Anarquía Coronada

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Escupir sobre Hegel

Escupamos sobre Hegel, de Carla Lonzi // Verónica Gago y Raquel Gutiérrez Aguilar

(co-edición de Tinta Limón y Pez en el Árbol / octubre 2017)

 

“Queremos estar a la altura de un universo sin respuestas”. Por eso la feminista italiana Carla Lonzi (1931-1982), co-fundadora del colectivo Rivolta Femminile, nos vuelve a interpelar, a convocar, a invitar desde su texto-manifiesto Escupamos sobre Hegel. Por eso decidimos re-editarlo, casi cuarenta años después de su primera edición y traducción al castellano (realizada en 1978 por La Pléyade en Buenos Aires). Creemos que el movimiento de mujeres que está justamente poniendo en movimiento a nuestro continente puede nutrirse también con la pregunta por el gesto de rebelión que Lonzi hizo escupiendo sobre aquel filósofo, el que nos ubicó en el umbral del mundo animal, el que nos confinó al espacio privado y al ejercicio de la piedad.

Para Hegel, hay dos principios: el humano viril que preside la familia y el divino femenino que preside la comunidad. La comunidad deviene así el principio de destrucción de la familia y, con ella, de lo universal como regla de dominación patriarcal. Lo femenino-comunitario es construido literalmente como “enemigo interno”.

Así lo femenino es también caracterizado como la “eterna ironía de la comunidad” como dice Hegel. Y Lonzi invierte el juicio del filósofo y encuentra ahí “la presencia del ejemplo feminista de todos los tiempos”. Porque la ironía de la comunidad es la que impide que la comunidad se cierre y que sea antesala servil del impulso varonil.

Esta cuestión nos resulta clave. Como lo expusieron también en los años 70 Selma James y Mariarosa Dalla Costa en su libro El poder de la mujer y la subversión de la comunidad y como más recientemente nos tejimos con esas discusiones gracias al libro de Silvia Federici: Calibán y la bruja. Cuerpo, mujeres y acumulación originaria (editado conjuntamente en castellano por Tinta Limón, Traficantes de Sueños y Pez en el Árbol), sabemos que es fundamental cómo se entrelaza el horizonte comunitario y el feminista en nuestras luchas.

No tenemos dudas de que hoy son vitales las discusiones sobre la cuestión comunitaria desde el punto de vista feminista porque tensan y subvierten la comunidad esencializada abriéndola a la creatividad, a la (auto)regeneración jamás exenta de tensión. De hecho, el feminismo autónomo, heterogéneo y “desde abajo” popular-comunitario (en sus múltiples conjugaciones), como entre muchas lo hemos venido nombrando, practicando y fantaseando, es justamente una vía de apertura y una línea de fuga contra todas las modalidades de congelamiento de lo comunitario como “originario”. Nos referimos a todos los discursos y dispositivos institucionales que hacen de la comunidad una esencia, una identidad emblemática folklorizante –como argumenta Silvia Rivera Cusicanqui. En fin: una credencial de autenticidad para ser reconocida por el estado.

Hoy vemos esa disputa en acto, en las luchas de las mujeres que resisten contra el despojo del parque nacional y territorio indígena Isiboro Sécure, TIPNIS, y que, para eso, ponen también en tensión los liderazgos masculinos de las comunidades cuando éstos son convocados por las multinacionales y el Estado para la “negociación”. Hemos escuchado recientemente en un encuentro en Cochabamba (Bolivia) a las mujeres de las diversas luchas territoriales contra el extractivismo en la Amazonía, en el Altiplano y en los llanos guaraníes explicarnos cómo son las mujeres las más afectadas por la sequía que generan los mega proyectos mineros e hidroeléctricos y cómo la comunidad se reconfigura en la defensa del cuerpo-territorio.

No es casual que las figuras que Lonzi describe como aquellas que desmienten de forma contundente el espíritu de la Historia (con mayúsculas) que describe Hegel son dos: la mujer que rechaza la familia (como lugar de trabajo reproductivo gratuito, desvalorizado y obligatorio) y el joven que rechaza la guerra (como modelo de virilidad patriarcal). Son esos rechazos los que producen desplazamientos, otras formas de subjetivación a inventar. Dice Lonzi: es un moverse en otro plano.

La rebelión femenina (y de los cuerpos feminizados) implica así un doble movimiento: cuando simultáneamente una se hace cargo del lugar sujeto en el que ha sido colocada, socializada y fijada y despliega el esfuerzo sistemático por subvertir ese lugar sin desplazarse al lugar del dominador; es decir, desplazarnos sin aceptar la mediación patriarcal.

Nos interesa pensar cómo la perseverancia y la fidelidad a la práctica de la rebelión produce mediación femenina con el mundo. Se trata de un movimiento estratégico que elude, disuelve, erosiona y confronta la ubicua y polimorfa mediación patriarcal que sostiene el edificio de la dominación. Y que nos hace otro tiempo y espacio: son “operaciones subjetivas”, dice Lonzi, las que producen espacio a nuestro alrededor. Y sobre el tiempo, es también una operación sobre el presente: “No existe la meta, existe el presente. Nosotras somos el pasado oscuro del mundo, nosotras realizamos el presente”.

Agreguemos aquí (en relación a la proyección de nuestro movimiento) una segunda idea de Lonzi: la cultura patriarcal es la cultura de la toma del poder. Salirse de la dialéctica del amo y el esclavo implica desarmar la racionalidad del poder como dominio, y la astucia de la razón que lo sostiene. Nuestra racionalidad es otra: justamente la que desplaza y hace estallar esa dialéctica.

Pero esta racionalidad, como hemos leído en los escritos de Diótima, consiste en que “pensamos en grande desde el realismo extremo”.

De la fidelidad a nosotras, a una forma de estar para nosotras, es que desprendemos una guía para orientar nuestras acciones. Una guía, un pensamiento que vamos construyendo aceleradamente en múltiples conversaciones que damos entre nosotras. Desde ahí, desde ese movimiento del que somos parte, sacamos fuerza, coraje, palabras, insumisiones nuevas. Imágenes que son a la vez de refugio y respaldo: refugio donde aprendemos a cultivar la mediación femenina a partir de la palabra recuperada, refugio que es respaldo y palanca para nuestro (auto)construirnos como mujeres libres, es decir, en lucha. Porque sólo podemos tener voz propia en medio de una trama colaborativa, cooperativa de sostén recíproco. Nuestra autonomía es interdependiente. Y se hace cargo de ello: “estamos para nosotras” y nos tejemos valorando y aprendiendo de las palabras que otras mujeres nos han heredado.

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