A propósito de Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez // Marta L. Mosteiro

Siguiendo a Enríquez desde sus libros de cuentos, crónicas y su novela corta Este es el mar, es esperable una cierta expectativa favorable ante esta obra. Más allá de su reciente premio Herralde , está ese deseo que ese mundo, ese rostro que nos venía mostrando se despliegue.

  En esta novela podemos reconocer varios grandes temas: las relaciones paterno/filiales, desde la protección al filicidio, la posibilidad del legado, las profundidades de los vínculos en la infancia y la adolescencia, las creencias y mitologías populares, son algunas. Todas tratadas con un seguimiento preciso y en una lengua reconocible, cercana. Cercana porque logra hablar de lo escondido o lo negado, lo oscuro, de tal manera que nos permite instalarnos en nuestra propia parte de noche y deslizarnos por ella con una naturalidad que es uno de sus artificios más señalables.  Arte y oficio. Gracia y trabajo.

  Creo que lo que  también revela es la presencia de lo terrorífico en nuestra cotidianeidad y su continuidad en nuestra historia. Sobre todo en las formas que fue adoptando nuestra clase dominante al accionar sobre cuerpos y territorios. Su ser depredatorio, deformante, desaparecedor, asesino. Su voracidad e insaciabilidad. Si el dinero es “un país en sí mismo” como explica uno de los personajes, estas características no serían otra de nuestras graciosas originalidades, de las que es común solazarse.

  El poder podrá tomar esas formas muchas veces, pero ésta fue y es la nuestra. Ahí nos toca escarbar. Reconocer que fue y es nuestro territorio del que disponen y arrasan. Son nuestros los cuerpos los que torturan, deforman y utilizan. Hay una Orden internacional -un Orden internacional- que integra esa clase con sus iguales del mundo pero de lo que se trata es ver nuestra parte activa para alimentarla y asegurarse vida eterna. Porque se trata de eso: no basta con disponer de vidas y haciendas sino de perpetuar ese Orden, preservando para sí, ese privilegio y todos los demás. En la certeza que les corresponde y con toda la impunidad.

  Esto no es el contexto de una trama, es la trama misma. El relato. La historia. El drama entendido como lo que es: acción.

 Esa acción que fuerza los límites geográficos y sensibles. Así, la novela nos lleva de viaje a una frontera en disputa de posesión y sentido.  El escenario de uno de nuestros genocidios constituyentes- creadores necesarios de los estados nacionales- la llamada Conquista del desierto verde. Casi pasada por alto en nuestra formación en historia, está siendo investigada con tesón ahora mismo en la Academia. Hermana menor y laboratorio de la otra reconocida Campaña del desierto. Esta se extendió de 1878 a 1885, dejando la Pampa con el norte de la Patagonia a disposición de los terratenientes  que la financiaron como de los jefes miliares que la ejecutaron.  La llamada Conquista del desierto verde o del Chaco comenzó en 1870, dándose por terminada recién en  1917, dada la resistencia de los indígenas a los ataques tanto por tierra como por agua del gobierno central. Así las tierras de lo que comprende hoy  Chaco, Formosa, Misiones fueron repartidas  en inmensas haciendas para su explotación.

  La familia de este relato es beneficiaria de ambas. Prefiere el refugio misionero que balconea sobre una maravilla, pretensión de dominio imposible. Este no  desierto es una selva y sus muchos saberes de lo sobrenatural espejan su convivencia con esa naturaleza. Ese desierto está aún habitado, como lo estaba entonces, por seres  habituados al comercio con las almas, los santos, la muerte. Allí no encontramos una secta o una cofradía, sino comunidades hablantes con presencias de otros mundos. Ese diálogo permanente es modo de sobrevida y resistencia. Es, quizás, su única protección a los infortunios permanentes. Un modo de estar y luchar con estas fuerzas, enfrentando a quienes no reconocen límites ni en territorios ni en cuerpos para vicariar su pertenencia y sus saberes ancestrales.

  No habrá síntesis posible. Rosario, hija de la familia protagónica,  por intentarlo, muere en un accidente de estirpe simplemente mafiosa, concebido por su propia madre.

  Estos hechos en el relato intentarían mostrar comportamientos- en la novela hay distintos ejemplos- de la riqueza en acto. Allá y entonces / aquí y ahora. Donde el terror es inherente y necesario para esa puesta en acto. Una constante.

 Enfrente también hay corrimiento de límites, pero como resistencia a la norma impuesta, como deseo –motor. Asistimos a vínculos que se viven y se ejercen entre amantes, familiares, amistades, que abren caminos, renuevan energías, crean complicidades, permiten atravesar el horror.

 Nuestra parte de noche es por estos y varios aspectos más, que cada quien irá descubriendo, una gran novela. Una gran novela argentina.

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