Anarquía Coronada

¿Y el miedo? ¡QUÉ ARDA! // Marie Bardet

Las palabras se amontonan, se atropellan, se empujan para salir todas juntas, por todas partes. No podemos pensar en otra cosa y lo queremos decir todo pero se quedan un rato en la garganta, ahí donde nace un llanto o un grito de alegría. Todas las palabras escuchadas en los últimos días, en las calles, en las casas y en nuestras fogatas de anoche. Las palabras que nos urgen decir para contar-nos lo que está pasando, palabras que hacen remolinos entre nosotras en la confusión de nuestra mente-emoción-cuerpa de una noche juntas sin sueño.

Pasó la ley, bah, casi. Media sanción en la cámara de diputados, y es una sensación de victoria, pero las sensaciones y los pensamientos desbordan la ley por todos lados. Es mucho más que la ley de aborto legal sancionada por el congreso, es una victoria de disfrutes y descubrimientos colectivos, de otras maneras de estar y relacionarnos, de todo lo que podemos hacer, juntas, de hacer política. Ayer no fue una noche de promesas ajenas, ni siquiera de espera del resultado como si fuera un partido de futbol. Muchas nos olvidamos de a largo rato de los debates adentro, estábamos haciendo ahí, rondas, guisos, fuego, cantos, intuyendo que estábamos haciendo historia y política.

Quedó bastante en evidencia cierto desfasaje entre lo que pasaba adentro, y lo que viene pasando y sigue pasando afuera. El Congreso quedó como epifenómeno (por muy importante para garantizar cada vez más formas libres y gratuitas de abortar, y que pudimos presionar sin ninguna duda desde las calles) de una ola mucho más grande, desbordante, y que continuará. Un desfasaje que pasa por las formas de tomar la palabra: escuchás a presidentas de centros de estudiantes de secundarios, como Ofelia Fernandez, y queda claro que articulan sus palabras y pensamientos de una manera mil veces más audible y políticamente elaborada que muchxs de lxs diputadxs adentro. Esta es una cuestión de política, hay una disputa por formas de hacer política, de fabricar a mano la autorización y capacidad entrelazada de decidir nuestras vidas, de mover nuestras cuerpas en direcciones deseantes y deseadas. Hacer política como elaboración de nuevas posiciones-imaginarios, conquista de nuevas condiciones materiales-inmateriales para abortar sin riesgo y sin miedo, de otros modos de decidir desde, con y entre nuestras vidas. La ocupación-fiesta-aquelarre dejó muy en claro que las olas feministas de estos tiempos, que se inscriben en olas de otras generaciones tenidas de verde, vienen tramando modos de hacer política, y de cambiarlo todo, de una contundencia extremadamente contrastantes con lo vacíos y absurdos que sonaban los argumentos de ciertxs diputadxs, pero también con la construcción de los posicionamientos individuales hasta último momento como en una suerte de lotería, como si no se tratara de nuestras vidas concretas.

Asimismo, los debates que se dieron en los medios y el recinto del parlamento se dieron muchas veces -en contra de la ley, pero a veces también a favor- en un plano (los enredos pseudo teóricos sobre la vida, sobre el ser que no es pero tiene derecho, las confusiones tremendas entre vidas, humanxs, embriones… ni hablar de los ejemplos animales de los perritos en adopción, las aberraciones lógicas del tipo, dicho con tono de indignación algo así como: “vamos a atropellar los derechos de una persona que no solo nunca existió sino que nunca va a existir!!”, o reflexiones atrasadas del estilo “qué bueno que no haya tantas mujeres aquí quiere decir que están en su casa cuidando a su familia”…) que tocaba muy poco el plano de discusión de los feminismos múltiples que estampan y circulan los pañuelos verdes. Un plano de lo que pasaba en el recinto, y sobretodo su presentación mediática, que resulta bastante desconectado del plano de discusión que se da en las calles, en las clases, en las asambleas, en las redacciones de los diferentes proyectos a lo largo de décadas, donde se van acumulando relatos de experiencias concretas, espesores de las decisiones complejas y de los acompañamientos cuidadosos que se supieron inventar. Quedó expuesta esa desconexión de los términos de las presentaciones de muchxs diputadxs. Y junto con esa desconexión expuesta de la farsa, de las diferencias de espesor de los sentidos, de enraizamiento colectivo de las posiciones y de modos elaborados de toma de decisión, una enorme presión real ejercida desde la calle, ocupación-aquelarre, que hizo de esas 24 horas la culminación de un cambio histórico.

En el escenario principal de la Campaña Para el Aborto montado sobre Callao ayer, la primera voz que tomó el micrófono asumió: “estamos llorando y riendo al mismo tiempo”. En la plaza que sigue hoy de fiesta, chicxs de secundarios siguen riéndose a los gritos de: “abortototo, abortototo”, “con misoprostol, o con intervención, de la forma que sea es mi decisión”. Está en juego, junto a la legalización, las vías de desdramatización del aborto, porque el drama es ante todo fruto de la prohibición y culpabilización.

¿Y el miedo? ¡QUE ARDA!

Eso gritamos anoche alrededor del fuego, porque que pasara o no la ley, estabamos desde hace rato haciendo arder nuestros miedos. Por ejemplo, saliendo a marchar contra los femicidios forjando desde 2015 Ni Una Menos como contraseña de lucha y de cuidado.  Hacer arder nuestros miedos es un poco diferente de pretender que nunca tenemos miedo. Es reconocer que a veces tenemos miedo pero que esos miedos conjurados juntas pueden producir nuevas maneras de vivir. Nuestros miedos se volvieron materia combustible, sensaciones y huellas concretas que tensan al mismo tiempo nuestras cuerpas y nuestros imaginarios y deseos; materiales palpables, experiencias susurradas o gritadas, juntadas en el camino como fuimos a juntar leña urbana, que nos juntan y con los que juntas podemos prender fogatas en nuestros aquelarres.

Quedó claro que el debate no era sobre la vida de un embrión o no, que la discusión se tenía que correr de un cortocircuito moral, a una discusión política. “Es que al final si te fijás bien, siempre nos terminan cagando a las mujeres” así puntúa una frase Lucila, a quien recién conozco volviendo a la plaza hoy jueves al mediodía. Con otra amiga, saliendo del subte en Alberti, me preguntan para qué lado queda el congreso. Les propongo ir juntas y conversamos en el camino. Está claro que el apoyo a la legalización del aborto subrayado por el pañuelo verde orgullosamente enarbolado, se enmarca para ella en una reversión de cada una de las situaciones que me describe en el que “al final”, “cagan a las mujeres”. En el trabajo, en la casa, en la iglesia. “Porque yo soy católica, ¡pero no boluda!” empieza, “es más, voy a la iglesia, me gusta cantar, todo eso del amor y de la paz, pero no soy pelotuda. Le digo al cura: fíjate que siempre nos terminan cagando a nosotras las mujeres.” La lucha por el aborto legal pone en juego el poder de decisión de maternidad o no maternidad, sí, pero se enmarca en un  mapeo más amplio: dejen de “cagarnos siempre a nosotras”. Y ya que estaba, hoy para festejar Lucila rajó del trabajo: “Fui temprano, hice cosas rápidas y me fui, tengo un montón de cosas que hacer pero no me podía concentrar, tenía que venir acá.” Estamos en la misma…

Y sigue, riéndose: “El cura, que es mi profe, me dice que no tenga relación hasta el matrimonio, “¡llegaste tarde!” le contesto yo”. Entre llegar tarde y ser atrasado, solo un paso. Esas pibas, en cambio, no llegan para nada tarde, tampoco son exactamente vanguardias avanzadas, nos recuerdan a cada paso cierta evidencia de todo lo que ya cambió en el presente en el que caminamos. En los secundarios, varios tomados para la vigilia, presente desde temprano en la plaza el 13J nos recuerdan con cantos, pinturas, tirades en el piso o cantando un sinfín de canciones nuevas, que el presente ya cambió.

En particular, no toleran más que “lleguen tarde” alrededor de ellas, y opinen sobre sus vidas desde una posición atrasada. “Estoy en mi sexto año de secundaria, en el Pellegrini, y vi pasar en 2014 a una comisión de género que planteaba cosas que sonaban desmedidas y hoy conforman nuestro sentido común” dice Ofelia Fernández[1]. Lo que parecía desmesura es ahora la des-medida que acompasa nuestros pasos, el hybris de nuestro fuego común. “Si nos quieren sumisas, llegaron tarde, nos le queda otra que escucharnos” refuerza Ofelia.

El miedo que está ardiendo en nuestras fogatas, es también el miedo a decir que llegaron tarde, a hacerse escuchar. Quemamos también en nuestras fogatas el miedo a plantarnos y que se enojen, la idea precavida que mejor busquemos formas de no ocupar posición demasiado marcada, de no elevar la voz, para no crear conflicto. Un miedo que nos “termina cagando” como dice Lucila, por hacernos cargo de no hacer olas en una conversación, de ser medidas, templadas, razonables y comprensivas: “Anoche me re peleé con mi familia” me cuenta Lucila cuando estamos más cerca del Congreso; la otra chica, también estudiante, de Lanús, que la acompaña dice: “ah ¡yo también!”. Les pregunto: “¿pero suelen decirles lo que piensan así a su familia?”. “y… ellos se enojan… pero ahora yo les digo igual”. Y sigue “Es increíble lo que tienen en la cabeza. A la vez los entiendo, tuvieron una educación muy cuadrada, pero la novia de mi papá hoy me dijo: “y bueno, ¡ahora vayan a abortar felices!”. Pero ¿qué se imaginan? ¿que nos llamamos por teléfono y decimos, che, el sábado a la noche nos juntamos y nos hacemos un aborto?!” La risa deja en claro que la idea no les da miedo, en sí, solo que no es exactamente lo que tienen en mente. Lo que sí: no más callar, y desdramatizar el aborto.

El miedo que está ardiendo en nuestras fogatas, es el miedo a abortar. Porque sabemos que de alguna manera -y la ley viene a garantizarlo de alguna forma estatal, pero sabemos que tendremos que garantizarlo con nuestras prácticas y nuestras políticas feministas, así como armamos fuegos anoche- no abortaremos nunca más sola, culposa, escondida, y armaremos fuego cada vez que nos están por cagar. La conversación con Lucila comenzó así: designando el pañuelo verde, le pregunto “hace mucho que estás a favor del aborto? “Mirá, empezó hace 7 años.  Soy de Hurlingham, vine acá siete años atrás acompañando a una amiga que había quedado embarazada a abortar. Ni sabíamos lo que era abortar. Y se lo hicieron, pero nos metieron una culpa! Que habíamos pecado, que era mal, todo culpa nuestra. Ahí dije, esto está mal. Nos están cagando.”

Quemamos en nuestros fuegos el miedo a abortar, girando alrededor invocando misoprostol, invocando a las Socorristas que comparten sus saberes-haceres y a todas las experiencias acumuladas y que queremos sacar a la luz, o por lo menos hacer circular como se nos den las ganas. “Arroz con leche, quiero abortar, en condiciones dignas en cualquier lugar, con misoprostol, con intervención, de la forma que sea es mi decisión” se escuchaba todavía hoy en la plaza después de la sanción de la ley. Sabemos que la ley no es todo, que a lo largo de estos fuegos, la alquimia de nuestros aquelarres transformó la materia miedo en goces y disfrutes. En estos meses, años, días y noches, se fueron ensanchando las direcciones del movimiento de legalización del aborto, por ejemplo la “educación sexual” es ”para decidir” pero también “para descubrir”; y os “anticonceptivos para no abortar” pero ante todo “para disfrutar.” La famosa disociación entre sexo y reproducción, eje histórico del feminismo, espesándose en este proceso.

La alquimia alcanza hasta alianzas aberrantes (seguramente inentendibles para el palco instalado anoche del otro lado de la plaza dónde, mientras prendíamos fuego, realizaban ecografía de embarazos de 14 semanas en vivo, en una puesta en escena dramática de la imaginería médica como culto de la reproducción): conversamos ayer cortando zanahoria y zapallo anco para el guiso de lentejas, de cómo la conquista de un aborto legal, seguro, gratuito, desdramatizado, nos encontraba al mismo tiempo cocinando otras maneras de maternar-partenar con el mismo fuego que el que viene quemando miedos y culpas.

En las alianzas que se tejieron juntando la leña de nuestros fuegos, lo que quemamos es también el miedo a hacernos otras cuerpas, y vivir otros deseos. Si #nosmueveeldeseo, es que perder miedo a abortar va de la mano con conquistar otras sexualidades, por hacerse otras cuerpas en nuestras cuerpas, que dejan de ser reguladas por la reproducción obligatoria. Llegamos a la plaza del Congreso con Lucila, siguen cruzándose gente que se va y otra que viene, muchxs pibes de secundario, cantando sin parar para festejar la aprobación de la ley finalmente votada. Festejamos la legalización del aborto y se escucha “Macri no es puto, es liberal, hacete cargo él es heterosexual”; “Ole Ole, ola ola, No soy amiga de tu mamá, somos lesbianas no paramos de garchar”. Así también, en nuestras fogatas y discusiones, la alquimia transformó el referente “mujeres” en “cuerpas gestantes”, porque la elaboración de nuestros modos de decidir si sí o no tener hijx y la conquista de poder hacerlo de todas las maneras que se nos den las ganas, supo desplazar una definición biológica y genérica de mujer, intentando tejer experiencias que se acumulan en un nosotras, un nosotres, sin apelar a un apriori identidades únicas.

¿Y el miedo? ¡Que arda!! ¿Y el miedo? ¡Que arda! ¿Y el miedo? ¡Que arda! No es que no tengamos nunca más ningún miedo; es que nos juntamos a quemarlos en el asfalto de la calle. Nuestros aquelarres son más de brujas artesanas que de grandes heroínas: aprendimos a prender fuego, juntas, juntes.

Hoy 14 de junio, son las 16h, y quedan grupos aislados de pibxs muy jóvenes, al lado de las vallas, que siguen cantando y saltando. Nadie se saca el pañuelo verde, ya es red perceptiva-afectiva de color en las calles. Levanto la mirada, la cúpula del congreso parece un poco más verde cada día, del verde acumulado en nuestros ojos.

[1] Texto completo Lobo Suelto

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