Amador Fernández-Savater: “No tiene sentido recordar el 15M si no es para volver a desordenar el presente como él lo hizo” // Pablo Levy

Seguimos los pensamientos de Amador Fernández-Savater a través del blog Lobo Suelto y nos hablan a distancia. En conversación directa con él, nos cuenta que está terminando un trabajo sobre el movimiento 15M del que se cumplen ahora 10 años. Lleva por título La fuerza de los débiles (El 15M en el laberinto español/Un ensayo sobre la eficacia política) y será publicado próximamente por la editorial Akal. Puede ser un buen momento para repasar con él qué fue aquel movimiento y qué dejó, cómo está discurriendo el aniversario y cómo se relaciona la sociedad española con el acontecimiento una década más tarde. Entre medias, algunas resonancias (“que no equivalencias”) entre las transiciones dictadura-democracia argentina y española, el 2001 y el 15 de mayo, Podemos y el kirchnerismo, a través del puente de algunas lecturas como la de León Rozitchner. 

Memoria y balance

Este libro aparece en el décimo aniversario del 15M, ¿no temés incurrir en el vicio y la moda de la conmemoración? 

Una tesis muy conocida de la filosofía griega dice lo siguiente: “conocer es recordar”. Es una tesis racionalista según la cual conocer es captar las condiciones que hicieron posible algo, sus determinaciones. Pero podemos leerla de otro modo si tenemos en cuenta que recordar significa volver a pasar por el corazón (re-cordis). Conocer sería entonces activar el afecto que hizo posible algo. No habría conocimiento sin “re-afectación”, lo contrario de lo que enseña el pensamiento heredado que mantiene una lucha ya milenaria contra el cuerpo y lo subjetivo. En este segundo caso la gnorancia no es un déficit de conocimiento, sino de afecto. 

Pero, ¿qué tiene que ver eso con el aniversario del 15M? 

Las conmemoraciones oficiales son, ciertamente, modos de neutralizar el pasado, la capacidad del pasado se hablar al presente. Pero no tanto por manipulación como por desafectación. Hay desafectación en la relación instrumental por la cual el recuerdo se convierte en pieza de un discurso: los políticos saliendo a reivindicar un movimiento que los cuestionó a todos, por ejemplo [el grito “no nos representan” fue como el “que se vayan todos” del 15M]. Hay desafectación en la producción mediática de clichés: imágenes, entrevistas o artículos de puro relleno, los veremos por decenas estos días. Hay desafectación incluso en cierto acercamiento académico: sepultar la potencia afectiva del acontecimiento bajo estadísticas, explicaciones sociológicas, históricas… 

¿Otra conmemoración es posible? 

Creo que sí, depende de nosotros. Pasaría en primer lugar por recordar poniendo el cuerpo (tanto si lo viviste como si no). En ese caso el recuerdo ya no es melancólico o estereotipado, sino activo: prolonga lo sucedido, su energía, en el presente. Volvemos a hacer pasar lo que fue, seguimos produciendo efectos. ¿Qué sentido tiene recordar el 15M si no es para volver a desordenar el presente como él lo hizo? ¿Si no es para meditar cómo seguir? Seguramente los espacios de conmemoración más fecundos en este aniversario sean invisibles mediáticamente: conversaciones entre amigos, entre gente que lo vivió, pequeños encuentros, ejercicios de memoria y de introspección… 

Presentás tu libro como un “balance” del 15M, ¿qué significa eso? 

Es una de las modalidades del recuerdo vivo: repasar, volver a pasar. Elaborar el sentido de la experiencia, tratar de pensar y compartir algo. Era un ejercicio muy común en las militancias de antaño pero que hoy se ha perdido. Conozco poquísimos balances de los movimientos en los que he estado más involucrado: antiglobalización, no a la guerra [contra la intervención estadounidense en Irak en 2003]…

¿Cómo lo explicás? 

Hay algo de época me parece: una relación neoliberal con el tiempo, como fuga hacia adelante. Abrir y cerrar pantallas como modo de vida. Luego está también que el proceso del balance te pone en contacto con heridas y fracasos. Hay mucho de eso en el caso que nos ocupa: el pasaje del 15M a la representación en 2014 vino acompañado del dolor de mil peleas internas que desgarraron el tejido político hasta el mismo día de hoy, una cierta sensación de vergüenza por el paso por las instituciones, la impresión general de pérdida de oportunidad. El balance, para ser sincero, tiene que pasar por las zonas oscuras de la experiencia. El filósofo Alain Badiou dice que se hace balance para pensar un fracaso. Pero el peor fracaso es que no haya balance ninguno. El balance convierte el fracaso en aprendizaje compartido. 

El 15M en el laberinto español

Este balance tuyo propone pensar tres cosas: lo que el 15M interrumpe, de dónde extrae su fuerza y cómo se pierde. Empecemos poniendo el 15M en situación histórica: ¿cuál es su lugar en lo que llamas el “laberinto español”? 

Miles de personas gritando en plazas tomadas “lo llaman democracia y no lo es” y encontrando un fuerte resonancia en la población supone un corte y un punto de inflexión en la historia contemporánea española, se quiera esto ver o no. Es un grito que abre el pasado: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Si no es democracia, ¿entonces qué es? Podemos pensar que el 15M es en cierta manera una respuesta a la dictadura franquista. Parece una frasota, pero le veo todo el sentido. 

Explicate

El pasaje entre dictadura y democracia no nos entregó, como repite la cultura consensual española (mediática, política, cultural…) desde hace cuarenta años, una “democracia plena” que ya sólo cabría retocar desde dentro, sino un tablero político cerrado: la capacidad de acción se restringe a los partidos, las reglas del juego son intocables y se no hace saber todo el rato que es “esto o el caos”. Fuera de los límites del consenso, que son ya desde la transición los privilegios cristalizados de los Grandes, sólo existiría el riesgo de reactivación del “estado de guerra”. El consenso, que se pretende superación de la guerra, se define en realidad con respecto a ella. Es lo que llamo en el libro el “laberinto español”, tomando el título del libro de Gerald Brennan. 

Democracia restringida (a los partidos que disputan el poder), democracia limitada (a la gestión de necesidades económicas indiscutibles) y democracia disuasiva (“esto o el caos”): el 15M agujerea ese espacio político y ese relato. ¿Cómo? 

Lo que se excluye, en la gestión polarizada de los límites y el miedo, es la aparición del pueblo. Ese miedo a la aparición del demos, de la gente cualquiera, está inscrito profundamente en la “normalidad democrática” española. Y del miedo puede pasarse con facilidad al odio: odio a los cuerpos portadores de apertura, de conflicto, de cambio y movimiento (jóvenes, migrantes, mujeres, independentistas catalanes). Vox [el nuevo partido de derecha extrema en España que es ya tercera fuerza política en el Parlamento] es, en ese sentido, la radicalización de la “normalidad” de la cultura consensual. No hay discontinuidad radical entre democracia y fascismo como plantea la izquierda. 

El 15M plantea una vía de escape del bucle: abre un espacio para pensar y sentir autónomamente frente a la polarización congelada del tablero político; cuestiona los límites de nuestro sistema, la falta de democracia política y económica; y atraviesa el miedo, poniendo colectivamente el cuerpo en la calle, disolviendo la amenaza y mostrando hasta qué punto, como decía una pancarta, “el caos son ellos”. Nuestra democracia, lejos de ser una democracia plena, es una máquina precarizadora que funciona con piloto automático. El 15M pone todo eso patas arriba y lo hace entre a simpatía general de la población, desactivando el miedo. 

¿Podrías desarrollar un poco más la cuestión de la relación del 15M con la dictadura pensando en un público no español?

Podemos decir lo siguiente: hay un “franquismo de retaguardia” (como dice mi amigo Juan Gutiérrez) que puebla el inconsciente del Estado y la sociedad. Vox no sería entonces “lo otro” de la cultura consensual, sino la explicitación de los fundamentos reales de nuestra democracia: dominación de clase, de género, de raza. Esos fundamentos no fueron revisados radicalmente en el proceso de transición, sino maquillados con toneladas de retórica consensual. Se prefirió el (falso) olvido del borrón y cuenta nueva. Entre la desaparición del pueblo por amenaza disuasiva (“esto o el caos”) y su erradicación por la violencia y el terror hay una diferencia de grado, pero no de naturaleza o de cualidad. Esto lo pienso con ayuda de la categoría de “tregua” de León Rozitchner: la democracia y la paz política son una tregua que conserva los efectos de una guerra anterior en condiciones cambiadas. Hay resonancias en ese sentido entre la historia de Argentina y de España, resonancias que no son equivalencias. El 15M plantea otro fundamento para la convivencia y la democracia, no basado en el miedo de la gente ni el miedo a la gente. 

La fuerza de los débiles

¿De dónde extrajo el 15M su fuerza? ¿Cómo es posible que un movimiento recién nacido, sin estructuras, sin doctrina, sin acceso a los medios, sin militancia organizada, fuera capaz de provocar ese sacudón en el tablero? 

Es la gran pregunta que se plantea en el libro: ¿de dónde extraen su fuerza los que no tienen poder? ¿Cuál es la fuerza de los débiles? Retomo lecturas clásicas de los teóricos de la estrategia -desde Maquiavelo a Clausewitz, pasando por León Rozitchner o André Glucksmann- para decir: la fuerza de los débiles pasa por la activación de los cuerpos y los entramados de vínculos, por la elección autónoma sobre los tiempos y los espacios, por el valor de la igualdad y la pluralidad. Es desde ahí que los débiles han sido capaces siempre de desafiar a los fuertes: pelear por lo propio v desde lo propio, hacer vibrar las redes de complicidades, desplegar una temporalidad propia y fundirse con los territorios de la vida, confiar en la inteligencia de cualquiera y en la multiplicidad de iniciativas articuladas sin un centro director.

¿Es una tesis general o aplicada al 15M? 

Se me confunden las dos cosas. He pensado en el 15M para elaborar una reflexión general sobre la eficacia y he recurrido al pensamiento estratégico para elaborar un balance sobre el 15M. El texto se puede leer en el sentido que se quiera: como meditación sobre el 15M y el posterior asalto a las instituciones, como pensamiento sobre el problema de la fuerza y la eficacia, como todo eso junto y revuelto. 

Eficacia y 15M se ven como términos contrapuestos. 

Me rebelo contra esa idea. El 15M se veía como una cosa simpática, pero ineficaz: incapaz de producir efectos de transformación. No supimos ver y valorar su propia eficacia, que era “otra eficacia”, y dónde radicaba. Vinieron entonces otros que dijeron: “ahora vamos en serio, seremos tal vez menos simpáticos pero más prácticos. No basta con ser buenos y tener la razón, hay que tener fuerza”. Es un error total: separar la ética de la eficacia, pensar que sólo hay una fuerza y un pensamiento estratégico, el convencional, el que separa los medios y los fines, que sólo hay una fuerza, la fuerza de los fuertes y que debemos apoderarnos de ella. La estrategia se piensa entonces única y exclusivamente desde el ángulo de la dominación, el juego político se desarrolla así necesariamente en el tablero del poder, como juego de tronos. 

El pasaje a la representación

Los que vinieron después… ¿Te referís a Podemos?

En el libro se establece efectivamente una discusión con Podemos, pero me parece que el problema es anterior: la incapacidad de ver y valorar la propia fuerza singular. Es el punto de fracaso del 15M. El pasaje del 15M a la representación fue deseado masivamente, no consistió en ningún tipo de manipulación. Ni siquiera mediante un fenómeno de cooptación de asambleas por la izquierda clásica tipo 2001 en Argentina. Dejamos de pensar y de sentir 15M en nombre de una idea sobre “la” eficacia. Yo me pregunto por la fuerza de ese imaginario. 

El problema, si no ampliamos nuestro repertorio de imágenes políticas, es que se trata de una eficacia redundante, no ya sólo con la política convencional (que también), sino con el mundo tal y como es: jerarquía de los que saben, producción de espectáculo y de signos, sensiblería en lugar de sensibilidad, tiempo-espacio desmaterializado de la coyuntura mediática, delegación e inmovilización de los cuerpos, fetichismo del liderazgo, competencia como modo de relación con el otro, etc. Empezamos a pensar con las categorías del adversario como dice Rozitchner. Podemos repuso el mundo que el 15M empezó a cuestionar. Y también para ellos fue fatal. 

¿Qué querés decir? 

Una vez borrada la fuerza del 15M, convertido en objeto a representar y ya no en una actividad, la nueva política quedó encerrada en el tablero político sin ninguna fuerza exterior que pudiera apoyarlo o empujarlo, aunque fuese a costa de tensiones y críticas. Ese tablero es por supuesto un tablero inclinado: presiones mediáticas, exigencias económicas, intrigas de palacio, etc. Sin fuerza propia, quedas debilitado y subalterno, condenado a la gestión de lo que hay, con un toque más progresista, pero sin impulso de transformación, de transgresión o cuestionamiento de los límites. Has desarmado los cuerpos que pueden sostenerte y llevarte más lejos. Tienes en el mejor de los casos una masa virtual de una opinión que te secunda en redes, pero estás desprovisto de toda fuerza material. Es dejar caer una roca sobre tus propios pies, como decía el clásico. El problema de los gobiernos progresistas aquí y allá. 

¿Querés añadir alguna palabra, tal vez más optimista, para acabar? 

¡Protesto! Pensar lo que pasó no me parece triste o pesimista. Hay más tristeza de fondo en la falsa alegría de la fuga hacia adelante, del borrón y cuenta nueva, de hacer un continuo scroll con la vida. Sin balance estamos condenados a la repetición, eso sí que es terrible. Entre ilusión y decepción, podemos aspirar a otra alegría, que sea tal vez más consistente. 

 

 

 

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