por Giorgio Agamben
A Gilles Deleuze, el inventor, el inocente, el risueño, el fugitivo: el adiós de los filósofos.*
En la primavera de 1987, yo seguí los últimos cursos de Deleuze en Saint-Denis y jamás olvidaré lo que esa voz me aportó de generosidad y de libertad. Veinte años atrás, durante un verano para mí igual de decisivo, seguía el seminario de Heidegger. Un abismo separa a estos dos filósofos, sin duda los más grandes de nuestro siglo. Ambos pensaron con un coraje extremo la existencia, a partir de la facticidad, y el hombre en cuanto ser que no es sino sus maneras de ser. Pero la tonalidad fundamental de Heidegger es la de una angustia tensa y casi metálica, en la que toda propiedad y todo instante se contraen y devienen tarea por cumplir. Nada, por el contrario, expresa mejor la tonalidad fundamental de Deleuze que esa sensación que a él le gustaba llamar con una palabra inglesa: self-enjoyment. El 17 de marzo, de acuerdo con mis notas, para explicar dicho concepto comenzó por exponer la teoría platónica de la contemplación. “Todo ser contempla —decía citando libremente de memoria—, todo ser es una contemplación, sí, incluso los animales, incluso las plantas (salvo los hombres y los perros —agregó—, que son animales tristes, sin alegría). Ustedes dirán que bromeo, que es una broma. Sí, pero incluso las bromas son contemplaciones… Todo contempla, la flor y la vaca contemplan más que el filósofo. Y, contemplando, se llenan de sí mismos y se alegran. ¿Qué es lo que contemplan? Contemplan sus propios requisitos. La piedra contempla el silicio y la calcita, la vaca contempla el carbono, el nitrógeno y las sales. Esto es el self-enjoyment. No es el pequeño placer de ser sí mismo, el egoísmo, es esa contracción de los elementos, esa contemplación de los requisitos propios que produce la alegría, la ingenua confianza de que algo va a durar, sin la cual no se podría vivir, pues el corazón se detendría. Somos pequeñas alegrías: estar contento de sí es encontrar en sí mismo la fuerza para resistir a la abominación”.
Aquí mis notas se detienen y así es como quiero recordar a Gilles Deleuze. La gran filosofía de este siglo sombrío, que había comenzado con la angustia, se acaba en la alegría.