Consumo y libertad. Sobre el eterno retorno de lo neoliberal // Diego Sztulwark

Atreverse ahora a discutirlo todo, hacer las preguntas que toca hacer, no callarse, decir lo que no cierra de lo que dijo Cristina, escuchar las luchas, admitir el suelo de ambigüedad de la época (lo que no implica abandonar la claridad de nuestras definiciones), no subordinar ninguna voz legítima, pensar la diferencia entre tiempo del Estado y tiempo de los movimientos –pasados, presentes y futuros–, evitar que se repita lo que no tiene que repetirse, comprender el momento político del frente anti-neoliberal sin replegarse ante lo inaceptable (¿Grandes empresarios? ¿La cúpula de la Iglesia? ¿Los pañuelos celestes en pie de igualdad con los verdes?).

¿Cómo vuelve, si es que vuelve?

En el encuentro organizado por CLACSO en Ferro, Cristina volvió a plantear que el retorno de un gobierno neoliberal en la Argentina se debió, ante todo, a una campaña mentirosa, llevada a cabo por Macri, y amparada por el contexto de una poderosa influencia de los medios de comunicación, lo cual es tan verdadero como insuficiente. El gobierno de Macri trae novedades específicas con respecto a gobiernos neoliberales anteriores. Y el fenómeno no es solo nacional, sino regional. Lo que está en juego es qué entendemos por neoliberalismo. ¿Se trata de una mentira o de una realidad profunda y desafiante? La tesis según la cual el neoliberalismo miente, es decir, que promete una experiencia de consumo y libertad que luego no realiza, da lugar a la propuesta del progresismo latinoamericano de un capitalismo no neoliberal, que se siente capaz de satisfacer esa promesa y, en sus expresiones más radicalizadas, de tomar esa realización como inicio de una transición al socialismo. Sin embargo, una mirada sobre la última década obliga a problematizar esa visión optimista y a reabrir una discusión estratégica inaplazable: ¿qué concepción del consumo y de la libertad permite enfrentar efectivamente al neoliberalismo?

Post-neoliberalismo

El triunfo de Macri en la segunda vuelta electoral de 2015 disparó una discusión sobre las causas de lo que se suele considerar como el “retorno del neoliberalismo”. Aunque, bien visto, el neoliberalismo en realidad jamás se retiró, sí es cierto que a partir de 2001 el país –como también buena parte de la región– fue refractario al discurso de ajuste con represión. Algunos denominaron post-neoliberal a la etapa que se abre con las subjetividades de la crisis de 2001 y que se prolonga con la voluntad de inclusión sostenida por los gobiernos llamados progresistas. La expresión post-neoliberal puede ser aceptada si aclaramos su contenido. Lejos de referirse al tiempo de superación de lo neoliberal, hace referencia a la coexistencia transitoria entre condiciones estructurales y mundiales del neoliberalismo, junto a una retórica y a unas dinámicas que pretenden moderarlo o limitarlo. El período post-neoliberal nombra así un proceso en el cual lo neoliberal se sigue desarrollando no solo en el nivel de determinadas políticas macroeconómicas, sino también, y sobre todo, en el nivel de las micropolíticas a través de las cuales se reproduce una sociedad cada vez más dependiente de mecanismos empresariales de alta concentración y mundialización económica. El rasgo post-neoliberal define entonces el hecho de que esta subsistencia capital del neoliberalismo pueda convivir con una intencionalidad política que pretende cuestionarlo por medio de una apertura de espacios de participación, de políticas puntuales que la limitan y de una retórica que expresa la intención de distinguir lógica social de lógica empresarial. Tanto en la Argentina como en Brasil, la salud de estos procesos se había deteriorado gravemente durante 2013.

Crecimiento con inclusión social

Como es bien sabido, este período (aquí lo fechamos de modo provisorio como 2001-2013) tiene fases distintas. Un primerísimo acto fue el del protagonismo de organizaciones populares, muchas de ellas muy jóvenes, que se ocuparon de modo directo de cuestionar y destituir la legitimidad de las recetas económicas y de las instituciones políticas neoliberales. Un segundo acto fue el de la ola de gobiernos denominados populistas quienes se ocuparon de traducir esa energía popular destituyente en una nueva participación en el consumo. Esta traducción, en la medida en que fue operada por una articulación entre deseos populares postergados y un Estado activo que sacó tajada del tipo de acumulación de capital en curso (neoextractivismo más neodesarrollismo), dio lugar al fenómeno llamado de “crecimiento con inclusión social”, ideológicamente enfrentado con las políticas de los gobiernos neoliberales convencionales, los cuales, como el encabezado actualmente por Macri, son excesivamente proclives a desalentar el mercado interno y a priorizar la lógica empresarial como modelo de conducta social.

¿Cómo vuelve, si es que vuelve, el neoliberalismo?

La explicación ensayada por Cristina para dar cuenta de la derrota de 2015, en la cual el candidato no habría sido Scioli sino “el modelo”, fue que durante la campaña Macri había prometido no solo sostener, sino aumentar el acceso al consumo popular, mientras que su programa efectivo, el que puso en acto ya desde el poder, redundó en una brutal recesión. La idea de que el neoliberalismo miente –como Clarín– es insuficiente cuando no nos lleva a preguntarnos qué hizo que esa mentira fuera creíble. En otras palabras: ¿cómo fue posible que Macri fuera percibido por millones de personas beneficiadas por políticas del gobierno anterior, desde el punto de vista de su acceso al consumo, como un garante más confiable, a la hora de gobernar los mecanismos ultra precarizados de esa tendencia llamada de inclusión?

Lo cierto es que la transformación social operada por el acceso popular al consumo, sobre un andamiaje siempre precario y amenazado, es el principal dato político para entender lo ocurrido en Sudamérica durante los últimos años, y fueron las micropolíticas neoliberales las que mejor interpretaron, dieron forma y orientaron esa energía hacia un modelo de subjetivación, exponiendo así a las fuerzas llamadas progresistas y de izquierda a su propia orfandad en lo que hace a un pensamiento sobre cómo articular experiencias populares de consumo que cuestionen las formas de producción y de distribución de la riqueza sobre la que reposan y que constituyen su límite principal. El politólogo alemán Ulrich Brand, crítico del modo de vida imperial, entrevistado en Clinamen, se preguntaba cómo seria un consumo sin capitalismo, un consumo colectivo, barato y sano, no dominado por las multinacionales productoras de alimentos; cómo sería una ciudad cuyo sistema de transporte no dependiese de las multinacionales del automóvil; en definitiva, cómo desanclar servicios públicos y modos de vida de la exigencia de ganancia capitalista.[1] La mentira neoliberal se basa sobre una verdad profunda: el consumo solo libera cuando las fuerzas plebeyas movilizadas son al mismo tiempo fuerzas de subversión y no de aceptación de las estructuras neoliberales de producción y de diseño de imágenes de felicidad.

La crítica como restitución de la imaginación política

La necesidad evidente de un amplio frente para ganarle a Macri en las próximas elecciones plantea una serie de cuestiones. La estimación colectiva procura calcular una amplitud suficiente como para ser eficaz desde el punto de vista electoral, al tiempo que se delimite un cierto umbral programático y de relaciones de fuerzas internas que no haga de ese frente un instrumento inútil a la hora de abordar con eficacia las políticas de cuño neoliberal. Pero para que esta estimación no se vuelva mera componenda política y devenga, al contrario, una auténtica evaluación colectiva sobre las proporciones y los mecanismos de combinación entre amplitud y firmeza programática, es imprescindible activar plenamente el ejercicio de la crítica, que cuando no es veleidad narcisista ni objeción que impugna a partir de retóricas abstractas, es comparación entre funcionamientos efectivos fundados en el derecho elemental de discutirlo todo –hacia arriba y hacia abajo– y, por lo tanto, como antídoto contra una idea de unidad fundada en la aceptación, la admiración, la delegación o directamente la obediencia, situación que no nos retrotraería a 2003, a 2009 ni a 2011, sino directamente a 2015.

 

La verdad y la muerte política

Las muertes políticas son compendios de lo que el neoliberalismo tiene de cruel, de lo que desde el progresismo y las izquierdas no siempre se sabe pensar, y de todo aquello que una política efectivamente no neoliberal debe transformar en los hechos y de modo inmediato. Tiempo Argentino informó, el último jueves, que “el joven Rodolfo ‘Ronald’ Orellana fue baleado por la policía cuando junto a otros vecinos y activistas sociales de Villa Celina intentaban ocupar un terreno. Hay varios heridos y cuatro detenidos”. La cuestión de la tierra es una de las puntas del iceberg de la estructura de propiedad y de la dinámica de valorización capitalista. Exactamente lo mismo ocurre con cada aborto que el Estado clandestiniza. Si es cierto que las organizaciones sociales y populares son efecto (directo o indirecto) de las políticas públicas, de las que hay y de las que no, más cierto aún es que son la respuesta más avanzada (la orientación más materialista y urgente) ante todo aquello que los gobiernos de cualquier signo no quieren, no saben o no pueden resolver siquiera en el plano de la imaginación. 

[1] https://marencoche.wordpress.com/2018/11/20/clinamen-modo-de-vida-imperial/?fbclid=IwAR0J4vt4rBxc3ifLHJnC9VIOysbpB3ihagfpnKjRi-TWhgfsN6-i0SRxIJk

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