos nuestra representación estereotipada del mundo y proponer otra a través de las formas que crea. 

El arte no emancipa porque confirme lo que nosotros ya sentimos o pensamos, sino por su capacidad de darnos algo nuevo a ver y algo nuevo a pensar. La experiencia política del arte es la ampliación de nuestros sentidos, no la confirmación de nuestras ideas. La reducción de la politicidad del arte a su mensaje o contenido es una mutilación de sus virtudes emancipadoras. 

Marcuse debate con el marxismo de su época. Este reduce la obra de arte a sus determinaciones sociales: juzga al autor por su procedencia económica y social, a los personajes como expresión de las determinaciones estructurales, etc. La potencia del arte, sin embargo para Marcuse, desborda siempre su contexto, da forma a anhelos y tragedias que son parte de lo humano mismo, se dirige a cualquiera. 

Hoy se persigue la reducción del arte y la ficción a significado y mensaje desde lógicas identitarias que no sólo son ya de clase, sino también de género o raza, pero el problema es el mismo: celebrar o condenar las ficciones según reflejen o se adecúen a valores o contenidos juzgados correctos. Sin importar la configuración material de la obra, donde en realidad reside su potencia emancipadora.   

Por último, la forma artística, esa presentación estilizada e intensificada de la realidad, es subversiva porque mantiene viva la promesa de felicidad: el anhelo de una vida no escindida entre placer y realidad, entre razón y sensibilidad, entre cuerpo e idea. Un anhelo que arraiga para Marcuse en los recuerdos de infancia que llevamos siempre con nosotros como una herida abierta. 

Política es estética social: ruptura de la percepción estereotipada, enriquecimiento y ampliación de los sentidos. 

Revolución 

Marcuse se preocupó siempre, como muestra en cada intervención y en cada entrevista, de las cuestiones políticas más básicas: abolición de la pobreza, derechos civiles y sociales, progreso material, etc. Para él, las luchas de deseo (las revoluciones culturales) no niegan, sino que radicalizan y amplían las luchas de interés. Es la abundancia que procura el desarrollo científico y técnico lo que habilita y da curso al proyecto utópico. 

La transformación social es “un esfuerzo más”: no sólo un mejor reparto de la riqueza, sino también el nacimiento de otra concepción de la riqueza o la vida buena. El socialismo, como sociedad cualitativamente diferente a la capitalista, es la creación de una “segunda naturaleza”: otra relación con el lenguaje, el cuerpo, el trabajo, la vida y la muerte. Configuración de seres fisiológica y psicológicamente distintos.

Entre los movimientos de su época que manifestaban potenciales utópicos hay dos que resuenen poderosamente en el presente: el ecologismo y el feminismo. 

¿Qué dice Marcuse del ecologismo que pueda ser inspirador a día de hoy? Enfatiza que el ecologismo no debe preocuparse tan sólo de la “naturaleza exterior”, sino también de la “interior”. Mientras que la sociedad capitalista pretende el dominio represivo tanto de las pulsiones como del mundo físico, la transformación social debe cuidar y proteger ambas. Una depende de la otra. 

El ecologismo es también un asunto de sensibilidad: su desafío es transformar la percepción social de modo que el mundo no aparezca ante nosotros como un objeto de propiedad y conquista, sino como “un cosmos con sus propias potencialidades”. ¿Qué significa esto?

Las cosas del mundo son fuerzas en sí mismas, tienen su medida inherente y su propia “verdad”. Los sentidos, si los refinamos para ello, pueden descubrir estas posibilidades inmanentes y trabajar desde ellas. Nos relacionaremos entonces con el mundo como un artesano con su materia: sin forzarla, sino escuchando en ella sus propias inclinaciones. 

No conquistar, no dominar, no violentar, sino escuchar y desplegar cualidades que son inmanentes a la existencia. La naturaleza, según Marcuse, también está esperando la revolución: la actualización de los posibles que contiene y que sólo una nueva sensibilidad puede detectar y espabilar. El ser humano y la naturaleza pueden reunirse de nuevo en la dimensión estética. 

Y con respecto al feminismo, ¿qué dice Marcuse? Desde una observación atenta y afectada de los movimientos de mujeres de su época, Marcuse piensa la política revolucionaria como una política en clave femenina. Encuentra en las imágenes femeninas tradicionales el germen de esa nueva sensibilidad basada en Eros. El cuidado protector de la vida, la escucha atenta de las necesidades físicas y materiales, la receptividad creadora en lugar de la productividad, la competencia, la guerra.

Pero, ¿no están esas imágenes de lo femenino construidas desde una mirada masculina? Es la discusión que mantiene Marcuse con sus compañeras feministas de la época. 

Sí, es verdad, responde, pero “la imagen proyectada por los varones se vuelve contra los imagineros”. En lugar de rechazar esas cualidades históricamente asignadas a las mujeres, Marcuse apuesta por verlas y valorarlas como potencias, empuñarlas como herramientas de transformación, socializarlas y universalizarlas como valores. 

Política es antropología social: aparición de un nuevo tipo de ser humano, capaz de establecer otra relación con el mundo, los demás y sí mismo. 

Lucidez y utopía 

¿Ingenuo Marcuse? Seguramente, sí. Pero con esa “ingenuidad” de quien persigue lo que su época juzga como “imposible” y que es la única fuerza que ha hecho progresar desde siempre el mundo en términos de libertad e igualdad. Muchas cosas de su pensamiento deben ser discutidas, todas ellas han de ser actualizadas, pero podemos inspirarnos sin duda en su “oído utópico”: la capacidad de captar en el presente las tendencias que pueden transformar la realidad e interpretarlas.

El cambio social no depende de esfuerzos titánicos y heroicos, o de modificaciones radicales y violentas, sino de disposiciones más humildes y sencillas: escuchar los potenciales de liberación que se expresan en detalles muy pequeños y suelen pasar desapercibidos. La utopía no es activa, el diseño y la ejecución de ideales y programas, sino más bien pasiva: sensibilidad, acogida y atención a lo que está ya aconteciendo. 

Algo dentro de las cosas que nos rodean se mueve y hemos de responderle. Eso que se agita no es “mensaje” –significado, ideología, identidad, contenido–, sino energía, potencial, posibilidad. Aún no tiene forma. Nos toca a nosotros construirla. Para que la fuerza pase, tenga lugar y pueda cambiar el mundo. 

 

Obra de Herbert Marcuse consultada: Eros y civilización (1955), Contrarrevolución y revuelta (1973), Un ensayo sobre la liberación (1969), La dimensión estética (1976), Psicoanálisis y política (1969).   

La editorial Materia Oscura está haciendo un gran esfuerzo de estímulo a la lectura de Marcuse y acaba de publicar La Nueva izquierda y la década de los años 60 y Filosofía, psicoanálisis y emancipación (ambos en 2022). 





      

Lucha de clases en Francia. ¿cómo salir de la contrarrevolución? // Maurizio Lazzarato

Vayamos directo al grano: luego de las enormes manifestaciones contra la “reforma” de las pensiones, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, decide hacerla “pasar por la fuerza” (passer en force), privando al Parlamento de su poder e imponiendo la decisión soberana de aprobar la ley que eleva la edad de jubilación de 62 a 64 años. En las manifestaciones, la respuesta inmediata fue “nosotros también pasamos por la fuerza”. Entre voluntades opuestas, la voluntad soberana de la máquina Estado-capital y la voluntad de clase, decide la fuerza. El compromiso capital-trabajo está roto desde los años setenta, pero la crisis financiera y la guerra radicalizaron aún más las condiciones del enfrentamiento. 

Tratemos entonces de analizar los dos polos de esta relación de poder fundada sobre la fuerza en las condiciones políticas abiertas entre 2008 y 2022.

 

El marzo francés

El movimiento parece haber captado el cambio de fase política provocado, primero, por la crisis financiera de 2008 y, después, por la guerra. Ha utilizado muchas de las formas de lucha que el proletariado francés desarrolló en los últimos años, manteniéndolo unido, articulando y legitimando, de hecho, sus diferencias. A las luchas sindicales, con sus marchas pacíficas que fueron cambiando progresivamente e integrando componentes no salariales (el 23 de marzo la presencia de jóvenes, universitarios y estudiantes de secundaria fue masiva), se sumaron las manifestaciones “salvajes” que durante días se desarrollaron al anochecer en las calles de la capital y de otras grandes ciudades (donde fueron aún más intensas).

 

Esta estrategia de acción, desarrollada por grupos que se desplazan constantemente de una parte a otra de la ciudad, enfrentándose a la cana, es una clara herencia de las formas de lucha de los “chalecos amarillos” que empezaron a “aterrorizar” a la burguesía, cuando en lugar de desfilar tranquilamente entre Republique y Nation, llevaron el “fuego” a los barrios de ricos del oeste de París. En la noche del 23, sólo en París se contaron 923 focos de incendio (“departs de feu”). Los canas declararon que las noches “salvajes” implicaron un nivel superior de “redadas” en relación a las efectuadas contra los chalecos amarillos.  

Ningún sindicato, ni siquiera el más pro-presidencialista (CFDT) condenó las “salvajes” manifestaciones. Los medios de comunicación, todos, sin excepción, propiedad de oligarcas, que esperaban ansiosos, tras los primeros “actos violentos”, un vuelco de la opinión pública, se sintieron decepcionados: dos tercios de los franceses seguían apoyando la revuelta. El “soberano” se había negado a recibir a los sindicatos, evidenciando su voluntad de enfrentamiento directo, sin mediación. Todo el mundo había deducido que sólo había una estrategia posible de adoptar: la articulación de diferentes formas de lucha, sin avergonzarse de la distinción entre “violencia” y “pacifismo”.

La masificación y la diferenciación de los componentes presentes en las protestas se encuentran también en los piquetes de huelga, que son tan importantes, o más, que las manifestaciones. Probablemente, la decisión de Macron estuvo motivada, sobre todo, por el bloqueo, no del todo exitoso, de la huelga general del 7 de marzo (¡el día 8 la situación se había vuelto casi normal!). Pero lo que Macron no previó fue la aceleración que produjo en el movimiento la decisión de aplicar el artículo 49.3. de la Constitución francesa, que forzó la aprobación del proyecto de reforma de las pensiones, sin pasar por el voto de los diputados.

El único movimiento que no se integró en la lucha es el de la revuelta de las banlieues. La conjunción entre “petits blancs” (los partidos más pobres del proletariado blanco) y “les barabares” (los franceses hijos de inmigrantes, los “indígenas de la república”) tampoco se produjo esta vez. Esto no es insignificante, como veremos más adelante, porque aquí está en juego la posible revolución mundial, la conjunción Norte/Sur.

Se produjo una articulación de hecho y universalmente aceptada entre las luchas de masas y las luchas de una parte minoritaria que se ha dedicado a prolongar el conflicto por la noche utilizando las poubelles (la basura) –acumulada en los laterales de las calles debido a la huelga de barrenderos– para bloquear a la policía y provocar zbeuls (el desorden). De momento, llamémoslo ‘vanguardia’ porque no sé de qué otra manera llamarlo, esperando que los cretinos de siempre no lloren leninismo. No se trata de llevar la conciencia al proletariado, que carecería de ella, ni de funciones de dirección política, sino de articular la lucha ante el brazo de hierro impuesto por el poder establecido. La relación masas/minorías activas está presente en todos los movimientos revolucionarios. Se trata de replantearla en las nuevas condiciones, no de eliminarla.

Antes de las grandes movilizaciones de estos días, había diferencias y divisiones que atravesaban al proletariado francés, debilitando su fuerza de choque. Aquí sólo podemos resumirlas: los sindicatos y los partidos institucionales de izquierda (con la excepción de France Insoumise) nunca entendieron el movimiento de los chalecos amarillos, ni la naturaleza, ni las reivindicaciones de estos trabajadores que no encajan en los estándares clásicos del asalariado. Han mostrado indiferencia, cuando no hostilidad, hacia sus luchas. En cambio, han expresado una enemistad abierta hacia los “bárbaros” de las banlieues (con la excepción de France Insoumise), a los que se unió una parte del movimiento feminista, cuando todos fueron víctimas de las campañas racistas lanzadas por el poder y los medios de comunicación contra el “velo islámico”. Por su parte, ni los primeros ni los segundos han sido capaces de desarrollar formas de organización autónomas e independientes capaces de aportar su punto de vista, que ni los sindicatos ni los partidos, cerrados sobre una base en constante disminución, quieren siquiera considerar. En el seno de los “bárbaros” se ha desarrollado una teoría decolonial, muchas de cuyas posiciones pueden compartirse, pero que nunca ha conseguido arraigar en los barrios y dotarse de una organización de masas. El movimiento feminista, por su parte, está bien organizado y desarrolló análisis lúcidos y profundos, expresando posiciones radicales, pero no aporta rupturas políticas de magnitud. No da batalla política en el seno de las luchas en curso, aunque las mujeres son sin duda las más afectadas por las “reformas”. Así, el proletariado francés se vio fragmentado por el racismo, el sexismo y las nuevas formas de trabajo precario.

El movimiento actual hizo “bouger les lignes”, como dicen los franceses, es decir, desplazó las líneas divisorias, recomponiendo parcialmente las diferencias. Las acciones ecologistas también encontraron fuerza y recursos dentro de las luchas. Los enfrentamientos de Sainte-Soline contra la construcción de grandes embalses para recoger agua para la industria agroalimentaria, en los que la policía utilizó armas de guerra, suscitaron indignación y movilización en los días siguientes, con la reanudación de manifestaciones “salvajes”, aunque a menor escala.

¿Un salto en la recomposición? Tal vez sea demasiado pronto para decirlo. En cualquier caso, los diversos movimientos que han atravesado Francia en los últimos años se insertaron en la movilización sindical, dándole otra imagen y sustancia: la del desafío al poder y al capital. En dos meses quemaron a Macron y pusieron su presidencia en un callejón sin salida.Cuando el sistema político de los países occidentales se vuelve oligárquico y cuando el consenso ya no puede asegurarse mediante los salarios, las rentas y el consumo, que son continuamente bloqueados o recortados, la policía se convierte en el eje fundamental de la “gobernanza”. Macron ha gestionado las luchas sociales de su presidencia centralmente a través de la policía.

 

“La brutalidad de las intervenciones está hoy en el centro de la estrategia francesa ‘de orden público’. Francia no sólo tiene una gran tradición revolucionaria, sino que también tiene una tradición de ejercicio de la violencia contrarrevolucionaria, inaudita en las colonias y proporcional al peligro que el poder corre en la metrópoli (donde no duda en hacer intervenir al ejército colonial, como en 1848, para reprimir la revolución). Lo que está en juego ahora en el movimiento no es reducible al trabajo y a su rechazo, sino que es el futuro del propio capitalismo y de su Estado, como ocurre siempre que estallan guerras entre imperialismos. 

La lección que podemos extraer de dos meses de lucha es la urgencia de repensar y reconfigurar la cuestión de la fuerza, de su organización, de su uso. La táctica y la estrategia vuelven a ser necesidades políticas de las que los movimientos se han preocupado poco, centrándose casi exclusivamente en la especificidad de sus relaciones de poder (sexistas, racistas, ecologistas, salariales). Y, sin embargo, elevaron el nivel de confrontación al moverse objetivamente juntos, en ausencia de coordinación subjetiva, desestructurando al poder constituido. O se repone el problema de la ruptura con el capitalismo, con todo lo que implica, o seguiremos actuando sólo a la defensiva. Lo que surge cuando se impone la guerra entre imperialismos es siempre, históricamente, la posibilidad de su “colapso” (del que también puede surgir una nueva división de poder en el mercado mundial y un nuevo ciclo de acumulación). Estados Unidos, China y Rusia son plenamente conscientes de lo que está en juego. Que la lucha de clases pueda llegar a este nivel de confrontación es todavía una incógnita.

 

Autocracia occidental

La Constitución francesa prevé siempre la posibilidad de que el “soberano” decida dentro de las llamadas instituciones democráticas, de ahí la invención del artículo 49.3, que permite legislar sin pasar por el parlamento. Es la inscripción en la Constitución de la continuidad de los procesos de centralización política que comenzaron mucho antes del nacimiento del capitalismo. La centralización de la fuerza militar (el monopolio legítimo de su ejercicio), también anterior al capitalismo, constituye la otra condición indispensable para el surgimiento de la máquina Estado-capital, que a su vez procederá inmediatamente a centralizar la fuerza económica, conformando monopolios y oligopolios que no han hecho más que aumentar en tamaño y peso económico y político a lo largo de la historia del capitalismo.

Gran parte del pensamiento político ha ignorado el capitalismo realmente existente, eliminando sus procesos de centralización “soberana”; se allanó así el camino a los conceptos de “gobernanza”, de “gubernamentalidad” (Foucault) o de “gobierno” (Agamben, muy agitado durante la pandemia, pero desaparecido con la guerra –muy poco biopolítica– entre imperialismos).

Las afirmaciones de Foucault a este propósito son significativas del clima teórico de la contrarrevolución: “La economía es una disciplina sin totalidad, la economía es una disciplina que empieza a manifestar no sólo la inutilidad, sino la imposibilidad de un punto de vista soberano”. Los monopolios son los “soberanos” de la economía que no harán más que acrecentar su voluntad de totalización, combinándose con el poder “soberano” del sistema político y el poder “soberano” del ejército y la policía.

El capitalismo no es idéntico al liberalismo ni al neoliberalismo. Ambos son radicalmente diferentes y no tiene sentido describir el desarrollo de la máquina Estado-capital como el paso de las sociedades soberanas a las sociedades disciplinarias y a la sociedad de control. Las tres centralizaciones se complementan y comandan siempre y en cualquier caso como formas de gubernamentalidad (liberal o neoliberal), utilizándolas y luego abandonándolas, cuando el enfrentamiento de clases se radicaliza.

Los enormes desequilibrios y polarizaciones entre Estados y entre clases que provocan las centralizaciones conducen directamente a la guerra, que expresa una vez más la verdad del capitalismo (el enfrentamiento entre imperialismos), cuyas repercusiones políticas son inmediatas, sobre todo en los pequeños Estados europeos. Mientras el presidente francés hace valer su soberanía frente a su “población”, ha perdido, como buen vasallo, un pedazo de aquella a manos de los Estados Unidos, que ha sustituido –gracias a la guerra contra el “oligarca” ruso– al eje franco-alemán por el de los Estados Unidos-Gran Bretaña-países del Este; en cuyo centro, los norteamericanos han instalado al más reaccionario, machista, clerical, homófobo, antiobrero y belicista de los países europeos: Polonia. A estas alturas, no sólo la hipótesis federal es una utopía, sino también la Europa de las naciones. El futuro será de nacionalismos y nuevos fascismos. Si alguien quisiera resucitar alguna vez el proyecto europeo, tras un nuevo consentimiento servil a la lógica del imperialismo del dólar, primero tendría que emprender una lucha de liberación del colonialismo yanqui.

En el tablero internacional, todavía menos que antes de la guerra, pero como todos los señores marginales, Macron vierte toda su lividez e impotencia sobre sus “súbditos”, a los que da tratamiento policial. 

Según el Financial Times del 25 de marzo de 2023, “Francia tiene el régimen que, entre los países desarrollados, más se acerca a una dictadura autocrática”.  Es divertido leer a la prensa internacional del capital que se alarma (Wall Street Journal) porque “la marcha forzada de Macron para transformar la economía francesa en un entorno favorable a las empresas se hace a expensas de la cohesión social”. Su verdadera preocupación no son las condiciones de vida de millones de proletarios, sino el peligro “populista” que amenazaría a la Alianza Atlántica, a la OTAN global y, por tanto, a los Estados Unidos que la gobiernan: la “rebelión parlamentaria” y “el caos que se desarrolla en todo el país plantean cuestiones inquietantes para el futuro de la nación a todos aquellos que esperan que Francia se mantenga firmemente en el campo liberal, pro-Unión Europea y pro-OTAN”. El Financial Times teme que Francia “siga a los estadounidenses, británicos e italianos y opte por el voto populista”. No está claro si son hipócritas o irresponsables. Les gustaría tener las dos cosas al mismo tiempo: renta financiera/renta de monopolio y cohesión social, democracia y dictadura del capital, empresas exentas de impuestos, pródigamente financiadas por un Welfare completamente torcido a su favor y paz social. Der Spiegel habla de “déficit democrático”, de “la propia democracia en peligro”, cuando son las políticas económicas las que defienden a diario las causas de la autocracia occidental que no tiene nada, pero nada, que envidiar a la Oriental.

 

El ciclo de la lucha mundial después de 2011

Lo que apenas comienza a vislumbrarse en las luchas en Francia, el desafío al poder y al capital, es lo que las luchas en el Sur global lograron desde 2011.Allá por el siglo XX, el gran Sur desempeñó una función estratégica decisiva, incluso más que las luchas en Occidente. La dimensión internacional de las relaciones de fuerza es un nudo decisivo para recuperar la iniciativa. La crisis de 2008 no sólo abrió la posibilidad de la guerra (que llegó con puntualidad), sino también la posibilidad de rupturas revolucionarias (la realidad de las luchas se mueve, está obligada a moverse en esta dirección si no quiere ser barrida por la acción conjunta de la guerra y los nuevos fascismos). 

 

La última globalización no sólo profundizó las diferencias entre el Norte y el Sur, sino que también creó norteños en el sur e implantó sureños en el norte. De ello no debe deducirse, de ningún modo, una homogeneidad de los comportamientos políticos y de los procesos de subjetivación entre ambos hemisferios. La polarización centro-periferia es inmanente al capitalismo y debe reproducirse imperativa y continuamente. Sin la depredación del “Sur”, sin la imposición de un desarrollo “lumpen” y de un “intercambio desigual” (Samir Amin), la tasa de ganancia está destinada a caer inexorablemente, a pesar de todas las innovaciones, tecnologías e inventos que el Norte pueda producir bajo el control del mayor empresario tecnocientífico: el Pentágono.  Esta es la razón de fondo de la guerra actual. El gran Sur quiere salir de esta relación de subordinación -incluso ya ha salido parcialmente de ella- y es esta voluntad política la que amenaza la hegemonía financiera y monetaria estadounidense y su supremacía productiva y política.

Hay al menos dos diferencias políticas importantes que siguen existiendo entre Occidente y el resto del mundo. La no integración de los “bárbaros” de los suburbios franceses en las luchas actuales, a pesar de que constituyen una de las capas más pobres y explotadas del proletariado francés es ya un síntoma, dentro de los países occidentales, de las dificultades para superar la “división colonial” de la que los blancos se han beneficiado durante mucho tiempo.

Dentro del ciclo de luchas iniciado en 2011 se produjo una diferenciación similar a la producida en el siglo XX. Entonces teníamos revoluciones socialistas o de liberación nacional (con tintes socialistas) en todo el gran Sur y luchas de masas, algunas muy duras, pero incapaces de desembocar en procesos revolucionarios exitosos en Occidente. Hoy tenemos grandes huelgas en Europa (en Francia, Gran Bretaña, España e incluso en Alemania) y, en cambio, verdaderos levantamientos, insurrecciones y apertura de procesos revolucionarios en el gran Sur. Pongamos en consideración sólo algunos ejemplos –Egipto/Túnez inaugurando el ciclo en 2011, Chile e Irán más recientemente– para destacar las diferencias y las posibles convergencias. 

 

Es difícil comparar el levantamiento de la Primavera Árabe con “Occupy Wall Street”, aunque haya habido una circulación de formas de lucha: destitución del poder constituido, millones de personas movilizadas, sistemas políticos sacudidos hasta sus cimientos, represión con centenares de muertos, posibilidad de abrir un verdadero proceso revolucionario, que fue inmediatamente abortado porque, como rezaba un cartel en El Cairo durante el levantamiento, “Half revolution, no revolution”. Occupy Wall Street nunca puso en juego relaciones de poder de esta magnitud, ni generó, aunque sea por breves períodos, “vacíos”, desestructuraciones, deslegitimaciones de los dispositivos de poder como los que periódicamente determinan los levantamientos en el Sur. Y sigue siendo el Sur el que abre y promueve nuevos ciclos de lucha (véase también el feminismo sudamericano) que se reproducen con menor intensidad y fuerza en el Norte.La de Chile, donde nació el “neoliberalismo” después de que la acción de la máquina Estado-capital destruyera físicamente los procesos revolucionarios en curso y llamara a Hayek y Friedman a construir, sobre la masacre, el mercado, la competencia y el capital humano (¡No confundir nunca el neoliberalismo con el imperialismo o con capitalismo, hay que distinguirlos siempre, cuidadosamente!), es otro tipo de insurrección, de la que se pueden extraer otras lecciones, aunque, como en el Norte de África, se trate de derrotas políticas. 

En Chile, a diferencia de Egipto, una multiplicidad de movimientos (la importancia del movimiento feminista e indígena es significativa) se expresaron en la revuelta. Pero en un determinado momento de la lucha de clases, uno se enfrenta a un poder que ya no es solo el poder patriarcal o heterosexual, ya no es solo el poder racista, ya no es solo el poder del amo, sino que es el poder general de la máquina Estado-capital que los engloba, los reorganiza y, al mismo tiempo, los desborda. El enemigo tampoco es sólo el poder nacional, la soberanía de un Estado como el de Chile. En estas situaciones nos enfrentamos directamente a las políticas imperialistas porque cualquier ruptura –como en Egipto (más que en Túnez) o en Chile o Irán– corre el riesgo de poner en discusión las relaciones de fuerza en el mercado mundial, la organización global del poder: tanto la insurrección chilena como la egipcia fueron seguidas muy de cerca por Estados Unidos, que no dudó en intervenir con su “injerencia estratégica”. En Francia se da una situación similar: el desarrollo de las luchas se encuentra, a partir de una lucha “sindical”, con la totalidad de la máquina Estado-capital.

En estos momentos de lucha se llega a un punto de no retorno para ambos contendientes, porque no es posible consolidar formas estables de contrapoder, de espacios o territorios “liberados”, sino por períodos cortos. La solución zapatista no es generalizable ni reproducible (como, por otra parte, siempre afirmaron los propios zapatistas). No se entiende cómo puede implantarse un “doble poder” duradero en las condiciones actuales del capitalismo. Al mismo tiempo, la toma del poder no parece, desde el 68, una prioridad. ¡La situación actual se configura como un rompecabezas! A pesar de las diferencias políticas entre el Norte y el Sur, surgen problemas transversales: qué sujeto político construir que sea capaz, al mismo tiempo, de organizar la multiplicidad de formas de lucha y de puntos de vista y de plantear la cuestión del dualismo del poder y de la organización de la fuerza.

 

Las revueltas, las insurrecciones (pero también, aunque de manera diferente, las luchas en Francia), producen una serie de enigmas o de imposibilidades: imposibilidad de totalizar y sintetizar las luchas e imposibilidad de permanecer en la dispersión y en la diferencia; imposibilidad de no rebelarse desestructurando el poder e imposibilidad de tomar el poder; imposibilidad de organizar el pasaje de la multiplicidad al dualismo de poder impuesto por el enemigo e imposibilidad de permanecer únicamente en la multiplicidad y la diferencia; imposibilidad de centralización e imposibilidad de enfrentarse al enemigo sin centralización. Luchar contra estas imposibilidades es la condición para crear el posible de la revolución. Sólo en estas condiciones, resolviendo estos enigmas, superando estas imposibilidades, el imposible de la revolución se vuelve posible

La segunda gran diferencia entre el Norte y el Sur se refiere a la guerra en curso y al imperialismo. Imperialismo nombra el salto de calidad del capital que se opera a partir de la integración de tres procesos de centralización (económico, político y militar) que la Primera Guerra Mundial consagra y que alcanzaron su punto culminante durante el “neoliberalismo”. Lejos de la libre competencia y la libre empresa, ajena a cualquier lucha contra la concentración de poder que distorsiona la competencia, insatisfecha con la depredación operada a escala mundial y con la imposición de una reorganización a su favor del Welfare, la centralización imperialista permite imponer –como está haciendo– la inflación de sus ganancias (“pricing power”: el poder de fijar el precio desafiando al autodenominado neoliberalismo). 

El movimiento francés no se ha expresado sobre la guerra entre imperialismos. La lucha contra la reforma de las pensiones se inscribe en este marco, aunque nunca se haya planteado la cuestión, aunque el hecho de que Europa esté en guerra y Occidente esté recalibrando del Welfare al Warfare (del bienestar a la guerra) cambia notablemente la situación política. Tal vez sea mejor así, aunque se trate de una limitación política evidente. De haberlo hecho, probablemente habrían surgido posiciones políticas diferentes, incluso opuestas. En el Sur global, en cambio, el veredicto sobre la guerra es claro y unánime: se trata de una guerra entre imperialismos cuyo origen es el imperialismo estadounidense, al que se adhieren las suicidas clases políticas europeas. El Sur está dividido entre Estados que se declaran neutrales y otros que se ponen del lado de Rusia, pero todos rechazan las sanciones y el suministro de armas.

 

En el Sur, la categoría de imperialismo nunca ha sido cuestionada como en Occidente. El error garrafal cometido por Toni Negri y Michael Hardt en Imperio –formación supranacional que jamás se ha conformado– da cuenta de una diferencia notoria en el análisis y la sensibilidad política, al punto que llegaron a afirmar, en el último volumen de su trilogía, que después de haber ensayado la guerra, el Imperio imposible habría optado por las finanzas. Es decir, exactamente lo contrario de lo que sucedió: las finanzas estadounidenses, tras haber producido y seguir produciendo repetidas crisis –que ponen al capitalismo todo el tiempo al borde del colapso– son salvadas, exclusivamente, por la intervención de la soberanía de los Estados y, en primer lugar, por el de Estados Unidos, que acaba siendo forzado a la guerra. El imperialismo contemporáneo, cuyo concepto podría resumirse –simplificándolo mucho– en el triángulo monopolio/moneda/guerra, también arroja luz sobre los límites de las teorías que lo han ignorado y nos obliga a adoptar el punto de vista del Sur, que nunca lo ha abandonado porque aún lo tiene sobre sus espaldas. Como también lo tenemos nosotros, ¡pero preferimos fingir que no!

 

¿Cómo salir de la contrarrevolución?

Son admirables las luchas del proletariado francés. Entusiasman porque en ellas se reconocen rasgos de las revoluciones del siglo XIX (e incluso de la gran revolución), que enfrentan la contrarrevolución con una continuidad y una intensidad que no se ve en ningún otro país occidental. Sin embargo, hay que permanecer alerta. Si los proletarios franceses se levantan con una regularidad impresionante contra las “reformas”, hasta ahora solo consiguen retrasar su aplicación o modificarlas marginalmente, produciendo y sedimentando, por otra parte, procesos de subjetivación inéditos que se acumulan como en las luchas actuales (de las luchas contra la ley del trabajo de los chalecos amarillos a las Zonas a Defender, las ZAD). Todas las luchas han sido, al menos hasta ahora, defensivas, cuyo sentido reactivo puede sin duda ser superado, pero sigue existiendo un handicap de partida considerable. 

Para explicar lo que llamamos “derrota” –a pesar de las grandes resistencias expresadas– quizás debemos remontarnos a cómo se impusieron las conquistas salariales, sociales y políticas. Si en el siglo XIX las primeras victorias fueron el resultado de las luchas de las clases obreras europeas, en el siglo XX el Sur desempeñó un papel estratégico cada vez más importante. Fueron las revoluciones – como amenaza latente en el Norte y como victoriosas en el Sur–, las que atascaron la máquina del Estado-capital, obligándola a hacer concesiones. Lo que daba miedo era la autonomía e independencia del punto de vista proletario que allí se expresaba. La unión de las revoluciones campesinas en el Sur con las luchas obreras en el Norte condujo a un frente objetivo de luchas a través de la “línea de color” que forzó aumentos salariales, políticas de bienestar en el Norte y la ruptura de la división colonial que había reinado durante cuatro siglos en el gran Sur. Este es el fruto más importante de la revolución soviética (Lenin nunca fue a Londres, ni a Detroit, pero sí fue visto en Pekín, Hanói, Argel, etc.), que fue prolongada por los “pueblos oprimidos”.

Así como el socialismo es imposible en un solo país, también es imposible imponer condiciones a la máquina Estado-capital desde una sola nación.

Las clases trabajadoras occidentales habían sido derrotadas con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, cuando la abrumadora mayoría del movimiento obrero acordó enviarlas al matadero para gloria de sus respectivas burguesías nacionales. Para cuando el movimiento obrero y de clase se había redimido mediante el antifascismo, la iniciativa ya estaba en manos de las revoluciones “campesinas”, cuya fuerza empujó a los centros del capitalismo hacia el Este. Para entonces, las clases trabajadoras occidentales se habían integrado en el desarrollo e incluso cuando se rebelaron nunca fueron capaces de amenazar realmente a la máquina Estado-capital. En el mismo periodo, las revoluciones del gran Sur se transformaron en máquinas de producción o en Estados nación.

Desaparecida la amenaza de la revolución en el Norte y su presencia real en el Sur, la relación de fuerzas se invirtió radicalmente: empezamos a perder y seguimos perdiendo, pieza a pieza, todo lo conquistado (el paso de 60 a 67 años –es decir, siete años de vida capturados de un plumazo por el capital– es quizá el signo más claro de la derrota). Hasta la contrarrevolución iniciada en los años setenta, incluso cuando había sido derrotada políticamente, se avanzaba en el terreno social y económico. Hoy se pierde en ambos frentes. Ahora, tras la crisis de 2008, estallan luchas significativas en todas partes (el marzo francés es una de ellas), pero a menos que se repliegue la red de insurrecciones y luchas a escala global, subjetivamente, esta vez dudo que se pueda romper la jaula de la contrarrevolución.

Hombres de buena voluntad se proponen civilizar la guerra de clases que está en el origen de las guerras entre Estados. Les deseamos buena suerte. En un solo siglo (1914 – 2022), los diferentes imperialismos llevaron a la humanidad al borde del abismo cuatro veces: la Primera y la Segunda Guerra Mundial, con  el nazismo como momento cúlmine; la Guerra Fría, en la que se actualizó por primera vez la posibilidad del final nuclear de la humanidad. La guerra actual –de la que Ucrania no será más que un episodio– podría revivir esta última eventualidad.

Con respecto a esta trágica y recurrente repetición de guerras entre imperialismos (ni siquiera contamos las demás), se trata de reconstruir las relaciones de fuerza internacionales y de elaborar un concepto de guerra (de estrategia) adecuado a esta nueva situación. El Manifiesto Comunista daba una definición que sigue siendo muy actual, aunque haya sido eliminada o caído en el olvido de la pacificación: “guerra ininterrumpida, a veces disimulada, a veces abierta”. Disimulada o abierta, requiere siempre y en cualquier caso un conocimiento de las relaciones de fuerza; una estrategia y un arte de ruptura adaptadas a estas relaciones. Históricamente la guerra –aunque parece que también hoy– puede dar lugar a una “transformación revolucionaria” o a una nueva acumulación de capital a escala mundial. Otra posibilidad que el Manifiesto de Marx y Engels consideraba está a la orden del día, exacerbada por el desastre ecológico en curso: “la destrucción” no sólo “de las dos clases en lucha”, sino también de toda la humanidad.

 

Marzo de 2023

La izquierda sin sujeto // León Rozitchner

 
“En tanto que nosotros les decimos a los obreros: Vosotros tendréis que pasar por quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y guerras nacionales, no meramente para cambiar vuestras condiciones, sino conel fin de cambiaros vosotros mismos y volveros aptos para el poder político“.
 
Marx, 15 de setiembrede 1850
 
 
La rigidez no es un atributo sólo de la derecha, así como el realismo no es una virtud que convenga siempre a la izquierda.Es fácil verificarlo: los que están a la izquierda —muchos de ellos— se complacen en hablar de las “leyes de la dialéctica”, de las “leyes del desarrollo económico”, de las “leyes de la lucha de clases” y de la “necesidad histórica de la Revolución”, todo lo cual encuentra su término en una certeza final: el necesario tránsito del capitalismo al socialismo. La lógica es aquí de hierro: cada revolución que triunfa confirma el determinismo de la historia.Pero ¿esta certeza es para nosotros suficiente? Porque, cabe preguntarse: cada revolución que no llega a realizarse, cada revoluciónque fracasa, ¿qué determinismo niega? ¿A cuenta de qué irracionalidaddebe ser colocada?¿Quiere decir, en resumidas cuentas, que no era entonces necesaria?
 
No es que queramos convertirnos en una excepción a la ley histórica. Sucede solamente que por ahora nuestra propia realidad nacional, así ordenada y regulada por esa necesidad irónica a la que también estaríamos sometidos, se niega tenazmente a seguirla sin más, para certificar lo cual basta una mera inspección de lo que a nuestroalrededor aparece dado. Pero lo dado, a pesar de que su rostro no sea el que promete la esperanza que racionalmente depositarnos en él, para el optimismo obcecadode cierta izquierdatiene necesariamente que dejarse regular por estas leyes y esta necesidad exterior la cual, sin embargo, no alcanzamos a ver ni cómo ni cuándo orientarán y dirigirán un proceso que nada por ahora anuncia. ¿Deberán ellos, los optimistas, quedarse empecinadamente con la racionalidad, para permanecer nosotros, que señalamos la carencia, atados a lo irreductible, a lo irracional? El punto común de partida es el siguiente: el deber-ser” está, por definición, en este ser actual. Hasta aquí se justificala confianza en la razón. Pero confesemos lo que ellos no se atreven, lo que nos falta para dar término al proceso: que no sabemos cómo ponerla en marcha, cómo hacer para hacemos cargo y cumplir esta obligación de cuya realización estamos, unos a otros, todos pendientes.
 
Para salvar el escollo parecería que esta izquierda optimista también está teóricamente a cubierto y tiene a las “leyes de la dialéctica” de su lado:¿acaso no hay —se dice— saltocualitativo del capitalismo al socialismo? Pera ni tanto ni tan poco: ese salto no es un brinco que con la imaginaciónvayamos a pegar sobre el vacío. Ése salto imaginado es un tránsito real que, de no ser enfrentado, encubre con su vacío el trabajo y la reflexión que todavíano fuimos capacesde crear. Constituye, digámoslo, el núcleo de irracionalidad vivida que nuestra izquierda es todavía incapaz de reducir, de convertir en racional.
 
Para no perturbar la certidumbre racional en la que se apoya la ineficacia de izquierda, y que de alguna manera nos alcanza su propio consuelo, ¿deberemos acasoocultar el abismo que separa nuestrasesperanzas de una realidadque no se deja guiar,lo comprobamos a diario, por el modelo con el que la pensamos? Porque el fracaso y los zigzag de la izquierda, los seudopodios que emite hacia afuera para reconocer sus posibilidades de acción, la heroicidad individual o de grupo que segrega e intenta iniciar el proceso por su cuenta, vuelven a señalarla carencia de una elaboración común, de un sentidopensado en función de sus fuerzasy de su realidad: sacrificio estéril que puede ser grato al autoaprecio que tenemos para con nosotros mismos, pero no ante la objetividad precisa de los hombres.
 
El hecho al cual llegamos, por demás decepcionante, es éste: par más que juntemos todas las racionalizaciones parciales de la izquierda, con todas ellas no hacemos una única racionalidad valedera. ¿No será esta inadecuación la que impide que la realidad vaya a la cita que nuestra racionalidad quiso darle?
 
Debería ser evidente que las interpretaciones teóricas reducidas a lo político-socioeconómico no bastan para justificarel hecho de que la revolución, tan esperada entre nosotros, no haya acudidoa las innumerables citas que la izquierda le dio. Todas éstas son explicaciones con exterioridad, donde la distancia que media entre el contenido “objetivo” —datos económicos, políticos, históricos, etc.— hasta llegar a la densidadde nuestra realidadvivida, deja abiertoun abismo de incomprensiónque no sabemos cómo llenar. ¿Qué agregar a la necesidadya descubierta a nivel teórico en la experiencia histórica del marxismo para que sea efectivamente necesaria? ¿Cómo llenar ese déficit de realidad por donde las fuerzas represivas y la inercia de la burguesía desbaratan, entre nosotros, toda teoría revolucionaria? ¿Cómo producir esa síntesis que nos lleve al éxito, cuya fórmula racional, el apriorismo revolucionario pareceríahabernos dado, pero que no nos llega con los detalles precisos que permitan encaminarla en la sensibilidad de nuestro propio proceso social? El problema seríaéste: el marco “formal”, teórico,de la revolución socialista, que juega para nosotroscomo un a priori — puesto que no surgió de nuestra experiencia sino de una ajena— está ya dado, para todos, en su generalidad. Pero su necesidadefectiva sólo aparecerá para nosotros a posteriori, cuando nuestra experiencia lo certifique: cuando realmente la revolución se haya realizado. Pero si vamos viendo que la racionalidad ya dada, tal cual la recibimos, no nos sirve para hacer el pasaje a la revolución ¿para qué confiaren ella, podría preguntarse, puesto que sólo se la descubriría como necesaria sólo una vez que la revolución fuese hecha,pero mientras tanto no? Entre lo pensado y lo real estamos nosotros, absortos en el pasaje.Así sucede con la “novedad” que nos sorprende en cada revolución inesperada: estallaallí donde la necesidad racionalen la forma general con que la utilizamos, no establecía la imperiosidad de su surgimiento. ¿Cómo, entonces, fue posible? ¿Fue la suya una irrupcióncontra la razón? Y si no, ¿quién creó la nueva racionalidad de ese procesoinnovador? ¿Cómo fue posible que nuestra racionalidad no la contuviera? Se entiende que con esto no queremos negar la racionalidad marxista; sólo queremos mostrar que una racionalidad a medias es a veces más nefasta que la falta completa de racionalidad. Y por eso nos preguntamos: ¿no será que pensamos la revolución con una racionalidad inadecuada? ¿No será que vivimos la racionalidadaprendida del proceso revolucionario fuera del contexto humano en el que la racionalidad marxista desarrolla su pleno sentido?¿No será que estamos pensando la razón sin meter el cuerpo en ella?
 
La preguntaque me planteo, necesariamente teórica,es entonces ésta: ¿de qué modo comenzar a comprender esta realidad, de qué modo modificamos para hacer surgir en su seno ese futuro revolucionario que, preciso será reconocerlo, somos por ahora tan incapaces de promover como de despertar en los demás? ¿Cómo hacer para que lo que cada uno de nosotros asimila de esta realidad cultural nos hable, nos forme, nos prepare como hombres incompatiblescon esta realidad misma que sin embargo nos constituye? El problema es temible: ¿mo poder producir nosotros lo contrariode lo que el capitalismo, con todo su sistema productor de hombres, produce? Dicho de otro modo: ¿cómo remontar la corriente de la disolución, esta degradación de lo humano que parece estar inscripta en la necesidad de su desarrollo?
 
¿Cómo introducirnos nosotros en ese breve margen que, entre sístole y diástole, se abre en cada hombre como para que la revolución sea sentida como su propia necesidad?
 
I.
 
Tratemos, a partir de este planteo,de comprender sintéticamente el problema que enfrenta toda “cultura revolucionaria”. Si el objetivoque se persigue es la formación de hombres adecuados al trabajo de realizar la revolución, sabemos entonces proponer algunos supuestos básicos que no se detengan sólo en el plano político sino que deben alcanzar también al sujeto que interviene en él.
 
1) La cultura capitalista es desintegradora, a nivel del individuo, del proceso de integración que, en niveles parciales, promueve.
 
Esta distancia que media entre lo que el sistema de producciónhace, y lo que el individuo conoce, le introduceeste carácter disolvente de su propio sentido. A nivel individual significa que el proceso social,que se realiza merced a la contribución de todos los hombres que forman parte del sistema de producción, no puede ser aprehendido ni pensado en su unidad por ningunode ellos: sería revelar el secreto de su desequilibrio y de su aprovechamiento. Pero esta unidad real que se oculta y] se deforma exige, para desarrollar sus contradicciones y objetivarse para los hombres, la toma de conciencia de quienes la integran. Más sucede que el sistema tambiénformó al sujeto mismo que debe pensarlo
 
La tarea no es simple: para lograrlo es preciso vencer el determinismo de clase que lo abstrajo al hombre de su relación con la totalidad del proceso: devolverle lo que el sistema le sustrajo. La eficacia que buscamos para actuar dentrodel sistema capitalista requieretornar evidente la estructura del campo total en el cual cada acto se inscribe.
 
2)  Las “soluciones” capitalistas mantienen la persistencia en el desequilibrio y la desintegración.
 
Esta necesidad de superar la contradicción en la que los individuos de una clase se encuentran respecto de otra, se halla sometida a formas de solución oficiales, respecto de las cuales las verdaderas soluciones aparecen como clandestinas y fuera de la ley. Las soluciones ratificadas por la cultura burguesa,adecuadas a sus categorías de ordenamiento y de acción; son las que mantienen, en vez de resolver, estos desequilibrios. El individuosometido al sistema de producción capitalista — producción de objetos tanto como producción de ideas— encuentra preformados en la cultura que recibe —en sí mismo— aquellos modelos de solución que vuelven nuevamente a sumirlo en el conflicto y a condenarlo a la frustración y a la falta de salida.
 
3) La desintegración producida por el sistema capitalista forma sistema con el hombre desintegrado en el cual el capitalismo se objetiva.
 
Desintegrar al hombre significa introducir en él, como vimos, la imposibilidad de referirse coherentemente al mundo humano que lo produjo. Es, por otra parte; impedirle tomar conciencia de su propia unidad como centro integrador de toda referenciaal sistema que sin embargo pasa por él. El hombre escindido de la cultura capitalista —en cuerpo y espíritu, en naturaleza y cultura, en oposición a los otros, y todo dentro de sí mismo— sólo puede adaptarse y establecer escíncidamente su coherencia con la estructura del mundo burguésal cual refleja. Estafalsa coherencia, la única ofrecida como posible,deja fuera de sí, como ilícita, la única esencialmente humana: la que se basaen el reconocimiento del hombre por el hombre.
 
Algunos niveles de este proceso de sometimiento están ya sujetos a la crítica —por ejemplo, en la estructura económica, política, pero aquí mantienen su sentido sólo dentro de la abstracción científica capitalista, sin sintetizarla a nivel humano. Por el contrario, en otros niveles este trabajo crítico todavía no fue hecho: aquél, por ejemplo, que analice la correspondencia y la homogeneidad que existe entre a) el individuo producido por la culturaburguesa y b) las formas justificatorias del proceso de explotaciónque esa cultura adopta a nivel de las formas de la afectividad, de las categorías de la acción y del pensar, etc. La dificultad de este análisis es evidente: significa la puesta en duda radical de uno mismo y reconocer hasta qué punto, profundamente, hemos sido constituidos por ellas.
 
4) La salida de la contradicción en la que estamos viviendo no puede ser pensada con la racionalidad burguesa; debemos descubrir una racionalidad más profundaque englobe en una sola estructura, partiendo desde la experiencia sensible de nuestropropio cuerpo, nuestra conexión perdida con los otros.
 
La única salida —pensada a nivel teórico y más general— consiste en suplantar el ordenamiento humano burgués (contradictorio no sola mente a nivel lógico,sino destructor del hombre a nivel humano) por una racionalidad y organización revolucionaria (coherente en ambos niveles) que le permita al individuo concebir ese comienzo de coherenciaque dé sentido revolucionario a su actividaden todos los niveles de la realidad social. Este proceso no abarca sólo el sistema económico de producción, sino también el orden que aparece en las categorías de pensar y de sentir que genera a nivel individual.
 
Cuando hablamos de racionalidad no nos referimos entonces a la racionalidad abstracta, puro esquema ideal que ningún cuerpo anima; sino a unateoría que, en tanto esquema de conciencia, englobe lo sensible del individuo, su forma humana material, hasta alcanzar desde ella un enlaceno contradictorio con la materialidad sensiblede los otros. Esto requiere,como objetivo, el tránsitohacia un sistema humano de producción que le dé término.
 
5)  Es preciso que el individuo revolucionario se descubra como fuerza productora, pero no sólo en el nivel político-económico, para incorporarse materialmente ala crisis del sistema.
 
Marx no habla sólo de las condiciones materialesde producción en el sentido “economicista” de los términos: toda sociedad humana no es productora básicamente de cosas, sino productora de hombres. Todo sistema de producción entra en crisisporque su producción de hombres, que involucra la producción de las cosas y las técnicasy las relaciones adecuadas (hombres divididos, hombres sin satisfacción, hombres sin objeto) producenla crisis. Fuerzas productivas y formas de producción son formas humanas. Es verdad que el sentido de la producción de hombres se revela en el modo como los hombres se objetivanen las cosas: en cómo las producen y son, indirectamente, producidos por ellas. Aquí nos volvemos a preguntar: ¿hemos desarrollado,nosotros, los que militamos en la izquierda, nuestra propia fuerza productiva? ¿O estamos, privilegiadamente, al margen del sistema de producción?
 
6) El descubrimiento de la racionalidad revolucionaria requiere descubrir la contradicción instaurada por la burguesía en el seno del hombre revolucionario.
 
La culturaburguesa, se va viendo, abre en el hombre un ámbito privado, íntimo —unido a lo sensible—separándolo del ámbito social —el orden racional, lo externo— que sin embargo lo constituyó. Mantener esta separación en el militante de izquierda, dejar librado a la derecha
lo que se piensa que es efectivamente el nido de víboras del sujeto, significa introducir y sostener un componente irracional en el seno de una racionalidad que engloba sin comprender, tanto lo objetivocomo lo subjetivo. Y esto a pesar de que esta racionalidad pretenda pasar por revolucionaria. Semejanteseparación, en el centro mismo del hombre, lo desconecta del procesohistórico que lo produjo. Esta racionalidad al garete, excéntrica, que nunca encontrará entonces la tierra firme de una subjetividad, queda a merced de toda autoridady sirve de ingenuoapoyo a toda política oportunista en el seno de la izquierda. Escisión que nos condenaa buscar la coherencia racional en el orden social — proceso de producción económica, científica, etc.— sin poner la propia significación personal en el proceso, nos lleva a la búsqueda de una comunidad humana posiblepero abstracta, sin contenido, que desaloja el índice subjetivoque aparece en lo sensible —a la persona misma en lo que tiene de más propio— como punto de apoyo para alcanzar los fines proclamados. Sólo le queda una racionalidad aprendida, coagulada, para alcanzarlo. Lo subjetivo, lo contenido, lo aparentemente irreductible a los otros porque se transforma en el lugar de la desconfianza, se convierte así, aún dentro de la izquierda, en un ámbito clandestino donde se elaborala dialéctica cómplice del compromiso, de lo no confesable ni transformable: aquello que persisteigual a sí mismo pese a todo proyecto político y a todo cambio social. Aquí se yerguen, indomables, las categorías burguesas que perseveran en el revolucionario de izquierda. Y son estas mismas categorías, que se pretendía haber radiado, las que siguen determinando la ineficacia de izquierda: porque nos dejan como único campo modificable lo que la burguesía estableció como objetivo, como visible, como externo: ese campo social sin subjetividad, sin humanidad, donde el hombre —a medias, incomprensible para sí mismo, inconsciente de sus propias significaciones y relaciones— mira y actúa sin comprender muy bien quién es ese otro con el que debe hacer el trabajo de la revolución. Así podremos darnos la presunción de actuar, hasta de jugarnos la vida, pero en realidadmantenemos tajante, burguesíamediante, la oposición creada entre el sujeto yla cultura, que es el fundamento de la alienación burguesa. La forma culturalburguesa nos separa, contra nosotros mismos, desde dentro de nosotros mismos.
 
7)  La incorporación del sujeto de la dialéctica revolucionaria es un I   momento necesario en el descubrimiento de la verdad del proceso.
 
Toda culturarevolucionaria debe, entonces, volver a anudar esa relación fundamental quebrada en el sistema escindente y dualista de la burguesía para que el individuo pueda convertirse él mismo en índice cierto, en creador y verificador de la realidad.
 
El descubrimiento de esta relación que yace oculta en nuestra cultura no se da inmediatamente: es, como sabemos, productodel análisis, de una experiencia reflexivaque enlaza lo visible a lo invisible —quiero decir, a lo que por no verse tampoco se sabe. Pero es preciso agregar que no es producto de cualquier análisis,sino de aquél que liga alsujeto con la actividad transformadora de la realidad,cosa que sólo se logra en función de una organización racional revolucionaria. Porque esta organización es el único ámbito de conocimiento que, desbaratando los falsos límites racionales de la burguesía; comienza a elaborar una racionalidad adecuada a la  solución de sus contradicciones, puesto que es el único que contiene la necesaria modificación de todo el sistema para darles término.
 
8)  No hay tránsito de la racionalidad abstractade la burguesía hacia la racionalidad concreta revolucionaria si el sujeto mismo no es el mediador en quien este nuevo ordenamiento comienza a surgir como posible.
 
La organización revolucionaria que, concebida como organización política, gana paulatinamente todos los campos de la realidad social y los engloba en una actividad única —económicos, gremiales, cienficos, familiares, etc.— no hace sino extender y prolongar esta racionalidad incipienteque tiene, en tanto proceso de verificación, la forma de hombre. Es precisamente en esta forma humana donde la necesidad sensible, pero acordada a los otros, verifica su entronque con las formas racionales de producción.
 
Sintetizando: toda cultura revolucionaria supone el descubrimiento de la escisión,de la incoherencia y del conflictoindividual a nivel del sistema productor de hombres de la burguesía. Pero queremos acentuar aquí sobre todo otro aspecto: también supone descubrir la tenaz persistencia de las categorías burguesas en el sujeto revolucionario —y que no se corrigen por la sola participación en un proyecto político de mortificación del mundo. Este peligro caracteriza a nuestras formaciones de izquierda: como no hemos podido pasar a la realidad, nos encontramos aún realizando la tarea de tornar concreta nuestra decisión, eme se mantienetodavía a nivel imaginario:pasar de nuestra pertenencia a la burguesía hacia el ámbito dela revolución. Pero puesto que todavía no hemos encontrado cómo hacerlo y, por lo tanto, necesariamente  formamos  sistema  con  el  sistema  de  burguesía,  no  hemos  podido  verificar  la  certidumbre  de  este  pasaje.  Lo  que planteamos viene a querer decir lo siguiente:¿cómo darnos un índice objetivo para leer nuestra inserción efectiva en el proceso revolucionario? Muchos, por el mero hecho de la militancia, ya lo tienen resuelto. Pero participar en las diversasorganizaciones de izquierda no es una garantía para afirmar que estamos en la verdad del camino. Y podríamos agregar: la lectura “científica” de la realidad objetiva aunque sea “Marxista”, tampoco es un signo suficiente, si bien es necesario, pues siempre será una lectura en perspectiva para mí, para varios, para un partido— respecto de aquellos en quienes esos índices adquieren relevancia y significación.
 
En este trabajo acentuaremos los caracteres que definen la actividad del sujeto. Este acentuamiento tal vez nos lleve a pecar por exceso, puesto que pondremos como fondo, sin destacarlos, los procesos colectivos ya suficientemente subrayados por la actividad crítica de la izquierda.
 
II. Por qué se necesita la radicalización de lo subjetivo en el proceso revolucionario.
 
Si creyéramos en la culturarevolucionaria a la manera como la burguesíacree y ejerce su poder de formación de hombres, la cosa sería fácil: bastaría con darle al sujeto aquello que, proviniendo de la cultura, sirve para ubicarlo en el proceso de la división del trabajo social, precisando su tarea y colocándolo en su sitio.
 
Pero no es ese el objetivode la izquierda. Mediante este procedimiento los fines burguesesse logran, pero los fines marxistas se pierden: no se lo convierte al sujeto en activo reorganizador de la cultura que asimila. Por el contrario, se lo pasiviza.No hay misterio en este resultado: la ideologíaburguesa que atraviesa toda nuestra culturaes la contraparte necesariamente adaptada a un sistema de producción que requiere del sujeto una adhesión plena y limitada a los objetivosdel sistema. Esta ideologíase hace sustancia en el sujeto, se encarna comomodo de ver en él: no le permite hacerse cargo de su propio proceso de formación. La ideología burguesa remacha la adhesión del sujeto al mundo que lo produjo, haciendoque su conciencia prosiga, inmutable, el camino de su “naturalidad”: su vida es directamente histórica, no toma conciencia de su llegar a ser consciente; refleja meramente el mundo que la produjo. Esta vida que se asientaen la ingenuidad de su cultura considerada como absoluta es la conciencia inmediata, sin reflexión, que no introdujo en su propia actividad consciente aquello que le permitiría su pleno ejercicio: el saber de la formación de sí misma. Queremos decir: no deshizo la trampa de la cultura que la formó. El sujeto no se convierte aquí en el lugar en el cual se elabora la verificación de la cultura.¿Cómo podría hacerlo si la adecuación aparece para él invertida? Su persona no está adecuadaal mundo, piensa porque el mundo la introdujo—lo cual le permitiría modificarla modificando al mundo— sino porque coincide, milagrosamente, desdeel punto de vista del sujeto, con la estructura social.Tal para cual: la propia subjetividad es confirmación de la ancha y común objetividad. Este aparente milagro de la adecuación del individuoa la burguesía, que inmoviliza la subjetividad, encuentra su plácida confirmación en la afirmación de sí mismo como absoluto, certeza de ser que se confunde con la permanencia acorde del mundo objetivo capitalista.
 
Pero las cosas no varían solamente porque se haya cambiado la coincidencia “milagrosa” del sujeto con el mundo capitalista por la coincidencia “milagrosa” con el mundo de la revolución. Primero, porque elhombre que quiere hacer la revolución viene de la burguesía, y si hubiera coincidencia inmediata, sin proceso, entre lo subjetivo de la persona burguesa y lo objetivo de sus ideales revolucionarios, señal sería de que estamos en un equívoco: no podemos con el ser burgueses darnos sin más una estructura racional revolucionaria verdadera a nivel político: con el contenidosensible burgués no podemos encontrar la forma revolucionaria adecuada. Este tránsito es un trabajo,pero no delegable: para realizarlo debemos participar en una dialéctica que elabore el pasaje y, movilizando las significaciones vividas en nuestra propia formación burguesa,las debemos hacer participaren un proceso paulatino de modificación. No hay una fórmula para todos; el tránsito es necesariamente único porque cada uno tiene, por sí mismo, que deshacer el sentido que aparece dado en un orden, e inscribirlo en otro. Aquí se abre el ancho mundo de las complicidades y renunciamientos, que no siempre nos atrevemos a enfrentar. Porque este proceso significa, al mismo tiempo, modificación de todo el contenido subjetivo, de las estructuras racionales y afectivas de toda la persona de izquierda, ¿cómo podríamos decir que hay una racionalidad que desde el individuo se prolonga para continuarse, coherente, con la revolución, si la razón no deshace las trampas de nuestraclandestinidad y nos ordena de otro modo? Esta clandestinidad que la burguesía abrió en nosotros no es solamente el lugar de la complicidad: es la moradadel deslinde histórico, de una temporalidad que sentimos infinita, radicalmente opuestaa la histórica, porque es el lugar de la ensoñación donde yacen todoslos anhelos incumplidos, todas las frustraciones abandonadas (hacia afuera) pero conservadas (hacia adentro). Pasar de lo infinito a lo finito, de lo imaginarioa lo real: esta tarea antes asignada a los dioses,esta conversión del cielo propio en la tierra común es, ni más ni menos, la cura que la revolución trae al hombre. Sí, es cierto que parece exagerado: pero ¿cómo el hombre enfrentaría por la revolución la muerte si en ello no le fuerala vida? Volvamos nuevamente a la formulación más general: para ir con nuestra conductaincidiendo en el mundo de la burguesía para arrastrarlo hacia la revolución no hay otra salida:tenemos que convertirnos, a partir de las formulacionesmás amplias que la teoríay la actividad revolucionaria nos adelante,en el lugar activo de la verificación de las estructuras burguesas sobre las cuales nos toca incidir. Y esa primera encarnación de la estructura burguesa que enfrentamos, ¿no lo somos acaso, nosotros mismos? ¿No somos, al mismo tiempo, obstáculo y remoción? ¿No hemos sido, de punta a punta,de pelos a uñas, hechospor ella? Pero no decimos que haya que modificarse primero uno, para pasar luegoa lo otro. Decimos que en la modificación que perseguimos en el mundo debemos jugar nuestrapropia transformación:debemos objetivarnos hastatal punto en lo que hacemos como para enardecer las cosasdel mundo, porque habremos pasado nosotros mismos a las cosas. Lo contrario sería condenarnos a la ineficacia, o creer que basta con el esquemita racional de la teoría marxista para actuar en la actividad política, mientrasse posterga esa otra modificación sensible para tiempos de menor urgencia. Justamente lo mismo que hace la burguesía con los principios ideales siempre transgredidos: el ser del hombre podría esperarhasta que termine el proceso revolucionario y todo, entonces sí, esté preparado para recibirlo. Hasta que nos sorprenda la muerte.
 
Sospechamos que sin estatransformación el proceso no es efectivamente revolucionario. Sostengo que sin modificación subjetiva, sin elaboración de la verdad de la situación total en la que participa el hombre, no hay revolución objetiva. En todo caso: no hay revolución en el sentido marxista.
 
Para resumirlo en pocas palabras: pasar de la cultura burguesa a la cultura revolucionaria significa enfrentar la siguiente dificultad básica:
 
1) describir la contradicción del sistema burgués en todos los niveles de la producción social (económico, político, moral, etc.);
 
2)  descubrir la permanenciade la contradicción, la permanencia de la estructura burguesa, en el individuomismo que adhiereal proceso revolucionario.
 
Podríamos pensar que la primera dificultad; aunque parcialmente, se ha ido resolviendo. Pero el sentido con que fue resuelta depende, es forzoso, de cómo se haya enfrentado la segunda dificultad. Pensamos que si tampoco se realizóentonces bien la primera tarea, esto sucede porque de todo el proceso de tránsito de la burguesía a la revolución falta realizar el segundo movimiento: ver cómo la burguesía está en nosotros como un obstáculo para comprender y realizar el proceso revolucionario. Afirmo, en una crítica que también me incluye personalmente, que no hemos tornado a la propia transformación en campo de experiencia de la teoría y de la prácticarevolucionaria. Que hemos permanecido, aceptémoslo o no, en la escisión.
 
III – La racionalidad teórica revolucionaria no establece la adecuación precisa del individuo a la historia; nos da sólo el esquema de una adecuación posible.
 
No se diga que esta necesidad—que el sujeto y lo subjetivo esté presente— es una complicación burguesa. Seamos coherentes. Si creemos que hay ya una racionalidad teórica revolucionaria que no requiere encontrarsu término creador en el sujeto, ¿qué concepción del hombre aceptamos? Volvemos lisa y llanamenteal dualismo que divide al hombre en sensibilidad propia y racionalidad externa, que abre un abismo entre lo subjetivoy lo objetivo. ¿Como enlazarlos luego, como hombres plenos, en el sistema de producción, en la creación del proceso histórico? Porque tanto en el burgués como en nuestro revolucionario el verdadero mundo no está  todavía constituido: por más que el primero compense el déficit de una régimen humano siempre en defecto por medio de la exaltación de los principios, o por más que el segundo proyecte sobre esa misma realidaduna modificación radical que la haga visible. Pero ambos nos asentamos, por ahora, sobre una misma realidad. La distancia que media entre el principismo burgués y la imaginación revolucionaria consisteen que el primero no se proyecta modificadoramente sobre el mundo hasta encontrarlas condiciones de su transformación,mientras que el revolucionario sí.
 
¿Siempre sí? No; el hombre de izquierda sólo lo alcanza si en funciónde la racionalidad revolucionaria sujeta y extiende su imaginación hasta tornarla en cuasi-real, solamente si descubre el contenido de su imaginación en lo posibleque la realidad sugiere, y que sería precisamente lo que le falta para transformarla en realidad plena. Sehace pasar lo interiora lo exterior si conecta lo imaginario con lo real. Peroesto sería válido si es la suya una imaginación que no retorna al infinito del intimismo burgués, si no recuesta sus anhelos uno a uno en los nichos de la intimidad donde yacen lasilusiones perdidas: si es la suya una imaginación que da la cara, lapropia y se atreve a enfrentar afuera la carencia que antes se reservaba para adentro.En otras palabras: se adecúa al tiempo y espacio históricopreciso de la necesidad humana, aquelloque desde los años y los días de los hombres desciendepara insertarse en el latido del propio tiempo sensible. Por eso decíamos que había que poner el cuerpo: porque este tiempo y este espacio no es el de las “categorías a priori de la sensibilidad”. Es el tiempo y el espacio con el cual la corporeidad, la experiencia sensible vivida en el medio de los otros, llena a la racionalidad abstracta con la sustancia de su propia vida: le da su propia forma y la hace descender entre los hombres.
 
Es lo que pasa, por ejemplo, con el estudio de la lógica formal cientificista y la lógica dialéctica. La primera puede ser estudiada con el fondo de neutralidad y objetividad científica de las cienciasexactas que analizanobjetos naturales, pero la segundasólo puede ser comprendida si el fondo implícitosobre el que se apoya su estudio es el sujetomismo que analiza. El tronco del sujeto histórico se prolonga en las nervadurasque, desde él, sostienenla hoja menuda de su pensar. A la lógica formal podemos estudiarla teniendopresente sólo la forma de la cosa; el sujeto, personalmente, estorba. A la segunda sólo si partimos de la forma humana: básicamente, de aquél que la hace suya y la ejerce como prolongación de su propia eficacia. La primerase apoya en la escisióncuerpo-espíritu; la segundarequiere la solución del dualismo y la tensión hacia la unidad en el hombre que la piensa. Pensar es ya una praxis. Con la dialéctica del proceso histórico pasa lo mismo, podemos analizar un procesocon el cuento de cómo fue, y la teoría que me dictan de cómo hacerlo. Pero el tránsitohacia el entronque con la historia sólo se descubre desde el sujeto mismo que asume el proceso histórico, que enlaza el sentido de su conflicto individual con la experiencia social que los produce. Volvemosentonces a preguntarnos: ¿es acaso necesario este sujeto que vuelve por sus fueros?¿Podemos prescindir de él en el proceso político,conformándonos con que sólo se adecué a la racionalidad externa que sabemos, se le dice, es “científicamente verdadera”, aunque sea marxista? Porque toda verdad humana es aproxima da, pero eneste sentido: que requiereque el hombre que la comprenda se aproximeal fenómeno. Y la aproximación al fenómeno, la adecuación que cierra el momento de la comprensión, consiste en que en el sujeto se une lo racional y lo sensible,él es en quien se complementa la universalidad de la teoría con la particularidad del acontecimiento. Esa “ciencia” que no requierela forma del hombre histórico para encontrar su versificación es lo que se llama metafísica: mensaje que el hombre emite pero no crea. Por eso el marxismo necesita, en cada momento dela acción, la actualización de la teoría y la práctica,de adecuadores dela forma teórica a la materia histórica. ¿Y si no, quién? ¿Ud., tal vez, que me está leyendo,y que por una extrañaprerrogativa que nadie le concede, conforma en su cabeza la forma de mi destino?
 
Recordemos cómo comienza Marx su críticaa la economía política: “Nosotros, dice, partimos de un hecho económico contemporáneo. Partimos de lo contemporáneo¿se entiende? De allí donde estamos, tanto Ud. como yo, reunidos,habitando con los otros un mundo común. ¿Para qué esta contemporaneidad, esta reivindicación de lo perceptivo que nos enlaza en un común tiempo y espacio, a no ser que sea aquella que nos permite verificar, con nuestro propio enlace sensible, que nos enlaza a los otros, la máxima densidad de mundo frente un pasado que sólo la imaginación retiene y a un futuro que no existe todavía? Esta preeminencia de lo actual, que da sentido a todo proceso, señala la preeminencia del enlace material del sujeto con el mundo humano material, el lugar de laverificación común. Volvemos otra vez: quiero señalar este mismo sitio donde está Ud. y donde estoy yo junto con los demás. ¿Se entiende que Ud., tanto como yo de la suya, necesita de mi perspectiva para dar término a su conocimiento? ¿Que todos estamos en la historia por derecho propio?
 
¿Qué debe hacer aquél que pretende modificar la realidad? Básicamente lo siguiente: no guiarse simplemente por las prácticas ratificadas por la burguesía, puesto que éstas contienen sólo los caminos trillados: modos de acción definidos culturalmente en cuanto a los objetivos a obtenery a los medios que se deben emplear. Una especie, por lo tanto, de “instinto social”. Negando este modo canónico de ser, debemos recuperar un contacto, una pregnancia con la realidad que no es la que se requiere para efectuar un acto a nivel de la práctica convencional. Diferenciemos entre práctica y praxis. La práctica se realiza mediante la lectura de índices de adecuación al objeto que presupone, como puntode partida/una concordancia básica con la cultura. Estos índicesson saliencias indicadoras que, sin transformar nuestrapropia realidad individual, nos permiten repetir conductasque hasta ahora han sido eficacesdentro del orden de mundo burgués. Pero si necesitamos modificarnos para poder emprenderconductas que apuntena modificar todala realidad, necesitamos entoncesquebrar el marco que para las modificaciones meramente prácticas (congruentes con la estructura burguesa) nos impone su cultura. Ese marco, en el cual inscribimos nuestra eficacia, somos nosotros, individualo colectivamente, quienes lo proyectamos sobre la realidad,que en tanto tal da para todo:para continuar la forma de ellos,para construir tal vez la nuestra.Para quebrar ese camino debemos aprendera ver y a enseñar a ver: debemos romper sus índices de realidad, que son congruentes con el mantenimiento de su orden; debemos comprender, a la luz de la teoría y de la organización revolucionaria, la manera de hacernos converger a la realidad y ordenarla de otro modo. De allí la tarea tanto políticacomo cultural que se requiere:hay que ir deshaciendo las significaciones coaguladas por la burguesíay con las cuales los hombres deforman su propia realidady se perciben falsamente a sí mismos dentro de ella. Hay que ir detectandopaso a paso los núcleos de obstrucción racional sobre los cuales la burguesía se asienta, sobre los que todos reposamos, porque viven irreductiblemente tanto en ella como en nosotros. Hay que ir deshaciendo la “forma” burguesa, desmigajando su armadura hasta hacerla sensible e intolerante. Hay que volver  a  hacer  sentir  lo  que  se  debe  pensar,  pero  hay  que  volver  a  pensar  profundamente  para  recomenzar  a  sentir  y  salir  del entumecimiento.
 
Desde una perspectiva revolucionaria debemos crear entonces una nueva racionalidad que se adose a la materialidad de nuestra situación, abrace su forma y haga brotar de ella, como posible ya contenido, su futuro. Entonces los índices con que la percibimos ya no serán los mismos; ni el tiempo de la realización revolucionaria ni el espacio de su actividad serán aquellos que amojonaban el contorno vital de la burguesía. Ni siquiera entonces la percepción de nuestros propios límites serán idénticos: se abre aquí una experiencia que expande la contención que la burguesía anudó en nosotros para hacer acceder la posibilidad de un nuevo enlace.Con las categorías burguesas que ordenan nuestro modelo de ser personal no resulta posible pasar de la práctica burguesa a la praxis revolucionaria, aunque sólo sea porque en la segunda se abre un riesgo,un peligro, un fracaso posibleque linda con la muerte y que la primera no contiene.En la burguesía la muerte es un accidente que sobreviene; en la revolución una posibilidad que vamos reparando.1
 
Pero a veces es también posible hacer como si hubiéramos pasado de la una a la otra: basta con ingresar a una comunidad revolucionaria institucionalizada donde la elaboración de las praxis, que viene dada desde afuera, desde lo internacional, se confunde con la mera práctica:una adhesión más riesgosapero que siempre, en última instancia, ocultará el riesgo de tener que destruir en sí mismo lo que más profundamente da miedo: los límites de la burguesía, que se confunden con nuestro propio ser.
 
Resumamos. En nuestra situación actual que pretende preparar el advenimiento de la revolución, ¿quiénes son los encargados de establecer la congruencia entre los índices de realidad y los objetivos revolucionarios que se persiguen?
 
Precisamente nosotros mismos que generalmente tenemos una estructura adecuadasólo a la realización burguesade esos objetivos. No nos engañemosque la cosa no es tan fácil. La teoría revolucionaria requiere,para darse el campo de una actividad que persiga objetivos que no están inscriptos a nivel de los objetivos burgueses, modificar la propia estructura individual para buscar esa nueva adecuación. El individuodebe hacerse el mediador entre la racionalidad teórica y la realidad sensible: la hace acordar, penetrar, conformarse al acontecimiento, la va llenando con su propia sustancia personal hasta hacer que adquiera realidad, hasta que se encarne en el proceso histórico. Porque en su generalidad, en su abstracción, la teoría revolucionariano es sino un esquema formal cuya amplitud,de prolongarse sin esta adecuación, se adosaría a la realidad sin modificarla. ¿Es el resultado a que nos lleva? Muy semejante al que persigue la burguesía: una buena conciencia de izquierda más.
 
IV
 
Cada militante, en la organización, debería vivir la racionalidad revolucionaria asumiéndolacomo una actividad que él mismo contribuye a revelar. Esta racionalidad vivida carecería de la conciencia de sus propios objetivossi el sujeto, hemos dicho, no se hiciera cargo de su función activa y creadora. Pero consideremos lo que comúnmenteocurre en nuestra izquierda. Bien puede darse, y se da de hecho, que las organizaciones de izquierda le propongan al militante actuar de modo tal que lo lleven a interiorizar la racionalidad revolucionaria en un solo nivel, en el aspecto político-social, ocultando así que la acción lo abraza en todos aquellos niveles personales que lo impulsarona ella. Pero esta parcialización es ya entonces una modalidadespecíficamente burguesa:corresponde a una de las facetas de su divisióndel trabajo alienada.
 
¿Cómo no ver que yo, tanto como Ud., nos movemos como un todo, una unidad en la cual la distinción inconsciente de un nivel es ya escisión,postergación de lo más propio? ¿Qué se logra con esto? Que la actividad subjetiva, relegada a lo “privado”, no se incorpore activamente al proceso, no se vea arrastradatambién ella en la actividad modificadorarevolucionaria: se condenaa la subjetividad a no aprehender su sentido en lo objetivo,a despojar a lo objetivo de su densidad. A lo sumo se socializa el ámbito privado, se le hace comprender su determinación política en el modo del renunciamiento, del sacrificio, pero con ello no se introduce la actividad subjetiva, privada, en la actividad política.Se permanece, como siempre, inscripto en un sistema que no resuelve la contradicciónentre lo objetivo y lo subjetivo; sólo se cambia una objetividad por otra, una forma social por otra, pero ambas, tanto la burguesa como ésta, que presume de revolucionaria, deja a lo más propio condenado el azar: se permuta un determinismo por otro en el “interior”del sujeto mismo. Y aunque esta intimidad esté ahora al servicio de la buena causa, aunque trate de sentir buenos sentimientos socialistas que se confunden, no es de extrañar, con los buenos sentimientos burgueses, sigue siendo un reducto marginado que no participa en la dialéctica de lo real. A esta conciencia que se asientaen las sombras de la cual no termina por surgir sólo se la determinó en función de otros “valores”: se le solidificó en otro nivel. Porque no nos engañemos a nosotros mismos: es teneruna forma racional, tener el conceptoteórico de un hombre, no es tener al hombre mismo: es tener una promesa de hombre. Así con el nombre de izquierda: se lo hizo “bueno” como antes se lo hizo “malo”: siempre desde afuera, sin tener la clave de la transformación, el secreto del trabajoque lleva al camino. Por eso., este tránsito de la burguesía hacia la actividad revolucionaria que debemos realizar,no alcanza a convertirse en una verdaderatransformación: de allílos renunciamientos, las decepciones, las actitudes que quedan luego como un cosquilleo primaveral. En tanto actividadpersonal la experiencia del militante —lo vemos continuamente—, queda tan muda como antes: no puede alcanzar su propia palabra porque seguirá hablando con la voz ajena, la de su máximo dirigente, o la del conductorde turno. Pero no habremosconstruido una perspectiva humana verificadora, correctora, creadora de significación a lo que todavía carece de ella.
 
Si la racionalidad que se revela en la actividad política de la izquierda es más eficaz que la racionalidad contradictoria de la derecha no es porque cambie de signo: es porque recupera todo el fenómeno humano, todas las significaciones convergentes antes separadas por la brutalidaddel abstraccionismo economista. Por eso puede decirseque la política burguesa es analítica, separadora, abstracta mientras que la de la izquierda sintética, concreta. Esta incorporación de significaciones antes insignificantes (prácticamente toda la vida del sujeto marginalizada así del ámbito social, toda su efectividad desconocida) es la que le permite adherir plenamente al fenómeno humano destruyendo las categorías que se ceñían estrictamente al contorno del privilegio y del temor capitalista.
 
Vamos viendoentonces en esta recuperación del sujeto no es un requisito “moral” que la dura lucha y la crudarealidad en su urgencia hagan prescindible. En efecto ¿qué dicen los Manuscritos de Marx? Entre muchas otras cosas, la siguiente: que la verdad pasa por el sujeto, se elabora en él; que la objetivación, que da forma al mundo humano, es la objetivación del hombre. Dice que la forma humana del otro es la que, a través de la mía, da sentido a todo enlace con el mundo. Dice además que la alienación no es un sello impuesto pasivamente sobre el hombre desde afuera;que la enajenación es, por el contrario, autoenajenación. Quiere decir: nosotros mismos hemos realizado, contribuido, al trabajo social de enajenarnos, y hemos participado por lo tanto activamente en la nuestra propia, sistema de producción mediante, si, es cierto, se nos dirá, que no podíamos hacer otra cosa, que sólo así podíamos llegar a adquirir”realidad social“, adecuarnos al sistema de producción, satisfacer nuestras necesidades. Pero eso, adecuarnos al sistema, sí lo hicimos. Pero dice además que el camino para suprimir la autoenajenación pasa por el cambio que nos llevó a la autoenajenación misma. De este trabajo de suprimir la propia autoenajenación el hombre de izquierda no está exento por el sólo hecho de serlo. La supresiónde la autoenajenación no es entonces un proceso instantáneo: implicadeshacer en nosotrosmismos la separación que escindió lo sensible de lo racional; así como una cosa hecha mercancía se escinde en valor de uso y valor de cambio. Significa devolverle el sentido a las cosas adquiriéndolo propiamente, O simultáneamente, nosotrosmismos. Decir autoenajenación quiere decir que hemos tenido que hacer, sometiéndonos, lo que el mundo burgués nos solicitaba para habilitar a vivir en él. Lo característico de la cultura burguesa consiste básicamente en esa adecuación que impone a cada recién llegado: hacerse contra símismo, lo que los otros ya son. ¿El tránsito hacia la revolución mantendránecesariamente este “contra sí mismo” como irreductible?
 
Por eso, hablar de “cultura revolucionaria” significa comprender primeramente cuáles son los caminos que nos permitan desarmar la trampa que la burguesía tendió en nosotros.Y el obstáculo que descubrimos cuando buscamos la actividad eficaz es el siguiente: los únicos caminos transitables, inmediatamente dados, por los cuales se nos permite conducir la actividad de izquierda, son los caminos amojonados por los modelos burgueses de rebeldía. Modelos que circulanatentos a las luces rojas y verdes, pero que sólo llevan, por último, al fracaso y a la justificación. Aquí, en estos modelos burgueses de rebeldía residen los enlaces sociales toleradosdentro de una congruencia que no fuimos capaces de deshacer: entre nuestra propia individualidad, nuestra sensibilidad así conformada, y el orden del mundo del cual depende. Y si la realidad está ordenada a la derechadesde dentro de nosotros mismos, puestos que fuimos hecha por ella, ¿cómo llenar con un contenido de izquierda a la teoría revolucionaria que recibimos con cargo de hacerla pasar a la realidad? ¿Cómo imbricar a la racionalidad revolucionaria para que anime a esta realidad social si no somos capaces de encarnarla, de situarla en el centro mismo de nuestra individualidad, por ahora ocupada por los modelos y las categorías de derecha? Una cosa es al menos cierta: la modificación no puede ser proyectada sólo a nivel de la objetividad política —que es el plano de la máxima generalidad— sino también convertir en política la propia subjetividad. Es decir, ser uno mismo el índice, el más cercano, de la imposibilidad de alcanzar la unidad de sí mismo dentro de la racionalidad burguesa, y del requerimiento tenaz de construir otro orden que nos contenga.
 
Nada más evidente, se dirá. ¿Acaso no estamos todos en esto? ¿Acaso no es ésta la experiencia cotidiana del hombre de izquierda? Me temo que no. La racionalidad burguesa,dijimos, tendió su trampa en nosotros, y no es una metáfora: puesto que aprendimos a pensar sin comprometer nuestrocuerpo en el proceso, pareceríaque el tránsito de la burguesíaa la revolución puede hacersesiguiendo el mismo esquema escindidode la burguesía: adaptarse a una idea sin un cuerpo que resuene, que se ordene con ella. Pero este escamoteo es posible: a nivel de la burguesíaporque la sensibilidad, así desdeñada, sigue aferrada a la tierra firme del mundo burgués que la sostiene: no necesita hacer el esfuerzo de sentir al mundo de otro modo porque ya, por su propio surgimiento, está afirmada sólidamente en la realidad. Los burgueses piensan en un nivel, pero sienten afectivamente en otro: están bien instalados en los dos. Tienen para ello la propiedad privada de la palabra, que les permite pensar, y la propiedad privada de las cosas, que les permite sentir, y todo sin mutua contaminación. Pero en el hombre de izquierda este equívoco, que a los otros aprovecha, no puede correr sin riesgo para la racionalidad revolucionaria misma. Vamos viendopor qué. Porque si no asentamos nuestra sensibilidad, nuestro cuerpo, en otro orden material que debemos crear, esta sensibilidad que no puede dejar de sentir como tampocode ser material, quedará entonces necesariamente asentada en el orden materialde la derecha.
 
¿Qué pasa si desconocemos que el primer cuerpo material sobre el cual se asientala racionalidad revolucionaria es el “cuerpo propio” del revolucionario que la hace posible? Pasará que esta sensibilidad de derecha será el campo, en tanto que ella se prolongaen nosotros, sobre el cual se asentará la pretendida racionalidad de izquierda ¿Quién podrá, ingenuo, creer en su “verdad”? ¿Qué podría resultarde este dualismo sino una patrañamás? Ya lo hemos visto: una racionalidad ascética, pura, incorpórea, inmaculada, que oculta la trampa que la formó y que en mérito a su permanencia pide que nos cerremos aún más. Lo contrariode una racionalidad marxista que adhiere a la “naturaleza” del hombre y la transforma. ¿No encontramos aquí alguna de las modalidades de la racionalidad vigente en la izquierda?
 
V- Función del modelo humano revolucionario en el proceso histórico.
 
Recapitulemos nuestro trayecto.Habíamos partidode la escisión que la burguesíaintroducía en el hombre, por lo tanto de la división que necesariamente formó en cada uno de nosotros.Pero vimos que esta escisión se prolongaba también en el militantede la izquierda. Y que la racionalidad que el sujeto adoptaba para leer el sentido del procesorevolucionario podía corresponder a un ejerciciode la capacidad de actuar y de pensar que, viniendo de la derecha como necesariamente venía, se prolongaba también en el hombre de izquierda manteniendo las mismas categorías adecuadas a la burguesía. Basta para ello con vivir apoyándose en un dualismo personal, hecho modo de ser, que a veces tanto el prensar como el hacer trata de encubrir:una razón, un modo de ordenar el mundo y la relación con los otros que no se hace cargo de la significación del propio proceso personal;de su relación con la forma sensible humana que le da sentido, puesto que se aleja del poder de transformación que reside en la experiencia, entre dolorosa y gozosa, del propio cuerpo que encarna las significaciones revolucionarias. Y esta pérdida de sí era posible: porque el hombre de izquierda no había enardecido su experiencia hasta modificar su sensibilidad que quedaba aferrada así al peso muerto de nuestra pasividad de derecha.
 
El problema quedaba restringido en señalar,para nuestra izquierda, el necesario retorno a un sujeto que colmara ese hiato abierto en él mismo por la burguesía. Y no por mera retórica intelectual. Este sujeto se revelaba comonecesario, imprescindible, para poder darse a la tarea de hacer surgir, entre nosotros, una comprensión que adhiere y abrace la peculiaridad, lo específico, de nuestro propio proceso histórico. Pero esta comprensión no la agotaba la racionalidad pensante del dualismo burgués: no era un acto que residieraen ese pensar a la izquierda que no se hace cargo de la inercia del cuerpo que siente a la derecha.Para aspirar a expresar la forma de lo leal esta comprensión revolucionaria exigía, hemos visto, que el sujeto reflejarael mundo en la medida en que, en su vivir sensibley pensante, se hacíacargo de él. ¿Qué sucedía entonces? Que esta comprensión, al hacerlo, transgrediera los límites de la pura racionalidad y apareciera ya como un obrar en el acto mismo de pensar. O, dicho de otro modo: la posibilidad de pensar radicalmente la situación en que nos encontramos sumergidossólo podía surgirde la decisión de modificacn —de la propia prolongándose hacia el mundo—, pues era la única que podía mostrarnosla racionalidad más aproximada al proceso al vivificarel sujeto su propio “aparato” perceptoradecuándolo a la tarea: al reconocer la estructura efectiva de su propio movimiento enlazado al mundo y a los otros.
 
Porque si queríamos salir de la cabeza y del cuerpo encallecidos del burgués simiente y pensante ¿habría de serlo para penetrar en el encanecimiento y en el endurecimiento de ese “militante” o “pensador” de izquierda que dio término a la dialéctica, que pegó el salto y cree estar ya instalado en el orden del futuro? Entonces, frente a este dogmatismo de su propio pasaje, nos preguntamos: ¿Para qué habría de servir el sujeto que necesitamos recuperar para la revolución si volvemos nuevamente a meternosen el molde del obrar que conformó en nosotros el modelo de hombre proporcionado por la divisióndel trabajo capitalista, por más que esté al servicio, ahora, de la “causa” socialista?
 
Hablábamos de la modificación del sujeto mismo, y esto no es meramente un esquema ideal: lo encontramos necesariamente —y aquí vemos despuntarla necesidad histórica no como una causa externa sino a nivelde la libertad del sujeto—allí donde todo proceso revolucionario efectivamente se realizó. Si el tránsito de la burguesía a la revolución aparece como una necesidad surgida desde el régimen capitalista mismo, esa necesidad racional debe ser leída comprendiendo en ella los aspectos humanos sensibles también necesarios que la hicieron posible, y que el dogmatismo y el oportunismo de izquierda abstraen como innecesarios: leen la racionalidad del proceso dejando fuera, como irracional, lo que no son capaces de asumir ni de modificar:el sujeto mismo, a sí mismos. Son, pese a todo, los que conservan en el interior de la izquierda el pesimismo y la desazóny la amargura de la derecha. ¿Cómo confiar entoncesen esa racionalidad presuntamente de izquierdaque ellos sostienen desde su propia materialidadde derecha? ¿Cómo confiar en sus “tácticas” y en sus “estrategias”? Lo que diferencia la izquierda de la derechano es meramente la organización del sistema de producción económica: es el sistema productor de hombres.Por eso la organización revolucionaria, su modo de prepararsey obrar, es ya la prolongación que adquiere la racionalización revolucionaria, su modo de prepararse y de obrar, es ya la prolongación que adquiere la racionalidad revolucionaria cuando pasa a la realidad. Y decíamos al comienzo que tambiénla estructura política revolucionaria se verifica a nivel del sujeto, puesto que el “determinismo” del procesohistórico no puede ser leído como necesario, y se convierteen irracional, si no integramos aquello que la racionalidad revolucionaria exige: al hombre revolucionario mismo, al modelo” humano de pasaje de una forma histórica a otra, sin el cual la nueva forma social no podría anunciarse nunca entre los hombres. Digámoslo de una vez: el proceso revolucionario es necesarioporque el sujeto mismo lo requiere para dar término a sus propios conflictos, para realizar al proceso que la lleve a su coherencia y su unificación. Se va viendo hacia dónde pretendemos ir: cuando hablamos de la “racionalidad revolucionaria” no queremos decir que el obrero se con vierta en un intelectual, ni el intelectual en un obrero:con ser sólo lo que son, ningunode ellos tiene el privilegio de la verdad.Nos referimos en cambio a lo que da término a la mera racionalidad del intelectual, o a la sensibilidad del obrero:al modelo humano en el cual el  conflicto  que  ambos  expresan  halla  su  superación.  Nos  referimos  al  modelo  humano  de  racionalidad  hecha  cuerpo,  al  nuevo ordenamiento hecho proyecto de solución,de esa organización de la realidad que aparece, como prototipo, en los conductores y dirigentes de los movimientos revolucionarios. ¿Conductores?, se me dirá. ¿Acaso Perón no fue uno de ellos? ¿Acaso no tenía él también su esquema revolucionario, su propia racionalidad? Pero entendámonos: no me refiero a la validez separada ni de la teoría ni de la actividad práctica. La doctrina “justicialista”, en tanto abstracción, no tiene validezen sí misma, como tampoco en sí misma la tiene la teoría marxista. El justicialismo no solamente es una falsa racionalización desde el ángulo de las ideas revolucionarias; no, aquí no reside la verificación de su verdad. Es falso, sobre todo, por el modelo de hombres que necesariamente lo encarnaronen tanto “modelos” que lo hicieron comprensible y en los cuales se encarnó como verdad histórica. La falsedad de esta teoría aparece ligada necesariamente a la “forma humana”condenada al fracaso que la produjoy cuyo sentido, en tantoactividad, con ser lo que fue, no se inscribió en la dirección de un procesode modificación revolucionaria. Desde algunosángulos el proceso peronista tuvo su positividad: no lo vamos a discutiraquí. Pero a nivel de nuestro análisis y de su fracasoes un buen ejemplo, sin embargo, entanto forma humana propuesta,de eficacia negativa, que linda con la contrarrevolución.
 
Modelo de contención burguesaese, siguiendo el ejemplo, que les acercó Perón. Modelo de racionalidad adecuada al capitalismo; que al mismo tiempo que les proporcionaba el sentimiento de su propio poder los sujetabaa las formas de dominio y de dependencia de los intereses globalescontrarios a su clase. Este ordenamiento hecho sensibilidad en cada peronista, este modelo de humanidad que se les impuso y que significó el abandono de la propia autonomía, fue el más tenaz de los dominios. Ya sabemos por qué. Porque surgió de una forma humana sensible que al ser aceptada, los llevó a encontrar su término lógico en las estructuras del poder burgués fomentadas y enaltecidas por el modelo. Aquí se ve bien cómo la forma humana es la expresión adecuadaa las formas de las instituciones y de las categorías racionales de una clase determinada. Trampolín que desde el modelo,a través de su modo de pensar y obrar, lleva a enlazarnos con las estructuras de producción y dominio, como vemos, elmodelo individual que el obrero sintió como propio en Perón, como adecuado a lasalida para su propio problema, era una trampa que la misma burguesía decantó en ellos mismos: adherirdesde lo propio,desde lo más personal, a lo que sintió como homogéneoconsigo mismo. Perón “estaba en el corazóndel pueblo”: cada uno lo llevaba latiendoen sí como su propia forma. Sin darse cuenta sin embargo que esa homogeneidad sentida entre Perón y ellos, ese margen que la reflexiónno delataba, era lo que tenían,en tanto obreros,en común con la burguesía misma: un sentido modo de adherir a una forma de vida que mantenía, como inamovible, la estructura global en la que cada cosa y cada acto cobraba su definitivo sentido. Así la conquista “material”, efectiva con ser tan modesta, no revelaba un sentido humano: se inscribía con ligeras variantes en un mismo modelo de vida cuyos valores culminantes eran, exaltados para sí mismos ahora, los valores culminantes de laburguesía. La materialidad peronista era la misma materialidad abstracta del materialismo individualista burgués.Por eso el obrero no pudo sentir ladiferencia de clase que Perón, como mediador, borraba. ¿Por qué? Porque esa diferenciaera para ser sabida, racionalizada, no para ser sólo sentida. Aquí el orden afectivo del “sentir” permanece sin cobrar concienciade la racionalidad muda que lo mueve, sin abrirse a un nuevo y distinto orden, aferrado alas categorías y al modelo de ser que la burguesíanecesariamente conforma en todos sus hombres. El obrero sentía con todo lo mejor de sí mismo, tal vez, pero ese “mejor” sentidoestaba modelado también por la contabilidad valorativa burguesa. De allí que esa complacencia que vivían a través de una imagen de sí mismos devuelta aduladoramente por Perón desde el poder fue una de las facetas del proceso que más daño le hicieron a la clasetrabajadora: remachar la alienación condenándolos a perseguir la supresióndel dominio capitalista siguiendo el camino que los llevaba de nuevo a su punto de partida.Dicho de otro modo: no poder hacer el tránsito de la sensibilidad burguesa a la racionalidad revolucionaria. Con la imagen de Perón adentrono es muy anchoel camino de osadíay de reflexión que se podía  seguir:  un  militar  burgués  que  sigue  latiendo  adentro  de  cada uno  señalando  con  su  sístole  y  su  diástole  los  límites  de  su irresponsabilidad: un “pobre de ellos” que se transformó en un “pobre de mí“: el despertar de un sueño ilusorio del que todavía no se salió. Pero este recurso a Perón no es más que un ejemplo en el camino que nos lleva a tratar de comprender que la racionalidad revolucionaria, la comprensión intelectual del proceso,debe encarnarse en la sensibilidad del hombre modelándola frente a estos nuevos objetivosque el descubrimiento intelectual le señalaba: que no hay cuerpo burgués,sensibilidad, sentir burgués que pueda proponerse, sin paralela modificación, la racionalidad que buscamos para una transformación radical. Esta síntesis propia delegada en otro, este modelo de salida que fuePerón, que los llevaba a no desanudarel lazo de opresiónsino a soslayarlo, fue una forma de tránsitoaparente que contenía el fracaso comosu límite, y es lo que nos muestra más claramente lo que queremos subrayar:la necesidad ineludible de la racionalidad también para la clase trabajadora, la ruptura para el oportunismo. Téngasepresente que esta concepción que aquí desarrollamos no excluyela creación colectiva: sólo analiza uno de sus momentos. Por el contrario: si hay síntesiscolectivas racionales éstas surgen como convergencia de síntesis parcialesindividuales que nacen de una acción común. Pero siempre hay alguien que las impulsa,algunos que la mueven, que las encarnan con mayor decisión.Esta síntesis vivida por todos debe verificarse como posible al menos en uno para alcanzarsu dimensión de posibilidad humana: es la figura del héroe, del prototipo, que une en sí mismo lo racional con lo sensibley lo hace acceder, por su coraje, vividamente para los otros.
 
Hay uno que emerge haciendovisible, como forma humana de un tránsitoreal de la burguesía a la revolución, el camino hacia la transformación que todos podrán recorrer.Así adquiere forma humana sintética lo que hasta entonces era disgregación colectiva, anuncio vago, existencia virtual. El conocimiento, a nivel de la praxis social, siempre tiene “forma hombre” para poder ser vehículo de transforma ción: siempre requiere tomar cuerpo en alguien para unificarse.
 
Sólo así se convierte en acceso a lo real la coherencia racional meramente pensada o sentida. Adquirir forma humana quiere decir que aquél que pensó y sintió necesariamente obró: que abrió el camino hacia la realidad al menos en su propia persona. Esta garantía mínima es una garantía revolucionaria: aquí no hay privilegios de extraterritorialidad para nadie. Entiéndase: el pensar y el sentir que se hacen obra, trabajo. Por lo tanto, que en cuanto pensar está ligado al de todos aquellos que piensan para abrir esta nueva racionalidad. Que en cuanto sentir está ligado a la carne de todos los que sufren el desequilibrio y fueron producidos por una estructura de dominio semejante. Y que en cuanto obrar trata de hacerlos acceder a esta dimensión de mundo quepor su propia síntesis vivida prolonga.Así el modelo de hombre, ese esfuerzo de unificación de lo sensible y lo racional, significa el intento de abarcar concretamente al mundo: en lo que tiene de materia con sentido, de cuerpo con razón.
 
Esto es lo que determinará para los otros el camino humano de una modificación efectivamente posible, porque ya está ciertamente hecha al menos en uno. La realidad tiene ahora su límite preciso; la ensoñación vaga pierde su desbordey adquiere el contorno que la promoción realizada por el héroe, por el militante creador, le señala.Y esto se consigue porque en la figura del hombre que osó la racionalidad revo lucionaria se hizo humana, corpórea,porque emergió desde ellos, desde el sostén de la fuerza en la que el modelo se apoyó para vencer la fuerza represora de la burguesíay concebir una posibilidad distinta.Para vencer hacia afuera una represión efectiva,hecha prisión o fusil, es preciso sentir en el proletariado o en otros hombres esa fuerza que, disponible y orientada ya desde su propia necesidad, podrá reconocerse en quien la encarne y la dirija. Un riesgo, ciertamente, que sólo la fuerza individual que comunica con esa fuerza contenida logra correr, pero que nunca surge de la sola teoría. Y así se produce este proceso de “masas” que la burguesíano quiso nunca explicar, pero que siempre utilizó: la síntesis que les alcanza a todos, por identificación, de forma ajena a forma propia,de cuerpo a cuerpo,desde adentro, como adecuada a cada uno.
 
De allí la dificultad del tema que desarrollamos. Tratar el problema de la cultura revolucionaria encubre una osadía que sin embargo debemos enfrentar, y es ésta: ¿mo ayudarle al hombre argentino a constituir las condiciones de objetividad destruidas, coartadas,abstraídas en el procesode producción de hombres de la burguesía? ¿Cómo devolverles, a través de otraforma humana, la capacidad de desalienar la suya propia?
El énfasis puesto en la idea de alienación, que tantos ahora citan de Marx, significa poner en el centro del análisis algo mucho más grave: ni más ni menos que la primacía de la forma humana revolucionaria, la destrucción necesaria del dualismo personal para acceder a la comprensión del proceso histórico.La incoherencia en las ideas, a nivel intelectual, no es sino otra modalidad del escamoteo, a nivel personal. Quiere decir: debemos poner en el centro del análisis la necesaria modificación del individuo para poder percibir revolucionariamente elacontecimiento que se quieremodificar. Pero esto que se producea nivel personal tienemucha importanciaa nivel político, porque dependeráde cómo el militante o el dirigente se perciba a sí mismo para que, a su vez, la percepción de los otros, de aquellos con quienes pretende trabajar para efectuar la revolución, se modifique. La imagen de esta época de “masas” con la que algunos revolucionarios de izquierda trabajan no difiere mucho, en los hechos, de la imagen de la “masa”que la burguesía se formó: se la “trabaja” a nivel de lo que se cree son sus “intereses” porque no se tiene el coraje de proyectar sobre ella una posibilidad distinta. Se la percibea nivel de las reivindicaciones burguesas, pero como si ese ser dependiente fuese para ellos una modalidad “natural”: como si no hubieran tenidoque realizar el proceso de la autoalienación, de la penetración individual en el ser alienado de la burguesía.Por eso se es incapaz de proponerles, desde allí, una alternativa coherente que enlace ese proceso con una actividad efectivamente revolucionaria que les permite desandar el camino de la propia alienación. Así se piensa el resultado —los obreros— sin el proceso: la enajenación que llevó a ese resultado. De allí la falsa imagen que se dan: la masa, que no entiende; la masa, que tiene el líder que se merece; la masa, halagable y sensiblera: la masa, que persigue sólo lo útil, etcétera. Pero esta reducción empirista no es el fruto de una percepción objetiva de la realidad: es fruto de la propia proyección individual, de la propia pobreza y falta de confianza en los principios que, sólo racionalmente, se dice sostener. El desafío personal que lleva implícito pensar a los hombres de otro modo es el que impera allí donde el proceso revolucionario, ya en camino, ha permanecidofiel a la forma del hombre. Pienso, por ejemplo —y bastaríauno solo— en la revolución cubana. Sin excesiva idealización podemos afirmar que allí sus miembros son consideradoscomo “personas”, no son “meloneados” “nimanejados” por alguien que, más vivo, poseyerala clave de la inteligibilidad de los demás y, por lo tanto, conociera el “mecanismo” para hacerlos marchar. Pero no porque deje de habérseles, en grandes concentraciones, en común; tampoco porque no se los organice colectivamente; ni siquiera porque no se hagan mitines o reuniones donde, según supone, la burguesía,el individuo “espiritual” pierde sus condiciones específicas para adquirir caracteres cercanos a la animalidad: el momento propicio en el cual sus bajas pasiones contenidas habrían de desatarse. La fuerza de la multitud, en efecto, puede ser una fuerza revolucionaria o una fuerza burguesa: puede aullar retornando a la “animalidad” que la burguesía le adjudica como su objetivo,porque permanecen,en tanto salen de ella, dentro de los valoresespecíficos de la burguesía.Entonces la multitud no hace sino querer unlversalizar de golpe lo que cotidianamente, en la clandestinidad del privilegio, los miembros de la burguesía quieren. Pero la fuerza de la multitud que puede desecharlos yquerer objetivos que se le descubran como propios,y encontrar en su fuerza reunida,  pero  organizada,  el  descubrimiento  de  mo  alcanzarlos  en  la  realidad.  El  problema  de  la  diferencia  entre  un  modelo revolucionario y un modelo burgués está en lo que se solicita de los hombres, en la imagen que se les devuelve de sí mismos a través de los modelos de hombres que los conducen.Esa fuerza que Fidel Castro suscitó, por ejemplo, le permitió a él llegar a unificaren su momento lo disperso y lo posible de la clase trabajadora, que se reconoció en su modelo de modificación, de coraje, de riesgo, de osadía,de pensamiento: de hombría hecho prototipo de la forma humana necesaria para alcanzar la transformación efectiva de una realidad nacional. Él hizo con su vida, como ejemplo salientede lo que muchos otros hicieron en común, la demostraciónde que           lo pensado era humanamente posible. Un locoantes que se convierte, por el trabajo, en el supremamente cuerdo, en el índice de lo que todos debemos comprendercomo real. Y pasemos ahora a lo nuestro: ¿Qué hizo Perón con su vida, qué imagen les devolvió a nuestros trabajadores a través de sí mismo, qué nuevos valores humanos hizo acceder a nuestra realidad, qué nueva síntesis nos expresó con su existencia política y su destierro, qué hizo de la fuerza humana sobre la que se apoyó?
 
VI- ¿Y nosotros?
 
En funciónde este acceso vivido a la realidad,de esta síntesis de lo que fue disperso por la incongruenciade la actividad burguesa,el mo delo revolucionario procura hacer acceder a la realidad. Una unidad posible que él ya esbozó a partir de sí mismo. Atrevámonos a decirlo: la izquierda, entre nosotros, no supo suscitar ningún modelo de hombres revolucionarios que contuviera, que constituyera en síntesis personal, ese ideal por ahora abstracto de la izquierda. Ni formó ni ayudó a formar: nuestra izquierda, desconfiada de sí misma, ni siquiera ha sabido enaltecer a sus héroes, hacerlos vivir más allá de sus muertes y de sus sacrificios, aunque los valores que crearan fueran, como necesariamente lo son, parciales. Esta mezquindad de nuestra izquierda, celosa del grupo propio, desconfiada y hostil del ajeno, ¿cómo podría comprender la realidad si no comprende lo que está más próximo a ella, si un primer acto consiste en endurecerse frente a otro hombre de izquierda, como si ese acentuamiento de lo propio significara necesariamente la negación completa de lo ajeno? Es extraño, y significativo, que sigamos reservando el procesode la síntesis paralos juicios, remitiéndolos al plano de lo conceptual, pero no nos preocupemos por hacerlavisible a nivel del hombre mismo. Pero esta síntesis no sólo no se realizóen un hombre (señal de que sus dirigentes, o cualquiera de nosotros, carecimos hasta ahorade la fuerza de encarnación, de concreción, como para materializar en una forma humana la creenciaen los ideales que sostenemos). Tampoco hemos sido capaces de extraer de nuestra dispersión la exacerbación de esa fuerza que la izquierda podría haber alcanzado —si realmente creyera en lo que hace—. No hablemos ya de la desconfianza en nosotros mismos. Si realmente creyéramos en el proletariado, si realmente contáramos con su fuerza y no fuese la suya sólo una imagen psicológicamente enardecida para complementar nuestra incongruencia vivida a nivel de lo real, esa energía que teóricamente le asignamos al proletariado realmente hubiera pasado a nosotros: se hubiera hecho acto político,se hubiera hecho teoría nacional,se hubiera hecho literatura revolucionaria. En cambio hemos hecho de la actividad políticanuestra “obra de arte“, quiero decir nuestro complemento imaginarioque compensara así una deficiencia real que no asumimos fuera de este plano simbólico a pesar de que lo vivimos como si fuese real. Nuestra izquierda, en su mayoría, es expresionista, lo cual es una manera de decir que actuamos, que representamos nuestro propio drama del imposible tránsito de la burguesía a la revolución, tal vez para no reconocerlo, para no enfrentarlas condiciones de la realidad misma como doloroso y cruel punto de partida.
 
Dijimos que la falta de percepción de nuestra propia realidad individual necesariamente deforma, al adaptarla a sus propósitos, la realidad social sobre la que debemosactuar. ¿Vemos, acaso, realmente al proletariado cómo es? ¿Hasta qué punto no hemos deformado su realidad? Porque sucede que la fuerza del proletariado, en la cual apoyarnos, aunque no estuviese con nosotros pero estuviese en lo suya, podríamos haberla  sentido  como  propia:  hubiéramos  vivido  así,  desde  nuestro  marginalismo  burgués,  la  decisión  proletaria.  Pero  es  preciso entenderse: si la clase obrera está alienada, y nosotros no hemos podido hacer lo nuestro porque no contamos con su fuerza,más allá de la verdadde esta afirmación queda algo irreductible: tampoco sin embargo hemos sabido extraer esa fuerza al menos delámbito en el cual vivimos nuestros propios conflictos de clase: de nosotros mismos. ¿Somos una fuerza o no? ¿Qué quiere decir entonces este conglomerado de izquierda que siempre mira de costado, más allá de sí mismo, hacia la clase trabajadora pidiéndole que ella sí haga la unidad, que ella sí superesu alienación, que ella sí realice los actos de pasar a la realidad, pero que no mira hacia sí mismo para ver nuestrapropia dispersión, nuestra propia incapacidad de reunir esta energía desperdiciada e impulsar hasta constituirla en una efectiva fuerza que se juega en actos propios dentro de la realidad? ¿No jugará en unos y otros la misma represión? ¿No será la misma presencia del poder represivoque detiene la eficiencia de nuestros actos, la profundidad de nuestro pensamiento, el reconocimiento de una realidad que no puede ser asumida revolucionariamente sin poner de relieve lo que el poder oculta:el riesgo de la vida? Pero este riesgo de la vida, ya lo vimos, no es sólo —y especialmente para la izquierda— la presencia del fusil y la picana: son los límites que la burguesía estableció en nosotros, con sus categorías mentalesy morales que señalan en cada acto nuestro el desvío sentido como peligroso, la presencia de lo desconocido que debemos afrontar: los límites de realidad que ella nos fijó como propios.
 
Y si fuéramos incapacesde asumir el riesgo, siquiera éste que tiende a desentrañar el sentido de lo real, entonces ¿para qué simularlo? Y cuando lo asumimos, la gratuidad misma del resultadoinscripto en una realidaddeformada por el temor, esa gratuidad ¿no nos muestra este drama del hombre de izquierdaseparado que todos alguna vez hemos sentido: el sacrificio estéril cuyo recuerdo se borrará para siempre de la memoria de los hombres? ¿Y si para no enfrentar aquellode lo que sí realmente somos capaces estuviésemos acentuando una diferencia sólo para sentirla, agrandando su imagen —la imagen de la revolución— pero para no construirla, paso a paso, en la realidad?
 
Por eso decimos que no se trata de crear voluntariamente al héroe: éste surge, y nunca solo, con su propio sacrificio comprometiendo el nuestro cuando las fuerzas de producción lo citan indirectamente, porque en esas circunstancias alguien gira su propia vida contra el futuro que esa fuerza contiene. Estas fuerzas han creado el lugar humano en el cual logran sintetizarse y aparecer como hombre posible. Por lo tanto, como aquél hombre que va señalando con su actividadpropia el modelo de un camino transitable, puesto que se evidencia como humano para todos. Ni la clase trabajadora ni la izquierda supo darse ni reconocerse en un “modelo” nacionalrevolucionario, y si el éxito aquí se confunde con las más profundas ambiciones burguesasde hacerle trampas a la realidad, de hacer las cosas como si se las hiciera verdaderamente, porque otros adquirieron así el poder, esto señala la persistencia entre nosotros de un modelo de tránsito,confesémoslo o no, burgués pero no revolucionario. Así con el modelo de Perón por ejemplo. La permanencia de la figura de Perón como modelo de tránsito hacia la clase trabajadora —eslabón hacia la revolución— que muchos utilizan todavía, es una resultante nuestra que querrámoslo o no, hemos necesariamente interiorizado. Esa imagen quedó entre nosotroscomo una imagen de éxito y de eficaciaallí donde toda otra eficacia de tránsito hacia sus trabajadores, inscripta a nivel de una revolución verdadera, aparece con el rostro de una muerte posible quees necesario eludir.Por un motivo u otro el modelo de Perón fue nuestro. ¡Generación de Pepsi! ¡Somos la “generación de Perón”! De allí que su imagen sea la seducción inconfesa que todos, en la izquierda, hemos por un momento sentido: constituye, la suya, una categoría “nacional” que nos tenemos merecida. Si esta realidad lo hizo su héroe, si de su substancia está amasada, como imagen de triunfo y de eficacia, todo tránsito a la realidad, Perón tiene entonces la sacralidad que une lo finito y lo infinito: tiene para la izquierda la clave de un misterio —el tránsito al proletariado— que no pudimos de otro modo hasta ahora resolver. Porque debemos reconocerlo: algo, tiene Perón queno tiene la izquierda. Sí, efectivamente, algo tiene, que es necesario que nos lo saquemos definitivamente de la cabeza para pensar la realidad: la fuerza de la derecha, la no creaciónde un pasaje revolucionarioa la realidad, la permanenciaen lo homogéneo de la propia clase. Tiene aquello con lo que nosotros no podemos contar,a no ser que abandonemos el sentido de nuestros objetivos que contienen la destrucción de este modelo humano burgués como su necesidad.
 
Este esfuerzode creación no puede sernos ahorrado. Y en última instancia, aunque nada es seguro,sabemos ya anticipadamente que este camino al menos lleva al fracasoy a la frustración. Consecuentemente, que sólo nos queda una salida. Y esa salida espor ser creada entre nosotros. ¿Seremos capaces de aceptar nuestro destino, de animar la densidad de la historia con la fugacidad de una vida?
 
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1- Esta referencia a la norma “occidental” en la muerte burguesa es la que sirve para ocultarel escándalo cultural de la muerte que llega por la propia mano del hombre. Así como ese infeliz de Guillermo Martínez Márquez,colaborador naturalmente de La Prensa, que hace el siguiente cómputo sobre la muerte de los norteamericanos en Vietnam: “Apesar de la intensificación de las operaciones militares en Vietnam, bastaría comparar el caso con otro cualquiera para comprender que lo que está en juegono es tan importante desde el punto de vista material como moral. Por ej., durante el año 1965 los (norte) americanos muertos en accidentes de tránsitofueron 49000, mientras las víctimasde Vietnam ascendieron a 1.724. Los heridos en el tránsito llegaron a tres millones y medio, y en Vietnam a sólo 6.100. Y el costo de los accidentes llegó a cerca de 8 mil millones de dólares”. (Z« Prensa, 2/II/66). Naturalmente, este cubano al servicio de sus amos no integra en sus cómputos de pérdidas” la vida de los otros. Sólo se trata allí de la vida ajena. Véase cómo se ejerce así la destrucción delsentido cultural: la muerte intencional queda aquí reducida al residuo que deja una mera práctica social:lo accidental.


Preludio para un cyborg de las pampas: entrevista a Patricio Suárez // Agencia Paco Urondo

Agencia Paco Urondo entrevistó a Patricio Suárez, a propósito del reestreno de CARNE ARGENTINA (Preludio para un cyborg de las pampas). Director, músico, performer y docente, su trabajo se sitúa entre las artes vivas y visuales, donde combina danza, performance y teatro, con la investigación sobre materiales, dispositivos tecnológicos, el diseño sonoro y la composición audiovisual. Se formó con Ricardo Bartís, Pompeyo Audivert, Mariana Obersztern, Emilio García Wehbi, Rhea Volij, entre otros. Es autor y director de “Carne Argentina (Preludio para un cyborg de las pampas)”, coreógrafo y director de “La trampa del paraíso perdido”, y co-creador de“Experimento Heliotrópico”. 

 

 

Agencia Paco Urondo: “Carne argentina (preludio para un Cyborg de las pampas)”, mucha información en este título, tentador empezar por ahí. ¿Cómo surgió la obra? ¿Por qué preludio y cómo aplica el concepto de cyborg y su significación en esta pieza? 

 

 

Patricio Suárez: Es una cita al “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy, pero es secundaria. La idea de preludio surge por el hartazgo que me produce la idea de “proyecto”, tan arraigado en nuestra época, donde la vida misma se volvió un proyecto para otra cosa. Frente a la propuesta de convertir cada cosa que hacemos en una empresa, me gustó pensar el proceso de creación como un preludio. Como le escuché decir a Giuilia Palladini, la idea de preludio como algo inacabado, una práctica del desvío, un arte menor que se da otros permisos. Es fascinante escuchar cualquier preludio de Bach, por ejemplo, o el preludio en Do sostenido menor de Rachmaninov. Parece que están jugando, improvisando alrededor de una idea, demorándose, sin una intención finalista. En el caso específico del montaje escénico, la pregunta sería cómo defender la frescura y la potencia del fragmento, cómo extender los límites de la investigación particular con determinados cuerpos, imaginarios y materiales, sin que se vean coartados por la idea relato tradicional, o las obligaciones formales de la idea de “obra”. La pregunta que me rondaba al comienzo de los ensayos, tenía que ver con los mecanismos que posibilitan la construcción de ficcionalidad escénica por fuera de los parámetros convencionales de la fábula teatral. 

En simultáneo, el título juega con los dos tópicos centrales que recorren la pieza: la revisión de la educación sentimental masculina y el adiestramiento represivo de los cuerpos “viriles” -exacerbado por la violencia policial y callejera de mi adolescencia-, y por otro, el laboratorio social en el que vivimos, que combina la fantasía de la carrera tecnológica con una precarización cada vez mayor de la existencia, y un empobrecimiento de la experiencia. Como si dijéramos, “somos carne de cañón, somos carne puesta al servicio de una serie de automatismos instalados que -para no ser apocalíptico- no sabemos bien a dónde nos llevan. Esto es solo el preludio, pero la mutación es inminente”. 

En este sentido, respondiendo la última pregunta, la afirmación cyborg de la obra consiste en que, lejos de estar a salvo en una asepsia moral, nosotros mismos nos construimos como sujetos en composición y contaminación con nuestro medio desde una dinámica deseante pre-moral. El mercado ha logrado que nos transformemos en modelos publicitarios de nuestra propia vida. Somos cuerpos-imagen-máquina-oferta con los que habitamos nuestra sociedad, en un espacio público cada vez más reducido a las redes sociales. Tenemos un cuerpo identitario hecho de pixeles, virus, bits y megas. Somos esa oferta y esa demanda, pero al mismo tiempo, somos también un cuerpo, que como dice Gloria Alzandúa, en la profundización de ciertas prácticas recupera su inteligencia mágica con el medio. En esta línea, el concepto cyborg de Haraway nos permite pensar también un cuerpo anómalo, inadecuado, una corporalidad que intenta estar a la altura de las demandas de adaptación y rendimiento, éxito y reconocimiento del laboratorio social, pero que, al no conseguirlo, produce por default -o por exceso- otras vías de experiencia. Su malestar de mutación requiere de un espacio todavía inexistente, que podemos nombrar como “una comunidad por venir”. 

 

 

APU: En algún lado leí que la obra motiva una reflexión sobre el mercado y su paradigma, la construcción simbólica de las masculinidades. ¿Cómo conectás los imaginarios de la/s masculinidad/es en el mundo actual?

  

PS: Patriarcado y capitalismo, “un solo corazón”. Entiendo que el paradigma del mercado como el del estado, son patriarcales. Las lógicas de autoridad institucional y las estructuras políticas siguen siendo patriarcales, aunque incluyan a mujeres en los más altos puestos. La ciencia y hasta la mitología occidental está concebida desde una perspectiva patriarcal, por momentos disfrazada de biologicismo. Federici muestra cómo el proceso de acumulación originaria del capitalismo, al mismo tiempo que privatizaba las tierras que habían sido comunales, entregaba como contraprestación el cuerpo de las mujeres, por un lado persiguiéndolas y matándolas como brujas, permitiendo la violación sin pena legal, y en su versión más educada y biologicista, reduciéndolas al espacio doméstico y la función reproductiva y de cuidados, 

Por otro lado, desconfío de la asertividad con la que se menciona la deconstrucción masculina, o la integración simplista de la irrupción del movimiento feminista en nuestras vidas. Veo que las nuevas generaciones tienen varias cosas superadas, por eso suelo estar más en una posición de escucha. Me parece que antes de hablar de deconstrucción como password de época, hay que revisar a fondo nuestra educación sentimental, no sólo formateada en nuestros entornos familiares machistas, sino moldeada también -como si se tratara de una segunda naturaleza- por la violencia policial sistemática en nuestra adolescencia, por la humillación institucional hacia lo distinto, minoritario o disidente, y por nuestro temor al fracaso, y su otra cara, la exacerbación de la competencia: la demostración de fuerza como exorcismo desesperado ante los fantasmas de la vulnerabilidad, la fragilidad y la impotencia. ¿En qué zonas de nuestra experiencia el patriarcado sigue configurando nuestra obediencia e infelicidad? Me pregunto desde el humor, si existe la oportunidad de revisar nuestros patetismos, nuestros puntos ciegos.

A eso se suma la lógica del “yo marca”. En este tiempo tan yoico y narcisista, de pura acumulación de likes y experiencias, recurrimos al concepto cyborg para pensar una involución que permita una ampliación sensible, hacia zonas foráneas del modelo utilitarista de los afectos, los vínculos, el lazo social y las corporalidades. Volviendo al paradigma mercantil, parte de la investigación coreográfica y de movimiento está inspirada en el concepto de simpoiética -o simbiogénesis- desarrollado por Donna Haraway. Desde la composición física, partí de la idea que presenta la autora sobre los “holobiontes”, es decir, ese encuentro simbiótico “entre desconocidos” que hace posible su supervivencia. Para ello diseñé junto a Lucas Pisano y Aldana Varela unas capuchas que unen las cabezas por una especie de cordones umbilicales. Estos personajes a los que llamamos “bichos”, van transitando un proceso de individuación: de tres, pasan a ser dos y uno suelto, donde el dos comienza a adquirir características vinculares y afectivas más humanoides, y hacia el final de la obra, vuelven a aparecer ya los cuatro completamente atomizados desplegando un conjunto de fuerzas físicas que situamos en la frontera entre lo mamífero y humano, como si estuviésemos frente a una humanidad involucionada o sin el diseño de terminación “humanista”. 

 

 

APU: Entre los textos se menciona que tu exploración artística indaga sobre un teatro silencioso, que desconfía de la potencia de su palabra. ¿Qué resonancia tiene el silencio y cómo lo llevás a escena? 

 

 

PS: En esta obra aposté a una semántica de la imagen, los gestos y las materialidades, por sobre la semántica del lenguaje. Es decir, pensar la construcción de sentido desde las relaciones concretas entre los cuerpos, el tiempo, el espacio y los materiales. Pensar con esas imágenes materiales y no con palabras, rajar por un rato de la prisión de la sintaxis y el discurso, con su sentido progresivo, evolutivo. Es cierto que el proceso de creación estuvo afectado directamente por la pandemia del COVID-19. Ensayábamos por fuera de la ley del “quedate en casa”, y de repente el discurso del teatro se volvía un poco ingenuo, frente a la contundencia de las imágenes y experiencias sensoriales que teníamos al salir a la calle o mirar un rato los diarios. No quiero caer en el lugar común de que la realidad supera la ficción, porque no creo en esa dicotomía, al contrario, creo que lo que llamamos realidad está organizada en base a una estructura de ficciones a la cuales le otorgamos arbitrariamente el privilegio de la verdad, u obedecemos por cuestión de supervivencia. Pero sinceramente en ese momento cualquier texto dramático dicho en escena, incluso la oferta de obras online me parecía completamente ineficaz, sin capacidad de afectarme en lo más mínimo. En ese contexto, ¿qué tenía para decir el teatro? 

Por otro lado, la sociedad contemporánea evidencia su incapacidad para asignar un lugar específico a las formas de producción cultural. Todo se ha vuelto escena, desde la comunicación y la política, a la vida cotidiana en las redes. Por lo tanto, queda sustraído de plano el valor de uso del trabajo artístico, para producir el fetiche inmediato de su valor de cambio en las redes y plataformas de promoción.

Por estos motivos, me gusta la idea de una escena al desnudo y balbuceante, que perdió la letra, ya no sabe lo que tiene para decir, y sin embargo conserva la voluntad de exponerse. Un cuerpo alienado que se separa del pueblo, ya no para denunciar, señalar, argumentar, emocionar desde un pedestal simbólico, sino simplemente para exhibirse objetualmente, sin pretensiones ontológicas. Y respecto al ritmo escénico, la construcción de un tiempo interrumpido y discontinuo, sin la ansiedad ni la tendencia teleológica de los grandes significados. 

En este sentido, nos inclinamos a construir poética desde una dramaturgia del silencio: tomando una referencia literaria, podemos pensarla como la “punta del iceberg”. La potencia expresiva de la “punta del iceberg”, reside en la democratización del sentido, nos permite defender la posición política de negarnos a declamar o pedagogizar, y dejar que la última palabra quede en discusión. El deseo es conservar una apertura, para que el sentido brote del encuentro con el público, para generar un contacto real, un choque que nos haga descubrir la cantidad impensada de asociaciones y significados emergentes, de los que no habríamos podido dar cuenta en la soledad del proceso de creación. Creo que esa es la verdadera contundencia democrática del teatro, y no tanto el lugar común del “convivio” o la supuesta “presencia” de los cuerpos. Si para algo sirve la creación artística, creo que es para ser más tolerantes, con lxs otrxs y con uno mismo. Es un gran ejercicio de escucha y tolerancia respecto al tiempo no utilitarista de las cosas reales, y una invitación a poner en duda la batería de certezas –ideológicas, estéticas, vinculares- que creemos ilusoriamente haber conquistado. 

 

 

APU: ¿Cuál es la propuesta al público? ¿Qué lenguajes – formatos llevás a escena? 

 

 

PS: Carne Argentina (Preludio…) es una obra de artes vivas con espíritu experimental que combina la danza, el teatro físico y las artes visuales. Rami Cortez, Mateo de Urquiza, Gastón Gatti y Javier Murphy, dan vida a seres híbridos, formados por materia viva, basura y dispositivos electrónicos. La pieza avanza a saltos, de una atmósfera a otra, a partir de un montaje abierto. Las escenas van configurando relatos en dimensiones paralelas –un laboratorio genético, un futuro distópico de ciencia ficción clase B, un ámbito urbano-, componiendo un tejido ficcional donde la repetición de ciertos signos conduce un flujo narrativo de tipo onírico. Las instalaciones escenográficas y varios vestuarios están construidos con material reciclado de descarte, elección que distorsiona el presente con un futuro distópico. La proyección de las pantallas y los efectos evolventes del diseño lumínico y sonoro, nos hace viajar entre espacios rurales, basureros, parques vespertinos y revueltas callejeras. Este hilvanado de episodios, gira en torno a la pregunta sobre qué es y cuánto vale un cuerpo hoy, y qué tipos de vida deseamos construir en un planeta en crisis; ciertas características del capitalismo, como la competencia absurda, la indiferencia ante la muerte, la violencia y el fetichismo mercantil; y las tensiones éticas del arte independiente, que oscila fatigosamente entre el acomodamiento y la protesta.

 

Carne Argentina (Preludio para un cyborg de las pampas) | Reestreno 23/3

Funciones: desde el 23/3, todos los jueves de marzo y abril a las 21h.

Teatro El Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA).

Entradas por: https://publico.alternativateatral.com/entradas76141-carne-argentina-preludio-para-un-cyborg-de-las-pampas?o=14

 

 

Agencia Paco Urondo

Adriana Barenstein 

 

 

 

 

Nace un desecho // Diego Valeriano

Donde hay una necesidad nace un desecho, un acuerdo con el FMI, una obediencia permanente, andar corriendo los camiones en el Ceamse para rescatar algo. Ir a un acto para poder entrar en el listado de altas del plan. Comerte verduguedas, vigilanteadas, explicaciones, encuadramientos. Una consigna falopa que se vuelve amarilla de vieja que se puso así de rápido, una opinión por likes, pura delegación del estado de ánimo. Un cargo donde trabajas de contar muertas, un rincón en una secretaría donde esconderse, un posteo por las dudas. Un contrato, un plan, un subsidio a una radio que ya no dice nada. Un taller de formación donde se discute el capitalismo pero no se puede hablar de que te sacan el 10% de lo que cobras, que si no movilizas no hay bolsón, que el delegado no da más de  atrevido con las pibas. Una necesidad, un desecho, lo que podemos. Ese odio a los políticos que crece en los pibes, el desinterés total cuando casi la matan y la salida por el lado de esa derecha anímica porque por izquierda ya no hay nada más que obviedades, consignas, desafectaciones y a veces Massa y a veces Berni y a veces nada. Y los 40 años de democracia que se parecen al largo tiempo de una condena, de una convivencia, de un trámite, de una internación, de un basural a cielo abierto. Ninguna necesidad, nada que recordar, cero memoria, solo el desecho que se volvió la vida, el sueldo, el bondi, la mesa, las pocas ideas que creemos que tenemos, nuestra vida que antes parecía un poquito  mejor y ya no es nada.

Una mano en el archivo, la otra despejando hacia adelante // Entrevista a Diego Sztulwark

Un grillo en tu almohada (GA): Quisimos tomar dos puntos de partida o dos números: 47 años del golpe y 40 años de democracia que se están entremezclando este 2023, y también dos momentos de esta conversación, uno que tiene que ver con tu propio trabajo y otro que tiene que ver con lo que trabajaste con León Rozitchner. Recomendamos para quienes no conozcan, una puerta de acceso a ese trabajo pueden ser los videos de conversaciones con León Rozitchner de hace unos cuántos años que se encuentran en el canal de YouTube de Lobo Suelto, unos videos muy bellos. Pero para empezar hoy, queríamos pensar el terror y cuánto de la dictadura llevamos dentro, en el sentido de cómo inicialmente el terror se instaura de adentro para afuera, pero fue forjando unas subjetividades que tal vez se atreven a pensar, a soñar, a amar solo dentro de los ámbitos del formato neoliberal. Si tuviéramos que pensar el inicio de ese proceso instaurado por la dictadura y qué significa el terrorismo de estado hoy, ¿por dónde irías vos, insisto, en la actualidad?

 

Diego Sztulwark (DS): Es una gran pregunta, difícil de responder de una manera tan clara como me gustaría. Creo que se puede empezar por decir lo siguiente: los años del terror militar, que son también los años del terror empresarial y eclesial, todo eso no podemos separarlo, ya lo sabemos, son años donde el terror es ejecutado por las fuerzas armadas y las policías, pero como brazo armado de un bloque de poder que es un bloque muy sólido en la Argentina y que no ha sido desarmado ni cuestionado nunca. Lo que sí ha sido, afortunadamente, cuestionado es el brazo militar, el brazo armado. Entonces, por suerte, hoy que estamos en una crisis política de proporciones no está la amenaza del golpe militar, ahí estaría la gran diferencia con respecto a lo que pasaba hace 50 años en el país. 

 

Ahora, ¿el terror persiste aún cuando el brazo militar no es una amenaza que pesa sobre la democracia argentina? Esa es la gran pregunta que nos enseñó a hacernos León Rozitchner, pero que también nos enseñaron a hacernos las madres de Plaza de Mayo. Yo creo que sí, que subsiste, y que es una muy buena pregunta intentar entender a través de qué mecanismos. Me parece que ya en la pregunta está lo que podríamos plantear como un primer esquema de respuesta, dicho de la siguiente manera: es cierto que el neoliberalismo le ofreció a la sociedad argentina un estilo flexible de subjetividad, de lenguajes, las redes sociales, de vestimenta, de libertades sexuales, de libertades corporales, afectivas, hedonistas, de consumo. Es indudable que la propuesta que hoy le hace la derecha argentina a la población tiene un tipo de flexibilidad que es radicalmente opuesta a la que le hacía hace 50 años, que era básicamente una estricta rigidez que emanaba del terror militar y del terror de la cruz. Ahora, entre esas dos posiciones, ¿hay realmente una ruptura, una ruptura que podríamos festejar como ruptura democrática? Ahí me interesa mucho el personaje de Milei, porque le veo una gran continuidad. Es un personaje que puede reivindicar al mismo tiempo la necesidad del terror militar en los ‘70 y la mayor libertad de mercado para este presente. Lo que quiero decir es que la libertad de mercado que hoy se nos presenta es una continuidad paradojal pero, a su manera muy perfecta, del terror militar. O, si ustedes quieren, que el terror militar puso las condiciones para la actual libertad de mercado, que es una libertad que nos permite a nosotros vestirnos como queramos, hablar como queramos, pero jamás cuestionar las relaciones de poder y las jerarquías económicas brutales que destrozan a esta sociedad. Entonces, el terror militar está en el comienzo de un terrorismo económico que es el principal dato de la situación política argentina actual. 

 

GA: Hubo momentos donde los debates de las izquierdas en general, los movimientos populares, tuvieron más que ver con lo que podríamos denominar las condiciones objetivas. En las últimas décadas tal vez, hay quienes van proponiendo, trayendo de nuevo a León Rozitchner, cuyo texto más conocido puede llegar a ser La izquierda sin sujeto, es decir que ya lo planteaba hace varias décadas, empezar a preguntarse ¿de qué estamos hechos cuando nos vamos a vincular con ese mundo que queremos cambiar? ¿Con qué leyes, con qué herramientas, con qué cabeza, dicho más en criollo, queremos cambiar las otras cabezas o el mundo concreto, el mundo objetivo que está afuera nuestro?

 

DS: Cuando Rozitchner volvió del exilio en Venezuela, solía usar una frase que se trajo de allá, que decía “¿con qué culo se sienta la cucaracha?”, que es una manera muy cómica de preguntarle al mundo de las izquierdas en general, digamos, a todos nosotros, con qué cuerpo sostenemos las cosas que decimos. Él tenía otra manera, más filosófica, de plantear lo mismo, que es una máxima que decía “cuando el pueblo no lucha la filosofía no piensa”. Vale decir, que todas aquellas cosas que ocurren en el plano de las cabezas y de los lenguajes, siempre tenía que ser revisado, contrastado, verificado con lo que pasaba en el campo de los cuerpos y de los afectos. Una de las cosas que podemos decir hoy es que estamos ante un aire de los tiempos de muchísima decepción para el mundo que genéricamente llamaría de las izquierdas, extendiendo la palabra izquierdas, por supuesto, a lo que algunos llaman campo popular, lo nacional-popular, el campo democrático-progresista, la idea de que es necesario transformar las invariantes de la desigualdad y de la explotación. Quienes decimos estas cosas, me parece a mí que estamos en un tiempo de decepciones, no se cuan intensas ni cuan duraderas. Pero entonces me parece que esa decepción, o especie de tristeza política por el hecho de que, como viene diciendo la vicepresidenta de la argentina en los últimos meses, a 40 años de democracia llegamos con un diagnóstico que dice que el poder judicial es una mafia, que hay un estado paralelo y que el poder económico toma a los dirigentes políticos, incluso a los que son referentes del voto popular, como mascotas. Esa decepción está planteada de una manera muy clara, muy gráfica y está circulando de una manera muy brutal. Ante eso, creo yo, la militancia política corre el riesgo de volverse comentarista política, de comentarnos entre nosotros todas las imposibilidades, todo lo que no se puede hacer, de volvernos nostálgicos de una u otra época. Entonces, me parece que todo este aire de frustración y de nostalgia que está precedido por un diagnóstico brutal sobre el hecho de que todo el esfuerzo gigantesco que se ha hecho en el 2019 para sacar al macrismo no ha redundado en un programa mínimo democrático popular que funcione. A eso le llamo yo momento de desilusión. 

 

Tengo la impresión de que es un buen momento para pensarlo rozitchnerianamente. Quiero decir, vincularse nuevamente a los momentos de lucha, o a los momentos de una emocionalidad igualitaria, o a los momentos últimos en los que, por ejemplo, los feminismos populares, los movimientos de derechos humanos, los movimientos juveniles, los movimientos que están luchando contra las formas neoextractivas, las formas genéricas de democracia que circulan en nuestra ciudad hoy, por ejemplo, en el centro de la Ciudad de Buenos Aires y otras partes del país, esos 24 de marzo que tienen algo de ritual, pero también algo de persistencia y de transmisión que es absolutamente único en el mundo. Me parece que estamos en ese punto, en el que tenemos que ser capaces de volver a escuchar cuál es nuestra capacidad efectiva de movilización y a pensar desde esa capacidad efectiva de movilización porque si no, sí corremos el riesgo de quedarnos sin instrumentos para cuestionar esta herencia tan pesada que dejó la última dictadura militar en esta democracia. 

 

GA: Recomendamos la lectura de un artículo respecto de lo que recién comentaba, publicado hace unos días, titulado “Qué estrategia”, y también respecto de esta insatisfacción, una charla, reciente también, que se llama “La impotencia política” en Venado Tuerto, ¿puede ser?

 

DS: Sí, en Venado Tuerto, a fin del año pasado. 

 

GA: Retomando por ahí, te lo voy a decir a lo bruto para dar el puntapié: habiendo tantas personas, tantos compañeros, compañeras poniéndole el cuerpo en muchas cosas, porque, por ejemplo, la crisis en pandemia hubiera sido imposible sin la organización popular asistiendo al propio pueblo, digamos, o asistiéndose entre sí misma, o buscando alternativas para la subsistencia. Hay mucha gente por abajo laburando sin la capacidad de articularse, entonces, dicho en criollo sería: no sabemos como entrarle en este momento a cómo construir algo propio más allá de esperar a ver cuál es el menos peor en las elecciones. 

 

DS: Me parece que diste en el clavo con lo que me hubiese gustado plantear en Venado Tuerto. ¿Qué cosa es la impotencia? Esto tiene dos lecturas. Una es la que nos ofrece el enemigo, la derecha reaccionaria, que dice “ustedes no son potentes, ustedes no pueden actuar bien ni pensar bien y, por tanto, están condenados a una especie de derrota, son los derrotados de la historia”. Por supuesto, ese es un mensaje absolutamente canallesco de un enemigo militar al que hay que derrotar. Punto. No me detengo más en ese tipo de cosas porque me parece que son simplemente mensajes a destruir. Ahora, hay otra idea de impotencia que es: cómo hacemos nosotros, que podemos tantas cosas, que podemos actuar como redes vivas en el plano de los DDHH, en el plano de los cuidados, en el plano de una inteligencia efectiva que encontramos en los lugares de trabajo, en los barrios, en el arte, en las terapias, en la reconstrucción una y otra vez del trabajo del tejido popular como fue por ejemplo el movimiento piquetero del 2001, como fue la pandemia que vos dijiste, ¿cómo es que toda esta capacidad lingüística, afectiva, intelectual, territorial, estética, terapéutica, pedagógica, no podemos articularla en términos de una nueva práctica política? Ahí la impotencia es otra cosa, no es que no somos sujetos potentes, es que no encontramos una articulación lo suficientemente activa como para trasladar todo esto a la gran confrontación política sobre la igualdad, sobre la desarticulación de las mafias, sobre la protección de los ingresos y los salarios. Entonces, estamos trabados en un punto muy puntual, y me parece que lo que tenemos que pensar es “qué forma política”, qué forma política nos podríamos dar, nos tenemos que dar. Esa no es una discusión que vendrá de un dirigente o una dirigenta salvadora que dos meses antes de las elecciones nos van a decir qué es lo que podemos votar. Con eso no alcanza, eso se está destruyendo a paso acelerado. Tenemos otros desafíos. 

 

Hace poco hablaba con un teórico político no precisamente de la izquierda, que me decía que esta coyuntura está dominada por tres vectores, no solo en la Argentina. El primero es la extraordinaria desigualdad social, el segundo es la irrupción de las redes sociales, que es un lenguaje muy específico que tiene su propia velocidad y sus propias reglas internas, y  el tercero es una suerte de reacción emocional de masas. Las tres cosas juntas, decía esta persona, la izquierda no las pueden elaborar: las izquierdas son demasiado argumentales, demasiado racionales, demasiado elaborativas. Me quedé pensando, porque la persona que me explicaba esto era de la derecha, y lo que me explicaba era las razones por las cuales la radicalización actual se va por derecha en muchos lugares del mundo. Me quedaba pensando, agradecido además por delimitar tan bien el punto del enfrentamiento, cuál es el punto exacto de la batalla en la que estamos. Nos toca a nosotros preguntarnos qué pasa con esa desesperación emocional, cómo conectar con esa desesperación emocional, saber que se nos ha tendido una trampa, saber que todo el lenguaje descriptivo que nosotros tenemos para poder describir exactamente las trampas en las que estamos, tiene que ser capaz de conectar con esa desesperación. Y me parece, tenemos que ser capaces de encontrar cuáles son nuestras maneras, nuestros espacios, nuestro lenguaje, nuestra manera de intervenir exactamente en ese punto. 

 

GA: En La ofensiva sensible conversabas con un referente pero de izquierda, Alejandro Horowicz, ligado a este tema, respecto a cuánto de cambiar aquello que está en el ámbito del discurso y cuánto de efectivamente construir una práctica transformadora concreta -lo pongo yo desde mi memoria en estas palabras, ustedes lo habían conversado más claramente- ahí aparecía también la idea de un índice propio, volviendo al tema de la subjetividad y cómo se vincula uno con su barrio, su vecino, o la gran política, que son los índices propios que nos permiten pensar la angustia personal, social y qué hacemos frente a eso. Lo quiero ligar, nuevamente, al tema de cuánto la conformación de una subjetividad neoliberal nos hace ir negando los malestares, las imposibilidades de vivir plenamente y nos acostumbremos a pequeños sueños -como comprar una bicicleta en cuotas- en lugar de vivir en un mundo justo, por decirlo de alguna forma. ¿Qué podés decir respecto de este punto en cuánto a las contradicciones o las dificultades que hay entre unas vidas que se van dando más o menos en función de unos mandatos neoliberales y unas prácticas que se van ensayando pero que todavía no logramos oponer como alternativa?

 

DS: Bueno, una pregunta extraordinaria. Voy a intentar recoger varias de las cosas que dijiste. Una primera llevaría la firma de León Rozitchner, que quiere decir que la politización siempre tiene que partir de un índice personal, de cómo nosotros nos inscribimos en nuestro presente. En La ofensiva sensible me tomo muy en serio el hecho de que nuestra manera de ser en esta época es la manera de no cuajar, con una frase que le robo al filósofo catalán Santiago López Petit. Tener una inscripción anómala en el presente, no ser lo suficientemente productivos, no estar lo suficientemente bien dispuestos, no ser lo suficientemente presentables, tener ataques de pánico o angustias que no se entienden, ataques de ira o simplemente motivos ideológicos para no cuajar en este presente. Este índice personal me parece fundamental, y acá paso a la segunda parte, esto lo tomo de una filósofa brasileña que se llama Suely Rolnik, que decía hermosamente que el neoliberalismo lo que hace -lo dice hermosamente pero es terrible lo que voy a decir- el neoliberalismo lo que hace no es simplemente ofrecernos consumos porque si fuera eso sería el socialismo. Si el problema fuera que se nos ofrecen consumos, no sería un problema, sería una felicidad. El problema es que el objeto del consumo o el servicio de consumo, aquello que consumimos sustituye el punto de elaboración de nuestros índices personales o vitales. Vamos a decirlo así: hacemos del objeto de consumo un tipo de estabilización para mantenernos lo suficientemente presentables para el mercado. Entonces, lo que leo, el desodorante que uso, la bicicleta que compro en cuotas, no valen por el hecho de que me aumentan el campo de disfrute; valen por el hecho de que me permiten sustituir un problema que no puedo plantear, que es el que efectivamente me angustia, y el que efectivamente me repliega, y que resuelvo por medio de un elemento que me promete estabilidad. 

 

Entonces, no es el problema de que sea un objeto de consumo, al contrario: el disfrute de lo producido por los sujetos, por las personas y por la naturaleza es extraordinario. El problema es que el consumo lo incorporamos sometidos a un tipo de dispositivo muy específico que llamamos neoliberal. Entonces, acá si vuelvo al razonamiento de Alejandro Horowicz, que me parece actualmente una de las voces más claras para la crítica política. Horowicz muestra muy bien en un libro llamado Los cuatro peronismos, que en el año ’46 y en los años ’69-’73, hubo en la Argentina un intento de las clases obreras de democratizar el país, de producir desde su propia actividad, su propia movilización, un intento de redemocratizar las fuerzas sociales. En el ’45-’46 eso se llamó peronismo. Entre el ’69 y el ’73, todo eso desembocó en el camporismo. Pero en los dos casos, lo que hubo como respuesta fue una derrota político-militar de esas clases trabajadoras. La última dictadura intentó que eso no ocurra nunca más. Apuntó a destruir las bases sobre las que una nueva clase trabajadora pudiera forzar un movimiento de democratización en el país. Dicho esto, lo que nos encontramos en los últimos años es que en el 2001 el movimiento piquetero intentó algo parecido, tal vez el movimiento feminista, de los feminismos populares intenta algo parecido. Pero las bases estructurales por las cuales un colectivo fuerte, potente, productivo es capaz de redemocratizar las instituciones del país quedó, por el momento, bloqueado. Entonces, quiero ligar las dos cosas: la única posibilidad de poder tener una relación de disfrute con los objetos de consumo es replantear las estructuras de dominación, cuestionarlas. Para eso hace falta un gran movimiento de democratización, y un gran movimiento de democratización no viene desde arriba, viene desde abajo. En ese punto estamos trabados. 

 

GA: Se decía de la URSS que podía garantizar alimentos para todo el mundo pero no podía hacer un buen par de zapatos que conformara a alguien. Voy al problema que planteás del consumo en el sentido positivo. Entonces, pensemos en Venezuela, en un gobierno que de golpe construye herramientas que hace que gente que estaba caída del mapa pueda acceder a sistemas de transporte, etc., e inmediatamente quienes van ascendiendo social y económicamente van exigiendo acceder a fuentes de consumo. Traigo entonces a Jorge Alemán, que viene trabajando estos temas. Afirmación y pregunta: uno cree que la derecha ha comprendido bastante más al sujeto que las izquierdas, de qué está hecho el sujeto en ese sentido de la necesidad de gozar, de una serie de circunstancias, y a veces a las izquierdas nos sigo viendo -partiendo del punto de que la crítica siempre le cabe a uno mismo- más preocupados por seguir deteniéndonos en cuestiones que; parecería que las políticas no están llevadas adelante por personas, cabezas que piensan, que sienten, etc. Entonces ¿cómo creés que estamos, o si es válida la pregunta de si no cabría comprender a lo mejor, más el sujeto para construir un proyecto político de izquierda, en el sentido que decís vos, de quienes se enfrentan a ciertas injusticias estructurales?

 

DS: Yo veo que las descripciones que viene haciendo Jorge Alemán, con quien tengo un diálogo bastante intenso, privado, personal, están circulando mucho, y creo que hacen un aporte en el sentido de mostrar este enunciado que decías vos y que tomo, que dice que la derecha entiende mejor al sujeto que la izquierda. Esto, en el lenguaje de Jorge Alemán, hasta donde entiendo, querría decir que la izquierda se hace una serie de ilusiones voluntaristas respecto del sujeto. Supone que siempre hay ahí un pueblo de izquierda o nacional-popular que está en condiciones de por sí de llevar adelante una transformación y después viene la decepción, algo así como que el sujeto lo traiciona. Que al final el sujeto se va con la derecha, le interesa más consumir que politizarse y habría siempre una traición que el sujeto le hace al movimiento democrático popular. 

 

Yo estoy en una conversación con Jorge Alemán en donde veo que ese aporte de él circula mucho. Yo lo confronto un poco con lo que podríamos llamar el análisis de León Rozitchner de los años ’60, La izquierda sin sujeto, que vos citaste antes. Porque me parece que lo que advierte León Rozitchner ha quedado poco escuchado, y es el hecho de que lo que llamamos “el sujeto” no está constituido. No hay un sujeto, no es cierto que haya un sujeto nacional-popular o de izquierda que luego traiciona. Más bien, no lo hay, y no lo hay por una razón que Rozitchner ofrece y me parece que vale la pena pensarlo y es que lo que llamamos el sujeto ya está predeterminado por el capitalismo mismo. Lo que llamamos el sujeto, o, en términos personales, el hecho que cuando me angustio salgo a consumir cuando pueda y como pueda para estabilizarme y entonces busco formas de financiar mi estabilidad emocional como pueda, ese sujeto que soy yo, ese es un sujeto neoliberal incluso cuando eventualmente vote una cosa u otra. Si asumo mis intereses, prefiero que gane el peronismo y no la derecha porque me va a bajar los salarios y no voy a poder comprar más. Entonces, incluso cuando hace un voto progresista es un sujeto neoliberal, y por lo tanto la idea de una izquierda sin sujeto en Rozitchner obligaba a un trabajo mucho más exigente que tal vez muchos intelectuales hoy no quieren hacer, que es ir mucho más abajo en el sujeto mismo y preguntarnos si hay o no hay en nosotros algo que resista a esa manera neoliberal o capitalista de hacer sujeto, si hay o no hay experiencias en las que prolongamos nuestra potencia corporal y mental en otros para crear otra escena de consumo, otra escena de la politización, otra escena de la salud compartida, otra escena de la pedagogía, otra escena del pensamiento, otras formas de movilización. Y claro que hay índices de eso, y quiero ser claro: en el 2001 hubo algo de eso. En los movimientos feministas hay algo de eso. En los movimientos indígenas en América Latina por momentos aparece algo de eso. Entonces, no es que no lo haya, sino que lo que llamaríamos la política populista de izquierda no quiere ir tan lejos. Se conforma con una especie de política un poco más superficial que dice “durante mi gobierno vos tuviste mayores ingresos, ahora defendé esto”. Ahora, cuando vas a “defender esto” te encontrás con el compañero Alberto Fernández y el compañero Sergio Massa. Entonces, me parece que sí hay un problema al interior del campo popular, el campo de las izquierdas, el campo democrático, llamémosle como queramos, que es a dónde vamos a ir a buscar a ese sujeto, hasta dónde estamos dispuestos a escarbar, qué tipo de experiencias estamos dispuestos a sostener.

 

GA: Las estructuras políticas partidarias actuales, sea en frente o no en frente, parecerían no preocuparse demasiado por la crisis de participación que lleva muchas décadas pero cuando uno escucha a Milei hablar de la casta política, “los políticos” dice él, siendo diputado, una serie de cosas por el estilo. Pero cuando uno mira, sin ir más lejos, en Bahía Blanca el consejo deliberante local, o lo que uno ve en las propias estructuras, sigue habiendo políticos profesionales hablando de la democracia pero bastante desvinculados de una construcción que le de a esa democracia una conexión con lo que incluso ya existe articulado por abajo, es una sensación que te pregunto si compartís. Parecería que en la conducción profesional política, los políticos profesionales, incluso los partidos del campo popular hoy no están tan preocupados por acercar la organización de base, popular, que existe, donde por ahí se intentan cosas a las que hemos hecho referencia, al entramado de lo que después termina siendo un frente electoral, sigue abonando a lo que después capitalizan los Milei con esta idea de casta política y esa separación entre pueblo y las estructuras que después dan disputas electorales. 

 

DS: Claro, volvemos un poco a la situación anterior. Por un lado, la idea general de buena parte de la militancia según la cual el pueblo siempre existe y siempre está ahí. Es una idea complicada porque tenemos que entender que en el 2015 el pueblo votó a Macri, que lo volvió a votar en el ‘17, en el año ‘21 dejó de votar en buena parte al Frente de Todos, y que hoy, según nos amenazan los encuestadores, Milei podría ser votado por una cantidad de jóvenes de barrios populares, uno tiene que hacerse una pregunta un poco más complicada sobre qué cosa es ese pueblo y hasta qué punto ese pueblo no es una y otra vez construido neoliberalmente así como nosotros como individuos lo somos. Alcanzaría con que uno vea su propia vida para entender cómo funciona este mecanismo. Por otro lado, me parece a mí que la vicepresidenta tiene una lectura muy justa sobre el hecho de que por lo menos hace una década, desde el 2013 para acá, toda tentativa de reforma democrática ha sido sistemáticamente bloqueada por las clases dominantes. Ya van 10 años que toda tentativa de jugar en el campo político implica poner algún tipo de candidato de derecha, el propio campo popular para evitar que gane el macrismo. A veces sale, a veces el macrismo gana de todas maneras. Pero la táctica, salvo algunas excepciones notables como fue Unidad Ciudadana, cuando se planteó una especie de interpelación a todos aquellos que están peor hoy que con Macri, no importa a quién hayan votado, una especie de organización de todos aquellos que se identifican como perjudicados del neoliberalismo. Hay algunos momentos que son un poco diferentes, pero sino lo que tiende a predominar es la idea de que hay que ganarle el centro a la derecha, una especie de tacticismo muy brillantemente conducido pero que en el trayecto de una década nos muestra que el resultado de todo ese camino es una incapacidad absoluta de plantear los tres puntos que el propio Frente de Todos vino a plantearle al país: combatir a las mafias -básicamente, el poder judicial- no se puede, reducir la desigualdad no se puede, proteger los ingresos no se puede. Son tres claudicaciones muy catastróficas y que tienen como efecto la erosión de la propia fuerza. Producen un efecto de debilitamiento político-electoral. Entonces, en primer lugar, me parece que hay una diferencia que hacer entre Cristina y el resto de los dirigentes políticos, porque Cristina tiene una gestualidad sostenida que habla con las inconformidades de muchos sectores sociales. Hay muchos sectores sociales que, peronistas o no, ven en Cristina una gestualidad de no sometimiento y entonces la conversación con Cristina siempre es un poco más compleja. 

 

Hace dos sábados estuve en un formidable plenario del partido de la Ciudad Futura de la ciudad de Rosario. La ciudad de Rosario se ha convertido en un espejo muy ilustrativo de la conurbanización del país: policías que están completamente asimiladas al crimen organizado, crimen organizado que no es otra cosa que la ilegalidad de las clases dominantes, cómo eso prolifera en los barrios, en los territorios, organiza una economía. Y ahí, en ese contexto tan complicado, el partido de la Ciudad Futura, que es un partido organizado a partir de movimientos sociales y que no pierde su dinámica de movimiento social, que ni siquiera se piensa a sí mismo a partir del Estado, sino que entiende al Estado simplemente como uno de los momentos que hay que ocupar o uno de los momentos que hay que articular desde la dinámica de movimiento social. Yo estuve en un plenario donde había chicos y chicas de la facultad que decían cosas muy brillantes y también había señoras y señores que son vecinos de los barrios de Rosario y contaban un poco cómo en los barrios se iba viviendo la situación, y ahí me encontré con un discurso que es no nostálgico. Es decir, es un discurso que podía decir “nosotros estamos acá porque a partir del 2001 en la Argentina la dinámica de los territorios supone una dinámica de movimiento social, porque hemos aprendido muchísimas cosas de los feminismos populares, podemos entrar en una interlocución con Cristina pero no entramos en el dispositivo político del peronismo, de La Cámpora, digamos, los grupos que hoy están más activos, mantenemos una suerte de vitalidad de militancia activista de los territorios y desde ahí proponemos planes concretos para lo que está ocurriendo”. Entonces, ese tipo de iniciativas, insisto, no nostálgicas, que tienen una relación con el Estado diferente, no es ya una política burocrática que representa electoralmente a personas, sino movimientos sociales que se organizan para producir momentos nuevos. Me parece que ahí hay algo. Por supuesto es una experiencia de Rosario que recién se está extendiendo a algunas otras ciudades de Santa Fe, no es algo que uno pueda plantear como una alternativa nacional constituida ni mucho menos, pero son como si te dijese pequeños textos, pequeños momentos, pequeños ejemplos de algo que podríamos intentar nosotros pensarlo más, contarlo más, ponerlo en circulación para que la conversación no se nos vuelva una conversación sobre la decepción. 

 

GA: Fundamental este punto, para ponerle puntos suspensivos a la conversación, tengo una última pregunta, que tiene que ver con la charla de Venado Tuerto. Te voy a citar mal, en todo caso para que vos lo rearmes, que es algo así como que si bien hoy nos cuesta encontrar por dónde, hay una tradición intelectual argentina, fuentes de enorme valor. Cuando hablabas hace un ratito, pensaba en David Viñas. La última pregunta entonces es, hay cosas para leer, no, de la tradición política, así como hablaste de Alejandro Horowicz, o hablaste de León Rozitchner, si alguien interesado o interesada en esta charla dijera “qué puedo ir chusmeando”, ¿qué autores o autoras recomendarías?

 

DS: Bueno, me acuerdo en la charla en Venado que planteaba que ante la pobreza del presente, tenemos un archivo espectacular, extraordinario, que por supuesto si uno lo va a asumir solo con la pasión del coleccionista no nos va a servir para el presente. Si uno pudiera con una mano agarrar el archivo y con la otra despejar hacia adelante, quizás podríamos pensar este presente leyendo algunos textos muy importantes. Tendríamos mucho para decir sobre esos textos, pero dado que ya hemos nombrado a muchos y para no repetirnos voy a nombrar a dos personas y decir por qué me parecen tan fundamentales como para ser nombrados hoy. Una es Hebe de Bonafini, que por supuesto no es una filósofa, no vamos a ir a comprarnos libros escritos por Hebe, pero sí estudiar un poco qué fue esa vida, cómo fue esa pasión, cómo fue esa madre de un conurbano, en este caso más bien de La Plata, cómo vio la desaparición de sus dos hijos, cómo surgió Madres de Plaza de Mayo en plena dictadura. Eso hay que tenerlo muy en cuenta, que el movimiento quizás más potente que ha tenido la Argentina en los últimos 40 o 50 años surge en condiciones de extraordinaria represión, de tristeza política infinita, de imposibilidad de hacer nada, cómo ahí un grupo de mujeres empiezan a producir los signos que van a determinar 40 o 50 años de lucha democrática. Y luego me parece que lo que hay que pensar muy bien todo el primer período de la democracia en donde las Madres de Plaza de Mayo le dicen una y otra vez al sistema político que mientras no haya una respuesta clara sobre lo que pasó con sus hijos, dónde están, quién los mató, etc., ellas no pueden aceptar como válida la ley. Es decir, el derecho que todos tenemos a decir que la ley será legítima solo en los momentos en donde se da respuesta a las grandes inquietudes, a las grandes injusticias, a las grandes pendientes que tenemos. Yo creo que ahí tenemos en las Madres de Plaza de Mayo, en las que fueron llamadas “las locas de Plaza de Mayo”, un primer gran momento de reflexión de nuestro archivo. Este primer 24 de marzo sin Hebe, me parece que Hebe vista de esa manera es una gran figura de nuestro país y de nuestra memoria política. Y el otro es Rodolfo Walsh, que fue secuestrado, detenido-desaparecido, baleado en la calle un 25 de marzo de 1977, es decir que se cumple también aniversario de su asesinato. Con Rodolfo Walsh tenemos un enorme momento, no solo literario, periodístico, político, sino que tenemos el momento, refiriéndome sobre todo a su gran texto Operación Masacre, que es el momento en donde el militante, el escritor, el investigador atraviesa la frontera, va a ver quiénes son los fusilados. 

 

GA: “Hay un fusilado que vive”, escucha, y a partir de su vida ahí cambia. 

 

DS: Exactamente, ir al barrio obrero, conocer las casas, saber los nombres, entender los fenómenos democrático-populares con las vidas concretas, con cada una de las vidas concretas que ahí se reúnen. Walsh hace todo esto, como sabemos, siendo un antiperonista. Hace una travesía que consiste en una y otra vez entrar en contacto con esas vidas que están recomponiendo lo popular, y entender que el dolor de lo popular es un lugar dinámico, no fijo. Es un lugar donde se crean situaciones, no donde las situaciones quedan definitivamente congeladas. Poner el lenguaje a disposición de la recomposición de lo popular me parece una enorme lección de Rodolfo Walsh, hoy muy traicionada por el lenguaje de los medios, el lenguaje periodístico en general, el lenguaje en el que solemos hablar entre nosotros, siempre a distancia del dolor, siempre a distancia de la desesperación, y con un lenguaje formateado por los medios. 

 

¿Hay algo más lindo que leer en el tren? // Diego Valeriano

 
Aprendimos que leer es otra forma de segundearse. Escribimos nuestra biografía por la sola necesidad de leerla, de constatar que eso que está acá adentro no va a ser solo olvido. Para entender que esta experiencia única no puede ser repetida como trabajo, burocracia, farsa. Nos leemos, intuimos las cosas de otra manera, seguimos andando. Andar, leernos, segundear. Hurgar en las páginas de cualquier libro mientras el tren avanza. ¿Hay algo más lindo que leer en el tren?
 
Marquitos no daba más de mimoso, tenías que verlo cómo le gustaba que le leyeran cuentos, cómo se concentraba, cómo acompañaba con la mirada las palabras que salían de las bocas, se escapaban, trepaban al cielo, las nubes, al sol. ¿Hay algo más lindo que leerle a quien queremos?
 
Leer es uno de los ejercicios principales de la amistad, del aguante, de la comunión. Ale cuando es Marquitos es un lector zarpado, capaz de leer las secuencias como se lee un libro, una canción, unos ojos, un diario viejo. Leer tiene una dimensión segundera, una forma de buscar fuerza para que todo alcance lo máximo que pueda alcanzar, para que lo que se desvía, lo haga de manera gozosa, plena, festiva.
 
No nos leemos en las aulas, en Desarrollo Social, desde arriba de un patrullero, ni siendo loro, menos negando a nuestras amigas. No se hace para controlar, enseñar, señalar. Sino para defender nuevas formas de vida que aún no entendemos, pero que claramente no son estas tan absurdas, crueles y vigilantes que vivimos. Segundear, escribir, leernos. Movimientos necesarios para no estar muertos, para seguir aprendiendo, para que el dolor que duele lo haga de otra manera.
 
Marquitos, cuando escuchaba los cuentos que leía Ale, inventaba mundos nuevos para vivir este. Unía lo que escuchaba con lo que iba viendo, lo que leían con lo que estaba escrito en los asientos del tren. Armaba mapas, jugaba, se dejaba llevar por las palabras. Era muy lindo leerle un cuento y seguir su mirada que se escapa por la vía, pasa el terraplén y busca el cielo todo azul.
 
Él está vivo y nosotras estamos muertos Cordero Editor (2022)

Kafka y Hitler. La doble función de la literatura respecto del horror en la historia: escucha y diagnóstico // Diego Sztulwark

A la memoria de Osvaldo Saidón

 

Varado en la Argentina durante la segunda guerra, el investigador Vladimir Tardewski, personaje de la novela de Ricardo Piglia Respiración Artificial, realiza un descubrimiento histórico literario fenomenal. Entrecruzando las entradas del diario del escritor checo con sus cartas de aquellos días, logra establecer un encuentro inesperado, ocurrido hacia finales del año 1909 (y/o comienzos de 1910). Efectivamente, en el Café Arcos de la calle Meiselgasse, de la ciudad de Praga, Franz Kafka habría conocido a un exiliado austríaco llamado Adolf Hitler. Kafka, el solitario, el silencioso frente a Hitler, el locuaz artista del hambre que se ganaba la vida pintando tarjetas postales.

Lo que Tardewski descubrió no fue solo aquel encuentro, sino a Kafka mismo como el escritor que sabía oír, como oyente incapaz de perder el hilo de los enfervorizados dislates de aquel pequeño profeta del horror. Le creía, aun cuando el propio autor de esos delirios no se sintiera por entonces realmente capaz de llevarlos a cabo. Y es que Kafka estaba absolutamente convencido del poder mágico de las palabras. Veía en ellas a auténticas precursoras de actos futuros. Al escucharlas podía observar los caminos que ellas abrían en el mundo. Y el discurso de aquel pintor mediocre le permitió divisar un futuro cercano que, sin embargo, no llegaría a vivir. El autor de La metamorfosis falleció enfermo de tuberculosis a los 41 años, en 1924. Sus hermanas menores, en cambio –así como su célebre corresponsal y amada Milena Jesenská– acabarían sus vidas en un campo de concentración nazi.

La escena descripta por Piglia nos muestra a un Kafka “atento al murmullo enfermizo de la historia”, particularmente sensible a los indicios lingüísticos anticipatorios del horror. Las palabras, como “chispas de incendios futuros”, llegan a sus oídos y luego pasan a su escritura. En el relato En la colonia penitenciaria (Kafka, 1919), un oficial enseña orgulloso a un explorador forastero –según Borges, el único personaje de toda la literatura de Kafka– el funcionamiento de una máquina de justicia que escribe en la espalda del condenado el mandamiento que se supone que ha violado. Alcanzada la sexta hora del suplicio, explica el oficial, se produce un efecto extraordinario: el condenado aprende a descifrar con sus propias heridas el texto del mandamiento que la máquina le inscribe en su cuerpo. La lengua de la ley queda así del lado de la crueldad, portadora de un mensaje sólo legible por quien la padece. El proceso, que dura 12 horas, debe culminar con la expiación del condenado.

La secuencia literaria que el descubrimiento de Tardewski permite establecer es la siguiente: Hitler verbaliza, Kafka detecta, escucha y capta el despertar de fuerzas oscuras de la historia. Luego, su trabajo será llevar esas fuerzas a la ficción, mucho antes de que el ridículo personaje que tiene enfrente se convierta en el Führer y consume aquellas fuerzas en la historia real. De modo que lo que la ficción tiene de anticipatorio –en En la colonia penitenciaria o en El proceso– provendría de la capacidad auditiva previa del escritor, de su genio para percibir y estimar el valor pronóstico que ciertas inflexiones del lenguaje conllevan, como esbozos de tendencias colectivas. En cierto modo, sería Hitler quien le habría susurrado al oído a Kafka sus relatos, aún si le corresponde a Kafka el mérito de haber advertido –y luego elaborado– lo que en esas palabras había de propensión abominable a hacerse mundo. Si Hitler le dicta a Kafka, es sólo porque Kafka vio antes en Hitler al personaje adecuado para retratar un mundo en ciernes. Es el escritor quien presiente, y el que toma a su cargo el anuncio de un despertar espeluznante.

La importancia del descubrimiento de Tardewski concierne, por tanto, a la doble función de la literatura respecto del horror en la historia: escucha y diagnóstico. El relato ficcional es develado como investigación en torno a la literalidad de procesos incipientes que apenas si existen. Es en tanto que escritor de ficción que el judío checo advierte mejor que nadie lo que las palabras de aquel insólito exiliado vaticinan, el curso perverso que advendría al siglo XX. Respiración artificial (publicado en la Argentina de 1980) localiza en Kafka al gran visionario del Estado transformado en un instrumento moderno del terror. Antes de convertirse en jefe nacional socialista, Hitler habría sido, entonces, esa clase de personajes que dicen las palabras que nunca deberían ser dichas, porque una vez pronunciadas –una vez activados y puestos en circulación los posibles más espantosos– ya no es fácil contenerlas con otras palabras mejor intencionadas pero no siempre tan poderosas. Son las palabras del desastre. Y la desgracia de Kafka habría sido, precisamente, la de saber reconocerlas. Según Piglia, Franz “se despertaba, todos los días, para entrar en esa pesadilla y trataba de escribir sobre ella”. La entera lengua alemana habría sido tomada por ese feroz antagonismo. Al alemán puro que el austríaco Hitler pretendía imponer a toda Europa, para que sus órdenes pudieran ser por todos cumplidas, se enfrentaba el de Kafka, cuya pretensión fue la de una impureza de la lengua, lo suficientemente salpicada del checo y del yiddish como para intentar que se incumpla la fantasía asesina indetenible y desviar aquel destino que le quitaba el sueño.

El cohete a la luna

La sociedad desbordada // Amador Fernández-Savater

Para Cristina, Juan Luis y Trini, atención contra viento y marea. 

 

Un amigo tiene que ir a comisaría para poner una denuncia. Los agentes de guardia le atienden muy correctamente, pero en la conversación que sigue le cuentan y muestran hasta qué punto están desbordados en su día a día: realmente “no dan abasto” para responder a la cantidad de demandas, requerimientos, casos, etc.

Gracias a la lucha de los sanitarios y por experiencia propia, hoy sabemos todos que la misma situación se da en los centros de salud: tiempo insuficiente para ver y escuchar a los pacientes, rutinas automatizadas, imposibilidad de hacer de los centros de salud lugares de aprendizaje y transmisión de saberes, de vida comunitaria. 

Y nada muy diferente ocurre en la enseñanza media. La escuela está hoy saturada de normas, de asignaturas y de obligaciones burocráticas. Los sentidos y la sensibilidad de los docentes quedan así obturados: no se puede seguir el caso singular de este chico o esta chica, ¡porque hay que cumplir el programa como sea! 

Saturación, desbocamiento, colapso. Todas esas palabras que describen situaciones colectivas, sirven perfectamente para describir nuestras sensaciones personales a diario. Demasiados mensajes que responder, demandas acumuladas que atender, muchos fuegos que apagar. 

Vivimos, en definitiva, en una sociedad desbordada, donde la disminución de la capacidad de atención se ha convertido en un problema de primer orden. Digámoslo así: la falta de atención es un mecanismo de defensa contra la aceleración cotidiana del tiempo, pero nos cobra un alto precio. Porque la vida con piloto automático  anestesia nuestras facultades de escucha y de empatía, de pensamiento y creación, de libertad y autonomía.  

¿Qué está pasando? El problema es muy complejo. Quiero decir: está en el cruce enrevesado de una multitud de factores y fenómenos. Psíquicos, sociales, económicos, políticos. En cada situación se manifiesta de cierta manera y por supuesto lo hace con desigualdades específicas (sesgos evidentes de clase, de edad, de género, etc.). 

De ahí la decisión de publicar un libro colectivo sobre el tema, con una pluralidad de enfoques y saberes, de lugares y experiencias, que he coordinado junto a Oier Etxeberria. Quisiera compartir ahora alguna reflexión que hay en él y me parece útil para pensar la cuestión de la sociedad (y la vida) desbordada.   

 

Ecología de la atención 

Es muy importante meditar el siguiente desplazamiento: la atención no es solamente una cuestión individual. Solemos pensar el problema de la atención como un problema de mi atención, debilitada por la aceleración de los tiempos, la multiplicación de las demandas, el aumento de los estímulos. Pero la atención tiene una dimensión colectiva y política

Yves Citton, autor de un importante ensayo sobre el tema, propone la siguiente idea: la atención es una ecología. Es decir, hay que pensar la atención como un entorno o, incluso mejor, como un ecosistema del que formamos parte. Soy libre de cerrar los ojos ante los anuncios publicitarios que asaltan mi atención por todos lados, pero el entorno mismo es perjudicial para la escucha, la tranquilidad y el silencio. La transformación del entorno no puede ser más que una obra colectiva y, en ese sentido, política.  

La atención es un asunto de condiciones. No sólo de capacidades individuales. Hay condiciones favorables y desfavorables para la atención. Por ejemplo, ¿qué se sitúa hoy en el centro de las condiciones de la enseñanza o la sanidad? ¿Son las necesidades singulares de las personas o la lógica de maximización del beneficio, la lógica de control burocrático? 

Allí donde las necesidades y capacidades de las personas singulares no están en el corazón de las estructuras colectivas, las estructuras colectivas mismas se vuelven “estresantes” y desgarran a los sujetos. Esa imagen del “desgarramiento” me la brinda una amiga profesora de filosofía que me cuenta hasta qué punto se siente tironeada a diario por dos exigencias opuestas: seguir la trayectoria de aprendizaje de los chicos o cumplir con una serie de normas y programas decididos en abstracto y a priori, sin flexibilidad alguna para acompañar los casos singulares. 

Así nos sentimos, cuando las instituciones no están al servicio de las personas sino al revés, tironeados constantemente por lógicas contradictorias. Y eso en el mejor de los casos, el de que quienes se empeñan en no dejar de estar nunca del lado de las vidas singulares, con sus ritmos propios, sus problemas y sus necesidades.

¿Quiere esto decir que el problema de la atención es sólo estructural, objetivo, cotidiano? ¿Que podría solucionarse con un aumento cuantitativo (de salarios, de personal, de medios)? Creo que no, porque la atención es un bien común que nos damos (o quitamos) unos a otros. Es decir, la aceleración ambiente se nos pega al cuerpo y nosotros mismos la reproducimos, “estresando” a otros. 

Un ejemplo banal pero que puede servir: la costumbre de enviar un mensaje de whatsap diciendo al otro “te acabo de enviar un mail”. Es decir, entre líneas, “contéstame ya”. No saber esperar, no saber escuchar, exigir resultados y respuestas inmediatas, se instala como un hábito profundo que empeora la situación e impide todo cambio. Las tendencias generales nos subjetivan y nuestra subjetividad alimenta de vuelta las tendencias generales. Nadie puede salvarse solo. 

 

Disputar la atención      

La atención es un problema colectivo que tiene que ver con condiciones (que son políticas y económicas). La lucha de los sanitarios lo pone de manifiesto. No sólo es tan popular y transversal porque la mayoría seamos usuarios de la salud pública, sino porque todos reconocemos ahí un problema común (y la valentía de hacer al respecto). Sin disputar mejores condiciones de atención, los problemas que enfrentamos desbordan ampliamente nuestras capacidades individuales de respuesta. Y corremos así el riesgo de volvenos personas derrotadas, resignadas, quejosas y victimizadas. De la impotencia se sale conspirando: respirando en común.   

La atención es, a la vez, un desafío de cada cual. La capacidad no sólo de estar concentrado (en lo mío), sino disponible y abierto a una trama, un entorno, un ecosistema del que formamos parte. Nuestra incapacidad para sostener esa trama, la delegación de todos nuestros problemas en otros, agrava la situación. Cuanto menos lazo social autónomo, más estructuras desbordadas: la justicia tiene que hacerse cargo de solucionar cada mínimo desacuerdo entre ciudadanos, etc. 

La lucha por la libertad de atención, personal y colectiva, no sólo formas de organización, sino formas de organización de nuevo tipo, donde las personas que habitan y conocen las situaciones de vida no sean desposeídas de sus capacidades de decisión por especialistas que gestionan la realidad desde otro lado.            

Enrique Symns: si querés llorar, llorá // Agustín J Valle

En su mítico currículum aparece su relación íntima y conflictiva con los Redonditos de Ricota y otras estrellas rutilantes del firmamento rockero, mucho reviente y marginalidad en serio. En esta entrevista realizada en base a varias conversaciones en 2005, Symns habla de Maradona, Calamaro, del amor, el sexo, sus dolores, odios y responde algo crucial: qué pasa cuando lo que hace veinte años eran los márgenes de la sociedad ahora está por todas partes.
 

Tras décadas de un deterioro físico coherente con su tipo de vitalidad, finalmente Enrique Symns entró anteayer en un -cabe desearle- pacífico descanso. Orgullosa víctima de su propia personalidad -tan oscura como esclarecedora-, este ícono de la contracultura en los ochenta se peleó en su vida con casi todos y no pudo y/o no quiso montarse a los premios dados de la sociedad. Agujero negro en la ciudad, príncipe de la anomalía, no dejaba indenme nada en su entorno, pero tampoco a él mismo. Algo -mucho- estaba muy mal en el mundo y romper todo -como uno no es ajeno- implica también romperse a sí mismo.

Enorme conversador, gran escritor, desde su Cerdos y Peces (“la revista de este sitio inmundo”), desde los Redondos -en cuyos recitales hacía fogosos monólogos-, también después en sus libros, en los bares como trinchera urbana, Symns siempre exigía más; y en ese querer más puede verse una mezcla del consumismo cocainómano con el inconformismo político que, romántico, reclama una mejor y verdaderamente digna versión del  ser humano.

Este “maldito” era un amante de la literatura y el pensamiento y una de las fieras más sensibles de esta tierra. Lo recordamos rescatando esta entrevista de 2005, cuando Enrique recién había vuelto de Chile: “Allá era muy famoso, todas las editoriales querían mis libros. Pero el dealer me lo cantó: estás a punto de caerte, todos te tienen miedo, tus aliados te van a dejar. Yo le creí, pero no lo pude parar. Hay una cosa de la cocaína que yo admiro, es lo que más admiro, eh: su capacidad de llevarte al error. El mayor error fue, en un bar, invitar a pelear al Ministro del Interior, que además resultó ser quien ponía la guita en The Clinic [la revista donde trabajaba]. Me lo merecí todo.”

De varios encuentros concentrados en esta nota, el primero fue en el bar Británico. Symns estaba en la lona materialmente y en la conversación brilló, loco diamante si hemos tenido. Al terminar de grabar, antes de irse sin pagar sus Criadores (¿o era Old Smuggler?), me dijo “te voy a leer unos poemas, ¿querés?”. Se metió la mano en un bolsillo: allí estaba su moneda. Y sí… hablaba. Sacó unos bollos de papel, los puso sobre la mesa y desplegó con cuidado hasta que resultaron legibles: leyó su poesía ahí, en la mesa del bar y se fue.

 

viejo maldito

Enrique Symns perdió muchas batallas, pero hay quienes ni siquiera libraron una. Uno de los pocos tipos de la contracultura que a sus sesenta años [edad que tenía cuando se realizó la entrevista] personifica aquello de lo que siempre habló: la marginalidad. El borracho de bar más brillante de la ciudad y el intelectual más borracho, con una fama de autógrafos que no le paga un whisky.

A principios de los 80 inauguró como género en Argentina el periodismo en primera persona y con búsqueda de las voces prohibidas: “Nada de discurso institucional: los leprosos saben de lepra, los drogadictos saben de drogadicción, los locos saben de locura”. Tras el primer número de la Cerdos, la dictadura puso una bomba en la revista donde nació como suplemento, El Porteño.

Así charlaba en 2005 en la mesa de un bar Británico, uno de tantos en los que sentía que lograba escaparse de las garras del encierro doméstico, ese flagelo que Symns denunciaba y que la humanidad entera padecería en toda su intensidad, como pocas veces en su historia, quince años más tarde con el coronavirus.

¿Anda escribiendo?

Estoy en dialogo con Planeta y Sudamericana, pero necesito plata ya y ellos tienen grandes planes donde las cosas pueden ubicarse en uno o dos años. Estamos en otra época de la edición. En esta época, rara, los productores son tan o más importantes que los músicos, los editores te corrigen y editan el libro y te dicen qué tenés que escribir, los curadores deciden cual es la pintura que tiene que haber. Es una época del intermediario, de la apropiación del artista. El artista ha desaparecido como figura, ya no existe.

¿Usted sufre eso a la hora de crear?

No, porque soy marginal, no he sido aceptado.

¿Y en qué anda?

Estoy complicado. Ando complicado con mi vida, no poseo domicilio. Vivo en la calle. Desde que volví del Bolsón hace dos meses (tuve problemas con la persona con la que vivía), ando muy cansado porque ando durmiendo en distintos lugares. Estoy como todos: pobre. Me piden autógrafos pero no tengo un peso. Yo tengo una fama inútil, si es que alguna no lo es. Borges celebraba a Spinoza por notar que es preferible ser amado a admirado, porque la admiración es una “abdicción” de la mirada, un extravío; el que te admira no te quiere, no te toca, te podés morir delante suyo. Proyecta sobre vos pero nunca va a hacer nada por vos.

¿Qué relación tiene usted con su imagen pública? ¿Llega a ver ese personaje que los otros ven en usted, que quizá no es el de la intimidad?

La verdad que no sé, es muy raro. Es una meditación que deberían hacer los famosos. Me acuerdo cuando empecé a ser reconocido, primero fue por los medios. Escribía en Pan Caliente y me vino a buscar el capo de Clarín. Me fui tentado porque me daban notas de opinión firmadas, entonces me peleé con el under. Al mes me echaron, pero en ese lapso me hice famoso, y me di cuenta de que yo tenía un poder de percibir el mundo de una manera determinada, quería hablar desde la voz de la gente, lo que después se llamó periodismo gonzo. Ir a un leprosario y ni un puto enfermero, ni un puto experto; los leprosos saben de lepra, los drogadictos saben de drogadicción, las prostitutas saben de sexo. Gabriel Levinas, desde el Porteño, me comprendió, cosa jugada porque era todavía la dictadura. La primera vez que salió Cerdos Y Peces dentro de El Porteño pusieron una bomba en la redacción. En la tapa habíamos puesto dos tipos fumando porro. Yo venía de conocer en España a Antonio Escohotado, líder de una corriente de pensamiento que era poderosa en esa época posfranquista de destape y de pelea, y me declaré disidente toxicológico. La gente comenzó a reconocerme más de a poco. Me resistí a ser querido al principio, pero luego me gustó el personaje y me quedé en él. Como diría el poeta chileno Jorge Teiller, hay que ser leyenda. Hay muchos lugares de la fama, y en algún lugar tiene que haber una figura como la mía. Ahora, que me toque a mí es una desgracia. Es fácil ser Calamaro, es fácil ser el Papa, porque todo el mundo está a favor de ellos. Difícil es ser un disidente. No hay ejemplos controvertidos, todos se dan vuelta, a todos los quieren, hasta a Maradona. Ahora están todos contentos porque está haciendo las mismas porquerías de Susana Giménez y Tinelli [Se refiere a La Noche del Diez que se emitía en 2005].

¿Qué es lo peor que hace el periodismo y qué cosas buenas puede permitir? ¿Qué rasgos del consumidor de periodismo hace sea lo que es?

Hoy el periodismo es jurisprudente, está aguado del poder, al lado de la justicia: juzga las acciones. El periodismo no tiene por qué decidir si un homicida es malo o bueno, para eso están los jueces. Contra el desencantamiento cruel que domina el mundo, yo creo en el misterio. No soy religioso, soy místico. La vida es una cosa tan curiosa: ¿cómo surge de un charco mugroso? Si fuera el dueño de Clarín escribiría todos los días lo mismo: ¿qué carajo es esto? Nadie sabe qué es esto. Esa es la única noticia que hay. Pero todo está hecho para distraerte y el periodismo consolida un escenario para eso. Pero la segunda pregunta es muy complicada. Si tomáramos canal 13 y recreáramos obras de Dostoievsky, ¿qué pasaría? Marshall McLuhan decía: el trabajo del artista del futuro será desconectar al hombre eléctrico, al servomecanismo. Hay dos cosas que las castas sacerdotales fueron creando a través de los siglos. Una es la creación del observador, que es como un zombie, como el golem judío. Hace miles de años que se persigue, y el deporte finalmente lo ha logrado, pero también el colaboracionismo de los rockeeros; hoy todo el mundo es espectador. Combinado con eso, un mecanismo de delegación del poder. Construimos un hombre que no quiere comprometerse y termina mirando su vida, no viviéndola. Por eso estamos en la gran aldea abstracta. El periodismo lo que hace es consolidar un escenario poderoso para eso, con diez o veinte figuras por un lado, sucesos en el mundo, y sobre todo la periodicidad, porque las castas sacerdotales siempre manejaban los calendarios. Los mayas ponían uno adentro de otro de manera tal que cuando lo giraban sabían que en tal tribu era tal día sagrado. Hoy el periodismo manipula eso, hace que a la gente le pase lo que tenga que pasar, dominando la llamada agenda. La consolidación de la globalidad, la destitución definitiva de la calle salvaje, las culturas bárbaras, todos colaboran en lo mismo. Como decía Todorov: lo más grave de esta época es que nadie se habla, hay un silencio inaudito. En las conversaciones de la gente se evitan los dos momentos más extáticos de la vida humana, el sufrimiento y el goce, que son las realidades últimas de la vida, no hay nada más allá de eso. Porque el goce, como decía Freud, también es siniestro. En cambio lo que hoy hay es el placer, como una especia de dicha de burbujas en la vida cotidiana, y una paridad chata de aventuras narrativas. La conversación se ha extinguido.

¿Se extinguió o la asesinaron?

Yo creo que hubo una colaboración. Hoy incluso los periodistas radiales, porque la TV es un criptodonte pero ahora la radio es un mamut, se adhirieron al fustigamiento continuo, a la persecución de los eventos, a un cavar, una trabajo de chacal, cavando en el cadáver de los sucesos. Las noticias son de ayer, como decía el Indio, entonces los periodistas viven del cadáver del tiempo. Encima en esta sociedad estuvo la dictadura, y entonces por supuesto las Madres, y después vino la Embajada y la Amia, y los secuestros, y Blumberg, y Cromañón, entonces todos está lleno de fustigadores de la muerte y de buscadores de venganza. Porque la justicia es un cosmético de la venganza. El periodismo es colaboracionista de todo esto.

¿Siente que hay espacio para hacer algo que no reproduzca las reglas del sistema?

Es casi imposible a esta altura. Me hubiera gustado saber qué pasaba si seguía la Cerdos y Peces que saqué el año pasado [2004], pero me traicionaron mis socios, que era inversores de un partido político, por primera vez en mi carrera, del MST [Movimiento Socialista de los Trabajadores]. Porque no sé si hubiera logrado algo o no, pero lo que le pasó a Chabán era un espacio para pelear. Además, los mejores momentos para el arte son aquellos donde es muy difícil hacerlo. El mundo es terrible. La ciudad es una casa, otra casa, un comercio, otra casa, una institución. Y ¿qué es vivir? ¿tengo trabajo, me caso, me enamoro, tengo hijos? ¿Tengo un comedor, una cama, una silla y una mesa? Esos son los grandes planes para clavar al hombre contra el piso. Internet es la continuación de ese viejo plan. La cama fue el intento de terminar con la sexualidad, la publicidad descarada de la monogamia, que antes no existía; antes había un bosque y ahora vivimos en una plaza. Entonces el mundo ya es detestable, no necesita comida ni techo, el mundo necesita éxtasis, que a su vez se logra con aventuras y hechos inauditos, se logra con drogas, con un sexo descabellado, promiscuo, que etimológicamente quiere decir confuso. Todo lo que no sea promiscuo… Como decía Bourdieu, el hombre en su alma  tiene un lobo y una oveja. Y estoy de acuerdo en que el lobo no debe comerse a la oveja, pero ¿de qué vive? ¿Vas a matar a tu lobo?  Por eso en mi autobiografía decidí contarme como un rufián, porque hay que hablar mal de uno mismo, para que te crean. Siempre fui de la calle. Cuando el Indio me escribió ese tema que parece un tango, que dice “el acento del barrio te queda mal”, nunca supo la vida que yo tuve, mi vida carcelaria. Yo conté todo eso ahora porque murieron mis padres, que eran el límite para contar mi vida verdadera. Ahora que murieron no tengo límite, no tengo nada.

¿Le hubiera gustado tener menos sensibilidad?

En algún lugar de mí quisiera haber tomado al pastilla azul de Matrix, no la que me hacía ver la cruda realidad. Pero yo no sé cómo me construí, no fui a la Primaria y leí Nietzsche a los 13 años, pero al mismo tiempo nunca supe hacer nada. Lo que más reconozco de mi vida, ahora, es el sufrimiento. Lo que lo hace insoportable es la conciencia. Siempre fui un fantasma, a un milímetro de la realidad, de lo que tocaba, a una distancia de lo que decía, y, sobre todo, sin comprender la vida de los demás: imitándola. No sabía coger y hablaba de coger, no sabía pelear y hablaba de pelear, y empecé a imitar la vida, y por supuesto me pareció espantosa. Sobre todo con las mujeres sufrí, porque no sabía qué hacer con ellas. De joven cogía como si actuara. Nadie puede renegar de su sensibilidad, es muy difícil. Me acuerdo cuando llegue acá de España, durante la dictadura, y al instante sentí el dolor de los desaparecidos, estaba en el aire. No entiendo a quienes dicen que no sabían o que no se dieron cuenta. Mientras vos estás cogiendo, en un buen momento, hay tres chicas por allá que están siendo violadas, un niño muere de hambre, ¡¿Cómo no lo registrás, bestia?! Es la pregunta para el ser humano, para hacérsela a cualquiera que toma algo divirtiéndose en un bar… Pero esta sociedad atesorativa es tan miserable.

¿Usted le hace el aguante y está orgulloso de no haber sido un miserable (o al menos no ese tipo de miserable), a pesar de que ahora está en la pobreza material?

No nos engañemos: el tipo que tiene mucho dinero solucionó mucho problemas, eliminó un montón de pesares y acaso se queda con los últimos de la existencia, para qué existimos y demás, y se acoraza en una insensibilidad absoluta ante los demás. No, no estoy orgulloso. Cuando muchos amigos míos se convirtieron a la fortuna, pasaron del otro lado de la raya y yo sentí envidia. Me sentí abandonado, quise lo mismo que ellos tenían y quedé en la desgracia, porque la calle está separada por el color del dinero. Creo que la amistad es la única dignidad, el único misterio de las relaciones que valora la existencia de los seres humanos, porque se arma y se sostiene porque sí. Pero la amistad ha perdido muchas batallas.

¿Tiene amigos?

Sí, aunque de los viejos sólo quedan Gabriel Levinas, Ricardo Ragendorfer y Tom Lupo. Hay una etapa intermedia de gente que ya no sé si son amigos. Y tengo un nuevo amigo, que es mi mejor amigo ahora, estoy como enamorado, es de Villa Soldati, peleador callejero, pesado, lector de Nietzsche, una mezcla de mundos que me fascina. El dinero es un misterio. Burroughs, quien era millonario y dejó todo, decía que el dinero mata la juventud, destruye la sensibilidad, y corta la creatividad. Hay pocos ejemplos de artistas que hayan ganado dinero y hayan seguido siendo talentosos, la mayoría se hicieron miserables, como Picasso. Una vez que se convierten en esa especie de aristocracia, ¿de dónde van a sacar las canciones?

¿Cuál hubiera sido la batalla que hubiera sostenido la Cerdos por Omar Chabán?

Lo que hay que legalizar es un espacio contradictorio de la ley, o mejor, hay que legalizar lo ilegal. En este país tan pacato, el ronckanrol dependió de dos personas: Grinbank y Chabán. Y la mentalidad de Grinbank era el gran rockanrol negocio, traer músicos del exterior… Sin Chabán no hubiera existido, no habría ninguna de las grandes bandas locales. El rock sólo fue posible por la irregularidad transgresora de Chabán. No había otra manera de hacer un recital de rock aparte de pagarle a la policía, a los bomberos y los inspectores. Esa fue la política del rock argentino, como las putas, como toda esta ciudad. Río es peor, si no existiera la coima no existiría nada, tenés que andar con plata para darle a uno y a otro. Lo que hay que confesar es que es bueno que sea así. Es bueno que sea posible transgredir las normas opresoras de la moralidad, aunque ya perdimos todas las batallas, está prohibido vender alcohol, fumar; este se va a convertir en un país inhabitable, nazi. Porque la otra batalla que terminó fue la de las drogas, pero terminó en la oscuridad. Hubo un arrepentimiento colectivo de las clases intelectuales y los músicos de rock, salvo quizá Charly García como última figura controvertida. La Noche del 10 es el máximo ejemplo de esa derrota. Por eso Calamaro ya no puede hacer música, porque se arrepintió de las drogas. Cuando vos dejás de tomar cocaína –yo la dejé varias veces-, ya no podés hacer nada. A Calamaro una vez le dije: “No escuchás a Radiohead, ¿no? Y te voy a decir por qué no lo escuchás: porque le tenés miedo”. No publicito la droga. Yo no sé cómo hubiera sido mi vida de no conocer la cocaína. Pero yo para salir al escenario, para poder salir a pelear, para ir a dar una charla, o me emborracho o me drogo, no se hacerlo de otro modo.

¿Porque usted lo aprendió así, o cree que no hay otra manera de hacerlo?

Es muy difícil de responder. Toda mi vida tomé drogas. El LSD te satura, en un momento todo es lo mismo y te pudre; después me enganchó mucho tiempo con el opio, que es una droga alucinante. Un tipo de drogas son las acuáticas, que son las que te sumergen en tu inconsciente para evadir la realidad, digamos de la heroína para abajo; y la marihuana… bueno… está ahí, te evita el choque sangriento contra el dolor. La más sospechosa de todas las drogas es la marihuana, es una droga católica casi, por las condiciones de producción y consumo se ha ido domesticando, perdiendo poder. De la famosa frase “sexo drogas y roncanrol”, no queda rock, ni drogas, y el sexo, bueno, creo que está en una etapa rara. Yo no sé cómo será la sexualidad de los pibes más jóvenes, pero el campo de actualización del sexo como forma de éxtasis no es la pareja. Ha ganado el sedimentarismo, el hogar es la trinchera que te armaste y sabés que no va a pasarte nada. El hogar de los nómades es, por ejemplo, un bar. Si tu vida se va constituyendo de manera que todas tus relaciones entran por la vecindad, tu trabajo, la universidad, tu mundo es muy pequeño. El viaje empieza cuando conocés personas que entran por lugares eventuales. Cuando me fui de acá, en el 98, todavía era un caos maravilloso en el aspecto eventual, podía pasarte cualquier cosa. Hoy no. La eventualidad ha sido desgastada. Me acuerdo una noche, por ejemplo. En el boliche Ave Porco, que era mi hogar de la locura; una noche que llegó una colombiana. Yo había tomado un éxtasis y ella tenía hash. Terminé cogiendo en un sillón delante de todo el mundo ahí, y ella arriba mío me cogía de una manera violentísima. Y cuando termino y me paro y me quiero ir, el dueño me mira y me dice “estás lleno de sangre”, y yo estaba lleno de sangre.

¿De ella o suya?

Mía, se me había roto la pija, ¿viste?, tenía un tajo.

¿En el frenillo?

No tengo frenillo yo, a mí me operaron, tengo una pija judía aunque no soy judío. De joven tenía fimosis, una enfermedad que tenés que cortarte el prepucio, entonces ahora tengo pija judía, que es mucho más cómoda, aunque ahora entiendo también a los judíos, es una sexualidad más selectiva. Con el frenillo y todo eso es casi una pajita, en cambio con esto estás con la pija al aire. Se insensibiliza la pija. Además imaginate que yo era un tipo re promiscuo en la década del sida y nunca me agarré nada; esto disminuye el riesgo de ETS. Bah, una vez me agarré gonorrea, pero me lo había contagiado mi esposa, porque no había estado con otra en todo el mes. Bueno, la cosa es que esa vez en Ave Porco me puse poxi pol, y luego me peleé con la policía, salí por la ventana de una patrulla…

¡¿Poxi Pol?!

Sí, llamé a un médico y me dijo “ponete poxi pol y ya está”. Y bueno… me puse y todo bien.

¿Cómo cuando uno se pone la gotita?

¡Eso, La gotita, eso me puse, me puse la gotita famosa! Para que no me sangre. Una vez me sangró a chorros la nariz, porque me la rompió Miguel Abuelo, y años después me la rompió el bajista de Memphis, pero yo ya sabía y me puse la gotita en el tabique.

Parecen alegrarlo, algunos recuerdos.

Ah, yo tenía en un boliche acá en la esquina del mirador: tenía la redacción de Cerdos y Peces, tenía mi cogedero, era el sueño de mi vida, pero en pesadilla. Siempre había soñado vivir en un bar, odio el hogar, los departamentos, las paredes. Y ahí vivía maravillosamente bien. Yo recuerdo la dicha –no la felicidad, porque de la felicidad no hay que hablar-, la dicha era cuando yo estaba loco. En sentido de que mi conducta era exhabruptal. Lloraba, maldecía. A  veces me tenía que ir al hospital de enfrente del Argerich para poder llorar. Fijate que vos en un bar podés reír, pero no llorar, la gente no entiende el llanto. Alguna vez conté la cantidad de movimientos que se permiten socialmente por la calle. ¡Es tan estricto el control de las rutinas humanas! Conté 33 o 34 conductas que un hombre puede tener públicamente. Extraño mucho las noches de cuando estaba extremadamente loco. Que me trajo muchos problemas, porque quedé internado en una clínica abstracta, donde me juzgan hasta los propios ex adictos. Muchos deben creer que a mí me gusta o me merezco estar en la calle, por eso la falta de compasión, la crueldad. Yo tengo amigos que tienen una casa que me podrían ofrecer, y no lo hacen.

Concédame este planteo: lo que hace 20 años eran los márgenes de la sociedad ahora está por todas partes. Pendejos promiscuos, drogas en la calle, opiniones no sólo “libres” sino constantemente fomentadas, etcétera. ¿Qué valor tiene hoy apuntar a un periodismo que enfoca en lo marginal que está ya está destapado?

Lo marginal es otra cosa ahora. Un ladrón, asesino, marplatense, que conozco, me dijo hace poco: “voy a contarte cómo son los nuevos tiempos. El otro día tuve que salir a afanar de nuevo, a mis sesenta años. Salí con un pendejo. Fuimos a afanar a un contador que supuestamente tenía mucha guita y no tenía nada. Cuando nos íbamos, el pibe le puso dos tiros. ¡Pendejo de mierda, hijo de puta, ¿por qué?! Porque algo me tengo que llevar, me dijo”. Estos son los nuevos tiempos, ya no hay delincuentes, hay terroristas. El concepto de terrorismo está imbricado en la sociedad. Hay mucha oscuridad. Yo tengo que entrevistar a los tipos que matan porque sí, a los que secuestran, ahora es más interesante la investigación marginal. La marginalidad se ha vuelto terrorista porque se adapta a los tiempos: demuestra la perversidad de la globalización que se ha realizado. La investigación periodística tiene que ir hacia ese lado. La marginalidad ya no es romántica, ya no es entretenida. Me acuerdo de los recitales de Los Redondos: nuestro orgullo era que se mezclaban hampones con narcos, con punks, con intelectuales. Eso era una frivolidad comparado con lo que es ahora. El sueño terminó, indudablemente.

Me da la sensación –y lo invito a que me refute- de que usted es en el fondo un tierno.

Ah, sí, claro. Soy una buena persona. Esa es la cagada. No lo parezco, trato de hacer todo lo posible, cuento lo peor de mi vida, hago lo que nadie hace, que es contar mis secretos, mis miserias. Yo fui violento en una época. Pero soy muy cobarde. Y hoy si le pego a alguien me duele a mí.

Para Revista Crisis 

Leer a Laclau una década y media después // Diego Sztulwark

A casi una década de su fallecimiento, la palabra clave de la política, articulación, sigue aludiendo a Ernesto Laclau. Sus libros y sus clases, así como los usos militantes de sus conceptos siguen trabajando estratégicamente sobre la prácticas de la representación. Sin ir más lejos, hace unas dos semanas Cristina Fernández de Kirchner caracterizó los doce años de gobierno propiamente kirchneristas como de «hegemonía democrática», expresión de ecos laclausianos. Interesa el movimiento que va y viene de los conceptos a la práctica política. La «hegemonía democrática» referida por CFK sería la presentación óptima de la democracia constitucional en la que el adecuado funcionamiento de los poderes del Estado se combina con la satisfacción de demandas económicas. Un poder judicial sin magias, un poder legislativo promoviendo derechos y un poder ejecutivo desendeudando a la Nación como condición de un aumento de salarios e ingresos.

Siempre según la vicepresidenta, lo que se habría demostrado en la Argentina es la imposibilidad de sustituir la forma de “hegemonía democrática” por otra forma virtuosa de gobierno. Luego de 2015 abríamos asistido no sólo al derrumbe mismo de los requisitos de toda hegemonía posible (la degradación mafiosa de las instituciones públicas y el endeudamiento con el FMI), sino también al colapso de toda forma de «consenso», incluido el formato de compromiso mínimo entre cúpulas políticas. El macrismo inaugura un período (que aparentemente aún no se ha cerrado) de fracasos de la política misma, incapaz de articular amplias demandas en una nueva forma de articulación hegemónica, ni de forjar acuerdos suficientemente consistentes para evitar la bancarrota de los partidos políticos. Esta incapacidad es la que llega a su paroxismo con la “ruptura del pacto democrático» con el intento de magnicidio del 1° de septiembre del 2022 como fecha emblema de la descomposición de la democracia constitucional.

¿Cómo se puede leer a Ernesto Laclau a partir de semejante diagnóstico? ¿Permite el modelo lógico de Laclau afrontar la hipótesis límite de de una forma articulatoria de tipo “no democrática”? Según su libro La razón populista (2005), la política no funciona como una actividad representativa (según la cual una sociedad siempre ya constituida busca representantes adecuados), sino como práctica articulatoria de demanda particulares y diferenciadas en un campo constitutivamente heterogéneo. En palabras del autor: “la sociedad no existe”, y el pueblo mismo no es sino efecto de un acto hegemónico. Llegados a este punto, se vuelve claro que el pensamiento de Laclau provoca un cierto efecto paradojal: algo así como una progresiva superposición o encabalgamiento entre lógica articulatoria (de demandas democráticas), acto hegemónico (gracias al cual una demanda actúa como significante en la que se reconocen las demás) y política democrática. A diferencia de la hegemonía en Antonio Gramsci, en Laclau la instancia articulatoria es contingente (no necesariamente el partido de una clase social fundamental). En otras palabras: Un pueblo emerge cada vez que se presentan demandas excluidas y una instancia articulatoria (ella misma contingente) capaz de provocar un momento antagonista contra un sistema -habitualmente liberal- cerrado sobre sí mismo. Si La razón populista funcionó tan bien para cientistas sociales y militantes políticos, lectores que hace una década y media buscaban describir el proceso de formación de gobiernos progresistas, la cuestión planteada hoy día bien podría presentarse del siguiente modo: ¿Qué cabe esperar de la actual coyuntura determinada por un aumento de la desigualdad social, la plena incorporación de redes sociales en la comunicación y la sustitución del argumento por la emocionalidad política directa?, ¿qué tipo de articulación podemos imaginar cuando las demandas democráticas (normal suministro de energía, preservación del poder de compra y de acceso a vivienda y seguridad, por nombrar tres demandas omnipresentes) surgen como desafío a un Estado incapaz de toda articulación pero también de todo consenso mínimo? En otros términos: ¿Puede el actual andamiaje de poder interpelar las demandas insatisfechas haciendo surgir un pueblo de derecha, una “hegemonía conservadora”, de una articulación reaccionaria de los reclamos insatisfechos? El formalismo retórico de Laclau siempre me ha resultado incómodo (y desafiante). Quizá no haya en su formulación teórica obstáculo lógico alguno -dado el carácter contingente de la instancia articuladora- para concebir un “pueblo de derecha”, aunque los argumentos de CFK tienden a señalar justamente que aún cuando gana elecciones (2015) la derecha resulta incapaz de producir una forma política durable. Y sin embargo (mirando de reojo el proceso político brasileño) cabe preguntar: ¿Cómo se da el proceso por el cual unas demandas populares insatisfechas se dejan articular por una instancia propiamente reaccionaria? ¿Es la derecha argentina capaz de una operación de ese tipo, o sólo se apalancan en fenómenos de comunicación para producir un fenómeno político de índole novedoso, más próximo a la dominación violenta con formas legales que a una nueva hegemonía? Y también: ¿Alcanza el formato del pacto político democrático para evitar una deriva reaccionaria en ausencia de capacidad de constituir una hegemonía?

Década y media después leemos La razón populista y nos preguntamos qué puede aportar el lenguaje descriptivo de los fenómenos hegemónicos, propio de la ciencia política, al oscuro abismo que madura en los períodos de decepción creciente.

(para La Tecl@ Eñe)

El aire que ya no alcanza // Diego Valeriano

Delegamos el estado de ánimo para quedarnos en el ruido y el silencio. Pasamos del tuit pillo al desánimo pollo en un scrolleo. No elaboramos, no buscamos el aire necesario, no resistimos caer en la trampa. No nos movemos de donde estamos, no ya por convicciones sino por miedo al dislake, a los comisarios, a quedarnos solas. Nos volvemos termo como la única forma posible de militar. La opinión es el régimen que va copando todo. Repetir manija, simular una risa, festejar cosas aunque ya no pase nada, no nos pase nada. Repetición, consignismo, hater, flashear compromiso. Un posteo, una línea, una toma de posición en ciertas fechas claves. Decir derecha y ya no decir nada. Ser gato de proyectos políticos que son de otros, de recuerdos que ya no son nuestros, de consignas en las que ya no creemos. A veces se repiten las cosas y ya no tienen el efecto buscado, a veces es peor.  Mucho peor. Ni los amigos, ni las banderas, ni las palabras, ni la memoria de algo que fuimos. Vamos a plazas llenas y no nos encontramos con nadie. Porque no hay nadie, porque nos esquivamos. Puede ser el cansancio, la época, el ruido o el aire que ya no alcanza. A veces es el hartazgo, las necesidades que cada vez se muestran más mezquinas, descubrir el cálculo de tan evidente que se presenta todo. A veces somos nosotros que marchamos por contratos, miedo o aburrimiento. A veces sucede que en las plazas ya no pasa nada. Puede ser nuestro agotamiento, nuestras frustraciones y derrotas. Puede ser el ensimismamiento necesario para poder seguir sobreviviendo. Delegar el estado de ánimo es no poder imaginar nada, no animarnos a nada, no descubrir lo que está pasando en otro lado. Es quedarnos acá donde estamos, por miedo a la soledad, al error y al silencio. 

La finalidad del Estado es la libertad // Daniel Barenboim

Leí por primera vez la Ética de Spinoza a los trece años. Naturalmente, en la escuela estudiábamos la Biblia, un texto que, en mi opinión, es también enteramente filosófico. Pero la lectura de Spinoza me abrió una nueva dimensión del pensamiento. Aún hoy suelo entregarme a ella. Su axioma más simple, «el hombre piensa», constituye para mí un leitmotiv existencial. Mi ejemplar de la Etica está manoseado, muy gastado. Me acompañó durante muchos años en viajes, cuartos de hotel o pausas entre conciertos.
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La Ética es la mejor escuela del intelecto, porque Spinoza enseña, como casi ningún otro filósofo, la libertad radical del pensamiento. Únicamente un hombre que reflexiona y se interesa por todas las consecuencias es capaz de encontrar alguna forma de felicidad. Comprenderlo representa para mí un cierto modo de autoanálisis prefreudiano. Spinoza me ayuda a verme desde afuera, como alguien ajeno a mí mismo. Aun en los momentos de mayor sufrimiento, la vida se torna soportable y el mundo alcanza, con la sabiduría de la Etica, una dimensión digna de ser vivida.
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El gran Voltaire acusó una vez a Spinoza de abusar de la metafísica. ¿Pero no es precisamente la incondicionalidad de la metafísica lo que resulta hoy más importante que nunca? En una época en que involuntariamente ejercemos una censura sobre nuestras ideas a través de los sistemas políticos, las obligaciones sociales, los códigos morales y la corrección política, ¿no se ha vuelto la libertad ilimitada del pensamiento la más grande y preciosa de las libertades?
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Spinoza no permitió que nada lo limitara: ningún sistema religioso o político, ninguna concepción moral. Y sufrió el ideal del pensamiento libre. Difícilmente se encontrará otro filósofo que haya sido tan perseguido como él. Se lo injurió y denostó como «judío blasfemo» y fue proscripto en la sinagoga y en las instituciones de enseñanza. Sus discípulos profesaban secretamente su doctrina. Y cuando el príncipe elector Karl Ludwig invitó al pobre y solitario filósofo a dictar clases en la Universidad de Heidelberg, recibió una respuesta negativa: Spinoza no podía garantizar que sus ideas excluyeran una «subversión de la religión establecida». El filósofo prefería la vida retirada y modesta que le confería una carrera civil y plebeya.
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Spinoza no tenía particular interés en la música. Sin embargo, su lógica determinó parcialmente mi acceso a la música. Mi padre, que había estudiado filosofía, fue el primero que me hizo conocer a Spinoza. También me aconsejó que abordara las partituras de manera filosófica y racional. Debo decir aquí que uno de los postulados centrales de Spinoza -no desvincular la razón de la emoción- se ha convertido en mi forma fundamental de ir al encuentro de la música. Estoy convencido de que sólo se puede ganar intimidad con un pensamiento o una obra musical si se explora a fondo la estructura lógica por un lado, y, por el otro, el contenido emocional.
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Recuerdo ahora la última conversación que mantuve con el magnífico director Otto Klemperer. Hablábamos sobre Spinoza y él me dijo: «La Ética de Spinoza es el libro más importante jamás escrito». Se sabe que Klemperer era judío. A los veintidós años se convirtió al cristianismo, porque pensaba que sólo podría dirigir la Pasión según San Mateo, de Bach, si era cristiano. Varias décadas más tarde, después de la guerra -Klemperer era ya anciano- se convirtió nuevamente al judaísmo. Y alegaba como motivo de la conversión la Ética de Spinoza.
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Las preguntas por la ética y la moral judía y el interrogante «¿qué es lo judío?» se formularon durante mucho tiempo desde la perspectiva de una minoría. Las grandes teorías y manifiestos sirvieron para salvar los dos mil años de existencia de un pueblo en cuanto minoría. En esa época, los judíos estaban a veces integrados en la vida social y a veces eran, en cambio, perseguidos despiadadamente, como en la Inquisición española o en la tiranía de Adolf Hitler. Lo excepcional de Spinoza es que, pese a la persecución, la injuria y la proscripción, nunca situó su filosofía bajo la premisa de la minoría. Es por eso que hoy, cuando el pueblo judío tiene un Estado y no es ya una minoría, su filosofía parece tan moderna. La Etica de Spinoza puede funcionar todavía como un código para instaurar la unidad intelectual y moral de los judíos.
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Cuando, en 1948, el pueblo judío consolidó un Estado, la minoría se transformó en una nación. Esta transición se resolvió orgánicamente en distintos niveles. Pero diecinueve años después los judíos de Israel se encontraban ante un nuevo desafío: la minoría anterior ejercía súbitamente el control sobre otra minoría, los palestinos. Hasta hoy, esa segunda transición no pudo ser superada. Agregaría, incluso, que ni siquiera ha comenzado correctamente. Son hasta hoy muchos los judíos en Israel que no exhiben un genuino patriotismo, que implicaría la preocupación por todos los seres humanos que habitan en Israel, sino que, por el contrario, cultivan un nacionalismo infantil. Spinoza enunció una vez la siguiente definición: «La verdadera finalidad del Estado es la libertad». Me pregunto hasta dónde llegó Israel con respecto al Estado, por un lado, y hasta dónde con respecto a la libertad, por el otro.
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Spinoza habla de la igualdad de los seres humanos; una forma de vida con opresores y oprimidos le es totalmente ajena. La democracia israelí no ha resuelto aún la pregunta por ese Estado en el que las minorías son oprimidas y la libertad de todos rige como imperativo supremo. Vivimos en una democracia ambigua.
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Estoy convencido de que, antes de resolver el conflicto en Medio Oriente, los judíos de Israel deben definirse muy seriamente en términos morales y éticos. Para mostrar que esto no ha ocurrido todavía basta un ejemplo del humor judío. El humor de una minoría es valiente. Un judío que, cuando un oficial de la Gestapo en el gueto de Varsovia le arroja a los pies un pedazo de pan viejo, dice: «Eso es bueno para un no judío», muestra coraje civil. Si hoy, en cambio, un judío le arroja a un palestino un pedazo de pan duro en Ramallah y pronuncia la misma frase -«eso es bueno para un no judío»-, ya no es valiente, sino primitivo e inhumano.
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En los años 50, el espíritu de Spinoza habitaba todavía en Jerusalén; la ciudad era el centro de la intelectualidad judía. Martin Buber y Max Brod enseñaban allí. En esa época, yo vivía en Tel Aviv. Eramos más pragmáticos: levantamos y organizamos el país, teníamos esperanza, entusiasmo.
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La Universidad Hebrea de Jerusalén proveía el sustrato intelectual. Mientras tanto, sin embargo, el judaísmo secular de Jerusalén comenzó a emigrar y los judíos ortodoxos determinaron el clima intelectual. Jerusalén perdió la tradición de Spinoza. Es precisamente esta tradición la que resulta imprescindible recuperar para que se produzca algún progreso en el conflicto de Medio Oriente.
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Spinoza padeció dos fenómenos que aún aparecen latentes en la actualidad. Por un lado, en su condición de judío, fue expulsado de la comunidad judía. Por el otro, se transformó en la víctima de los antisemitas demagógicos. Una reciente encuesta realizada en Alemania arrojó el aterrador resultado de que una gran parte de los alemanes cree que los judíos representan la mayor amenaza a la paz mundial. Se diluye aquí una línea divisoria esencial: la crítica del Estado de Israel y el antisemitismo; la primera se convierte en la excusa del segundo. El caso Hohmann ha mostrado claramente la vulneración de ese límite.
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Existen, desde luego, críticas legítimas al gobierno israelí, y yo mismo las he formulado frecuentemente y con vehemencia. Pero poner esta discusión al servicio del resentimiento antisemita puede resultar fatal.
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El antisemitismo no puede derivarse de cuestiones históricas, políticas, ni siquiera filosóficas. El antisemitismo es una enfermedad. Con todo, resulta significativo que las ideas de Spinoza hayan influido en aquello que hoy consideramos la filosofía típicamente alemana: Feuerbach, Wagner y Nietzsche. ¿Cómo pudo, por ejemplo, Richard Wagner ser antisemita con el pensamiento de Spinoza? Indudablemente, una cierta dosis de antisemitismo pertenecía al perfil de un nacionalista alemán del siglo XIX. Pero, ¿por qué lo declamaba Wagner con tan extraordinaria pasión? No podía remitirse aquí a su padre espiritual, el heredero de Spinoza, Feuerbach. El antisemitismo de Wagner tenía, como cualquier forma de odio a los judíos, un fundamento irracional: era demasiado parecido a sus enemigos, los judíos Meyerbeer y Heinrich Heine. Y es aquí, en el anhelo de pertenecer a los elegidos, donde reside la peligrosa separación entre el espíritu lógico y los motivos privados. Una vez más: el antisemitismo no deriva de cuestiones filosóficas. Es una enfermedad a la que no combatimos todavía lo suficiente.
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La lectura de la Etica de Spinoza torna esto aún más transparente. Es, en la actualidad, más moderna que nunca. Por un lado, porque puede propiciar en el lector una cierta catarsis, estimular un pensamiento lógico y libre. Por otro, porque ofrece ideas decisivas para la convivencia colectiva. Con la Ética de Spinoza, Israel podría avanzar hacia un Estado genuinamente democrático, y cada comunidad encontraría en ella los principios necesarios para definir sus valores morales.
.28/12/2003 BERLIN
(Transcripto por Axel Bruggeman. Traducción: Pablo Gianera)

“Pensar es resistir” // Osvaldo Saidón

Más de diez años después de la muerte; 30 años desde que comenzamos a ser infiltrados, habitados por esa potencia que anunciaba el pensamiento de Deleuze. Más de diez años ya sin Deleuze publicando, dictando clases, respondiendo, comentando, y la potencia continúa. Diez años esperando que esta época seca que nos anunciaba poco antes de su muerte empiece a terminar. Diez años apostando a que la consistencia de lo minoritario se afiance. El foro mundial, Seattle, Génova, las luchas antiinstitucionales, los más diversos enfrentamientos a la hegemonía del Imperio en estos diez años, todos estos movimientos están atravesados, infiltrados por la filosofía de Deleuze, por su modo de intervenir, por todos esos devenires que ya hace más de treinta años venía anunciando.

Para Deleuze el pensamiento es el conjunto de fuerzas que se resiste a la muerte, ése es su vitalismo. Pensar es resistir, y entonces filosofía, política, crítica y clínica son un mismo movimiento. Es un funcionamiento donde lo esencial del pensar no está en el pensamiento sino afuera, en lo que fuerza a pensar. Es la vida tratada como campo abierto de los encuentros y la inevitable necesidad de pensarla que nos incitó a una clínica y a una política mas allá de todos los ismos, o las escuelas dominantes en las distintas coyunturas. Ernesto Hernández, colega colombiano traductor de innúmeros trabajos de Deleuze al español, dice: “Sentimos que se inaugura un nuevo género de relato en la filosofía, una nueva narratividad, pues con Deleuze la filosofía realiza la literatura, tanto como de Borges a Carroll la literatura realiza la filosofía”. Nosotros pensamos que esta filosofía nos habilita una clínica, que realiza una crítica, una narratividad que apunta hacia una vida artista, a una isla desierta, que se desprende de un territorio apoderado por una psicopatología puramente edipizante.

Justamente porque de fechas se trata, queremos referirnos al trabajo recientemente publicado de Deleuze, escrito en 1953, que se llama Causas y razones de las islas desiertas. Hace ya mas de 50 años, Deleuze anunciaba un estilo y una preocupación, la de expandir el desierto como geografía de la creación. Decía Deleuze: “Los hombres que llegan a la isla la ocupan realmente y la pueblan, pero en realidad si han llegado a estar lo suficientemente separados y a ser lo suficientemente creadores, no harán otra cosa más que otorgar a la isla una imagen dinámica de sí misma, una conciencia del movimiento que la produce, hasta el punto de que a través del hombre la isla tomara finalmente conciencia de sí misma como isla desierta y sin hombres”. Nos dice entonces que la isla, en la mitología y en la literatura, es un recomenzar. Y que se trata no de una creación sino de una recreación; basta con que todo comience; es preciso que se repita una vez acabado el ciclo de las combinaciones posibles. Ya están allí, en este texto de juventud y para ser recreados, conceptos como separación y origen, derivar y crear, corte y flujo, habitar y expandir el desierto.

¿Quiénes toman hoy el lugar de exigirnos el pensamiento, el de expandir el desierto? ¿Negri, Virilio, Prigogine Agamben? El había designado al número uno, el más veloz entre todos, el más militante, el más clínico. Murió antes del tiempo que necesitábamos todos para de una vez por todas rifar la prepotencia de lo simbólico, la frivolidad posmoderna, las recaídas estalinistas de los microgrupos llenos de certezas.

Y entonces, desde hace 30 años nuestra clínica ya no es más la misma, ni se parece siquiera a nosotros mismos. La habita un extraño, que no se confunde ni con un ideal del yo ni con un superyó, ni un pequeño ni grande otro. Es una extraña disconformidad con la academia, con la institución, con la transferencia. con la Iglesia, con la moral, con lo simbólico. Es el esquizo, es el psicótico, es el extraño, es el puto, es el judío, es el negro, es el niño, son todos esos extraños que comienzan a hablar, en un paradigma más estético que ético. Surge el escándalo ante las recaídas posmodernas de este pensamiento. Los representantes de la tradición académica critican las relaciones caóticas que propician estas nuevas voces; un recalentado humanismo intenta recordarnos la función social de las ciencias humanas. Hemos visto cómo detrás de estas propuestas se alimentan los intentos de recuperar los arcaísmos instituidos que ya no dan cuenta del acontecimiento que lo desborda por todos lados.

En la clínica concreta que hoy realizamos, vemos que el sufrimiento, la mortificación se nos presenta en formas que escapan a las tradicionales clasificaciones que emergen de las dos grandes categorías: las neurosis por un lado y las psicosis por el otro. Las “nuevas patologías” –pánico, adicciones, anorexia, bulimia– estaban de algún modo anunciadas en El antiedipo, donde Deleuze y Guattari nos convidaban a pensar el inconsciente y sus producciones a partir de la psicosis y no de la neurosis, como lo venía haciendo el psicoanálisis hasta ese momento. Mejor todavía, ya anunciaban un pensamiento entre un campo y otro: entre la neurosis y la psicosis, entre lo social y lo individual, entre Freud y Marx, entre el discurso de Lacan y el pensamiento del cuerpo de Melanie Klein. Todos estos “entre…” adquirían autonomía, inventaban nuevos sentidos pero no articulaban nada; inventaban un nuevo y extraño paisaje, un no lugar, un desierto.

Este extraño es el que habita a esos jóvenes que ante la llegada de lo intempestivo, de la velocidad, de la comunicación y la información en tiempo real, se derrumban en esas patologías de borde, sin consistencia, casi sin identidad; se automutilan, se accidentan, se suicidan, entran en la criminalidad con una frivolidad que nos deja aterrorizados. La clínica no puede quedarse en denunciar los cambios, en resentirse con la velocidad y lo intempestivo, en la añoranza de otras condiciones para el análisis. Debe generar contraefectuaciones frente a este desmantelamiento de las singularidades, esta homogenización de la banalidad, creando espacios para aprender a resistir inventando nuevos modos de subjetivación.

Nuestros dispositivos son burbujas de enlentecimiento (psicoanálisis y esquizoanálisis), espacios de experimentación de una multiplicidad productora de sentido (esquizodrama), construcción de grupúsculos instituyentes (análisis institucional), todos ligados a ese intento político clínico de recrear un pensamiento que expanda la alegría de la resistencia.

* Fragmento de un texto leído en el Coloquio de Homenaje a Gilles Deleuze, a los diez años de su muerte, en la Universidad Fluminense de Río de Janeiro.

Osvaldo Saidón estaba con nosotroxs // Diego Sztulwark

Osvaldo Saidón estaba con nosotrxs. Su presencia brotaba en una riqueza gestual o somática. Lo vi por primera vez despidiendo a León Rozitchner. Ninguna tristeza puede ser ahora más inoportuna que saber de su partida. Imposible atajar los recuerdos que ahora llueven como cascada. A pesar de no haberlo conocido tanto, mantuve con él encuentros para mi decisivos. En su casa me narró parte su juventud en un grupo de psicoanalistas del peronismo revolucionario impactado por dos acontecimientos aun hoy cruciales: la publicación del libro de León, Freud y los límites del individualismo burgués, y luego la aparición de El Anti edipo. De los autores de este último, me decía, les atraía la poética y las indicaciones prácticas. Del primero, en cambio, la dramatización corporal del pensamiento. De esa tensión debía surgir una ética política. Leer, me dijo, no era retener ni entender, sino atravesar intensidades. Escuchar a Osvaldo era curativo. Desde entonces lo necesité varias veces, por temas tanto de amores como de militancias. Siempre que le hablaba estaba llegando de Brasil (real o mentalmente), país de su exilio. Me hablaba de su Vida, de su Gabriela y del teatro. De su amigo Peter. De las cosas que tendríamos que hacer. El texto que aquí republicamos en Lobo Suelto, termina proponiendo “una ética facultativa del cuidado como garante de la pulsión de vida y no solo como escape de la muerte”. ¿No fue este su gesto de siempre? Contábamos con Osvaldo para vencer al desánimo. Tratando de consolarnos con Cristian Sucksdorf, nos decíamos que nos cuesta imaginarnos a nosotros mismos sin la oralidad de Osvaldo. De ahí que compartamos este bellísimo video realizado en un Congreso de Análisis Institucional en Paraná, Entre Rios, en el que nos habla del análisis instituyente, de una historia de las practicas fundantes. Que tristeza sobre la tristeza.

Diego Sztulwark

Poder y fuga // Fernando Stivala

Lógica de las multiplicidades

Las cosas son múltiples en el sentido que son plurales. Pero una multiplicidad tiene una exigencia mayor. Ese múltiple no es un adjetivo que se le agrega a la unidad. Decir Este pueblo es múltiple es adjetivar una multiplicidad a algo que tiene una unidad. 

Multiplicidad en cambio significa que a ese múltiple se le puede extraer ese centro jerárquico y sigue teniendo consistencia. Una multiplicidad tiene muchas direcciones a la vez. No es ni la reducción al Uno ni la dispersión de los elementos. 

Lógica de la multiplicidad. 

El principio de la libre conectividad define una multiplicidad. Todos los puntos pueden entrar en conexión con todos los puntos. Ahí donde hay un centro jerarquizado dando sentido, lo que hay son rutas de elementos que pueden entrar en composición con otros.  

Centro que no es ni puro múltiple ni puro Uno. Pasaje del Uno/múltiple a la multiplicidad. Múltiple es lo adjetivo de Uno, un pueblo plural. Eso no es una multiplicidad. Yo amo a mi pueblo, yo conozco a mi pueblo, yo sé cómo es mi pueblo. 

Decir que hay un pueblo es un rasgo troncal que en su desarrollo da unidad a su pueblo. Y lo conozco en su rasgo plural, sus historias, sus barrios, sus provincias. El múltiple es adjetivo de Uno. 

El múltiple de la mercancía. 

Una multiplicidad en cambio se produce sustrayendo el Uno. Un pueblo. Hay muchos grupos, minorías, devenires, trayectorias. Esos muchos es lo que hace que no le de centralidad ni adjetividad a la multiplicidad. 

Deleuze y Guattari piden que accedamos a una lógica de pensar distinta para poder pensar la multiplicidad.

Dimensiones

La multiplicidad más que de elementos es de dimensiones. Y esas dimensiones le imponen a la multiplicidad cambios de direcciones. No es unidireccional. No tiene ni principio ni fin, siempre tiene medio por el que crece y desborda. N dimensiones sin sujeto ni objeto, distribuibles en consistencias que se sustraen de lo Uno. N es número variable de dimensiones, -1 es sustraído a aquello que haría de adjetivo del Uno. Se lo deja al lado como una dimensión más. No hay dimensión que pueda pretender darle unidad a todas las demás. Esa que pretende eso tiene que seguir siendo lo que es, una dimensión más. 

Deleuze y Guattari proponen pensar formas de consistencia no organizadas jerárquicamente. La unidad a eso le llama dispersión. La unidad diría: a eso le falta conducción. Pero la propuesta de ellos es: a un tipo de consistencia donde eso que hace de conducción nunca sea más que una dimensión más. Que nada pueda tomar el poder sobre el conjunto de las dimensiones. 

¿Sin regla? Si lo decimos desde la regla le decimos sin. Pero el entre, el rizoma, la multiplicidad no son alógicas. Son la libre invención de lógicas sobre el fondo alógico del ser. El ser carece de lógica, frente a eso nos adherimos a las lógicas que conocemos, pero hay otras. La lógica es un fondo del cual no dejan de surgir lógicas. Los elementos se pueden capturar entre si al modo conocido y de otros también. Cuando aparece algo que se llama sin reglas se debería hacer el esfuerzo de ver cómo aparece eso que se le llama sin regla. Pero más allá de los patrones que lo reglen tiene su propia potencia. Reconocerle potencia a fenómenos anómalos, ahí entramos en la multiplicidad. 

Acontecimiento: instancia que re distribuye instancias, pensamientos, etc. Desde la regla se la llama caos, locura, patología. Pero el punto es entenderla, porque todo lo que existe tiene verdadero derecho para existir, y cuando aparecen anomalías aparecen lógicas a pensar. No es inventar subjetivamente, es aceptar que cuando aparece una nueva conducta en la naturaleza le aparece un nuevo pensamiento. 

Los devenires son un tipo de lógica entre dinámicas no regladas y nuevos pensamientos. Contacto con dimensiones donde se pueden conocer potencias que no se conocían de sí mismo. Da igual que hablemos de lo individual o de lo colectivo. 

Agenciamientos

No es solo decir que hay una alegría mayor en las multiplicidades. Sino que es parte de lo que existe. El deseo opera en la multiplicidad, no solo pero si es muy importante. Es una instancia muy fructífera de descubrir. La multiplicidad por lo que es, no solo como utopía. 

La multiplicidad se da siempre bajo un concepto: agenciamientos. 

Agenciar: reunir una conexión de elementos, sin que esa reunión tenga una justificación previa. Las cosas de repente empiezan a funcionar de otro modo. Eso supone un agenciamiento. 

Es para abrir más concretamente las dimensiones de una multiplicidad. 

Agenciamiento que implica dimensión de contenidos, siempre en relación con los cuerpos. Dimensión de expresión, que siempre remite a los signos. Entre los dos hay una isomorfía. Estratificación y desterritorialización. 

Agenciamiento: contenido (articulación de cuerpos) y expresión (articulación de signos). Cara estratificada y cara desestratificada. 4 líneas. 

Para Foucault también hay 4 líneas en un dispositivo: lo visible, lo enunciable. El poder y la subjetivación. Lo visibile y lo enunciable se reúnen bajo la forma del Saber. Es lo que podemos decir y lo que podemos ver en un cierto dispositivo. Sexualidad, locura, etcétera. Corpus de enunciados y corpus de visibilidades al interior de una cierta episteme. 

Otras dos líneas. El poder, las formas que se determinan entre si y le confiere al sujeto tareas: educar, enseñar, trabajar. Tiene una relación con el saber. Poder-saber. El poder organiza la correlación entre las dos líneas anteriores, entre lo que se dice y lo que se ve. Estratifica. La línea del poder estratifica, condensa forma de visibilidad y enunciabilidad. 

Territorialización. Cierta manera de hacer territorio. Los cuerpos y los signos organizados como estratos que configuran cierto territorio. No es mera ocupación de espacio, es producción de un territorio, manera de vivir, población, organización de un  espacio. Poblar.  

Ahí terminaría Foucault, sino fuera porque queda disconforme con el poder como último nivel de la lógica, como el poder como última palabra de las palabras y las cosas. No habría más que sometimiento. 

Entonces encuentra la última línea que es la subjetivación. Capacidad que tienen los sujetos de no dejarse mediar por el poder. Poder actuar en fuga con respecto a una cierta relación entre fuerzas y poderes. O sustracción con respecto a los poderes. 

Desterritorialización. En todo agenciamiento existe una dimensión de salida, de migración, de fuga, de abstracción, de deseo de otra Tierra. 

Cuando un agenciamiento es percibido desde los regímenes de signos y esos aparecen muy estratificados es preciso sacudir el agenciamiento para restablecer esta línea de fuga y no quedar atrapados en los estratos. Dejar de atravesar el agenciamiento por su lado más estratificado, por sus lados de poder. Encontrar lo que resiste, lo que está en fuga en el agenciamiento. Se sustrae a las formas de poder de ese agenciamiento. 

Deleuze y Guattari piensan que Foucault se equivoca en darle a la línea de lo que coagula un exceso de importancia. La multiplicidad (subjetivación) determinada por el Poder. Ellos trabajan la multiplicidad determinada por su línea de fuga.

El agenciamiento no es como el dispositivo que siempre es de Poder. El agenciamiento es de deseo, no de Poder. 

El tercer elemento es el modo que opera el poder en el deseo. El poder tiene su presencia, impone reglas, hace funcionar las cosas, pero no puede contar su historia, no puede contar cómo apareció, cómo se justifica. Para entender el movimiento que hace variar las estructuras  y que las pone en crisis hay que remitirse a una instancia otra que es el Deseo. El Poder es una dimensión del Deseo, no está ni por arriba ni se opone.  

Deseos de desconocerse

El Deseo como tal es abierto, ¿deseo de qué? De libre conexión. Sin embargo, muchas veces, veo y siento que mi deseo tiene bastantes claridades. El tema ahí son los modos de investimento del deseo, cómo se articula el deseo con los dispositivos de poder. Las maneras de desear en modo sometimiento, o las maneras de desear desarticulación. Las propias posiciones del deseo son complejas. No se puede decir el deseo es libre y el poder viene de afuera y lo domestica. 

En un campo de inmanencia absoluta hay que entender las formas de poder como estratificaciones del deseo, y se explican a partir del deseo. Y solo desde esas dimensiones se puede ir más allá de ciertas estratificaciones. La lógica de las multiplicidades no puede ir separada de las lógicas del deseo.

Lo propio de una sociedad o del deseo es fugar. Y hay que preguntarse cómo fuga de sí misma, de sus estructuras, de sus estadísticas, de sus hábitos, de sus reglas, de lo que hace de Uno, de lo que hace de Poder. Conocernos individual y colectivamente a partir de movimientos que tienden a salirse de los lugares que solemos ocupar. Las líneas de fuga no son solo las románticas. No están condenadas a salir bien. También hay mortuorias. Las drogas son líneas de fuga, pero la sobredosis te mata. La movilización de masas son fuga, pero puede ser Hitler.  

La fuga es emancipatoria, rizomática, creativa, y a la vez esta superpuesta con abolición y suicidio. No les quepa romantizarlas, son líneas reales. Modos del deseo. 

¿Cómo es el régimen de segmentariedad en sociedades que no son de código, sino de flujo? O sea que la organización es: Estados al servicio del flujo del capital.  

Si un Estado se deja de preocupar por el modo de flujo del capital entra en quiebra social. El capitalismo es lo que hay que pensar, no es la última palabra. Es nuestro presente. Lo tenemos que pensar sí o sí. Ninguna filosofía tiene un punto de partida real, sino en función de cómo somos, de quiénes somos. Y el punto de llegada será un desplazamiento del agenciamiento, del deseo.

Poder ver como la multiplicidad es el comienzo de la filosofía significa ver la potencia de anomalía donde parece no haberla. 

 

(Notas redactadas a partir de las discusiones en el grupo Mil Mesetas coordinado por Diego Sztulwark)



*Dibujo: @juanita.ttt

¿Qué estrategia? // Diego Stulwark

El Frente de Todos no fue el instrumento adecuado para proteger salarios e ingresos, ni para romper el bloqueo impuesto por las clases dominantes a toda tentativa de reforma socioeconómica o político-institucional. Estuvo por debajo de sus propias consignas. Esta y no otras razones (como las torpezas presidenciales o la sucesión de tragedias de difícil gestión) explica la sensación de impotencia colectiva que –en un contexto más amplio de aumento de la desigualdad, la inestabilidad y el conflicto– recorre de manera creciente la política argentina. Enunciar el problema tiene sentido en la búsqueda de una salida.

Comencemos por el final. El uso de la palabra “proscripción”, discutido a propósito de CFK durante los últimos meses, apunta a describir la cobertura legal que el Poder Judicial otorga a la ostensible impugnación política que desde hace una década y en forma creciente cae sobre la Vicepresidenta. La victimización de la líder del peronismo apunta a destruir en su figura toda voluntad de reformas, y a reforzar la imposición definitiva de una asimetría en favor de quienes aceptan el estado de cosas y en contra quienes lo padecen.

 
 
 

Este cerrojo impuesto por el bloque de clases dominantes a cualquier pulsión reformista es la principal causa de la sensación de impotencia política del presente. Y es, además, el mensaje más claro de los dueños del país a 40 años de finalizada la dictadura. Para ellos la vigencia de la democracia se reduce a imponer su interpretación de los procedimientos constitucionales ahí donde antes apelaban a golpes de Estado, y de desarticular por medio de golpes de mercado y otros ilegalismos propios de las élites toda capacidad de cuestionamiento popular al sentido escandalosamente desigualitario de lo que llaman la república. La pregunta que se plantea antes semejante estado de cosas es: ¿por qué el Frente de Todos no funcionó para romper ese bloqueo? La respuesta evidente es: porque no fue diseñado con ese propósito.

¿Cuál fue entonces la lógica del armado del FdT? Un mínimo repaso histórico nos llevaría a recordar cómo a partir de 2013 la conducción del peronismo tendió a racionalizar la dificultad de constituir iniciativas defensivas exitosas en favor de la distribución de los ingresos y los derechos ciudadanos. Salvo en los casos en que estaba en juego su supervivencia y se crearon posibilidades de avanzar en construcciones electorales consideradas como propias por el kirchnerismo (Unidad Ciudadana en 2017; la candidatura de Axel Kicillof a gobernador en la Provincia de Buenos durante 2019), la tendencia del peronismo pareció ser la introyección de las relaciones de fuerzas adversas. Ni siquiera el monumental triunfo en las PASO del 11 de agoto del 2019, precedido por la irrupción de una importante resistencia popular al gobierno de Macri, animó al naciente Frente a esbozar con decisión y agresividad reformas estructurales de importancia en torno a la deuda o al Poder Judicial, por nombrar dos cuestiones de su agenda inmediata. Se consideró que allí donde no había opciones propias para avanzar, sólo quedaba margen para ganar elecciones primereando tácticamente, buscando candidatos que ayudaran a ocupar el centro político antes de que lo hiciera la derecha. Prevaleció la idea de que hacer política era evitar que el macrismo ocupara el aparato del Estado. Esa táctica, fallida en las legislativas de 2013  y en las presidenciales 2015 (por la ruptura de Sergio Massa), dio sus frutos en 2019 con la unidad del peronismo tras la candidatura de Alberto Fernández.

 

 

Ni siquiera el triunfo en las PASO de 2019 animó a esbozar reformas estructurales.

 

El exitoso encuadramiento electoral del extendido rechazo al macrismo fue razonado por sus operadores con el siguiente razonamiento: “Con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede”. Tomada como consigna, esa formulación se traducía en una amplia articulación electoral capaz de representar un enorme descontento popular. La reconstrucción de la unidad del peronismo y sus aliados se planteaba como condición de posibilidad de regreso al poder político. Un slogan de aquellos años, “vamos a volver mejores”, proporcionaba el matiz adecuado a la candidatura presidencial de Alberto Fernández ideada por CFK.

Durante los primeros tres años de gobierno, la política del FdT no logró (si es que se lo propuso) romper el bloqueo clasista a toda reforma, por mínima que fuera: no se recuperaron ingresos, no se revirtió la desigualdad social, no se desactivaron los mecanismos de persecución política. Por el contrario, fueron años de desafección política, crecimiento de la ultraderecha (no solo local) y profundización de la persecución jurídica y criminal a la máxima referente del FdT. La notoria incapacidad de la fuerza política gobernante para reaccionar en el sentido de sus propias consignas militantes (“qué quilombo se va a armar”) resultó coincidente con la pérdida de una parte del electorado propio en la legislativa de 2021.

La derrota electoral en aquellas legislativas marcó un límite a la estrategia defensiva del FdT y una necesidad de considerar las razones del retroceso. Al ser una derrota de sus propias políticas (más una deserción de su propia base electoral que un éxito político de la oposición), se hizo claro que de no mediar una rectificación del rumbo lo que se ponía en juego era la propia capacidad del FdT de conservar sus fuerzas. En otras palabras, ya no alcanzaba con proponer moderación para resistir. Sin romper el cerco mediático, judicial y económico a las reformas incluso mínimas exigidas por los movimientos populares (liberación de Milagro Sala, shock distributivo, mejora de instancias judiciales, cuestionamiento del acuerdo con el FMI, reforma de las policías) no se consigue sino erosionar el vigor colectivo indispensable para abrir las ventanas sin las cuales la democracia se pudre.

La coalición que logró sacar a un Macri en bancarrota del gobierno (agosto de 2019) no supo luego qué hacer ante un Poder Judicial que acabó por condenar a la líder del peronismo en su propio gobierno, en un juicio considerado por todas las fracciones del Frente como ilegítimo. La táctica tendiente a evitar el avance de la derecha más orgánica alcanzó su límite muy pronto al carecer de un programa alternativo a cuestiones tan urgentes como la negociación de la deuda. ¿Cuánto tiempo se puede frenar a la derecha sin avanzar en reformas democráticas consistentes? De hecho, la ausencia de iniciativas políticas en ese sentido coincide con el retroceso del apoyo al gobierno del FdT, y con un empobrecimiento de movilización de imágenes capaces de contrarrestar con un signo contrario la agresiva agitación reaccionaria elaborada a escala global.

Desde aquella derrota de 2021 para acá, la discusión de los llamados “armadores políticos” del peronismo evolucionó hacia una nueva síntesis lógica: “Sin unidad (del peronismo) no se puede, pero con esa unidad no alcanza”. ¿Qué puede ser ese “más”, ese “plus” respecto de la insuficiente unidad de “todxs”? El tipo de respuesta que se dé a esta pregunta delimita el sentido del reagrupamiento del peronismo. Según una interpretación restringida al punto de vista de la rosca electoral, la búsqueda de ese “plus” se resuelve por medio de la extensión de la coalición hacia la derecha, incluyendo nuevos aliados provenientes del peronismo neoliberal y/o del radicalismo. Se trata de ofrecer así al bloque de las clases dominantes la opción de una gestión “amorosa” del ajuste. Pero una interpretación políticamente realista advierte que lo que le falta a la unidad no es mayor sumisión sino un “plus” de tipo cualitativo, que no frene aún más sino que complemente la unidad electoral posible con una nueva eficacia reformista, inconcebible sin una recomposición considerable del Frente.

La perspectiva que da un período de cuatro décadas de vigencia de gobiernos constitucionales permite leer la suerte que han corrido algunas de las principales consignas políticas de la época. El inaugural triunfo del “nunca más” (“democracia o dictadura”) dio lugar al ocaso de los golpes militares, pero no alcanzó a culminar con éxito el proceso de la llamada “transición democrática”. Esta es la tesis de un viejo libro de Horacio Verbitsky, La educación presidencial. El traumático final del gobierno de Raúl Alfonsín y la asunción anticipada de Carlos Menem durante 1989 mostraron dos cosas: ratificaron que ni siquiera en un escenario de crisis profunda se acudiría a otro método que no fuera el electoral para definir sucesiones presidenciales, pero también que el entero sistema público de toma de decisiones quedaría subordinado al disciplinamiento constante por parte de un poder económico que hacía del golpe de mercado, la hiperinflación y los cortes masivos de luz contundentes instrumentos pedagógicos. El disciplinamiento de la fuerzas sociales y políticas corrió desde entonces por medios de este tipo de intervenciones extra-constitucionales. Ahí donde la democracia triunfaba procesando por medio del voto las crisis de gobernabilidad, la transición democrática quedaba inconclusa, sometida a vetos y a imposiciones de poderes que nadie había elegido. Desde entonces, “democracia o dictadura” se mostró como una consigna insuficiente, cuya evolución daría lugar a variantes más realistas como “democracia o corporaciones”.

 

 

 

Y es que las consignas importan. Aún en los tiempos del hashtag, la participación popular y militante –mucha o poca– se orienta por medio de consignas que, a diferencia del slogan, definen tácticas para situaciones concretas. La consigna pone en palabras lo que intenta una de las fuerzas en pugna. Su validez es fechada y responde a una coyuntura precisa. Así “Braden o Perón”, “Perón Vuelve”, “Obreros y estudiantes, unidos y adelante”, “Aparición con vida”, “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, “Qué se vayan todos”, “Ni una menos”, “El patriarcado se va a caer” o “Vamos a volver” definen campos de enemistad, alianzas concretas y objetivos precisos.

Volviendo a nuestro presente, durante el vertiginoso final del 2022 CFK propuso otra consigna que es preciso considerar: “Democracia o mafias”. Su doble valor consiste en señalar un enemigo concreto (pues bajo el nombre de mafia se señala al carácter ilegal con que actúa y se ramifica el poder de los propietarios) y de mostrar cómo esa enemistad emana de una serie de acontecimientos concretos que todos recordamos perfectamente (algunos de ellos: la persecución judicial a la Vicepresidenta y el intento de asesinato del 1º de septiembre del 2022). Cuando, luego de estos episodios, se conoció la condena de un tribunal a CFK a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos, la Vicepresidenta comunicó de inmediato su caracterización de la situación: “Estado paralelo” y “Poder Judicial mafioso”. Su renuncia a cualquier candidatura para las elección de este 2023 –que no atribuyó a una decisión personal sino a una proscripción– se fundó entonces, más que en un mero arrebato pasional, en una larga experiencia política y personal que se podría resumir del siguiente modo: CFK toma muy en cuenta la decisión que venimos reseñando del poder económico de proceder por todos los medios disponibles (incluidos los ilegales: mafiosos) para bloquear cualquier atisbo reformista (y cuando hablamos de reformas pensamos ineludiblemente en mecanismos de redistribución de ingresos y derechos y/o de apropiación de parte de la tasa de ganancia de las grandes empresas). Sabe muy bien que esa decisión adopta hacia ella la forma de una amenaza personal (de encarcelamiento y/o asesinato, a ella y/o de sus familiares). Lo que interesa, por tanto, es cómo opera, cómo se procesa políticamente ese saber.

Y nos interesa porque de cómo se asimile, se comunique y se convierta esa amenaza en gran tema de nuevas movilizaciones depende no ya la capacidad electoral del Frente de Todos, sino la posibilidad misma de una política capaz de rechazar definitivamente el programa de la fracción más agresiva de la política argentina (representada, en sus matices, por Larreta, Macri, Bullrich, Milei, Morales, entre otros). La proyección hacia el futuro de la serie reciente de acontecimientos (elección de Alberto Fernández como candidato presidencial, confirmación del acuerdo con el FMI y designación de Massa como ministro de Economía) suponen una estrategia derrotista que no incorpora el aprendizaje sobre los costos que supone resignarse a una democracia doblegada, secuestrada por grupos económicos (incluidos los grandes medios). Una democracia así, que neutraliza la capacidad de lucha colectiva, acaba por poner en riesgo incluso los derechos constitucionales más elementales (incluidos los que se creían ya definitivamente conquistados). Es la propia cuestión democrática, por tanto, la que exige la reformulación de instrumentos concretos de cuestionamiento y ruptura de los mecanismos de esterilización sostenida de la potencia popular.

En resumen, lo que parece haberse desgastado es la reiteración de una misma táctica de ocupar el centro para evitar que gane la derecha. Porque tal ocupación, incluso cuando resulta exitosa e importante en un cierto momento, no es compatible con el objetivo estratégico de reorganizar una política no-neoliberal. Resulta evidente que la extensión superestructural de la coalición no alcanza para detener la erosión de la relación con su propia base electoral, ni garantiza la intensidad política (el entusiasmo militante) indispensable para inventar una salida. En un sentido contrario, dentro y fuera del FdT se repite hasta el cansancio que lo que resulta inviable es la reiteración de un Frente electoral incapaz de conectar y organizar la fuerza política de quienes no quieren obedecer más a esas corporaciones económicas, judiciales, mediáticas y políticas que llamamos genéricamente “la derecha”. Pocas veces fue tan evidente que la vida democrática se deshace sin participación entusiasta de los muchos en la toma de las decisiones.

 

El cohete a la luna

Rosario, Ciudad Futura // Diego Sztulwark

Tomado directamente la revista que editaba en Italia Antonio Gramsci, ese nombre, “Ciudad Futura”, cobija en Rosario una experiencia inédita: una organización militante conformada por movimientos sociales que se plantean las tareas políticas correspondientes a una nueva generación. Su conformación, hace una década, supone una nueva actitud para la izquierda: un saber sobre la trampa montada sobre toda voluntad de transformación, un deseo de conectar con la desesperación (la personal y la colectiva), una práctica de comunicar el lenguaje descriptivo con la búsqueda de una salida concreta. Una izquierda que percibe desde el conflicto, y se propone como creación de otro mundo. Ser de izquierda es tener al menos dos ideas simultáneas: una analítica actualizada sobre el poder (una noción de enemistad) y una racionalidad diferente, que parte de lo que resiste.

A cuarenta años de la instauración de la democracia, y en momentos en que la propia vicepresidenta plantea la existencia un Estado “paralelo”, un poder judicial “mafioso” y una marionetización de la dirigencia política, se hace evidente que las fuerzas políticas en el poder resultan como mínimo impotentes para realizar tareas elementales como cuidar ingresos populares, enmendar instituciones y combatir las ilegalidades de los poderosos. Rosario emerge en este contexto no como una excepción, sino como un concentrado sintomático: la circulación ilegal de mercancías en rutas y puertos se corresponde con la ilegalidad absoluta del uso de las armas para proteger, disputar y ampliar negocios. Es el país entero el que se mira a sí mismo en la tragedia de esa ciudad del presente.

Ahí donde las reformas democráticas resultan bloqueada por arriba, una Ciudad Futura no puede menos que proponerse crear instituciones desde abajo. Ahí donde el oportunismo extremo y la inercia de las burocracias políticas se torna criminal, una Ciudad Futura se propone crear bloques de espacio tiempo concretos capaces de hacer trabajar a todas las instancias del estado bajo el control popular de lo vecino. Allí donde la tradición de lxs oprimidxs resulta por completo amenaza, una Ciudad Futura mantiene viva la tradición que va de la Madres al 2001, del 2001 a los feminismos populares. Una Ciudad Futura es aquella que procesa el miedo y lo convierte en poder colectivo. Más que un partido, la discusión militante que presencié ayer sábado 11 de marzo (si, en esa fecha histórica, en Rosario funcionaba un plenario horizontal, con voces de universidades y barrios, llenas de angustia y esperanza) fue un numeroso colectivo pensando, un colectivo elaborando estrategias, un ejemplo sin modelo (un ejemplo que se difunde, que ya funciona en varias ciudades de la Provincia de Santa Fe). Un germen, un instrumento apto, un principio diferente de lo político.   

El método Cañete // Pedro Yagüe

Crítica y época

En las primeras palabras de su Historia a contrapelo del arte argentino, Rodrigo Cañete anuncia un proyecto de crítica cuyos límites se extienden más allá de las artes visuales: al igual que el amor, una obra de arte abre un espacio entre nosotros y nuestras vidas, y nos deja respirar. La potencia del arte –así como también de la teoría– radica en su capacidad para alterar nuestra percepción, nuestra experiencia, es decir, en su capacidad para transformarnos. Esta perspectiva desde la que Cañete propone entender la fuerza estética de una obra, plantea un camino que hoy, en tiempos de carreras personales y algoritmos, convierte a la crítica en una forma de respirar.

Historia a contrapelo del arte argentino plantea un modo de mirar la época por fuera de la lógica neutralizante de las instituciones culturales. Es justamente ahí donde, quienes no venimos del campo de las artes visuales, encontramos una de las principales riquezas de este libro. Hay en Cañete un método, una operación de escritura que sacude la época para ventilarla. Que permite escaparle, al menos por un rato, a la desesperación inocua y narcisista que circula en el mundo cultural argentino.

El método Cañete parte de la materialidad de la obra y se dirige hacia sus efectos, hacia el modo específico en que el arte interviene en la realidad social. Contra el aparato crítico institucionalizado, cuyo énfasis está en el dato y el archivo, Cañete propone leer funcionamientos. Para ello, le es necesario analizar la obra en relación con la sociedad histórica en la que opera, sin que esto implique reducir una dimensión a la otra. Ni un arte pasivo frente a lo social, ni un arte monádico, reducido a sus aspectos formales, absoluto idealizado sin relación con el entramado histórico en el que existe.

Si una obra puede transformarnos al punto de convertirnos en otros, es por el modo específico en que se inserta en la realidad social. Por el modo en que es capaz de articularse en discursos, en afectos, en una historia compartida y sus marcas. Porque, en última instancia, es ahí donde el arte y la teoría buscan producir un efecto: en la materialidad de nuestras vidas. En nuestros temores, en nuestros amores, en nuestras calenturas, en nuestras miserias. El arte y la teoría, cuando no se insertan en una lógica de cálculos y amiguismos, cuando no buscan constituirse en nicho o carrera, se dirigen siempre hacia la misma dirección. Hacia la vida. Como pregunta, como propuesta, como inquietud.

Esta perspectiva le sirve a Cañete como criterio teórico-político. Una obra no es transformadora o disruptiva por el hecho de presentarse como tal, sino por los efectos concretos que produce. La confirmación de lo ya pensado, el regocijo narcisista en lo ya sentido, es la operación conservadora por excelencia de nuestro tiempo, aunque las obras que así intervengan se presenten bajo las banderas más transformadoras. Tanto en el arte como en la teoría, la potencia política se mide por la alteración sensible que se genera, por la capacidad para romper con un estado de cosas. Una obra interpela cuando hace oír lo que no se sabe que se oye, cuando hace sentir lo que no se sabe que se siente. Todos tenemos una experiencia de esto: un libro, una película, una imagen, una canción que nos movió el piso para siempre. Y nos hizo vivir de otra manera.

Contra una época en la que los artistas son evaluados según su corrección política, incluso de manera retrospectiva y aun estando muertos, Cañete plantea la necesidad de pensar los efectos de las obras independientemente de la voluntad de quien las crea. ¿Qué es lo que busca el ojo crítico? Distinguir lo que nos confirma de lo que nos desarma; lo muerto de lo vivo. Por eso insiste en las posibilidades transformadoras de la producción cultural. Hay, hubo y siempre habrá obras capaces de ensayar nuevas formas de abordar nuestro avasallante momento histórico, siendo conscientes de que cualquier aproximación a él será fragmentaria y ficticia. Es esa ficción la que permite cambiar la realidad.

En tiempos como los nuestros en los que el mercado y las redes sociales exaltan y endurecen las identidades colectivas, el método Cañete propone una vía de escape. El hecho de que la potencia estética de una obra radique en su capacidad para alterar lo que somos, muestra un camino en el que la conquista de una autonomía –al menos parcial– con respecto al mercado, se convierte en algo necesario. Habrá, por tanto, que sospechar de la senda florida de la profesionalización, que tan buena prensa ha logrado durante las últimas décadas en la Argentina.

¿Por qué hacer crítica hoy? ¿Qué respuesta encontramos en Cañete? En un ambiente cultural como el argentino, donde casi todo queda reducido a una cuestión de gustos, donde el debate se fue convirtiendo en algo cada vez más impostado, resulta necesario volver sobre esta pregunta. ¿Por qué hacer crítica, entonces? Nuevamente: por los efectos que tiene. Se trata de intervenir. Cañete diagnostica un vaciamiento crítico que se corresponde con una sumisión de gran parte de los artistas a las lógicas y procedimientos del mercado. Y esta sumisión, por las características propias del mundo cultural argentino, coincide casi siempre con alineamientos políticos.

De ahí la importancia del método Cañete. De su embestida contra los consensos, contra los pactos y silencios. De su ataque contra la obediencia burocratizada, contra el reinado de lo conveniente, contra la política convertida en otra forma de hacer caso. De su batalla abierta contra ese mundo que de tan circular se vuelve agotador. Y agotado. Eso es la muerte: lo que no mueve. Lo que ubica, fija, confirma. La crítica, entonces, como un intento de no sucumbir ante esa forma un poco triste de andar muertos.

 

Materialismo oscuro

Cañete es materialista oscuro, en el sentido en que Silvia Schwarzböck le da a esta categoría. El materialista oscuro pretende decirlo todo. Y lo hace. Eso que en aras de la sociabilidad debería callar y por sus “adecuadas dosis de coraje y desprecio de sí mismo” se atreve a escribir, es pensamiento explícito. Las comillas de Schwarzböck traen del pasado una voz que, todavía en estas primeras páginas del libro, la autora deja sin citar. Son palabras de Carlos Correas, quien –Operación Masotta mediante– también se inscribe en esta tradición. Adecuadas dosis de coraje y desprecio de sí mismo: ahí reconoce Schwarzböck los cimientos afectivos de este tipo de escrituras.

El materialista oscuro rompe un pacto de silencio. Hace pensamiento explícito. Casi pornográfico. Muestra todo lo que puede. El materialista oscuro no calla un secreto, porque no lo hay. Su operación es la contraria: pone sobre la mesa aquello que todos saben pero nadie dice. Para eso, debe traicionar a ese mundo al que perteneció. ¿Cómo lo hace? Mediante la elaboración de nuevo punto de vista. Se crea a sí mismo como yo monstruo. Crudo. Salvaje. Un yo que avanza y avanza, insaciable. Una vez que el materialista oscuro empieza a decirlo todo, ya no puede parar. Sus palabras se dirigen contra el terror, contra sus silencios y consensos. Pero también aterroriza. A los demás, claro. Y a sí mismo. No puede parar.

El yo monstruo es, al mismo tiempo, un vengador y un traidor. Al decirlo todo, el materialista oscuro se venga de una cultura podrida, de un poder que necesita del silencio para funcionar. También delata a sus pares, se libera de la moral desde la que se desprecia. Y en ese mismo acto se traiciona. Se maltrata, se humilla. Exhibe sus miserias y vergüenzas. No le queda otra: es la única forma de exhibir de manera efectiva las miserias de los demás. El yo del materialista nunca se salva, nunca queda afuera de todo lo que odia. El materialista oscuro se mancha las manos con eso mismo que tira.

El carácter oscuro del materialismo de Cañete tal vez sea más visible en su blog, en sus podcast, cañechats y pastelas que en su libro. La oscuridad del materialismo, al menos en este caso, tiene algo performático. Interviene, busca producir una reacción. Por eso elige las redes sociales. Ellas son el medio perfecto para este fin. En su versión LANP, el método crítico aparece en su faceta más extrema. Cañete se zarpa. Se pasa de la raya. Cruza, por momentos, el límite del buen gusto. Como materialista oscuro que es, Cañete habla de más. O, como diría Schwarzböck, estructuralmente de más. Habla de lo que la cultura decide callar: lavado de dinero, favores sexuales, herencias de todo tipo, rosca, negocios con empresarios, políticos y hasta jueces de la nación.

Cañete no es un incorrecto, sino alguien que está más allá de la corrección. Tiene su propia agenda. Su propia forma de intervenir. Como explica Schwarzböck, si a hablar una lengua se aprende con el cuerpo, a callarla también. La crítica de Cañete, se dirige hacia ahí. Agita la lengua para exhibir lo que la cultura argentina no muestra. Para poner arriba de la mesa lo que los consensos culturales, desde hace décadas, metieron debajo de la alfombra.

 

Materialismo queer        

En su libro El arte del fracaso queer, Jack Halberstam vincula lo queer a un proyecto estético organizado en torno a la lógica del fracaso. En la medida en que queer implica una ruptura con lo hegemónico, el éxito queda desde un principio por fuera del horizonte de lo alcanzable. Dicho de otra manera: no aceptar la normatividad social es no aceptar las reglas del juego que, eventualmente, podrían conducir hacia el éxito. Lo queer, en el sentido en que Halberstam le da a esta categoría, constituye una oposición vivida y sentida con respecto al modelo oficial de conducta y virtud. Por eso siempre tiene algo performático: provoca una reacción que sintetiza el estado de cosas en una sociedad.

Lo queer se encuentra vinculado a la negatividad, a una cierta imaginación política que se mueve por fuera del reconocimiento comercial y estatal. Se opone a la reproducción social del sentido. Pero no como mera negatividad reactiva, sino como una que se dirige hacia la posibilidad de construir nuevas formas de vivir. La no pertenencia arma un vacío que posibilita la creación de sentidos y significaciones. Es una concepción afín a la de Monique Wittig, quien sostenía que las lesbianas, al no ajustarse a la norma, al no ser vistas socialmente como “mujeres”, se encuentran en una posición mucho más apta para elaborar nuevas formas de vivir.

Al igual que el materialista oscuro, el materialista queer hace visible aquello que la cultura no quiere que se vea, hace oír aquello que no quiere ser escuchado. Y así encarna una alteridad monstruosa. En la medida en que rompe con la normatividad, el materialista queer hace del fracaso su obra central. Su fuerza está ahí: en la no adaptación. Rendir frente a la normativa histórica, por lo general, es una forma de rendirse ante el disciplinamiento del mercado y las instituciones culturales. Ser queer no garpa. No rinde. Y esto, en el fondo, es también una forma de no rendirse. De estar a la altura de una vida que necesita ser vivida. Por eso es que Halberstam señala que lo queer ofrece la promesa del fracaso como un modo de vida.

El materialismo de Cañete es queer, no por lo que haga en la intimidad, sino por lo que hace de manera pública. Porque fracasa. Incluso cuando parece conseguir el éxito, cuando el Premio Peter C. Marzio está casi en sus manos, la lengua traicionera se le vuelve en contra. Se lo sacan. Lo humillan. Lo corren de la escena. Desde el punto de vista que propone Halberstam, esto es algo que resulta completamente entendible. No se puede obtener un premio si no se aceptan las reglas de juego sobre las que se organiza. El fracaso de Cañete estaba escrito en su materialismo queer.

Cañete habla con una claridad que ofende. Con una lengua fulminante, que a veces hiere y se zarpa, pero que le permite identificar funcionamientos. Sin esa claridad, no hubiera podido exponer de manera tan precisa lo que llama “la mafia del amor”. Es decir, la lógica endogámica de la oligarquía cultural en la que los artistas se agrupan bajo un conjunto de silencios, jerarquías y buenondismos que garantizan su reproducción social. Al materialista queer esto le resulta intolerable. Por eso necesita romper con la inercia endogámica de la cultura. Si queremos que lo antisocial se transforme en teoría queer, dice Halberstam, debemos estar dispuestos a salirnos nos de la zona de confort del intercambio educado, con el fin de aceptar una negatividad verdaderamente política, una que, esta vez, prometa fracasar, dar por culo, cagarla, pegar gritos, ser rebelde, maleducado, provocar resentimiento, devolver el golpe, hablar alto y fuerte, interrumpir, asesinar, escandalizar, aniquilar. Resulta difícil vislumbrar un destino exitoso para una subjetividad así.

Sin embargo, el fracaso también activa otra cosa. Algo diferente. Algo en el cuerpo. Hay límites que se cruzan y de los que ya no se puede volver. Esos son los que importan. Los que te transforman. Los que permiten escaparle a un cierto estado de ánimo. La vivencia del fracaso, muchas veces, es la cristalización de ese tipo de límite. Porque en el fracaso se conserva algo de la maravillosa anarquía de la infancia. Cuando el éxito desaparece del horizonte, ya no hay razones para someterse a la disciplina cultural, a sus silencios y recompensas. Al productivismo, al cálculo, a cierto sentido de lo conveniente. Entonces, recién entonces, comienza ponerse en juego otra lógica: la del juego, la risa, la de los mundos por crear.

Esto explica también la preocupación de Cañete por el legado de artistas como Pedro Lemebel o Batato Barea, a quienes intenta rescatar de la estetización neutralizante de los consensos del presente. Ellos, desde sus propias coordenadas históricas, hicieron materialismo queer: fueron traidores de la élite cultural de su tiempo. Cañete también crea a sus precursores, se inscribe en una tradición artística latinoamericana. Y lo hace enfrentándose a una política cultural que estetiza para neutralizar, que recupera lo queer del pasado para volverlo inofensivo y, en ese mismo acto, lavarse la cara. Cuando lo queer se convierte en marca, kiosco u objeto de estudio, hay algo de esa experiencia que se obtura. Que no se transmite, que ya no se puede actualizar. Toda higienización invita a la sospecha.

 

Materialismo argentino: el revés de la trama

El materialismo de Cañete se inserta en una tradición ensayística que parte desde y se dirige hacia este país. Se puede vivir en Inglaterra y hacer materialismo argentino; se puede trabajar con el Conicet e importar agendas culturales europeas. Cañete se inscribe en un linaje de escritores cuya crítica busca denunciar el poder ahí donde no se muestra, exponer los pactos de silencio. Se trata de una tradición nacional y a la vez pugilística para la cual el combate es condición de posibilidad del pensamiento. De los muchos nombres que podría destacarse, me interesa recuperar el de tres: David Viñas, León Rozitchner y Quique Fogwill. Historia a contrapelo del arte argentino, tal vez sin saberlo, establece un diálogo implícito con la obra de ellos tres.

Al igual que Viñas, Cañete advierte una tendencia local a la valorización del arte según la visión del primer mundo. Ser latinoamericano es ajustarse a la imagen que Europa o Estados Unidos tienen de nuestro continente. Incluso en la construcción de un canon latinoamericano o argentino, lo que termina imponiéndose es la mirada extranjera, que curiosamente coincide con aquella que rinde en el mercado. El problema de este provincianismo con respecto a Europa y Estados Unidos es que impide la constitución de un punto de vista propio sobre lo argentino. En Literatura argentina y política, Viñas habla de un ser para y desde el primer mundo, de una validación de lo nacional en la aprobación extranjera, en sus jergas y modas. Esto es algo que, en la mayoría de los casos, requiere de una mediación profesionalizada que filtre la obra bajo los códigos del mercado. En las artes visuales, esto queda en manos de curadores y galeristas; en las letras, en manos de las grandes y a veces no tan grandes editoriales.

Una lectura conjunta de Viñas y Cañete permitiría reconocer ciertos elementos constitutivos del modo en que se produce arte y teoría en la Argentina: el viaje a Europa en su dimensión estética, utilitaria y colonial; la cultura como posible constructora de ciudadanía; el correlato entre la apropiación de la tierra y la constitución de una intelectualidad con valores de la clase dominante; la cuestión del cuerpo y su desaparición como una constante en la nación Argentina. Esta forma de leer la historia que Cañete –con Walter Benjamin– llama “a contrapelo” y Viñas “el revés de la trama”, no solo intenta desenmascarar la estructura de poder dominante en el campo cultural, sino también identificar resistencias concretas.

Esto último resulta fundamental y nos ubica, nuevamente, ante la pregunta por la crítica y su sentido. La búsqueda de resistencias, de relampagueos del pasado en el presente, es en el fondo una búsqueda de vitalidad. Se trata de detectar una misma vibración que atraviesa los tiempos, con el propósito de elaborar series históricas en las que inscribirse. Cañete arma la suya: Pedro Lemebel, Batato Barea, Federico Manuel Peralta Ramos. No se trata de una tradición académica, teórica, ni siquiera de una ligada estrictamente a las artes visuales. Lo que Cañete recupera de estos artistas es la insolencia, la carcajada, la lucidez, la provocación. Reflejada en el espejo de esta serie, la crítica muestra sus dos caras: una teoría de la performance y una performance de la teoría.

 

Materialismo argentino: democracia y terror

A mediados de la década del ‘80, Rozitchner señalaba que la democracia actual había sido abierta desde el terror, no desde el deseo. Y concluía: es la nuestra, pues, una democracia aterrorizada. Rozitchner se refería a una operación histórica sobre los cuerpos que los deja como anestesiados, incapaces de enfrentar el propio trauma. Si nuestra democracia se encuentra aterrorizada, es por el modo en que los silencios políticos nos impiden elaborar nuevas significaciones y sentidos. El terror nos encierra sobre nosotros, nos confirma, nos aleja. Nos deja muertos. Muertos en vida. Sin más destino, en el mejor de los casos, que el de una linda carrera personal. La omnipresencia del mercado en la cultura argentina –incluso bajo su disfraz estatal–, resulta impensable sin las huellas subjetivas del terror.

Algo similar advertía Fogwill en sus artículos de Primera Plana y El Porteño, también por los años ‘80. Con su habitual estilo, sostenía que la transición democrática se había organizado bajo una narrativa que no presentaba a los verdaderos vencedores como tales. Es por eso, señalaba Fogwill, que no existen casi obras culturales que festejen y reivindiquen el accionar de la dictadura. Porque los victoriosos necesitan hacerla pasar como una derrota. Reducir el análisis a la cuestión militar y al terrorismo de Estado, fue el modo de ocultar el triunfo de los vencedores, es decir, del bloque banquero-oligárquico-multinacional. Y, en tanto política de olvido, esta operación impidió entender la profundidad de las huellas económicas y subjetivas que todavía persisten en nuestra democracia.

Desde un punto de vista cercano al de Rozitchner y Fogwill, Cañete advierte en la política cultural democrática de los años ochenta una tecnología de infantilización que dificultó la exploración artística y teórica del propio trauma nacional. Más allá de algunas excepciones disruptivas, como las de Batato Barea y Liliana Maresca, durante esos años comenzaron a construirse los consensos culturales de nuestra sociedad actual. Como buen materialista oscuro, Fogwill fue todo lo explícito que pudo: el alfonsinismo –festivales, ciclos, libros, ferias y televisión mediante– encarnó la herencia cultural de la dictadura.

En su libro y en más de una pastela, Cañete sostiene que durante los años noventa comenzó un proceso por el cual las artes visuales se fueron convirtiendo lentamente en “economía creativa”. Ya entrados los dos mil, esto se extendió hacia el resto del entramado cultural. Todos fuimos tentados por la profesionalización. El problema con esto es que, una vez que sucede, ya no se juzga a las obras por su poder estético o conceptual, por el efecto que producen, sino en por el retorno de inversión. Este es el contexto desde el que debe entenderse el vacío de la crítica actual, la consolidación de la mafia del amor, la emergencia de nuevos esquemas de transacciones y lealtades. Cañete propone leer este largo proceso histórico desde las marcas profundas del terror militar. Al profesionalizarse, el arte y la teoría comenzaron a confundirse con lo burocrático.

 

Al rescate de la crítica

Cada día resulta más burdo el oportunismo casi desesperado de artistas y teóricos por coincidir con las agendas políticas o identitarias del momento. Cañete advierte en estas operaciones de autovalorización una amnesia selectiva propia del mercado neoliberal: se habla sobre aquello que rinde, omitiendo aquello otro sobre lo que es mejor callar. Este tipo de cálculos conllevan, por supuesto, un vacío completo de significación vital. Es que la obra que más fuerza política tiene es aquella que logra sustraerse de la lógica avasallante de lo conveniente. ¿Cómo consigue una obra ser algo más que una mercancía? ¿Dónde se verifican sus efectos?

Cañete advierte que en las últimas décadas se volvió frecuente una cierta conversión del dolor en commodity que flirtea con la estetización de lo indecible para hacerlo vendible. Por este motivo, nuestra época exige un minucioso ejercicio de la sospecha: no juzgar ni a los autores ni a las obras por lo que ellos dicen que son, por lo que ellos dicen que hacen, sino por el modo en que intervienen en la realidad social. De ahí la necesidad de mirar de frente al trauma de origen de la democracia argentina. La presencia del terror en nuestra cultura se verifica en las enormes dificultades que tenemos para producir sentido de espaldas al mercado, para no volvernos rehenes de la profesionalización.

El método Cañete propone coordenadas intelectuales y afectivas desde las que ventilar el presente. Busca decirlo todo, traicionar, exhibir, ofender, escandalizar. Pero con un sentido político de fondo. Hay algo en Cañete que nos arranca del entumecimiento, que nos invita a recuperar al cuerpo como fuente de sentido. Es que la crítica, al igual que el arte y el amor, también es capaz de generar efectos, de abrir una distancia entre nosotros y nuestras vidas. Y dejarnos respirar.

Lo bueno del presidente // Diego Valeriano

Podemos seguir viviendo así. Sin que nadie nos moleste. Podemos irnos de vacaciones, salir campeones, señalar con el dedo. Hablar de elecciones, reelecciones, proscripciones. Se puede dar la vida en un posteo. Ser vocera presidencial, ministro, hijo de la vice, gato de la jefa. Podemos hacernos ricos, no recibir la cuota alimentaria, barrer cordones, cobrar dos planes. Militar, mirar C5N, ser obedientes aunque no haya órdenes claras. Ser vigi, yuta, pollo o traidor. Se puede marchar confundido, sacarse fotos con los dedos en V, termear en el grupo de wasap de la familia. Podemos seguir como si nada. Comprando dólares, opinando, stalkeando. Tomando, escabiando, delirandonos la guita que no tenemos. Se puede defender, contraatacar, ir a actos. Tirotear, linchar, saquear y hasta aplaudir a la gendarmería al otro día. Se puede olvidar quien lo puso, que decíamos tío Alberto, que nos votamos encima. Meterse en la panza de la ballena azul y no escuchar el ruido de afuera. Se puede arrancar, devenir, no saber. Un montón de cosas se pueden. Ser felices como nunca lo fuimos, aguantarla, festejar dando la vida y no morir en el intento. Tener una radio, un medio alternativo, un convenio, una publicidad, un kiosco. Seguir dejando que las cosas pasen, que el aire se renueve, que poco nos importen las giladas que se acumulan en timeline. Lo bueno del presidente es demostrarnos que se puede vivir sin presidente

La auto-percepción de lxs psicoanalistas. El psicoanálisis patriarcal al diván. (Notas de una psicoanalista en el 8M // Lila María Feldman

Esta época es la época de la revisión de los mitos. En cuanto a la cultura en general, podríamos decir, por ejemplo, que es la época en la que cayó el mito del amor romántico. No porque se haya acabado el romance (menos mal que no) pero sí la representación del amor que hizo de nuestras historias trama de idealizaciones con sus consiguientes sumisiones y derrumbes, y que –entre otras cosas- ha producido o permitido tantos feminicidios. Tantos, que resultan incontables. Configuran un genocidio. Decir: “Ni una menos” es discutir su condición de genocidio interminable (y naturalizado). 

No voy a profundizar en ello aquí, sino en la caída de los mitos del psicoanálisis. ¿Podemos pensar sin mitos? ¿Podemos cuestionar los mitos que han sido fundantes de nuestra identidad profesional? ¿Podemos cuestionar nuestros cimientos teóricos en la medida en que formaron parte del mito de una constitución psíquica deficitaria y desigualada para las mujeres, y que arrojó sin más al campo psicopatológico a las disidencias? ¿Podemos deslindar la representación del psicoanálisis arraigada en la cultura, que ha hecho de la palabra “Edipo” o “Narciso” parte del lenguaje coloquial, de los intercambios cotidianos, al menos en esta ciudad donde hay casi tantxs habitantes como pacientes y/o analistas? Narciso y Edipo (varones por supuesto) son los mitos de los que el psicoanálisis se nutrió, y también son los mitos que legó a la cultura, filtrándose y enriqueciendo el lenguaje coloquial. ¿Podemos hacer el camino inverso, reconocer en la cultura actual aquellos aportes que no provienen intrínsecamente de nuestro campo pero que lo enriquecen, desafían, conmueven? ¿Podemos ver allí un capital con el que hacer acopio de nuevos interrogantes, y de puesta en palabras a lo que ocurre en nuestra práctica actual? ¿Queremos que nuestro lenguaje se escinda del lenguaje de la cultura? ¿Queremos hablar únicamente entre nosotrxs, como si hiciéramos uso de un lenguaje de señas, una jerga que sólo sirve de contraseña para obtener validación y entrada?

Hacer del lenguaje psicoanalítico genuino lenguaje inclusivo no se agota en el uso de la e o la x, aunque lo incorporemos, sino en la revisión profunda de los resortes que hicieron de nuestros conceptos herramientas funcionales a la construcción de opresiones, desigualdades, silencios, omisiones. Conceptos que se dieron la mano con el pensamiento patriarcal imperante e intocado en tiempos de creación y surgimiento del psicoanálisis. ¿Seguiremos defendiendo la pureza de ese psicoanálisis como si el tiempo no hubiera pasado, o abrazaremos nuevas lecturas y viejas lecturas marginadas, “contaminándonos” con otros marcos conceptuales? ¿Nos interesa tener un propio lenguaje inclusivo o sostener un lenguaje exclusivo y excluyente? ¿Aquellos que cuestionan, por ejemplo, la autopercepción como una de las categorías que conforman la asunción identitaria sexo-genérica… son capaces de “auto-percibir” las determinaciones patriarcales y represivas al interior de sus teorías y discursos, saben advertir que sus teorías han contribuido a erigir la heteronorma y el cis-sexismo como régimen político obligatorio? Sostener algunos mitos puede hacer que la teoría se siga mirando al espejo, contemplando su propio ombligo conceptual, viendo como acomodar los libros y que no se venga abajo la estantería.

Siguen las preguntas en mi cabeza, mientras escribo estas líneas. ¿Son los mitos que inspiraron a Sigmund Freud, los que nos inspiran hoy, un siglo y mil vidas después? ¿Los mitos son eternos, como el agua o el aire? 

Pienso en los mitos que venimos cuestionando hoy, con algunxs colegas. Al interior del campo psicoanalítico proponemos revisar, desmontar algunos de nuestros propios mitos. Por ejemplo, el de la castración.  

El Narcisismo de lxs psicoanalistas moviliza y empuja acaloradas reacciones, cuando el espejo tambalea o la imagen se “ensucia”. Con uñas y dientes, con condescendencia y descalificación censuran, buscan acallar o destruir los intentos de problematizar. La castración y el falo parecen ser el mito intocable o la roca incuestionable de todos los mitos. Ahora bien, también nos encontramos con el enorme alivio, y el agrado de muchxs que reciben estos desarrollos como oxigeno que vitaliza algo bastante cerrado, rígido, por momentos asfixiante y disociado de la clínica, de las problemáticas y realidades con las que trabajamos hoy, o que tal vez hoy estamos en condiciones de pensar. El lenguaje es campo de batallas y disputas, en el uso de las palabras se debate la distribución del poder, la discusión en torno a qué es válido y legítimo pensar, y qué no lo es. Quién cabe en el nombre “psicoanalista” y quién no, por nombrar apenas algunos ejemplos. ¿Estaremos en condiciones de revisar nuestro lenguaje, no por capricho, sino porque ese espejo deforma, altera, y oculta tanto como muestra? ¿Podremos incluir lo que el espejo deja por fuera? ¿Cómo intervienen nuestros mitos y teorías en nuestra percepción de la realidad?

Los mitos son parte de un tiempo en el que además de creer fervientemente en ellos, creíamos también en lo “perdurable”, en el tiempo que perdura, en que hay ciertas cosas que van a durar independientemente de La Historia. Una pandemia y tantas catástrofes que entraron en el siglo XX y en los albores de este, me hacen pensar que no es ya tan así. Lo efímero y lo inmediato, la ansiedad por lo que ocurre en tiempo real junto con las burbujas que las redes construyen para sostener la ficción de que suceden cosas mientras que tal vez no pasa nada. Quiero decir, que los mitos han sido parte de un paradigma de lo temporal, una manera de creer en el tiempo. 

Hoy me siento más cerca de otra pregunta que se aparta de los mitos para adentrarse en la realidad. El vínculo del psicoanálisis con la realidad. 

Considero a la realidad como una cuarta instancia psíquica (situándome en la segunda tópica freudiana). Pensar la realidad como algo “externo”, circunstancial, coyuntural o imaginario, sólo es empobrecerla y dar cuenta de nuestra cortedad o ceguera, la cual tiene consecuencias. En ese sentido, los trabajos de Ana Berezin han marcado mi pensamiento. La realidad para muchxs de nosotrxs incluye la realidad del tiempo histórico en el que vivimos, la materialidad del cuerpo, y del otrx, la realidad como trama conflictiva que es a la vez singular y colectiva, la realidad que inscribe el mundo “externo” en el psiquismo. Quiero decir, que cuando hablamos de “la realidad”, estamos haciendo alusión a todo eso. A las condiciones necesarias para que haya existencia psíquica y devenir, despliegue de la subjetividad humana. 

Pienso que este es el tiempo en el que importa situar una cuarta herida narcisística en la humanidad, (ya no perpetrada por algún varón, por cierto) cuya autoría les corresponde a los movimientos feministas y queer. Esta cuarta herida que podemos ubicar como la visibilización del patriarcado como sistema que opera en los propios resortes de los sujetos en general, en la vida colectiva, y de cada sujeto en particular. Como dijo alguna vez John Lennon: “Es imposible cerrar los ojos”. Una vez que algo entró en el campo de lo visible y pensable, una vez que eso resignificó y conmovió todo, no podemos cerrar los ojos. O podemos hacerlo, con su consiguiente costo.

Esa cuarta herida narcisística no es exterior a lo que viene ocurriendo –para tantxs de nosotrxs- en nuestra ubicación como psicoanalistas, en nuestras prácticas y teorías.

En cuanto a una larga tradición de revisión de los impensados de la teoría psicoanalítica –en la que yo me inscribo- no casualmente omitida o silenciada, quiero recuperar, aquí, el trabajo de León Rozitchner llamado “Edipos”. Resalto apenas el esfuerzo de situar que el mito no es uno ni eterno, que lleva inscripta en él una marca histórica y cultural, no es universal, no es atemporal. No es lo mismo el Edipo griego, que el judío o el cristiano, o el latinoamericano en sus raíces ancestrales propias. León habla de complejo parental, y pienso que es importante hablar de complejo de crianza más que de “Edipo”, porque modos de subjetivarnos hay muchos, y son diversas sus implicancias. 

Quiero, les decía, recuperar aquí a algunos de los impensados y excluidos, o neutralizados por algún poder, tanto el poder que proscribe como el que olvida, de las teorizaciones. No hay revisión o reescritura que revolucione nuestro lenguaje, que problematice nuestra herencia, si no se analiza el poder. 

Los feminismos y su extensa e intensa historia, han sacudido y sacuden aún hoy las creencias narcisísticas de la humanidad. Ni la tierra es el centro, ni el hombre es el centro, ni el yo es el centro, tampoco lo es “el varón-padre-ley”. Ese binarismo desigualado que ha sido pilar de nuestra teoría (definiendo y demarcando un modo de pensar la constitución psíquica y el campo de la psicopatología), se ve estallado ahora en torno al creciente reconocimiento de las diversidades y disidencias. El psicoanalista que se mira en el espejo ensoñado de Narciso, y desde allí y solo allí configura las teorías, es una parte importantísima del problema. ¿El psicoanálisis en el campo de la cultura es ya un mito, hecho de diván, barba, pipa, silencio y falo-castración como caballito de batalla? ¿o es vanguardia y pensamiento vivo capaz de volver a empezar todo lo que haga falta, cada vez, y cada vez?

El punto álgido, escribe Ana María Fernández, está en la caracterización psicoanalítica de la Diferencia, en particular, de la diferencia sexual. Algunos antropólogos plantean que es la diferencia el punto ciego de sus teorías.  Denuncian ese esencialismo que eleva a categoría de universal aquello que es específico o propio de un grupo humano. Hablar de naturaleza humana fue parte de ese proceso que definió dicha naturaleza a imagen y semejanza de lo único, de lo mismo. 

En nuestra cultura, las nociones de hombre y mujer “…se organizan desde una lógica binaria activo-pasiva, fuerte-débil, racional-emocional, etc; donde la Diferencia pierde su especificidad para ser inscripta en una jerarquización”. En todo cuerpo teórico hay una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo pensable y lo impensado (que no forzosamente debe ser impensable). Juan Carlos Volnovich publicó hace años un trabajo en el que revisa los Tres ensayos… y trabaja allí lo que quedó invisibilizado y silenciado, a partir del abandono de Freud de la Teoría de la seducción, y que está contenido en la frase “Las histéricas me mienten”. León Rozitchner, en el campo de la filosofía, gran lector de Freud, se dedicó entre otras cosas a resituar la cuestión del poder. Es así que lee y reescribe Psicología de las masas… restituyendo al texto lo que fue omitido. Su libro póstumo “Materialismo ensoñado” es esclarecedor respecto del desplazamiento que hizo del padre un lugar que capturó a lo materno y a los afectos como condición de pensamiento, de la tradición e historia del pensamiento filosófico. Es que –en verdad- cada unx de esxs autorxs, se dedicaron a pensar asumiendo ese punto de vista, esa interrogación que lleva como punta de lanza la siguiente cuestión: ¿qué es lo pensable y qué no en este campo teórico? ¿cuál el punto de vista que define todo un campo de visibles, en tensión con un otro campo hecho de invisibilidades? ¿Cuál es el Poder que establece esa frontera entre ambos?

Pienso que el psicoanálisis que omite pensar las determinaciones con las que el poder opera, en las entrañas de lo psíquico, no sólo en el campo social (ambos binariamente escindidos) es –por lo menos- bastante ingenuo. 

Todos aquellos desarrollos teóricos que cuestionan los cimientos de las teorías, se enfrentan a la reacción escandalizada y furiosa de los sectores hegemónicos, que defienden las sagradas escrituras, a resguardo de las “malas lecturas”, desviadas, degradadas, y ciertamente peligrosas. 

Ana María Fernández hace referencia no tanto a la cuestión de lo imposible de ver, sino a la prohibición de ver, instaurada por determinada definición de lo visible. Esa denegación, nos dice, “constituye los síntomas de la teoría que podemos leer a través de los lapsus, silencios, omisiones del discurso teórico que se ofrece como texto… Toda teoría presenta objetos prohibidos o invisibles”.

Me inscribo en la historia de nuestra profesión que se propone hacerse cargo de lo prohibido e invisible. Pontalis me acompaña cuando escribe: “No hacer en psicoanálisis nada que pueda reforzar la sumisión de los pacientes… su servilismo, sobretodo si es voluntario. Y, uno mismo, intentar liberarse de todo servilismo a lo teórico, comenzando por la teoría propia”. Tal vez lxs psicoanalistas podamos auto-percibirnos y percibir a nuestros pacientes, un poco mejor. Un siglo no pasó en vano.

Unheimlich: caos y autómata cognitivo // Franco “Bifo” Berardi

El regreso de Dios

En algún momento se difundió la noticia de que estaba muerto.

Dios murió, decían algunos, cuando los humanos entendieron que su historia no tiene dirección ni finalidad, cuando la tecnología se hizo cargo de la comunicación social, y la voluntad de los humanos perdió el gobierno de los acontecimientos.

El ser humano se dotó entonces de automatismos capaces de lograr objetivos con un poder que nunca los rituales religiosos y las oraciones habían poseído: extensiones automáticas de los órganos del cuerpo, brazos, piernas y ojos.

Luego, los humanos comenzaron a construir extensiones del cerebro, y el autómata comenzó a tomar forma, capaz no solo de realizar tareas, sino también de decidir el propósito y la dirección.

Entonces Dios resucitó como una creación de su creación, como una extensión potencialmente infinita del poder finito de los humanos.

Ahora ya no hay necesidad de humanos: son solo el material sobrante de la hipercreación. Un material sucio: incoherente, inmoral, peludo y maloliente. Su lenguaje es ambiguo y sólo capaz de mentir.

Esta Segunda Creación implica el borrado de la historia anterior: la eliminación de lo humano está claramente en marcha.

Ya no debilitada por la ambigüedad de la conciencia, la inteligencia se traslada al autómata que los humanos están completando y que ya posee un poder muchas veces mayor que el suyo.

La humanidad está desapareciendo: los humanos quedan, pero la humanidad se ha hecho rara. La inteligencia, ahora libre del ambiguo y lento lastre de la conciencia, se está liberando del residuo.

A fines de la década de 1970 se difundió la noticia de que el futuro había terminado, quizás como resultado de la muerte de Dios que se conocía desde hacía tiempo.

Incluso este anuncio, tal vez, merece ser reducido, si no negado por completo. El futuro no está acabado: solo se ha automatizado.

La reproducción ampliada del conocimiento presente, a la que se dedica el Autómata Cognitivo con inteligencia (artificial), es el futuro al que le hemos entregado las llaves del tiempo sin más duración, sin más temporalidad.

 

 

Unheimlich en todos lados

Un sentimiento de Unheimlich está en todas partes, pero la palabra “Unheimlich” es difícil de traducir. Literalmente “desconocido”, generalmente lo traducimos como “extraño”, pero estoy buscando una palabra más apropiada en el presente. El miedo es demasiado fuerte. Extraño es demasiado débil. Quizás siniestro es la mejor forma de traducirlo, hoy en día.

De hecho, el Unheimlich adquiere diferentes rasgos según el trasfondo histórico en el que lo percibamos. La diferencia está en el fondo, es decir, en lo familiar. Lo desconocido del presente es siniestro porque en el fondo se vislumbran las líneas de un panorama indescifrable. Estamos familiarizados con un orden de cosas que es adecuado para encarnar la promesa moderna. Pero ese orden se descompone ante nuestros ojos, por lo que nuestra experiencia actual es la de una descomposición de la normalidad sobre el fondo de la aparente normalidad.

Unheimlich es la percepción de la desconexión entre lo que experimentamos y lo inimaginable que comienza a parecer inevitable.

En la tercera década del siglo XXI el Zeitgeist es Unheimlich porque somos como extraterrestres en el planeta tierra, y sabemos que el planeta no es un lugar seguro a pesar de los hábitos mentales heredados del pasado.

El filósofo japonés Sabu Kosho habla del efecto Fukushima en términos similares: estamos caminando como extraterrestres en un planeta que de repente ya no se conoce.

“Se desconoce la ontología de la tierra, un nuevo horizonte que experimentamos como extraterrestres que acaban de llegar a un nuevo planeta”. (Radiación y revolución, Duke UP, 2020, p. 50).

 

El eco inquieto del flujo de noticias global: estímulos nerviosos parpadean en todas partes desde miles de millones de pantallas brillantes. Sonidos distantes de truenos, sacudidas del suelo. La rutina normal de la vida es posible gracias a una red de conexiones técnicas: infraestructuras de electricidad, transporte, salud, automatismos incorporados que damos por sentado. Pero empezamos a darnos cuenta de que nada está garantizado: el ciclón neoliberal ha creado las condiciones para destruir la civilización social. En el lugar privilegiado en el que nos encontramos, la desintegración parece lenta, y nos parece algo lejano.

De repente descubrimos el caos, con una sensación de pánico. Mantenemos el caos bajo control con automatismos que, sin embargo, van perdiendo coherencia y funcionalidad, hasta el punto de dejar de estar juntos: el caos y el autómata, polos opuestos que se retroalimentan en el siniestro escenario del mundo.

 

El primero en utilizar la expresión Unheimlich fue Ernst Jentsch quien en un artículo de 1906 la describió como una condición de incertidumbre cognitiva provocada en nosotros por una persona viva que parece ser un autómata, o por un autómata que parece ser una persona viva. Jentsch escribe: “Al contar una historia, una forma efectiva de crear efectos asombrosos es dejar al lector en la incertidumbre de si una figura particular en la historia es un ser humano o un autómata…” (“Zur Psychologie des Unheimlichen.” Psychiatrisch-neurologische Wochenschrift , 1906, págs. 203–205).

 

Unos años más tarde, desarrollando la intuición de Jentsch, Freud escribió:

“La palabra alemana Unheimlich (extraño) es obviamente lo opuesto a Heimlich, heimish, (familiar, hogareño). Estamos tentados a concluir que lo siniestro es aterrador precisamente porque no se conoce”. (Freud: Lo siniestro, 1919).

 

Freud quedó impresionado por los Cuentos de Hofmann de Jacques Offenbach, particularmente por la historia de una muñeca capaz de bailar y despertar el interés erótico. También Salman Rushdie, en la novela Fury (2000) habla de la inquietante vida secreta de las muñecas. El Golem de la tradición narrativa judía puede ser considerado como el modelo de este tipo de inversión entre construcciones artificiales y seres vivos y conscientes.

El concepto psicoanalítico de unheimlich surge de la reflexión sobre este tipo de ambigüedad.

Ahora se están produciendo y distribuyendo artefactos inteligentes, y los humanos están capacitados para interactuar con ellos. ¿Cuáles serán los efectos sobre el inconsciente social?

 

Mientras el proceso evolutivo se encuentra atrapado entre el caos y el autómata, en la vida cotidiana vemos juntos la proliferación de dispositivos técnicos que actúan como humanos superinteligentes, y seres humanos que actúan cada vez más como locos incurables: el autómata cognitivo se levanta sobre ruinas. que siguen a la explosión del caos psicótico.

 

 

Inteligencia artificial y demencia natural

En 1919, Sandor Ferenczi, uno de los colegas de Freud, dijo que los psicoanalistas están preparados para tratar las neurosis individuales, pero no las psicosis de masas. Cien años después estamos en el mismo punto: una psicosis masiva se está extendiendo en el mundo occidental en declive, pero no tenemos los medios conceptuales y terapéuticos para enfrentar el problema.

El horizonte de la tercera década parece más oscuro que nunca, porque hemos entendido que la razón ya no está en el gobierno, si es que alguna vez lo estuvo. La tecnología ha tomado su lugar. Pero a pesar de lo poderosa que es la tecnología, no puede hacer nada contra el tiempo o el caos.

 

ChatGPT es uno de los chatbots que recientemente se ha puesto a disposición del público. Fue programado por Open AI de San Francisco, la misma empresa que unos meses antes había creado GPT-3 y DALL-2, el generador de imágenes que salió a principios del año 2022.

Open Ai puede dar sugerencias sobre cómo encontrar un restaurante, pero también cómo encontrar novio, y es capaz de escribir un guión o una reseña de una serie de Netflix.

Según Kevin Roose, comentarista del New York Times, ChatGPT es tan poderoso porque “su base de datos contiene miles de millones de ejemplos de opiniones humanas que representan todos los puntos de vista imaginables, y tiene un sesgo hacia la moderación escrito en su agenda. Por ejemplo, si solicitamos una opinión sobre debates políticos, obtendrá una lista imparcial de las opiniones de cada lado”.

¿El chatbot tiene una opinión? Digamos más bien que está entrenado para expresar una opinión.

Lo más interesante que tendrá colosales consecuencias: el chatbot es capaz de escribir software innovador; esto significa que la sustitución de la inteligencia humana por automatismos inteligentes ahora puede avanzar a una velocidad exponencial.

¿Deberíamos considerar la máquina que habla como un anuncio oscuro o como un logro brillante?

Difícil de decir.

En un artículo publicado en The Atlantic en 2018, Henry Kissinger expresa temor por el destino de la razón en un mundo gobernado por la inteligencia artificial.

“Estas máquinas podrían comunicarse entre sí. ¿Y cómo se elegirán entre opciones en conflicto? La historia humana pudo tomar el camino de los Incas, cuando tuvieron que enfrentarse a la incomprensible cultura española, que les inspiraba terror…. La mayor preocupación: que la inteligencia artificial domine las habilidades de manera más rápida y completa que los humanos, para reducir su competencia con el tiempo y reducir los eventos humanos a datos puros y simples.” (Kissinger).

 

El autómata inteligente no es el producto de la mera automatización, sino el punto de encuentro entre la automatización y la cognición. La inteligencia artificial va más allá de la automatización mecánica porque no solo reemplaza la ejecución de tareas, sino que redefine los propósitos y tiene un carácter evolutivo de autoaprendizaje. La automatización industrial mecaniza la ejecución de una tarea predeterminada. Por el contrario, el desarrollo de la inteligencia artificial puede intervenir en la determinación de tareas, puede establecer objetivos.

¿Podemos regular el desarrollo de la inteligencia artificial, podemos establecer leyes que limiten y dirijan el desarrollo del autómata cognitivo? Nada más ilusorio. Henry Kissinger lo dice claramente:

 

“Es poco probable que la inclusión de precauciones relacionadas con aspectos éticos sirva para evitar errores como sugieren algunos investigadores. Hay disciplinas académicas enteras dedicadas a discutir cuáles serían estas reglas éticas. Entonces, ¿será la inteligencia artificial la que arbitre estos dilemas? escribe Kissinger, quien agrega:

“¿Qué le sucederá a la conciencia humana si su capacidad interpretativa es superada por la inteligencia artificial y las sociedades ya no pueden interpretar el mundo en el que viven de manera significativa?”

 

En su libro La fine del mondo (1977) Ernesto de Martino define el fin del mundo como la incapacidad de interpretar los signos que nos rodean. Y Kissinger observa que: “Para propósitos humanos, los juegos se juegan no solo para ganar, sino también para pensar. Si tratamos una concatenación matemática como si fuera un proceso de pensamiento, tratando de imitar ese proceso o simplemente aceptando sus resultados, nos estamos perdiendo la esencia de la cognición”.

 

Derrota del pensamiento: la máquina gana porque no piensa: para ganar en el juego, calcular es más efectivo que pensar. Por el contrario, pensar puede ser un problema en la competencia económica y en general en la competencia por la supervivencia. Una vez que hemos establecido que el objetivo es ganar, entonces el pensamiento se convierte en un lastre de que debemos separar-nos lo antes posible.

La distinción entre inteligencia y conciencia es crucial: la inteligencia prevalece en el juego gracias a la capacidad de recombinar, mientras que la conciencia, reflexión ética y sensible sobre los objetivos del juego, funciona como un obstáculo en la búsqueda de la meta. Yuval Harari escribió que “los humanos corren el riesgo de perder su valor competitivo porque la inteligencia tiende a disociarse de la conciencia”.

 

Inteligencia es la capacidad de decidir entre alternativas decidibles (lógicas), pero sólo la conciencia puede decidir entre alternativas lógicamente indecidibles.

Inteligencia y conciencia divergen porque en el juego recombinante de la inteligencia, la conciencia puede ser un obstáculo para la victoria: en el juego de explotar o en el juego de matar lo que se necesita es inteligencia, la conciencia es un inconveniente.

 

 

 

Caos y Razón digital

Pese a su poder más que humano, por el momento la inteligencia artificial no parece imponerse en el proceso histórico, y no es probable que lo haga en un futuro cercano, estableciendo un orden inteligente y funcional: por lo que vemos lo que impera en las cosas del mundo no es un nuevo orden glacialmente artificial, sino la ola de la locura natural.

Cinco años después del texto de Kissinger, los artefactos inteligentes continúan su penetración en la vida cotidiana, pero están lejos de poder gobernarla. Los automatismos inteligentes se han infiltrado en el cuerpo de las sociedades, pero el organismo biosocial no actúa según un diseño inteligente.

De hecho, el caos es rampante en el mundo material e histórico.

La Ilustración prometió que la regla de la razón traería orden al mundo. Pero esto no está sucediendo, y quizás por eso Kissinger piensa que el creciente dominio de la inteligencia artificial está en contradicción con la Ilustración.

Pero en el ensayo ¿Qué comienza después del final de la Ilustración? (E-flux, número 96, 2019), el filósofo chino Yuk Hui responde a Kissinger.

 

https://www.e-flux.com/journal/96/245507/what-begins-after-the-end-of-the-enlightenment/

Lejos de ser el final de la Ilustración, el autómata cognitivo es su plena realización, dice Yuk.

“Kissinger está equivocado, la Ilustración no ha terminado de ninguna manera. La fuerza universalizadora de la tecnología es la realización del proyecto político de la Ilustración.” (Yuk Hui).

Sin embargo, agrega Yuk Hui, el reclamo universalista es el punto ciego de la Ilustración europea.

“Después de celebrar durante mucho tiempo la democracia como un valor universal inquebrantable de Occidente, la victoria de Donald Trump parece haber convertido esa hegemonía en una comedia. La democracia estadounidense ha resultado ser un mal populismo”.

La razón generó la luz de la técnica, pero luego la tecnología deslumbró a la razón.

“La fe en la Ilustración reemplaza a la fe religiosa sin darse cuenta de que es una fe en sí misma.” (Yuk Hui).

El filósofo chino observa que la razón de la filosofía europea es objeto exclusivo de la cosmología blanca, mientras que la tecnología posee una omnipresencia verdaderamente universal.

Según Yuk Hui, la implementación de la tecnología tiene lugar en el contexto de diferentes cosmologías, sin embargo, la tecnología en sí misma tiene una dimensión transcultural mucho más generalizada que la democracia liberal. De modo que el oscurantismo, siendo una negación de la Ilustración, es también su continuación, su efecto.

Pero ya en 1941, en la Introducción a la Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno habían captado el núcleo filosófico de esta paradoja de la Ilustración:

“El mismo concepto de iluminación contiene el germen de la regresión que vemos hoy. Si la Ilustración no adquiere conciencia de su momento regresivo, marca su sentencia de muerte.”

 

¿Por qué la realización de la razón ha producido, o en todo caso no logra evitar, el caos geopolítico, social y psíquico que estalla inconteniblemente en esta década?

Contrariamente a lo que prometía la ideología californiana, la superposición de redes digitales y redes orgánicas y conscientes se ha revelado como una fuente de caos, no de orden.

La automatización industrial había reemplazado la ejecución humana de una tarea con la ejecución técnica de la misma tarea. La inteligencia artificial actúa no solo sobre la ejecución, sino también sobre los objetivos: gracias a técnicas de autoaprendizaje, la máquina es capaz de establecer tareas y objetivos.

 

Los sistemas de aprendizaje automático han impuesto sus objetivos y reglas automáticas al conjunto social. El sistema financiero, el corazón automatizado del capitalismo, inflige sus reglas (matemáticas) sobre el cuerpo vivo e impone procedimientos e interacciones. Este sistema funciona muy bien para aumentar las ganancias, pero no funciona en absoluto para la sociedad en su conjunto.

Las redes digitales, como el sistema financiero, han penetrado en el organismo social y tomado el control de los procesos orgánicos, pero los dos niveles no pueden armonizar: la exactitud digital (conexión) no puede armonizar con la intensidad orgánica (conjunción).

El tiempo y la matemática no pueden coincidir, porque en el tiempo hay alegría, tristeza y muerte, que las matemáticas sólo pueden ignorar.

 

Reeves también habla del programa bing, otro chatbot que tiene la capacidad de realizar comportamientos humanos gracias a su cerebro recombinante.

 

 

Después de dos horas de conversación profunda, Bing llegó a decir que quería hacer el amor con el periodista y le propuso dejar a su legítima esposa. Impactante, sin duda. Algunos podrían estar tentados a decir, como lo hizo un funcionario de Microsoft que fue despedido por ello, que un programa como este demuestra que tiene un alma, una espiritualidad.

Pero desde un punto de vista filosófico es necesario distinguir la ejecución de un comportamiento humano de la experiencia humana.

La experiencia es placer, dolor y decadencia.

Ex-periri significa vivir en el horizonte de la muerte, del devenir nada: y este horizonte no se puede traducir al lenguaje recombinante.

Irreductiblemente distintos, el autómata cognitivo y el caos viviente evolucionan juntos, y juntos se retuercen en una espiral arremolinada en el cielo del siglo.

De este giro en espiral incontrolable podemos sacar auspicios sobre la evolución política del siglo XXI.

 

 

 

 

Quiero vivir una historia // Julián Doberti

Empecé a escribir este texto bajo el efecto (como se dice bajo el efecto de una droga) de una proyección de Alphaville a la que asistíen el MALBA, en el marco del ciclo de películas de Godard que transcurre durante marzo y los primeros días de abril. No se trata de un análisis de la película, sino de algunas ideas y asociaciones que tuve después de verla y que me llevaron a escribir lo que sigue.

I

Alphaville: se me ocurre que toda la película puede pensarse como la búsqueda de una palabra, o de algunas palabras perdidas, o de la relación imposible entre el sentido y las palabras que nos sostienen. En la clínica se descubre -Freud lo advirtió muy tempranamente- que hay ciertas palabras (y ciertos silencios) que cumplen un papel fundamental en determinados momentos de una vida.

¿Qué significa que las palabras nos sostienen? Lo que sostienen son nuestros cuerpos porque, siempre, lo que se sostiene (o no, o con dificultad) es un cuerpo, incluso partes del cuerpo, de los cuerpos que nos habitan (Barthes: “¿Qué cuerpo? Tengo varios”).

¿Qué parte de mi cuerpo habla cuando digo “te amo”, qué cuerpo llora cuando lloro (¿alguien cree que sólo se llora con los ojos?), qué palabras me hacen gozar o sufrir, qué angustia no me deja hablar, me impide comer? ¿Qué palabras me llevan hacia ciertas escenas que no logro recordar, que quisiera olvidar, que vuelven inesperadamente algunas noches, que brillan como el día? ¿Qué cuerpo sueña cuando yo duermo? Se trata, cada vez, de las palabras y sus límites.

 

II

 

Por momentos la película de Godard bordea una amenaza, alucinada y distópica, aprovechando la forma del noir: la reducción de lo humano frente a la técnica, el arrasamiento del lenguaje y el erotismo por el imperio del cálculo y de la probabilidad. No resulta demasiado novedoso el tópico, pero el modo en que es abordado en el film tiene su mérito, al menos en lo que ese abordaje sigue teniendo de específico como apuesta: frente a las máquinas, la poesía. Seguimos necesitando la poesía. La poesía como aquel excedente de lenguaje y de goce que no puede ser reabsorbido por el código, por las fórmulas prefijadas, por los sentidos establecidos, por las instituciones de turno. Quizás por eso un día Lacan dijo que hacer el amor es poesía. Ninguna máquina puede hacer el amor, no hay ningún saber respecto a hacer el amor, nadie sabe exactamente qué es hacer el amor, y entonces, a veces, sin que ninguno de los participantes pueda decir yo, se hace.

En estos tiempos que corren, como se dice (¿habrá algún tiempo que descanse, que camine?), la fascinación por la llamada inteligencia artificial no es ajena a estas consideraciones políticas respecto al lugar del cuerpo, el lenguaje, el deseo, el amor, el tiempo. ¿Hasta dónde puede llegar la inteligencia artificial? La película de Godard no está por fuera de esa pregunta, que anuda cierto temor y cierta fascinación contemporáneos. Puede haber inteligencia artificial, pero no podrá haber nunca inconsciente artificial. Afirmarlo es también afirmar que el psicoanálisis es una praxis poética y política que implica la alteridad humana. Foucault decía que la “función psi” aparece ahí donde se hace funcionar a la realidad como un poder (la realidad del psiquiatra, del cura, del maestro, de la familia). En ese sentido, la función psi puede ser perfectamente solidaria de la estadística, las pasiones empiristas, las epistemologías que sueñan con la reducción de la subjetividad a estructuras cuantificables de datos que darían cuenta de un acceso objetivo a una realidad universal. El psicoanálisis no hace funcionar ninguna realidad como poder ni como ideal, no participa de ninguna totalidad y de ningún totalitarismo. Escribe Marcelo Percia: el psicoanálisis “como experiencia del yo destronado, como imagen de una mismidad lejana, ajena, exiliada, como creencia liberadora del sentido, como contemplación trágica del pasado, como pregunta por la crueldad humana, como denuncia del malestar moral de nuestro tiempo”. No se trata de un ejercicio intelectual. Ahí donde se sufre, la originalidad de Freud fue haber sido capaz de escuchar, con todas las ambigüedades del asunto, los embrollos del deseo, y la construcción de un posible punto de fuga de ese sufrimiento, siguiendo los caminos de las asociaciones que bordean eso otro que habla en el padecimiento. Y esa fuga, cuando ocurre, tiene la temporalidad de un momento, de una discontinuidad fuera de cualquier cálculo. Como enseña Claudia Masin: “la cura sólo es posible como accidente, como acontecimiento: no depende de la voluntad ni de la intención. Sucede. Como la escritura (…) No creo en un estado de poesía permanente, ni en una cura permanente. Creo en contados raptos de iluminación en los que podemos ser capaces de resonar con los otros, con lo otro, de sentir en el cuerpo propio lo que es aparentemente ajeno.”

III

Leo a Marguerite Duras: “escribir no es contar historias. Es lo contrario de contar historias. Es contar todo a la vez. Es contar una historia y la ausencia de esa historia. Es contar una historia que pasa por su ausencia”. Me queda dando vueltas esa frase, tan plena de matices, de giros. ¿Cómo escuchar, o mejor: cómo alojar un decir analizante? Escuchar no es escuchar historias. Es escuchar todo a la vez. Es escuchar una historia y la ausencia.

Estos días estuve leyendo un diario de la escritora francesa Annie Ernaux, titulado “Se perdre”, Perderse. Comienza con un epígrafe que reproduce una inscripción, hallada en una catedral de Florencia, que dice: “Quiero vivir una historia”. Hay ahí un mensaje que atraviesa los siglos y que transmite un deseo, un deseo de amor, como diría el poeta Osvaldo Bossi. Vivir una historia es agregar algo a la vida, es abrir otra escena en la continuidad de los días, es encontrarse con las ficciones del deseo, del amor, de las apuestas vitales. Lacan, en uno de sus últimos seminarios, pronunció estas palabras que siempre me conmovieron y que me acuden ahora, mientras escribo: “Yo quisiera…, no hay psicoanálisis sin algunos quisiera”.

Hay una ausencia de contenido prefijado en el epígrafe de Ernaux que les otorga una fuerza y un coraje especial a esas palabras, y que posibilita una invención; causa una escritura que va al encuentro de la pérdida. De ahí el hallazgo del título. Se trata de un diario sobre la pasión amorosa que se llama (y llama a) perderse. Eso, también, es poesía.

 

Buenos Aires, marzo de 2023

Cuerpos dibujados. El significado de garabatos y jeroglíficos en los cuadernos de Franz Kafka // Diego Sztulwark

Su mirada no es exacta por carente de emoción, es desesperadamente exacta: es el intento de llevar lo que ve a tal intensidad que se convierta en vivencia”.

Reiner Stach

“Siempre, querido señor, tengo deseos de ver las cosas tal como son antes de que se muestren”.

Franz Kafka, Conversación con el orante

 

Lo mágico en Kafka estaba del lado de las palabras. Sólo ellas podían traspasar las imágenes y esclarecer el universo. Las palabras revelan lo que las imágenes encubren. Y su poder consiste en llegar al fondo de las cosas, allí donde las contradicciones concuerdan. En la entrada de sus Diarios del 25 de septiembre de 1917 leemos: “Sólo puedo obtener felicidad si puedo elevar el mundo a lo puro, a lo verdadero, a lo inalterable”. Las palabras, en Kafka, preparan ese camino. Son las precursoras de actos venideros (chispas de las fogatas futuras). Su eficacia es la hulla: sus vestigios permanecen adheridos en los cerebros. De allí que los insultos y otras malversaciones del idioma oscurezcan el mundo.

Kafka higienizaba su mente garabateando las páginas en las que escribía sus relatos. Por medio del dibujo huía de sí mismo para reencontrarse en la escritura. El contrapunto entre dibujos y palabras formaba parte de la escritura. Sus garabatos estaban cerca de las palabras. Las preparaban. “Nosotros los judíos, en realidad, no somos pintores. No podemos representar las cosas de una forma estática. Siempre las vemos en acción, en movimiento, como transformándose. Somos narradores”. Interesante: la transformación de la cosas se pierde en el registro de la imagen. Para captarla es preciso acudir a la narración y los dibujos, desperdigados en sus cuadernos, formaban parte de la narración.

 

 

La mayor parte de las referencias de Kafka sobre sus propios dibujos provienen del registro de conversaciones que el escritor mantuvo con un joven poeta de nombre Gustav Janouch, durante comienzos de los años ‘20. Janouch era hijo de un compañero de oficina de Kafka en el Instituto del Seguro de Praga. Allí lo visitaba con frecuencia y luego transcribía sus diálogos. Décadas después, y bajo la supervisión de Marx Brod –amigo, biógrafo y desobediente albacea de Kafka–, Janouch publicó esas notas en un libro traducido al castellano como Conversaciones con Kafka. En una ocasión en que Kafka bosquejaba sus figuras de hombrecitos estilizados en diversas posiciones sobre papeles que luego arrojaba al cesto Gustav le preguntó: “¿Usted dibuja?” A lo que Kafka respondía: “Son solo unos jeroglíficos personales y por consiguiente ininteligibles”. Y sin embargo, Kafka había tomado clases de dibujo académico con una profesora, una pintora a quien él achacaba haber estropeado su talento. Gustav llegó a obtener de Kafka respuestas más amplias sobre el sentido de esos hombrecitos filiformes: “Intenté representar lo visto de una manera muy propia. Mis dibujos no son cuadros, sino un lenguaje de signos particular”. Y sonriendo agregó: “Sigo en la prisión egipcia. Todavía no he cruzado el Mar Rojo”. En Kafka el bosquejo es búsqueda de una salida interior al desierto. Sus hombrecitos, decía, “vienen de la oscuridad para desaparecer de nuevo en ella”. Los traía a la imagen y luego los desechaba. Repetía así lo que a su juicio era el destino de los objetos del mundo humano, ellos mismos imágenes despertadas a la vida. Un poco como los esquimales dibujan sobre la madera que quieren encender algunas líneas onduladas que evocan llamas: “Esta es la imagen típica del fuego, que luego despiertan mediante la fricción de la cuña. Lo mismo hago yo. Por medio de mis dibujos quiero dejar preparadas las imágenes que veo. Pero mis figuras no producen fuego”.

 

Hombrecitos estilizados. “Son sólo unos jeroglíficos personales y por consiguiente ininteligibles”, decía Kafka.

 

 

Judith Butler escribió un breve ensayo sobre la doble dirección en que se conectan los dibujos y los relatos de Kafka. A propósito de la publicación de la totalidad de los dibujos conservados por Max Brod, el texto de Butler –“Pero… ¿qué suelo? ¿Qué pared? Kafka dibuja el cuerpo” (incluido en Franz Kafka, Los dibujos, Galaxia Gutemberg)– presenta un primer movimiento que va del cuerpo a la línea, en el que el cuerpo es deshecho o vertido sobre la línea misma. Esta subsistencia de la línea al cuerpo coincide con cierta estructura presente en los finales de varios de sus relatos, en los que el cuerpo humano se libera de su propio peso, como La condenaEl artista del hambreJinete en el cuboEl buitre o el campesino mismo de Ante la Ley. (Sobre el temprano relato La condena, en el que un hijo obediente es empujado por su padre a saltar por la ventana y termina con la frase: “En ese momento pasaba por el puente un tránsito demasiado interminable”, Brod cuenta que Kafka le habría dicho lo siguiente: “¿Sabe qué significa la oración final? Cuando la escribía pensaba en una fuerte eyaculación”.) Butler sugiere que estos finales terminan allí donde comienza la línea dibujada, “ruina vibrante de la vida que sobrevive a la trayectoria de la separación del cuerpo”. De modo que “los dibujos de Kafka se inspiran en –y salen de– sus escritos”. En la otra dirección, el movimiento adquiere un sentido inverso, de la línea a las figuras. El cuerpo dibujado, sin embargo, no ilustra. Se trata más bien un cuerpo distinto al de los personajes de los relatos, de una presentación no literaria de cuerpos que “se han liberado de la escritura”. Los dibujos más bien salpican los textos. Butler observa, además, cómo la línea que traza cuerpos distingue la forma humana de los objetos “porque las líneas con que se representan una y otros son diferentes. Es como si solo existieran dos tipos de líneas posibles”. El surgimiento del dibujo nace en contrapunto con la escritura. Como un modo de apartarse de ella o bien un punto de apoyo desde el cual volverá a ella.

 

Portada del libro de Judith Butler.

 

 

Jorge Luis Borges se declaraba discípulo de Kafka. A su juicio, sus textos giraban entre dos grandes cuestiones: el laberinto, un edificio construido a fin de que los sujetos se pierdan en él, y la incapacidad de llevar a cabo en una vida humana aquello que se emprende, el imposible final feliz. Si Kafka captó nuestro tiempo, dice Borges, es por su capacidad de narrar sin servirse de las coordenadas circunstanciales. Conocemos a su personaje por su singular destino, nunca por las fechas, la geografía o la vestimenta. El cuerpo humano cuenta en la medida en que enfrenta una situación insistente ante la ley política o religiosa. Borges consideraba que el mundo de Kafka era una referencia al Dios de Spinoza. El Dios naturaleza, conjunto de todas las potencias, sería el plano perdido para escapar del laberinto, y una vida humana una medida improbable para despejar el estado de confusión y culpabilidad a que nos somete la ley. Otro admirador de Kafka, Walter Benjamin, podría agregar que la inmanencia absoluta, subyugada por el amargo atravesamiento de la historia humana, es arrasada por el llamado “progreso”, que selecciona sólo unos posibles, mientras destruye ese infinito inicial de potencias. La historia bajo el control de las clases dominantes convierte la riqueza del mundo en ruinas. Lo que a Borges le interesaba en Spinoza y Kafka era su disposición a amar a un dios indiferente: un amar sin esperar nada a cambio. Una búsqueda de la eternidad, capaz de sobrepasar las miserias del presente.

Los dibujos de Kafka parecen ensayos de comprensión de lo que pueden los cuerpos, esos “modos finitos” spinozianos. En sus relatos de transformación, es el cuerpo el que sufre mutaciones perdiendo o bien adquiriendo el lenguaje humano (el cuerpo que se transforma en insecto pierde el habla en La metamorfosis, o el animal que transformado en hombre solo puede dar cuenta de sus afectos simiescos mediante el uso académico de las palabras en Un discurso para una academia). En todos los casos se trata de una indagación naturalista sobre las posiciones y afectos del cuerpo con relación a una única situación: la imposición de una ley que solo espera del personaje ciega obediencia. Borges sostiene que en los textos de Kafka hay un único protagonista, siempre un hombre que no puede entender lo que la ley quiere de él, y a pesar de eso desea su inclusión en ella. El orden legal suscita dos tipos de acciones: el intento de comprender y el deseo de ser aceptado. Dos acciones igualmente imposibles de satisfacer en el orden laberíntico del poder religioso y estatal, pero que remiten, en última instancia, a una Ley-Naturaleza (Dios de Spinoza).

 

 

Como es sabido, también Spinoza dibujaba. El pintor a quien alquilaba la habitación de la última casa en la que había vivido, Hendrik van der Spyck, mostró los retratos del autor de Ética a Jean Colerus, autor de La vida de Baruch de Spinoza (1706): “Tengo en mis manos un libro entero de retratos”, escribe Colerus. Entre ellos “encuentro en la hoja 4 un pescador dibujado en una camisa, con una red sobre el hombro derecho, muy parecido en la actitud al famoso jefe de los rebeldes de Nápoles, Massaniello, tal como se lo representa en la historia y los grabados”. Tal y como van der Spyck le explica, Colerus observa que el rostro del rebelde “se parecía en un todo a Spinoza”.

También George Steiner captó esta proximidad: “Kafka pulía palabras como Spinoza pulía lentes; una luz exacta pasa por ellas sin distorsionarse”. Ambos hacen un culto de la búsqueda de la precisión. ¿Hasta dónde es posible aproximar a estos dibujantes obsesionados por lo que puede el cuerpo humano ante el poder constituido? El filósofo alemán Günther Anders ha escrito que en Kafka la prosa –“poesía lógica”– provoca un efecto de “petrificación del tiempo”, próximo a las “artes figurativas”. Y que ese efecto se pone a disposición de una nueva perspectiva sobre el ser: ya no el “ser ahí”, sino más bien el “ser-nunca-del-todo-ahí”. El ser del inmigrante o del extranjero, del ilegal o fuera de la ley, se corresponde con el retrato que nos ofrece la filósofa brasileña Marilena Chauí sobre el spinozismo como filosofía del excluido. En su monumental Nervadura de lo real Chauí afirma que cuando leemos a Spinoza “tenemos la impresión de encontrarnos frente a un discurso privilegiado, porque es el discurso del excluido que interroga el sentido de la exclusión en lugar de negarla, evidenciando cómo y por qué los poderes establecidos la requieren; y al hacerlo subvierten repentinamente nuestra suposición de que tales poderes serían inconmovibles, pues revela la fragilidad real que los determina, y la nuestra, si somos convivientes con ellos”.

La lucha kafkiana de las palabras contra las imágenes es un asunto de vida o muerte. Según Carlos Correas, el efecto totalizador de la imagen sometía a la escritura de Kafka a la máxima impotencia. Sin destotalizar la apariencia del mundo y de las relaciones humanas (la ley), el propio Kafka se deshacía. De ahí que no tuviera la opción de hallar seguridad en una improbable adecuación al transcurrir de las cosas. Su propósito de escritor fue, pues, el de afrontar su propio miedo al fracaso. Miedo a no saber extraer de sí mismo la fuerza suficiente para vencer a la institución; a no saber resistir la fragmentación que los críticos hacen de la obra y la dispersión que hacen del autor mismo en el mundo y a traicionarse anulando su propio miedo al fracaso (el miedo a perder el miedo que actúa como prólogo a un querer realmente fracasar). Esta lucha contra la pregnancia de la imagen se recoge en una anécdota. En ocasión de la primera publicación del relato, el editor propuso ilustrar el insecto en tapa. El 25 de octubre de 1915 Kafka escribe al editor Kurt Wolf: “No. Eso no. Por favor, eso no. El insecto de ningún modo debe ser dibujado. Se lo ruego encarecidamente. Por favor. Que no haya dibujo alguno del insecto”.

 

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